Jeff Buckley (1966-1997) fue una anomalía para su tiempo, época en esencia dominada por el grunge y el britpop, porque si bien la música del señor poseía un costado visceral o crudo a decir verdad estaba más volcada a una delicadeza rockera sesentosa y setentosa que para la década del 90 había desaparecido casi por completo dentro del panorama mainstream e indie como consecuencia del vendaval artificialoide de los años 80, a su vez la etapa por antonomasia de los teclados y la new wave y de un pop caricaturesco que vació de sentido la contracultura del pasado. Jeff era el hijo de Mary Guibert, una amante pasajera de nada menos que Tim Buckley, héroe de culto del rock avant-garde e inconformista que moriría muy joven de una sobredosis de heroína, específicamente en 1975 a los 28 años de edad, y que editaría una andanada de álbumes misteriosos entre mediados de los años 60 y la mitad de la década siguiente, todos en su conjunto edificando un recorrido que arranca en el folk, el soft rock y el pop barroco, se pasea por el jazz, la psicodelia y el rock experimental para eventualmente desembocar en el funk, el soul y el rhythm and blues. Tim abandonaría desde el vamos al mocoso, preocupado mucho más por su carrera que por cambiar pañales, y por ello la progenitora lo criaría con una flamante pareja que ofició de padrastro, Ron Moorhead, a su vez con un vástago previo, Corey Moorhead. Un prodigio musical desde muy corta edad por influencia familiar ya que Guibert era una pianista y violonchelista con formación clásica, Jeff pasaría su adolescencia y joven adultez viviendo entre Los Ángeles y Nueva York en busca de desarrollar una carrera musical que nunca terminaba de despegar y lo condenaba a trabajar de sesionista en giras y proyectos discográficos de terceros o a tocar en hoteles, cafés y bares pequeños, este último un contexto que disfrutaba porque le permitía testear la llegada de sus propios temas con el público, modificándolos en vivo y readaptándolos entre esa catarata de covers que caracteriza a todo artista por encargo ante una audiencia de legos del montón. Si bien nunca estuvo interesado en continuar el legado de su padre, tanto para reafirmar su propia música como porque lo consideraba una figura abandónica y execrable a la que sólo conoció brevemente de niño, su debut profesional se dio en 1991 en un recital en homenaje a Tim, evento que funcionaría de trampolín para el verdadero despegue a cuentagotas de su trayectoria durante los meses y años posteriores.
Otros pivotes cruciales para ir trepando en la escena musical estadounidense de los 90 fueron unos demos que pudo grabar con la ayuda del manager de su padre, el mítico Herb Cohen, y aquellas actuaciones regulares en un café de Manhattan especializado en shows acústicos, Sin-é, donde mechaba algunas composiciones originales entre sus covers de la más amplia naturaleza, esfuerzos que en 1992 derivarían en un contrato de grabación con Columbia Records por tres álbumes a cambio de la friolera de casi un millón de dólares. El único disco que Buckley editaría en vida, Grace (1994), combinaba el acervo alternativo del período con una sensibilidad masculina homologada al folk y el jazz pero también al rock clásico, dejando entrever que sus intereses iban desde Robert Plant, de Led Zeppelin, y Chris Cornell, de Soundgarden, hasta Nina Simone, Judy Garland, Van Morrison y Nusrat Fateh Ali Khan, sin olvidarnos de su cariño por Al Di Meola, Siouxsie and the Banshees, Édith Piaf, The Smiths y Bob Dylan. El disco, producido por Andy Wallace y con un cover de Leonard Cohen que terminaría convirtiéndose en la gran “carta de presentación” de Jeff, Hallelujah (1984), nunca funcionó en Estados Unidos pero se transformó en un sorpresivo hit en Europa y Oceanía, motivando tours a lo largo y ancho del Primer Mundo durante los tres años siguientes mientras la compañía discográfica lo presionaba para que entregue el sucesor de Grace, titulado tentativamente My Sweetheart the Drunk. El lento ascenso de Buckley como artista y de su debut lo acercaron a una fama para la que definitivamente no estaba preparado y así de a poco fue cayendo en la depresión al punto de coquetear con el suicidio mediante una infinidad de declaraciones que daban cuenta de su inseguridad y de cierto bloqueo creativo producto de la imposibilidad de volver a testear ante un público cualquiera todas las canciones que componía con su guitarra, algo que pudo recrear tocando regularmente en un bar de Memphis, Barristers, reemplazo improvisado que le garantizaba el anonimato que ya no tenía en Sin-é. Luego de unas sesiones de grabación a las que juzgó fallidas porque no congenió con el productor de turno, Tom Verlaine, el célebre líder de Television, Buckley fallece de repente cuando se proponía retrabajar el material acumulado desde cero con Wallace, su socio de antaño, planes que desaparecieron por su ahogamiento aparentemente accidental en un brazo poco amigable del Río Mississippi, aquel Río Wolf.
El fallecimiento de Jeff con escasos 30 años a cuestas, a raíz de su descabellada idea de ingresar al agua con la ropa y el calzado puestos sin que después se encontrase alcohol o drogas en su cuerpo, no sólo dejó trunca su trayectoria sino que motivó la rauda jugada de Columbia de pretender ventilar las canciones grabadas con Verlaine, ante lo cual intervino la madre del finado, Mary, en calidad de curadora de lo que se transformaría en Sketches for My Sweetheart the Drunk (1998), álbum doble editado un año luego del óbito que en su primer disco recopila los temas nuevos, producto de las sesiones con el ex Television, y en su segundo CD presenta unos demos minimalistas de Buckley con nociones adicionales de hacia dónde podrían ir los temas en las futuras -y nunca materializadas- sesiones con el productor de Grace, Wallace. A pesar de que el malogrado músico con el transcurso del tiempo se transformaría en eje de diversos libros, documentales y especiales televisivos, a decir verdad los dos proyectos audiovisuales principales alrededor del susodicho habían dejado sabor a poco o directamente habían resultado decepcionantes, hablamos de Amazing Grace: Jeff Buckley (2004), documental semi amateur de Nyla Bialek Adams y Laurie Trombley de apenas una hora de duración que casi no tuvo distribución a escala mundial, y Greetings from Tim Buckley (2012), biopic muy mediocre de Daniel Algrant que se centra en los preparativos para el show de Jeff -y de muchos artistas más, porque el evento era un festival en Brooklyn- en homenaje a Tim, este último en la piel de Ben Rosenfield y su hijo interpretado por Penn Badgley, más adelante famoso por su Joe Goldberg de You (2018-2025), la serie de Greg Berlanti y Sera Gamble para Lifetime primero y Netflix después. El faltante por fin se compensa con It’s Never Over, Jeff Buckley (2025), documental rutinario aunque interesante de Amy Berg que abarca las distintas facetas del protagonista, quizás saltándose su enigmático noviazgo con Elizabeth Fraser, la cantante de Cocteau Twins, y que nació como otra biopic hollywoodense aunque a cargo de uno de los fans de Jeff, Brad Pitt, quien en algún punto de su trayectoria pretendió interpretar a Buckley hasta finalmente desistir para quedarse con el rol de productor y pasarle la antorcha a Berg, la cual logró un estreno acotado en salas y una distribución televisiva mediante HBO, asimismo responsable de un documental sobre la vida y/ o derrotero de Janis Joplin, Janis: Little Girl Blue (2015).
It’s Never Over, Jeff Buckley en gran medida respeta el tono narrativo de la faena sobre Joplin en materia de moverse entre la condescendencia típica del mainstream y una óptica indie un poco más objetiva que eventualmente termina surgiendo, por más que todos estos “documentales oficiales” caen en la hagiografía, debido al requisito de trazar un trasfondo psicológico en el caso de figuras como Janis y Jeff, cuyas carreras fueron cortadas de raíz de golpe en parte por los sinsabores del tiempo en el que les tocó vivir y en parte por sus propias decisiones, traumas y masoquismo. El principal interés del film de Berg, toda una especialista en el análisis de casos de injusticia dentro del enclave legal yanqui y de abuso sexual en la Iglesia Católica, la industria del espectáculo, el aparato educativo y sectas como la de los mormones, pasa por el material de archivo y los testimonios que aporta la madre, Guibert, y por la presencia de tres parejas de Buckley, léase Rebecca Moore, Joan Wasser y Aimee Mann, y de colegas/ colaboradores/ amigos/ asistentes varios en sintonía con Ben Harper, Michael Tighe, Parker Kindred, Matt Johnson, Tammy Shouse, Michele Anthony, Gene Bowen, Merri Cyr, Dave Shouse y el mismo Wallace más Karl Berger, quien hizo los arreglos de cuerdas de Grace. La intimidad resultante, como decíamos antes crucial para entender el atolladero mental de turno, va pintando de a poco la paradoja de pretender alejarse de la sombra del progenitor para alcanzar un reconocimiento para el que no tenía protección alguna porque su sensibilidad estaba intacta, dicho de otro modo no había coraza que lo resguardase del desgaste de las giras, las entrevistas y la presión del segundo disco, trabajo que sería póstumo y maravilloso aunque Jeff lo consideraba un magro sucesor de su obra maestra inicial. Un fluir artístico marcado por la espontaneidad y una bohemia culta pero naif aparece en permanente primer plano en It’s Never Over, Jeff Buckley al igual que el virtuosismo vocal y en guitarra y letras de Jeff, todo entre mucho material inédito -fotografías, reportajes, grabaciones y registros de recitales- y algunas animaciones que condimentan la pócima con inteligencia y mucho dinamismo. Si bien no agrega nada realmente nuevo a lo ya conocido por la prensa y los admiradores, la película constituye el mejor retrato a la fecha de un músico exquisito que merece una popularidad mucho mayor que la que tiene en nuestro Siglo XXI de cultura mediocre o descartable…
It’s Never Over, Jeff Buckley (Estados Unidos, 2025)
Dirección y Guión: Amy Berg. Elenco: Jeff Buckley, Mary Guibert, Andy Wallace, Rebecca Moore, Joan Wasser, Aimee Mann, Ben Harper, Michael Tighe, Parker Kindred, Matt Johnson. Producción: Amy Berg, Brad Pitt, Jennie Bedusa, Mandy Chang, Christine Connor, Ryan Heller y Matthew Roozen. Duración: 107 minutos.