Vampyros Lesbos

La reina de la noche

Por Emiliano Fernández

Perteneciente al período de gloria de Jesús Franco como realizador y guionista, ese en el que coqueteó con el mainstream y en el que supo maquillar en cierta medida sus clásicas desprolijidades de toda índole y los recursos ínfimos con los que tuvo que trabajar desde siempre, Vampyros Lesbos (1971) cierra la fase en cuestión junto con Ella Mata en Éxtasis (Sie Tötete in Ekstase, 1971), a su vez comenzada por Gritos en la Noche (1962) y La Mano de un Hombre Muerto (1962), porque sin duda constituye la cumbre de la vertiente erótica de la trayectoria del legendario cineasta español especializado en la Clase B y el exploitation más inconformista, detalle que por cierto tampoco debe hacernos olvidar que el film es asimismo un claro producto de aquel fetiche setentoso para con el lesbianismo, hasta entonces un tabú que por fin pudo romperse con motivo de la Revolución Sexual de los años 60 y el “relajamiento” de los organismos/ instituciones de censura de los distintos países, moda inspirada en Carmilla (1872), la famosa novela corta de Sheridan Le Fanu, que en su faceta cinematográfica incluyó desde la pata mexicana de Alucarda, la Hija de las Tinieblas (1977), de Juan López Moctezuma, y Satánico Pandemónium: La Sexorcista (1975), de Gilberto Martínez Solares, pasando por la denominada Trilogía Karnstein de la Hammer Film Productions, esa británica hasta la médula de Las Amantes del Vampiro (The Vampire Lovers, 1970), de Roy Ward Baker, Lujuria para un Vampiro (Lust for a Vampire, 1971), de Jimmy Sangster, y Las Hijas de Drácula (Twins of Evil, 1971), de John Hough, hasta llegar a rarezas yanquis del terror indie como Asustemos a Jessica hasta Morir (Let’s Scare Jessica to Death, 1971), de John D. Hancock, y Lemora (1973), el opus de Richard Blackburn, amén de variaciones galas en línea con Rosa de Sangre (Et Mourir de Plaisir, 1960), film de Roger Vadim, o No nos Libres del Mal (Mais ne nous Délivrez pas du Mal, 1971), de Joël Séria, y otros exponentes memorables de compatriotas como aquel Vicente Aranda de La Novia Ensangrentada (1972) o el José Ramón Larraz de Vampyres (1974).

 

Sin embargo cuando en el nuevo milenio se habla de Vampyros Lesbos se suele pasar por alto el hecho de que esta reinterpretación de Carmilla es más espiritual que práctica porque tiene menos que ver con el “gran motivo” asociado al rubro lésbico, léase la historia de la aristócrata húngara Erzsébet Báthory que marcó a diversos films como por ejemplo Hijas de la Oscuridad (Les Lèvres Rouges, 1971), del belga Harry Kümel, La Condesa Drácula (Countess Dracula, 1971), de Peter Sasdy, y Ceremonia Sangrienta (1973), de Jorge Grau, que con la estructura retórica de Drácula (1897), la novela del irlandés Bram Stoker, y sobre todo con el tono narrativo entre etéreo, hipnótico y sensual del cine de Jean Rollin, señor que desde ya se ubica muy por encima del espectro promedio de calidad de Franco aunque comparte con el español los bajos presupuestos, el dejo pausado y esotérico, todo el lirismo fantástico paradójicamente más mundano y esta obsesión con el vampirismo lésbico cercano a la tetralogía iniciática del francés, aquella de La Violación del Vampiro (Le Viol du Vampire, 1968), La Vampira Desnuda (La Vampire Nue, 1970), Los Temores de los Vampiros (Le Frisson des Vampires, 1971) y Réquiem por un Vampiro (Requiem pour un Vampire, 1972), más odiseas superadoras posteriores de la talla de las geniales Labios de Sangre (Lèvres de Sang, 1975) y Fascinación (Fascination, 1979). Sin jamás reproducir ni remotamente la elegancia y el misticismo del Rollin de la misma época de las obras citadas u otras tan logradas como las macabras La Rosa de Hierro (La Rose de Fer, 1973) y Las Uvas de la Muerte (Les Raisins de la Mort, 1978), Vampyros Lesbos de todos modos es un exponente interesante del esquema ya que eleva la intensidad concupiscente al nivel del sexploitation gracias a la idiosincrasia iconoclasta del amigo Jesús, aquí como en tantas otras ocasiones espantando a los puritanos y beatos de la dictadura franquista con dinerillo alemán y firmando con un seudónimo, Franco Manera, para no saturar al mercado con su propio influjo profesional hiper prolífico, ese que lo llevó a rodar más de 200 películas.

 

El guión de Franco y un jovencito Jaime Chávarri transcurre en Turquía y comienza con los sueños eróticos de Linda Westinghouse (la sueca deliciosa Ewa Strömberg), aparentemente una abogada de un bufete de alta alcurnia que está en pareja con un varón bastante anodino, Omar (Andrea Montchal), que suele concurrir a un consultorio de un psicólogo que no la toma muy en serio, el Doctor Steiner (Paul Muller), y que de hecho se entrega a fantasías oníricas libidinosas con una ninfa de la que luego conoceremos su nombre, la Condesa Nadine Carody (Soledad Miranda), todo entre imágenes de un escorpión amenazante, una insólita cometa en el cielo y hasta una polilla que se mueve alrededor de una red de pesca. Por supuesto que no pasa mucho tiempo hasta que nuestra Jonathan Harker tácita recibe el encargo de tramitar la herencia de Carody, una enigmática y muy hermosa señorita que se sirve de un sicario/ criado algo tenebroso, Morpho (José Martínez Blanco se hace cargo del asistente histórico de los psicópatas del cine de Jesús), gusta de realizar un show lésbico con un maniquí en un club nocturno y está a punto de recibir una tonelada de dinero del Conde Drácula, hoy finado y otrora dueño de un complejo habitacional soleado en una isla de ensueño y no de un castillo gótico símil laberinto del pavor. Después de los típicos delirios de Franco, como la escena de Linda y la condesa bañándose desnudas en la costa segundos luego de conocerse o el detalle de que Westinghouse presencia pero no denuncia cómo un chiflado del montón, Memmet (el propio Jesús, nada menos), tortura a una hembra cualquiera porque se parece a su esposa, una tal Agra (Heidrun Kussin) que fue víctima de Nadine, hace las veces de Renfield y está internada en la clínica privada del Doctor Alwin Seward (Dennis Price), matasanos que a su vez ocupa el lugar de Van Helsing, el resto del metraje se concentra en los encuentros sexuales entre Westinghouse y Carody, esta última pretendiendo convertir en vampiro a la primera cual pareja oficial mientras Omar y Steiner tratan de impedirlo sin ayuda alguna de Seward, loquito que desea mutar en chupasangre.

 

La película, más allá del buen nivel señalado en materia de la carrera del realizador y ese latiguillo temático lésbico por entonces novedoso que marcó a gran parte del cine de terror del período, en el Siglo XXI también es muy recordada por otros dos factores, primero la excelente música de acompañamiento cortesía de Franco, Manfred Hübler y Sigi Schwab, un soundtrack que combina el rock psicodélico, el jazz, la música hindú, el space age pop, la surf music e incluso pinceladas de lo que podría definirse como un proto noise y una versión en ciernes del ambient, y segundo la presencia más recordada y despampanante en la gran pantalla de la ninfa draculiana o “reina de la noche” por antonomasia del mundo del ídolo trash español, Soledad Miranda, una actriz lamentablemente malograda que debutó con Franco en La Reina del Tabarín (1960) para a posteriori participar mediante cameos y roles secundarios en muchas películas vernáculas y un par de westerns estadounidenses rodados en la Península Ibérica, Comanche Blanco (White Comanche, 1968), opus para TV dirigido por José Briz Méndez y protagonizado por Joseph Cotten y William Shatner, y Los 100 Rifles (100 Rifles, 1969), una faena bastante mediocre de Tom Gries con Jim Brown, Burt Reynolds y Raquel Welch, racha que por fin se corta con su inefable intervención en El Conde Drácula (Nachts, wenn Dracula Erwacht, 1970) junto a Christopher Lee y Klaus Kinski, trabajo estrafalario de Jesús que la llevaría a colaborar en cinco propuestas más con el realizador antes de fallecer de repente en un accidente automovilístico en ese mismo 1970 en Lisboa a la edad de 27 años, hablamos de la citada Ella Mata en Éxtasis, Sangre en la Noche (Les Cauchemars Naissent la Nuit, 1970), El Diablo que Vino de Akasawa (Der Teufel Kam aus Akasava, 1971), Eugenie de Sade (Eugénie, 1973) y esta Vampyros Lesbos, epopeya alucinada que como los mejores exponentes de la Clase B compensa sus múltiples errores técnicos con una valentía y un desparpajo terrorista/ contracultural/ rupturista que nunca de los nuncas veremos en el acervo mainstream, casi siempre castrado o moralista…

 

Vampyros Lesbos (República Federal de Alemania/ España, 1971)

Dirección: Jesús Franco. Guión: Jesús Franco y Jaime Chávarri. Elenco: Soledad Miranda, Ewa Strömberg, Dennis Price, Paul Muller, Heidrun Kussin, Andrea Montchal, José Martínez Blanco, Michael Berling, Beni Cardoso, Jesús Franco. Producción: Artur Brauner. Duración: 89 minutos.

Puntaje: 6