Cuando un artista llega a la madurez por regla general tiende a profundizar determinados aspectos de su obra y a obviar muchos otros que puede -o no- haber trabajado en el pasado, ya que la necesidad de quietud que traen los años suele ir de la mano de una especie de conservadurismo íntimo/ personal que privilegia las “zonas de confort” por sobre la experimentación asociada con la juventud. Estas reconversiones cíclicas reaparecen una y otra vez a lo largo de todas las artes y por supuesto el cine está muy lejos de ser una excepción, situación que lamentablemente en ocasiones desencadena respuestas un tanto condenatorias por parte de la prensa y algunos sectores del público. Lo curioso del caso es que son estos últimos quienes terminan embanderándose en una postura en verdad regresiva al no juzgar en su justa medida a la madurez, fase fundamental de toda evolución creativa.
Desde Todo sobre mi Madre (1999) hasta nuestros días la producción de Pedro Almodóvar en su conjunto ha sido agrupada continuamente bajo este estigma, lo que en términos prácticos significa que aquella frescura anárquica de antaño mutó en una estructuración dramática cada vez más estricta y cerebral, en la que los pormenores del guión están en consonancia con un cuidado estético pulido al detalle. Julieta (2016), su opus mas reciente, se ubica en un terreno cualitativo intermedio entre La Piel que Habito (2011) y Los Amantes Pasajeros (2013), quizás los dos extremos mas explícitos de su rango autoral: mientras que la primera constituyó tanto una reafirmación de su destreza para el suspenso (una habilidad del señor que se suele ignorar) como una cumbre de su carrera a secas, la segunda en cambio fue un paso en falso en pos de retomar las características de sus inicios.
La propuesta en cuestión es un melodrama de reencuentro familiar que trabaja de manera esplendorosa y sutil los desajustes que trae aparejado el tiempo; léase la desaparición de los seres queridos, el largo proceso del duelo, la distancia emocional y los conflictos de siempre. Todo comienza con el encuentro fortuito entre Julieta (interpretada en su juventud por Adriana Ugarte y en la adultez por Emma Suárez) y Beatriz (Michelle Jenner), amiga íntima de su hija durante la infancia. Como si se tratase de un castillo de naipes ante una suave brisa, la vida ideal de la protagonista se derrumba frente a la posibilidad de reconectarse con su ya no tan pequeña Antía, de quien no sabe nada desde hace muchos años. La historia se desarrolla de a poco vía una serie de flashbacks/ recuerdos de Julieta que nos llevan a través de distintos momentos de amor, alegría, zozobra e incertidumbre.
El ejercicio rememorativo de turno, ese que permite a Almodóvar edificar un retrato de los vínculos entre los personajes, vuelve a incluir por un lado referencias al cine exuberante de Douglas Sirk y Rainer Werner Fassbinder, y por el otro, algunos ingredientes sardónicos similares a los que podemos hallar en las realizaciones de John Waters y Billy Wilder. El español juega con maestría con cada una de las partes constitutivas de aquellas epopeyas del corazón de mediados de su carrera, pero ahora tamizando el carácter más obsesivo de sus criaturas y poniendo el acento en una necesidad imperiosa de reconciliación: si bien la susodicha siempre estuvo presente en sus películas, antes por lo general aparecía sólo en el desenlace. Aquí la restitución identitaria adquiere la forma del anhelo de Julieta por desentrañar y hacer las paces con un pasado que tuvo que ocultar para poder sobrevivir…
Julieta (España, 2016)
Dirección y Guión: Pedro Almodóvar. Elenco: Emma Suárez, Adriana Ugarte, Darío Grandinetti, Michelle Jenner, Rossy de Palma, Daniel Grao, Inma Cuesta, Pilar Castro, Nathalie Poza, Bimba Bosé. Producción: Agustín Almodóvar y Esther García. Distribuidora: UIP. Duración: 99 minutos.