Takashi Miike es una máquina de hacer películas (ha dirigido más de 70 producciones audiovisuales en distintos formatos). Y como tal tiene errores y aciertos, catástrofes indeseables y maravillas auténticas, crudas. Director de culto, admirado por cineastas como Quentin Tarantino, nunca deja de impresionar con sus exposiciones de sordidez y degradación. Y su demostración gráfica del dolor y la violencia entre personajes ahogados, condenados a vivir rotos, marginados, locos, pervertidos, suicidas, asesinos, drogadictos, forma parte de su indiscutible sello y es una manifestación lúcida que intenta probar que el infierno existe en la tierra y late escondido hasta en la mayor de las inocencias. Claro ejemplo de esto es Audition (Ôdishon, 1999), película que adapta una novela de Ryû Murakami (sin parentesco con Haruki), uno de los escritores más populares de la escena literaria japonesa. En ella, una joven y bella aspirante a actriz, de apariencia tierna e infantil, engatusa a un productor viudo y solitario y lo arrastra hasta el inframundo de la tortura. Es la soledad del protagonista la que habilita el ingreso del sadismo, la instalación de la violencia. Y esta violencia irrumpe, avanza de golpe, como un auto que del neutro salta a la cuarta y se mete en la ruta hasta descarrilar.
Han transcurrido siete años desde que Aoyama (Ryo Ishibashi), un ejecutivo de una compañía de medios audiovisuales, quedó viudo y con su único hijo a cargo. Ante el silencioso asedio de la soledad, o más bien ante el deseo de sentir otra vez la calidez de una relación amorosa convencional, empieza a demostrar necesidades de conocer a alguien y enamorarse otra vez. Padre atento, profesional efectivo, hombre de rasgos sencillos, Aoyama es también tímido y en su necesidad de afecto, vulnerable. En una charla con un amigo (interpretado por Jun Kunimura, quien fuera, entre muchos personajes en variadas producciones, el Jefe Tanaka, tan espectacularmente decapitado por Lucy Liu en Kill Bill, Vol.1, de 2003), con quien comparte profesión, comenta sus intenciones de conocer a una mujer y casarse. El amigo entonces le propone buscarla en una audición destinada al encuentro de una mujer joven con las características que a Aoyama le interesan (inteligente, con formación y en lo posible con intereses artísticos), para desempeñar un rol en una película romántica que pretende producir. Luego de ver decenas de aspirantes en el casting, casi por darse por vencido, Aoyama conoce a Yamazaki Asami (Eihi Shiina), una supuesta actriz de cuestionables antecedentes, y siente que dio con lo que buscaba. Ella, aniñada en su comportamiento, comienza a obsesionarlo con su tímida ternura. Luego del casting y ante la incertidumbre de una negativa, él la llama y concretan una cita. Intercambian palabras inocentes, triviales, se conocen; quedan en verse otra vez. Él, maravillado. Su amigo le previene, le dice que Yamazaki no le da buena espina, que no le cierran algunas averiguaciones que hizo sobre ella. Aoyama, ya en plena obsesión, hace caso omiso; siente que necesita verla lo antes posible. Pero ahora ella demora en contestar. Finalmente atiende su llamada y vemos de fondo una bolsa que se mueve con un cuerpo adentro; empieza el suspenso, el anuncio del terror. La sordidez más pura se acerca. Y como antesala las misteriosas ausencias de Yamazaki en sus futuros encuentros, que llevan a Aoyama a indagar. Descubre episodios pasados fuertemente vinculados a atrocidades de gore puro, de todo tipo y color, de contundencia gráfica, sin aderezos, relacionados con ella, pero así y todo persiste en su letargo amoroso. Nos acercamos a una conclusión de mutilación directa y tortura física: hemos llegado al infierno. Entonces aquel auto descarrilado vuelca en el desierto de la degradación. Miike sabe que la economía es esencial para impresionar. Logra cautivar al espectador principalmente a través del ritmo, sin opulencias cinematográficas. Hasta se permite una escena casi surrealista que retrata a un profesor de piano sádico que afectó a la joven, de modo que se puede rastrear allí (o justificar) su propio sadismo oculto.
Audition no es solamente un despliegue de violencia injustificada y repugnantes demostraciones de gore intenso. Puede entenderse como un ensayo sobre la soledad, una aproximación a las posibles consecuencias que comprenden el actuar con desesperación para llenar el vacío que ésta deja en los propensos. El film es un espectacular ejercicio de terror, suspenso, gore y drama amoroso. Miike demuestra que maneja la oscuridad, el miedo y el dolor con maestría. Y hoy más que nunca, luego de veinte años, su sello continúa impresionando, motivando el morbo que nos nada adentro, que empuja el deseo de percibir el horror, pero siempre con la seguridad de aquel que se asoma al abismo solo para contemplarlo y volver sano y salvo, pero con el abismo y lo que en él vio, grabado para siempre en la memoria.
Audition (Ôdishon, Japón, 1999)
Dirección: Takashi Miike. Guión: Daisuke Tengan. Elenco: Ryo Ishibashi, Eihi Shiina, Tetsu Sawaki, Jun Kunimura, Renji Ishibashi, Miyuki Matsuda, Toshie Negishi, Ren Osugi, Shigeru Saiki, Ken Mitsuishi. Producción: Satoshi Fukushima y Akemi Suyama. Duración: 115 minutos.