Que Madonna siga siendo identificada principalmente como una artista de los 80 es totalmente injusto. Si bien esa fue la década que la transformó en un ícono universal a fuerza de una imagen arrasadora y una veintena de hits planetarios, la Ciccone abrió los 90 con su eterno himno queer (Vogue de 1990) y la clausuró con uno de los grandes discos de pop electrónico de los últimos 20 años (el brillante Ray of Light de 1998). Por otro lado siguió en la cresta de la ola con una trilogía de discos como el aclamado Music (2000), el pseudo guerrilla-look-friendly American Life (2003) -destrozado en su momento y amado por sus ultra fans- y el fantástico Confessions on a Dance Floor (2005), casi un grandes éxitos en tiempo real que aún hoy sigue dominando playlists enteras de baile. Más de veinte años después de su debut, Madonna continuaba marcando el rumbo (y subiéndole el precio a cada productor con el que trabajaba, llámese William Orbit, Mirwais o Stuart Price). Pero algo pasó a partir de Hard Candy (2008), álbum que le dio su último gran hit, 4 Minutes, junto a Justin Timberlake: desde entonces sus discos perdieron todo tipo de cohesión interna para transformarse en festivales de feats y un desfile interminable de productores, dando lugar a pastiches sin rumbo.
Más que nunca, Madonna parece tener una necesidad irrefrenable de mostrar que en tiempos en donde el streaming es rey y a más de 35 años después del comienzo, su carrera sigue siendo relevante. En sus últimas producciones discográficas esto la viene llevando a tomar dos caminos aparentemente contrapuestos: por un lado, tratar de jugar desvergonzadamente en el mainstream -con artistas que la multiplican en popularidad en las plataformas- y por el otro teniendo impulsos de aparente vanguardia. Esta dicotomía queda más que patente en Madame X (2019), cuando lanza su primer single con Maluma (Medellín) y prueba suerte en dúos con Quavo (Future), Swae Lee o la revelación brasilera Anitta, mientras que en otros temas como God Control puede intentar mixturar coros solemnes con techno francés y aventurar una crítica social.
No hace falta aclarar que tratándose de música pop, ninguna de las dos elecciones es criticable per se. El principal problema es que desde hace casi una década y media Madonna viene fallando en producir la materia que le da sentido al pop y por tanto, a ella misma: las buenas canciones.
¿Y qué sucede en Madame X? A priori, es su disco mejor criticado en la década e incluso logró colarse en algunas de las listas de lo mejor del año de varias revistas y sitios especializados. ¿Es para tanto? Veamos. Madame X intenta de alguna manera maquillar la falta de una identidad fuerte creando un disco que incluya “a todas las madonnas” posibles: la comprometida social (Killers Who Are Partying, God Control) y política (Extreme Occident, un bonus track de diversas ediciones), la partuzera (Medellín, Faz Gostoso, Bitch I’m Loca), la multicultural (Batuka), la romántica (Crazy)…
El comienzo con Medellín con Maluma es todo lo divertido y calenturiento que podemos esperar, pero en el mejor de los casos se siente como un (buen) tema del colombiano con la participación de Madonna. Luego de este arranque fiestero llegan los dos temas más pretenciosos del álbum. Dark Ballet está estructurado en varias partes: un comienzo de típica balada, un interludio que cita a El Cascanueces de Piotr Ilich Chaikovski y una mutación con un interludio para volver a la melodía del comienzo. En igual medida God Control arranca con una melodía apoyada en el piano que luego de unos coros pomposos se convierte en un electro house alla Daft Punk. En ambas todo es realizado de una manera tan forzada que resulta difícil disfrutarlas. (Algunos quisieron ver en estas canciones sus versiones de Bohemian Rhapsody, lo que sólo es una prueba de la pobreza y la pereza de cierta crítica).
La influencia de su estadía en Lisboa se traduce de alguna manera en Killers Who Are Partying, en la que intenta traer la hondura del fado pero con magros resultados, mientras que Batuka es… bueno, una batucada con la participación de The Batukadeiras Orchestra, un grupo percusivo compuesto por mujeres portuguesas, lo que se traduce en casi cinco tediosos minutos de dinámica pregunta/ respuesta. Todos estos intentos de mostrarse relevante naufragan en su propia pretenciosidad.
Sin embargo, no podemos criticar a Madonna por tomar riesgos, ya que en varias ocasiones sus jugadas más improbables dieron lugar a algunas de las mejores canciones y discos pop de las últimas tres décadas. (¿Pop bailable más góspel pueden generar una de las más grandes canciones pop de siempre? Claro: Like a Prayer. ¿Electrónica inteligente post-maternidad? Por supuesto: Ray of Light ¿Y qué tal un poco de europop para las pistas en pleno siglo XXI? Cómo no: Confessions on a Dance Floor. Y así podríamos seguir). Sin embargo, en todos estos pequeños hitos nunca perdió de vista la canción como eje de sostén de cualquier idea.
No por nada, los mejores momentos de este Madame X llegan cuando la apuesta por la melodía le gana a la búsqueda de impacto, especialmente en el doble golpe de Crave con Swae Lee, en donde hace pie sobre una balada trapera, y en Crazy, otro midtempo ganador… si bien algo arruinado por la necesidad de Madonna de cantar y recitar parte de la letra en portugués. Los dos temas finales de algunas ediciones deluxe, Looking for Mercy e I Rise, que en otro disco serían fillers, ayudan a levantar el promedio. Entre los otros momentos rescatables están la mencionada Medellín con Maluma y Faz Gostoso con Anitta. (Las otras dos colaboraciones, la espantosa Bitch I’m Loca también con el colombiano y Future con Quavo, se encuentran entre lo más olvidable del álbum). Las autocitas deliberadas (las cuerdas de Vogue en I Don’t Search I Find, la letra de Don’t Tell Me en Future o la de Like a Prayer en Crazy) sólo sirven para recordarnos lo lejos que están estas canciones de las originales que las inspiraron.
En el balance final, Madame X no consigue ninguno de sus cometidos que parece buscar: no logra hacer pie frente al mainstream actual ni propone nada realmente novedoso más allá de sus ínfulas rupturistas. Y lo que es más grave no deja ninguna canción que esté medianamente a la altura de su enorme legado. Si en Rebel Heart (2015) Ghosttown se destacaba como la que probablemente sea la única gran canción que haya dejado Madonna en esta década, en la hora que dura Madame X cuesta imaginar que alguna melodía invite al repeat entusiasta.
Quizás en su encrucijada actual Madonna deba tomar nota de las lecciones de otra estrella (gigante) como David Bowie, quien alguna vez se vio tentado a tratar de ser impúdicamente comercial (a mediados de los 80) o de estar a la vanguardia con los sonidos del momento (recordar sus coqueteos con el jungle), pero que en el crepúsculo de su carrera optó por un elegante clasicismo que lo volvió a poner en lo más alto de todo. Tal vez, sólo pueda salir de sus ilusorios laberintos no tratando de agendar el mejor feat con la estrella más vigente ni de elaborar las melodías más estrambóticas, sino volviendo a desentrañar el mayor de los misterios: el corazón de la canción pop. Y esto sólo lo puede conseguir buscando desesperadamente a Madonna.
Madame X, de Madonna (2019)
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