La agrupación irlandesa Fontaines D.C., formada por el vocalista Grian Chatten, el bajista Conor Deegan III, el baterista Tom Coll y los guitarristas Carlos O’Connell y Conor Curley, constituye un caso bastante raro dentro del rock del nuevo milenio porque su identidad efervescente pasa tanto por lo musical como por lo literario, de hecho fue su amor por la poesía lo que los unió en 2014 y hasta llegaron a editar de manera totalmente independiente dos colecciones de versos antes de transformarse en colectivo musical, Vroom y Winding. Una y otra vez se autodenominaron deudores de Gilla Band, otros muchachos con cuna en Dublín, y de poetas mayúsculos como James Joyce, Dylan Thomas, Allen Ginsberg y W.B. Yeats, algo que se tradujo en obsesiones temáticas y formales como la desilusión del lumpenproletariado, los rituales populares cuasi extintos, la existencia suburbana en general y los ataques a una posmodernidad de unificación cultural, fariseísmo, demagogia y mucha alienación rimbombante y ciega. El título de la banda remite al personaje del actor y cantante estadounidense Al Martino en El Padrino (The Godfather, 1972) y El Padrino Parte III (The Godfather Part III, 1990), ambas dirigidas por Francis Ford Coppola a partir de la novela homónima de 1969 de Mario Puzo, Johnny Fontane, en la ficción ahijado de Vito Corleone (Marlon Brando) y en la “reinterpretación” de los músicos con las siglas añadidas D.C., las cuales simbolizan Dublin City para diferenciarse de una banda de Los Ángeles, The Fontaines. Parte del revival del post punk de la segunda década del Siglo XXI de gente variopinta como Black Country, New Road, Shame, Dry Cleaning, Squid, Idles, Soft Play aka Slaves, Wet Leg, Black Midi, Sleaford Mods, The Murder Capital, Savages y Yard Act, entre otros grupos del Reino Unido e Irlanda, Fontaines D.C. ha sabido evolucionar sistemáticamente con cada disco y evitar caer en las redundancias y progresiva decepción de bandas del post punk más ecléctico de la generación previa en línea con The Rapture, TV on the Radio y esos Interpol posteriores al insuperable debut, Turn On the Bright Lights (2002), cuyo cantante Paul Banks -justo como Chatten- se parece en cierta medida en su estilo al líder malogrado de Joy Division, Ian Curtis, además de una impronta en el caso del líder de los irlandeses deudora de los hermanos Liam y Noel Gallagher, de Oasis, aunque sin jamás llegar a lo nasal estrambótico.
Dogrel (2019) funcionó como un prototípico debut de corazoncito retro ya que transmite por un lado una adrenalina maravillosa, toda una rareza en un nuevo milenio muy insípido, y por el otro lado una mixtura siempre interesante de post punk e indie cercano al power pop, por momentos efectivamente invocando a Joy Division, a veces jugando a ser Ian Dury and the Blockheads y en otras ocasiones asomándose al punk modelo The Libertines o emparentándose con The Smiths e incluso The Cure. A Hero’s Death (2020), en cambio, fue una variación psicodélica y más apesadumbrada del post punk furioso previo que se relaciona con Wire, Television, Bauhaus, Nick Cave and the Bad Seeds y el primer Public Image Ltd., como suele ser común en los últimos años muchas veces recurriendo al recitado o canto semihablado a lo Dry Cleaning, “sprechgesang” según el argot musical anglosajón, amén de algunos coritos que recuerdan a The Beach Boys y The Beatles. Skinty Fia (2022) refrita el sonido de los álbumes anteriores y lo vuelca hacia el rock gótico modelo Siouxsie and the Banshees, The Sisters of Mercy, Echo & the Bunnymen, Love and Rockets y los ya citados The Cure y Bauhaus, a lo que se suma una capa sutil de dream pop en sintonía con Cocteau Twins y Dead Can Dance que tiende a reemplazar la energía de antaño por un trasfondo más etéreo o nebuloso. A posteriori llegó de improviso Chaos for the Fly (2023), simpático disco solista del frontman Chatten que jugaba sin rigurosidad alguna con el folk, el pop barroco, el indie kitsch y un trip hop minimalista que se enrolaba tranquilamente en la corriente confesional de tantos otros vocalistas del pasado que necesitaron una “ruta paralela” para canalizar sus preocupaciones más allá del corsé del proyecto principal y más exitoso. Moviéndose entre el glam, el rock progresivo, la escena alternativa de los 90, el pop barroco, la neopsicodelia y el post punk de siempre, Romance (2024) amplifica el rango estilístico del grupo sin perder la identidad de antaño y favoreciendo un enfoque popero/ luminoso para nada forzado que viene de la mano del oficio y la sabiduría del productor elegido, nada menos que James Ford, señor de moda como lo ratifica su intervención en joyitas recientes como Lives Outgrown (2024), de Beth Gibbons, Nonetheless (2024), de Pet Shop Boys, The Ballad of Darren (2023), de Blur, Memento Mori (2023), de Depeche Mode, y The Car (2022), de Arctic Monkeys.
La breve apertura que intitula el álbum, Romance, retoma mucho del rock gótico de Skinty Fia para bajarle las revoluciones a una típica canción de Siouxsie and the Banshees, imitar en parte aquella dark wave de Depeche Mode y hasta coquetear en el final con el noise de Sonic Youth o The Jesus and Mary Chain circa Psychocandy (1985), todo en el contexto de una letra de separación fatalista en la que el narrador se sumerge en la oscuridad -a sabiendas de que lo que le quedaba de bondad ha muerto- y comienza a enloquecer del dolor al punto de prometerle a la señorita de turno que estará a su lado hasta que muera. Starburster, definitivamente la mejor canción del disco y quizás de Fontaines D.C. en su conjunto, es una pequeña obra maestra que deambula entre el post punk hipnótico de Joy Division y la neopsicodelia de The Stone Roses y los Primal Scream de Screamadelica (1991), combo que incluye desde un sorprendente interludio orquestal, cercano al primer pop barroco de The Beatles y Scott Walker, hasta un Chatten que de hecho canta/ rapea desde la convicción picarona de Ian Brown y Bobby Gillespie pero también de Ian Dury, Mike Skinner alias The Streets y aquel Mike Patton de Faith No More, a su vez una excusa para una letra de adorable prepotencia masculina tendiente a retratar las miserias de la vida cotidiana, jugar con la amplitud y riqueza lúdica del slang británico y desde ya denunciar la hipocresía capitalista, la tiranía moral y esa “felicidad momentánea” del hedonismo bobo contemporáneo de base digital. Here’s the Thing, otra composición estupenda, combina dos de los formatos cruciales de los años 90, el rock alternativo y el britpop, con aquel glam rock de la década del 70 modelo David Bowie, T. Rex y Roxy Music bajo la idea de sopesar los sentimientos encontrados con motivo de una ruptura, fuerte golpe al corazón que en este caso habilita solidaridad/ reciprocidad sentimental para con la contraparte y mucha ironía en lo que atañe al egoísmo compartido, el escurridizo concepto de verdad y un desconsuelo que se padece en el día a día pero también constituye una fuerza anímica ya que se retroalimenta con las peleas cual círculo vicioso de nunca acabar.
Sirviéndose de un mantra dreampopero a lo Cocteau Twins o Galaxie 500 que deja paso a arrebatos rockeros cercanos al grunge, Desire analiza de manera directa el condicionamiento familiar/ educativo/ social desde la mocedad hasta la edad adulta de los sujetos, precisamente tomando al “deseo” del título como un envase vacío que la sociedad y el mercado van llenando subrepticiamente a través de sus diversos agentes al extremo de convertir a cada hombre y cada mujer en nuevos y flamantes consumidores, mentirosos o narcisistas adeptos al conformismo más ramplón y lobotomizado, seres que para colmo nunca obtienen lo que quieren porque la sumisión comunal esclavista funciona igual que el burro con la zanahoria colgada delante de su cabeza mientras camina/ trabaja sin cesar. La dantesca In the Modern World está cantada a dúo con Deegan, el bajista, y recupera mucho del decadentismo elegante de Lana Del Rey, artista que -como los miembros de Fontaines D.C.- gusta de los escritores beatniks de los 50, léase Ginsberg, William S. Burroughs, Jack Kerouac, Gregory Corso y Neal Cassady, entre muchos otros, así las cosas un trasfondo de pop barroco orquestal con guitarras minimalistas enmarca unos versos que en simultáneo celebran y denuncian el sustrato anestesiado del “mundo moderno”, su falsa sensación de libertad y unas ciudades laberínticas en las que la razón y la ley no suelen ir de la mano. En Bug los muchachos encabezados por Chatten juegan a calzarse los zapatos de The Smiths o quizás Big Star, dando por resultado un ejemplo repetitivo y apenas correcto de jangle pop retro sesentoso que le permite al frontman comenzar a despedir sus 20 años y acercarse al terreno de los treintañeros mediante otra fábula de corazón herido, intento de disculpas al paso y mucha angustia suburbana caótica símil Dogrel y A Hero’s Death, amén de una graciosa parodia camuflada en torno a la propensión sermoneadora de las mujeres vía sus sucesivas intentonas fallidas de domesticar al varón. Motorcycle Boy nos reenvía de nuevo a la neopsicodelia de Screamadelica, aquí desde ya pasada por el filtro del art rock y el rock progresivo como corresponde al acervo cultural cerebral del Reino Unido e Irlanda, y reincide con suma inteligencia en sus versos en el condicionamiento social de Desire, hoy incluso homologado a la falta de solidaridad comunal y a esa pasividad o insensibilidad frente a las injusticias que en el Siglo XXI suele derivar en voyeurismo, morbosidad, estupidez y sadismo explícito vía abulia o complicidad cínica, sin embargo en esta ocasión el narrador ve una mínima luz al final del túnel porque la turba parece despertar del soponcio al darse cuenta de que sus intereses no son los de la oligarquía en el poder, esa que controla las instituciones y la circulación del dinerillo capitalista.
La esplendorosa Sundowner rankea en punta como la mejor canción que The Stone Roses jamás grabó para su mítico debut homónimo de 1989, lo que implica que en esencia estamos ante una reproducción milimétrica del arsenal madchesteriano/ neopsicodélico que a fines de los 80 y principios de los años 90 asimismo abarcó a gente como Happy Mondays, James, Inspiral Carpets, 808 State y The Charlatans, papis del britpop de Blur, Oasis y Pulp y a lo lejos de distintas bandas del revival post punk del nuevo milenio y regiones aledañas, por ello aquí Chatten en primera voz y el guitarrista Curley en coros se multiplican hasta el infinito mediante ecos que nos hablan de distanciamientos que aún pueden subsanarse y de la magia fugaz atrapabobos de esos sueños y pesadillas que confunden la realidad con la fantasía. Horseness Is the Whatness deja de fondo unas cuerdas apesadumbradas que complementan una base post punk in crescendo de pulso definitivamente cataclísmico gracias a un remate spectorizado y semi noise, esquema que incorpora una muy buena letra en la que se subraya la pluralidad semántica de las palabras, hablamos de sus significados equívocos y su predisposición hacia la mentira o engaño bajo el argumento de la autopreservación, y en la que se piensa el paso de la ingenuidad de la niñez y la adolescencia a la amargura de la adultez, en los versos a través del recambio de “amor” por “elección” como la palabra que hace girar al mundo o le da sentido, a sabiendas de que existir siempre supone algún tipo de dilema, sumisión o preferencia consciente o inconsciente. Death Kink constituye otro regreso nada disimulado al sprechgesang y aquel post punk del comienzo profesional de Fontaines D.C., hoy a pura distorsión y potencia con vistas a encontrar la verdad en medio del sarcasmo y de hecho satirizar una relación romántica en la que el macho queda encadenado a una hembra castradora/ despótica que no ve con buenos ojos la bohemia y las aparentes borracheras del señor, cuya promesa de amor se hizo añicos por obra y gracia de una proverbial “incompatibilidad de caracteres” entre ambos. Favourite, el cierre de la placa, es un lindo exponente del indie pop en el que el vocalista ahora recibe ayuda del otro guitarrista, un O’Connell que creció en Madrid, y deja de lado su impronta a lo Ian Curtis para unificarse de nuevo con Brown y los hermanos Gallagher y crear una oda refulgente a la sinceridad, el compañerismo proletario y ese “favorito” del título que puede ser un amigo, una novia o quizás alguna dimensión algo olvidada del propio protagonista porque continuamente se enfatiza una coyuntura de reencuentro después de mucho tiempo, amén de esa analogía de fondo entre el primer neoliberalismo represor, oscurantista, aporofobico y hambreador de Ronald Reagan y Margaret Thatcher y esta versión maximizada del Siglo XXI, nuevamente condenando a la miseria a las mayorías populares mientras se las lobotomiza y se las priva de derechos laborales, cívicos y sociales que han costado sangre y sudor conquistar.
En un contexto mainstream actual donde el arte suele equipararse a banalidad o escapismo y el grueso de los productos que circulan en los mercados anglosajón y latino suelen promediar hacia abajo, una característica generalizada de la industria cultural y de su pauperización escalonada, el revival post punk de los últimos años ha sabido inyectarle frescura y vida nueva a un rock que corría el peligro de anquilosarse por el relativo estancamiento de la generación previa de bandas correspondientes a la primera década del nuevo milenio, aquella de The Strokes, The Libertines, Yeah Yeah Yeahs, The Black Keys, Black Rebel Motorcycle Club, Arctic Monkeys, The White Stripes, The National, Arcade Fire, TV on the Radio, The Dandy Warhols, Death Cab for Cutie, The Vines, Franz Ferdinand, Interpol, The Rapture y LCD Soundsystem. En este sentido Fontaines D.C., junto con otras cabezas del movimiento reciente en sintonía con Black Country, New Road, Idles y Shame, ha contribuido significativamente en la relegitimación del rock como música de choque con buenas canciones y una actitud mucho más honesta y aguerrida que la que puede llegar a aportar el grueso de los esperpentos sin talento de hoy en día tanto del indie como de la pata más comercial del emporio musical capitalista. Romance, salvando las numerosas diferencias formales, por un lado se ubica al mismo nivel de calidad de Dogrel, ahora reemplazando el enfoque “en vivo en estudio” con la pompa creativa de las consoladas y computadoras, dejándonos con una primera mitad del disco más inspirada que la segunda parte, y por el otro lado supera a los inferiores aunque de por sí atractivos A Hero’s Death y Skinty Fia, en suma cuatro trabajos que confirman una verdad que creíamos casi suprimida en estos tiempos, hablamos de la posibilidad de un progreso artístico que no comprometa la integridad del grupo ni lo transforme en una autocaricatura destinada al consumo más accesible o prefabricado, cliché del desarrollo profesional e histórico que lamentablemente continúa estando muy vigente porque si hay algo que sobra en nuestra centuria son las bandas con un par de discos iniciales potables o promisorios que luego derrapan en una catarata de banalidades que van desde el vuelco hacia el pop más grasiento y los videoclips millonarios hasta las peleas necias con otros colegas, el recurso de la colección de productores siempre ineptos y desde ya esos mashups/ colaboraciones basura sustentadas en las recomendaciones de los algoritmos y orientadas a los descerebrados con déficit de atención que sólo conocen el lenguaje de YouTube, Spotify y TikTok.
Romance, de Fontaines D.C. (2024)
Tracks: