El caso específico de Hoffman (1970), dirigida por Alvin Rakoff, es sumamente extraño no sólo porque hablamos de una de las pocas películas dramáticas o mayormente trágicas de la carrera cinematográfica de tres décadas de Peter Sellers, precisamente quizás el mejor comediante en la historia del séptimo arte, sino debido al hecho de que el personaje que el actor compone en pantalla, el titular, es sin lugar a dudas el que más se pareció a ese Sellers de carne y hueso que conocieron sus colegas y aquellos diversos equipos técnicos con los que rodó a lo largo de los muchos años: si bien a rasgos generales la película se suma al selecto grupo de epopeyas que requirieron algún tipo de naturalismo actoral por parte del británico o que simplemente aminore “un poco” ese glorioso histrionismo propio de los payasos y camaleones escénicos del pasado, recordemos para el caso lo hecho por Peter en anomalías variopintas como Hasta el Último Aliento (Never Let Go, 1960), opus de John Guillermin, Lolita (1962), de Stanley Kubrick, El Bunker (The Blockhouse, 1973), de Clive Rees, Los Optimistas (The Optimists of Nine Elms, 1973), de Anthony Simmons, y Desde el Jardín (Being There, 1979), de Hal Ashby, a decir verdad Hoffman se aparta del lote en cuestión porque de manera casi accidental logra desnudar el alma del intérprete mediante su frágil álter ego, un ejecutivo de una empresa de transporte -o quizás una tabacalera- que recientemente se divorció de una mujer banal y ahora se consagra a una soledad que sitúa en primer plano tanto su inseguridad y su feroz autocrítica como una serie de caprichos vinculados a una idealización bastante ingenua de las féminas que suele maquillar con una máscara de cinismo, altanería o distanciamiento emocional, descripción que por cierto le calza como anillo al dedo al actor por los innumerables testimonios al respecto y lo difícil que podía resultar trabajar con él a raíz de sus depresiones, manías y compulsiones egoístas, amén de su gigantesca necesidad de respetar o confiar en el director al mando de la faena.
Ahora bien, el carácter singular del proyecto asimismo abarca la producción y lo acontecido después de finalizado el rodaje, pensemos que el autor de la historia, Ernest Gebler, cuyo única vinculación previa con el cine era el haber escrito la novela de 1950 que inspiró La Aventura de Plymouth (Plymouth Adventure, 1952), de Clarence Brown, la concibió en primera instancia en 1967 como un episodio de Armchair Theatre, ciclo televisivo de ITV símil antología, para a posteriori adaptarla en 1968 en una novela, en este 1970 en un guión y en 1975 ya en una puesta teatral tradicional y bajo el título original, Llámame Papi (Call Me Daddy), distinto al Hoffman de la gran pantalla y al ¿Te Como Ahora? (Shall I Eat You Now?) de las páginas impresas, insólita multiplicidad de formatos que por suerte soporta la sencillez del relato y su núcleo temático duro, la incomunicación y el ensimismamiento de todos los sujetos; y para colmo Sellers pasó de desaprobar al realizador elegido, Rakoff, un profesional en esencia de raigambre cien por ciento televisiva aquí entregando su único trabajo memorable en el terreno del séptimo arte, a soportarlo con mala cara, ningunearlo durante la filmación y sacar a relucir su típica indecisión cuando no respetaba al artífice principal detrás de cámaras, ahora en lo que atañe al modo de componer al ejecutivo, por ello dejó de lado la idea inicial de construirlo con un ridículo acento austríaco y los ruegos de Rakoff para que imponga un acervo naturalista aunque acelerado y finalmente optó por edificar a un Hoffman que se parecía a él mismo por lo parco, reservado y excesivamente melancólico. La premisa narrativa es microscópica y se centra en la Señorita Smith (Sinéad Cusack) siendo chantajeada por el protagonista por la asociación de su novio, Tom Mitchell (Jeremy Bulloch), con una banda de piratas del asfalto que roba cargamentos de cigarrillos de la compañía londinense para la que los tres vértices trabajan, todo porque el hombre está enamorado de la chica y quiere cortejarla a lo largo de una semana de convivencia forzada.
Como se suele decir cuando se habla del film que nos ocupa, la propuesta comienza con el clímax de la trama, esto de exigirle una prostitución tácita y algo perversa a la muchacha, apenas una secretaria y mecanógrafa de la empresa, cual proto escort al servicio de un ermitaño de buen pasar económico que se encaprichó con ella y amenaza con avisarle a la policía sobre las maniobras delictivas de su pareja, y de a poco el certero guión de Gebler va deshilvanando la situación primigenia para pintar la complejidad de fondo y poner de manifiesto la trayectoria de cada uno hasta este punto, por ello Smith acepta compartir departamento con Hoffman ya que el dinero recibido por los robos de Mitchell les sirvió para el depósito de su futura casa, planteo que incluye planes de casamiento para dentro de apenas tres semanas, y por ello también descubrimos que el ejecutivo viene de divorciarse hace poco tiempo de Barbara Anne Hoffman, una alcohólica, delirante y narcisista que lo abandonó por sus ansias de fama y de ser libre y porque no deseaba una vida familiar con nadie, evidente punto de ebullición que lo condujo a presionar a la secretaria de la firma de la que estaba enamorado desde hacía 18 meses y dos semanas, siempre contemplándola como si estuviera frente a una Diosa inconmensurable que no inspira más que pleitesía respetuosa a la distancia. De hecho, la película se luce en este choque de idiosincrasias y voluntades muy diferentes porque la joven es media tontuela y virgen o cuasi virgen y el veterano, con el transcurso de los días, va demostrando su pudor debido a un endiosamiento irreal que nada tiene que ver con la ninfa en sí, a la que nunca llama por su nombre de pila, Janet, y sigue denominando Señorita Smith como si el contexto de oficina se extendiese al hogar del varón, detalle que ilustra el fetichismo discursivo necio masculino en torno al sexo para luego, ya en la cama con la fémina a pleno, no poder hacer nada debido a este desfasaje psicológico entre la mujer verdadera y esa efigie farsesca erigida en total soledad.
Cusack acompaña con maestría y sumo encanto y curiosamente nunca apelando al erotismo sin embargo es Sellers quien se lleva las palmas gracias a un desempeño muy contenido y hasta reposado, deprimente y/ o nostálgico para con ideales que derivan en frustración y sorpresas porque cualquier cosa que podamos augurar en materia del corazón es probable que después no se vincule con lo sucedido en la praxis mundana, estado de cosas que en el film es resumido mediante el latiguillo que él le repite a ella, “la realidad nos traiciona”, ya abriendo el abanico de la imprevisibilidad a prácticamente cualquier plano de la existencia más allá del correspondiente al amor. Así como el sueño libidinoso de Hoffman se disipa de a poco por la andanada de problemillas de la chica, como sufrir nerviosismo o dolores de cabeza, lastimarse los talones con los zapatos al caminar por un parque o incluso necesitar un laxante, Smith también descubre que su carcelero escapa al modelo mental de monstruo violador irrefrenable que había construido para sobrepasar la situación, encontrando en cambio un sujeto cabizbajo y demasiado tímido que no puede siquiera besarla y que luego de cuatro noches de compartir lecho sigue sin conseguir franquear la barrera invisible entre la contemplación digna de oficina y el coito en sí con una hembra que hasta se desnuda debajo de las sábanas porque le tiene algo de aprecio y se siente culpable por verse obligada a abandonar la semana de convivencia pautada ya que su noviecito pretende visitarla en la casa de su abuela en la campiña inglesa, el pretexto utilizado por la joven para dejar solo a Tom. El tremendo Peter sabía muy bien de la excepcionalidad de Hoffman, la película, el personaje y él mismo como intérprete, y por ello trató de retener el negativo del film para destruirlo bajo la excusa de volver a rodar algunas escenas, algo que por suerte no logró y así hoy tenemos frente a nosotros un retrato de una inteligencia suprema alrededor de la necesidad de franqueza en el cariño y lo mal que hacen los desvaríos y las imposiciones…
Hoffman (Reino Unido, 1970)
Dirección: Alvin Rakoff. Guión: Ernest Gebler. Elenco: Peter Sellers, Sinéad Cusack, Jeremy Bulloch, Ruth Dunning, Elizabeth Bayley, Cindy Burrows, George Hilsdon, David Lodge, John Tatham, Ron Taylor. Producción: Ben Arbeid. Duración: 112 minutos.