Dentro del ámbito del rock Garbage equivale a una de esas bandas de diseño paradigmáticas del pop aunque a diferencia de aquellas ha logrado subsistir muchísimo tiempo, en términos concretos 32 años contando desde 1993, gracias a la maravillosa química entre una voz femenina de una enorme presencia escénica y tres señores que en mayor o menor medida ofician de productores cerebrales del colectivo, como decíamos antes un grupo de probeta/ estudio que con el correr del tiempo ha sabido construir una dinámica aceitada innegable en lo que al sonido en directo se refiere. Conformada por Shirley Manson en voz más los estadounidenses Duke Erikson en guitarra y bajo, Steve Marker en guitarra y teclados y Butch Vig en batería, un cuarteto que es más bien un trío de amigos y una cantante adicional porque las dos unidades compositivas nunca se llevaron del todo bien a escala privada, para comprender a Garbage y su sustrato frankensteineano hay que tener muy presente el background de los integrantes, en este sentido la escocesa Manson, cuyas influencias cruciales como cantante fueron, son y siempre serán Siouxsie Sioux de Siouxsie and the Banshees y Chrissie Hynde de The Pretenders, previamente estuvo en Goodbye Mr. Mackenzie, banda indie que mutaría brevemente en Angelfish, suerte de proyecto solista de Shirley con los miembros del grupo citado, el cual coqueteó con el rock gótico y el dream pop. Vig, por su parte, formó parte de Spooner y Fire Town pero adquiriría verdadero renombre como productor gracias a Nevermind (1991), de Nirvana, y el díptico de Gish (1991) y Siamese Dream (1993), ambos de The Smashing Pumpkins, discos que lo llevarían a colaborar a futuro -en calidad de productor o encargado de remixes- con gente como U2, Sonic Youth, House of Pain, The Cult, Depeche Mode, AFI, Fun Lovin’ Criminals, Goo Goo Dolls, Soul Asylum, Green Day, Beck, Limp Bizkit, Foo Fighters, Muse, Alanis Morissette, Nine Inch Nails y Korn, entre muchos otros. Erikson asimismo estuvo en Spooner y Fire Town con Vig, la primera una banda de ascendencia power pop y la segunda más volcada al garage, y Marker, finalmente, comenzó como productor, ingeniero y mezclador de la mano de Spooner y de hecho fue quien descubrió a Manson en MTV gracias al videoclip de Suffocate Me, correspondiente a Angelfish (1994), el único disco de la agrupación encabezada por Shirley.
El viaje musical comienza con Garbage (1995), todo un clásico de su época que ya deja en claro la fórmula mediante una efusividad post grunge, mucho de rock industrial, algo de trip hop y desde ya unas pinceladas de electropop que tienen que ver con una filosofía compositiva vinculada a la canción tradicional aunque encarada desde el art rock de impronta en simultáneo dance y hardrockera, siempre queriendo sonar sensual, peligroso y bastante depresivo en función del zeitgeist de su tiempo, y Version 2.0 (1998), trabajo muy digno que sin abandonar el rock alternativo de idiosincrasia techno y noise del debut lleva el asunto un paso más allá puliendo la producción desde cierta cadencia new wave que se da la mano con el shoegaze, el big beat, el drum and bass, el acid house e incluso el soft rock, como si el perfeccionamiento en los arreglos y un inusitado y frondoso uso de los sintetizadores compensasen las pocas novedades de fondo. Luego llegarían Beautiful Garbage (2001), álbum desparejo pero atractivo en el que el synth-pop dominante previo se transforma en funk, pop barroco, hip hop, soul, glam, rhythm and blues y britpop mientras la impronta general se siente más paranoica y sobrevuela un fuerte intento en pos de recuperar los girl groups modelo Motown o Phil Spector, este último el arquitecto de The Crystals, The Blossoms y por supuesto The Ronettes, en suma ofreciendo una accesibilidad pop que no reniega del trip hop y el dance-rock industrial de siempre, y Bleed Like Me (2005), esperable regreso un tanto deslucido al rock alternativo de antaño a posteriori de la colección de “posibles futuros” eventualmente descartados de la placa previa, en esta oportunidad prescindiendo en gran medida de la pata electrónica para favorecer un sonido de banda tocando en vivo en el estudio que nos habla de la madurez del grupo y de que consiguieron soportarse mutuamente o por lo menos aprovechar sus diferencias para complementarse desde la ebullición rockera más clásica. Absolute Garbage (2007) funciona no sólo como el cierre de una etapa irrepetible en la carrera de la banda sino como un gran compilado por derecho propio y sin duda un álbum que supera a los otros dos “grandes éxitos” de los anglosajones, The Absolute Collection (2012), demasiado caótico en su estructura, y Anthology (2022), un doble que se extiende bastante más allá de lo debido en cuanto a su repaso al extremo de que conviene escuchar las placas originales por el generoso volumen de temas incluidos de cada disco.
Not Your Kind of People (2012) representó una vuelta amena al sonido concienzudo e hiper trabajado de los inicios con un énfasis en la faceta industrial hardrockera de pretensiones épicas, amén de detalles downtempo y cuasi dream pop, una vez más con una producción inmaculada que tiende a superar lo que las canciones en sí tienen para ofrecer ya que la repetición a esta altura del derrotero de Garbage resulta inevitable, al igual que la sombra del debut de 1995 y su secuela, Version 2.0. A Strange Little Birds (2016), otra colección de epopeyas rockeras industriales que se diferencia de lo ofrecido en álbumes previos por el muy buen nivel de las composiciones y cierto intento de privilegiar el costado triphopero y todo aquel dance-rock de los comienzos, misión que llega a buen puerto tracción a pinceladas de ambient, post punk y una dark wave ultra ochentosa que marca el ritmo de las canciones y las llena de eco y angustia popera cien por ciento adictiva, le siguió No Gods No Masters (2021), uno de los trabajos mejores producidos y más cargados de entusiasmo y sintetizadores de Garbage al punto de abrirse paso como su opus más interesante del nuevo milenio hasta ese momento, aquí amalgamando todo lo aprendido a lo largo de los años e incorporando mucho de art pop, glam, new wave, rock orquestal y sophisti-pop sin descuidar esa idiosincrasia alternativa noventosa y los arrebatos guitarreros de influjo noise y punk. Copy/ Paste (2024) fue un disfrutable disco de covers que subrayó la inventiva del grupo incluso para encarar material ajeno, en esta ocasión metiéndose con una serie de tesoros del melómano rockero que nos llevan a artistas de la talla de David Bowie, The Jam, Ramones, U2, The Velvet Underground, Big Star, Tim Buckley, Siouxsie and the Banshees y Patti Smith, otra de las referencias fundamentales de Manson en sus vocalizaciones de impronta pasional, de una sinceridad hoy por hoy en extinción en el mainstream hipócrita y palurdo del nuevo milenio. El flamante Let All That We Imagine Be the Light (2025), coproducido por un Billy Bush que los acompaña como ingeniero, mezclador y/ o productor desde Version 2.0, perfecciona aquella maestría típica del veterano que ya se percibía en No Gods No Masters a través de un techno exquisito e hiper rockero que además sitúa en primer plano la facilidad de Garbage a la hora de unificar melodías y riffs pegadizos con sus inquietudes históricas en lo referido a la producción o el ropaje de las canciones, en este caso más que nada rock industrial, dark wave, rock progresivo, electropop, krautrock, trip hop, power pop, rock alternativo y ese dream pop que se confunde con la ethereal wave y el shoegaze.
Let All That We Imagine Be the Light abre con There’s No Future in Optimism, un típico producto de la “factoría Garbage” porque resulta tan cautivador como hilarantemente redundante en materia de sus ingredientes constitutivos, así las cosas tenemos un estribillo y una intro/ outro dignos de la música disco y una base techno rockera que bebe de las guitarras de Automatic (1989), de The Jesus and Mary Chain, y la delicadeza de los sintetizadores de Violator (1990), de Depeche Mode, amén de una letra de Shirley que baja el nivel de virulencia de No Gods No Masters para ironizar desde el mismo título de la canción sobre el flamante optimismo de la banda ante un estado calamitoso del mundo que no desconocen para nada por más que le prendan sendas velas al amor y al futuro, algo que queda de manifiesto por las referencias en las estrofas a una policía que reprime manifestaciones y una humanidad llena de resentimiento y odio. Chinese Fire Horse es una diminuta obra maestra que unifica el power pop y el rock alternativo de los inicios para un ataque furibundo contra el edadismo que en el caso del grupo que nos ocupa adquiere un matiz decididamente doble o compuesto, por un lado vinculado a la lectura más superficial que es esa de Manson defendiéndose de miembros de la prensa y el público que la invitan a retirarse por ser mujer y estar cerca de las seis décadas de vida, algo que desde ya tiene que ver con el culto a la belleza artificial publicitaria y el hecho de todavía homologar al rock a nivel social con la juventud como si viviésemos en un déjà vu trasnochado de los años 60, y por el otro lado la composición asimismo reenvía a la misma naturaleza de Garbage o mejor dicho al contexto de su surgimiento, esa década del 90 en la que fueron vanguardia por su naturalidad e inteligencia a la hora de amalgamar electrónica y guitarras poperas agitadas, en este sentido Chinese Fire Horse funciona como una oda a la reafirmación identitaria y la coherencia artística más allá de los cambios que hayan operado en el ecosistema musical mainstream e indie del globo.
La excelente Hold, otra composición que propone al romance y a la esperanza como antídotos frente a un mundo en llamas que sólo genera frustración, miedo, locura y lágrimas, sintetiza muy bien la asignación de responsabilidades dentro del grupo porque la cantante ofrece una de sus tantas letras en las que suena sexy o vulnerable, toda una marca registrada a esta altura de su trayectoria, y el combo de Vig/ Marker/ Erikson encauza musicalmente el asunto hacia la mejor vertiente posible según las necesidades de la canción, aquí el equivalente dentro de la filosofía de Garbage a una power ballad, algo que queda clarísimo en el estribillo y el puente mientras que el resto del tema se entretiene con el rock industrial de siempre. En Have We Met (The Void), con sus líneas ampulosas y lúgubres de teclados a lo John Carpenter, nos cruzamos con una mixtura de krautrock, synth-pop, ambient y una dark wave modelo Bauhaus, The Sisters of Mercy o quizás el Depeche Mode más industrial circa Ultra (1997), todo en función de nuevos versos de Shirley en los que el interior y el exterior se confunden porque están muy bien trabajadas la ciclotimia tácita de fondo y la ambigüedad del punto de vista y de lo que se está analizando, tal vez un triángulo amoroso, algún tipo de disociación o bipolaridad o la simple llegada de un acosador que se enfrenta a la vocalista/ narradora en la puerta de su hogar, ambos aparentemente igual de violentos e imprevisibles porque no logran comprender quién es el otro y por qué están allí símil fábula lynchiana que tiende al “vacío” del título o a un significante que se come al significado. La rutinaria Sisyphus reincide en el techno industrialoide pero llevándolo hacia una accesibilidad electropop que Garbage en esta ocasión homologa a un trip hop que a su vez se da la mano con el ambient new age ochentoso de Tangerine Dream y Evangelos Odysseas Papathanassiou alias Vangelis, entre otros, planteo que le deja todo servido a Manson para ratificar el valor de la vida en general, construir una apología de su propio cuerpo, ya recuperado de una dolorosa cirugía de reemplazo de cadera en el año 2023, y por supuesto reflexionar sobre su masoquismo o querencia cercana a la depresión en términos de la mitología griega y de aquel castigo de nunca acabar de Sísifo por sus engaños para evadir el Inframundo, a quien Hades condena a empujar una piedra cuesta arriba a lo largo de una montaña empinada para después repetir el proceso cuando la roca en la cúspide comienza a deslizarse hacia abajo.
Radical, con su dejo de avant pop bluesero, recuerda a PJ Harvey y en su letra continúa con el mantra optimista -para el nivel de nuestros anglosajones, al menos- al reforzar una lectura muy particular del humanismo en tiempos aciagos basada en la luz, la verdad, el cariño, la confianza, el derecho al duelo y el mismo gesto de salvar una vida, cualquiera sea, un acto considerado “radical” en un tiempo donde prima el egoísmo o esa apatía de burbuja que prefiere retroalimentarse a sí misma en un eterno ciclo absurdo kafkiano antes que enfrentarse a la realidad del exterior, tan compleja como poco proclive a ser reducida a las fórmulas de la comodidad maniquea del lenguaje hueco y marketinero de la televisión, las redes sociales y la nueva derecha fascista y neoliberal del nuevo milenio. Desde su mismo título hiper lennoniano, Love to Give empuja la dark wave hacia las comarcas del dream pop y el rock industrial con el objetivo de seguir proponiendo al amor como panacea ante los males de este mundo, una perspectiva que nuevamente esquiva toda candidez porque se reconoce que mantenerse con vida en este contexto desesperante contemporáneo es todo un logro y a veces una utopía, además de palazos fugaces a los indolentes de la burguesía, los charlatanes, los beatos/ santurrones, los odiadores compulsivos digitales, los prejuiciosos o intolerantes, los amantes de la crueldad capitalista y los wokes tontuelos de años atrás, hoy en franco proceso de desaparición. Get Out My Face AKA Bad Kitty, un maravilloso arrebato de rock alternativo con cierto influjo post punk innegable a lo Joy Division o Magazine, le habla directamente a cualquiera de esos líderes excrementicios neofascistas de nuestros días, como por ejemplo Donald Trump, Benjamín Netanyahu o Javier Milei, afirmando que no hay tiempo que perder con payasos de esta índole y que lo mejor es esquivarlos por su condición de causas perdidas vinculadas a la codicia, la mentira, el delirio, la autoindulgencia, el sadismo y un ego frágil apenas disimulado u odio infantil con fecha de vencimiento porque eventualmente siempre genera hartazgo y burlas a instancias del pueblo, por ello esas solidaridad, euforia, memoria y verdad de impronta justiciera imponen respeto ya que serán las garantías de la victoria que se viene cuando toda esta lacra quede en el olvido una vez más.
Entre Nine Inch Nails, The Prodigy y unos reincidentes Depeche Mode, R U Happy Now utiliza una grafía digna de Prince y constituye otra joyita rockera furiosa que brilla gracias a los estupendos arreglos de Vig y compañía y a una Manson que apela a una suerte de continuación espiritual de Get Out My Face AKA Bad Kitty, ahora optando por una confrontación ultra punk contra la extrema derecha amiga de la falacia, el belicismo y la costumbre de usurpar el poder estatal en tiempos de crisis, panorama que en el capitalismo salvaje actual responde a ciclos de decadencia cada vez más cercanos los unos de los otros, en este sentido según Shirley el futuro implica salir de la abulia y el antiintelectualismo berreta del Siglo XXI para imponer una cultura letrada de hechos y datos duros que eliminen el condicionamiento comunicacional y la fábrica de embustes de los fascistas, cínicos y hambreadores/ especuladores. El cierre un tanto sarcástico del álbum, The Day That I Met God, es una epopeya de rock progresivo, pop barroco y krautrock en primera instancia sobre la mortalidad, influenciada por la cirugía de reemplazo de cadera de la cantante en función de las alucinaciones que le produjo el Tramadol, un analgésico opioide que es ampliamente aludido en la letra, y en segundo lugar acerca de la satisfacción de seguir con vida a pesar del ruido, el caos y el dolor del caso, características al parecer invariantes en las sociedades del nuevo milenio cual versión exacerbada de las comunidades de humanos tampoco particularmente “apacibles” del pasado, amén de una invitación a escuchar la sabiduría popular y a reencontrarse con la propia trascendencia omnipresente -el Dios de la ubicuidad del título, en síntesis- al abandonar ese ego y ese orgullo que en tantas oportunidades nos impiden ver más allá de nuestras propias narices o sencillamente comprender al prójimo en toda su heterogeneidad.
Si bien está claro que Let All That We Imagine Be the Light está atravesado tanto por la idea de volcar hacia el optimismo luminoso de Not Your Kind of People aquel nihilismo de barricada anterior, propio de Strange Little Birds y en especial No Gods No Masters, como por la rehabilitación de Manson luego de su cirugía a raíz de una caída durante un recital de 2016 en Irvine, California, correspondiente a la gira de presentación de Strange Little Birds, vocalista que -no nos olvidemos- ha atravesado una infinidad de problemas psicológicos y físicos como depresión, un tumor en un pecho, trastorno dismórfico corporal, un quiste en sus cuerdas vocales y la tendencia a autolesionarse/ cortarse, lo cierto es que el nuevo trabajo de estudio responde en líneas generales al discurso de izquierda de siempre del grupo y al buen nivel en promedio de todas las aventuras discográficas del colectivo anglosajón, un hecho sinceramente insólito porque más allá de las diferencias de cada opus con respecto al resto no se puede pasar por alto el equilibrio en calidad que han conseguido con el transcurso de los años y la destreza de Garbage al momento de esquivar esos desastres que suelen aparecer de tanto en tanto en la carrera de casi cualquier agrupación con un kilometraje profesional semejante. Es su octava placa, de allí la referencia en la portada al pulpo o sus ocho extremidades, Shirley y sus tres socios varones apuestan por una concepción cinematográfica del techno desde una variedad estilística prodigiosa, gente que por cierto ha probado suerte en el séptimo arte componiendo la canción homónima para The World Is Not Enough (1999), film de Michael Apted con Pierce Brosnan como James Bond/ 007, y en materia de la actuación de Manson en la segunda temporada de Terminator: The Sarah Connor Chronicles (2008-2009), serie creada por Josh Friedman para Fox a partir de los personajes de James Cameron y Gale Anne Hurd en la que la susodicha interpretó a Catherine Weaver, aquel androide de metal líquido modelo T-1001. Let All That We Imagine Be the Light no abre nuevo terreno, algo habitual en una banda con 32 años de trayectoria, aunque lo que se propone hacer lo hace muy bien, léase pensar las cicatrices del tiempo y proponer a la efervescencia esperanzadora de marco defensivo/ ofensivo como alternativa frente a los energúmenos en el poder.
Let All That We Imagine Be the Light, de Garbage (2025)
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