Es innegable que los hábitos y las prácticas culturales se han transformado radicalmente con la introducción de las nuevas tecnologías digitales en la vida cotidiana. La serie inglesa Black Mirror, creada por el guionista británico Charlie Brooker, ha explorado en este sentido los fantasmas, los temores y las ansias respecto de esta explosión tecnológica regulada por los intereses corporativos desde un ángulo que podría definirse como distópico, o más bien, en un entresijo entre las esperanzas utópicas y las angustiantes fantasías distópicas marcadas por el contubernio entre corrupción empresarial y gubernamental y apatía ciudadana.
Si bien el éxito de Black Mirror se enmarca junto a la trascendencia de otras series británicas como Taboo, Peaky Blinders, Utopia, Sherlock y Doctor Who, por nombrar solo algunas, y tiene como correlato la explosión de la producción y el consumo de series por parte de las nuevas masas cada vez más tecnodependientes y adictas al consumo masivo, la serie de Brooker ha repercutido por una combinación de calidad estética, una visionaria mirada sobre los acelerados cambios culturales producto de las innovaciones tecnológicas y por ser un gran punto de partida para la necesaria reflexión sobre las consecuencias del abuso del consumo tecnológico que la sociedad está experimentando.
Hasta ahora, el mejor análisis en español de la obra de Brooker es de Esteban Ierardo, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, escritor y divulgador cultural, con su texto, Sociedad Pantalla- Black Mirror y la Tecnodependencia, editado por Ediciones Continente, a la par de la emisión de la cuarta temporada de la serie.
Ierardo divide su libro en dos partes, a los que se les agrega una introducción acerca de los alcances y el contenido del texto y un breve epílogo a modo de conclusión, advertencia y reflexión sobre los peligros de la tecnodepenencia para buscar salidas y efugios con la finalidad de evadir el cerco tecnológico y mantener el contacto con la realidad circundante, ya sea bella o angustiante.
En la primera parte el libro de Ierardo traza un recorrido por los antecedentes de Black Mirror a través de dos fuertes influencias. Por un lado señala a La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone), la extraordinaria serie de Rod Serling hoy considerada obra de culto que se emitió entre 1956 y 1964 que tuvo entre sus guionistas a Charles Beaumont, Richard Matheson, Ray Bradbury, Earl Hammer Jr y Reginald Rose. Por otro lado, aparece la influencia directa de La Cabina, un telefilme español de 1972 de Antonio Mercero, por el que ganó varios premios internacionales. En esta parte el texto también encara un principio de análisis de algunas de las características y recurrencias conceptuales de la Black Mirror desde una perspectiva histórica en la que se bosqueja el camino entre las ideas y las obras utópicas y distópicas, como antecedentes, ideales fallidos y esperanzas perdidas que marcan un subgénero literario y cinematográfico de obras de gran influencia en la construcción de una cultura alternativa a la razón instrumental. Esta senda lleva desde los socialistas utópicos, los falangistas y los filósofos de la Ilustración hasta los primeros síntomas de una angustia que se acrecienta a medida que el Siglo XX avanza. En obras como Nosotros (1921) el escritor ruso Yevgeni Zamiatin construye una crítica de las consecuencias del triunfo de los bolcheviques en la Revolución Rusa y la perdida de libertades por parte de los intelectuales. En una de las obras más paradigmáticas y representativas de la estética y el ideario contracultural cyberpunk, Neuromante (Neuromancer, 1984), el escritor William Gibson crea una verdadera distopía claustrofóbica que podría funcionar como preludio de Black Mirror y su logotipo de pantallas negras. Esta primera parte también le sirve a Ierardo para encontrar paralelos históricos y contrastar los conceptos que proponen algunos capítulos con las ideas del filósofo de la Ilustración Immanuel Kant o con las teorías acerca de la guerra, ejes fundamentales para comprender la condición humana, la cultura norteamericana, la industria del armamento con el fin de encontrar los resquicios del vórtice entre utopía y distopía en el que Black Mirror construye sus ficciones.
A estas influencias distópicas se le podría añadir las reminiscencias del extraordinario manga de Masamune Shirow, Ghost in the Shell, llevado a la pantalla en una aterrorizante versión por el realizador japonés Mamuro Oshii, más tarde adaptada en una versión más existencialista como serie por Kenji Kamiyama. En Ghost in the Shell, un grupo comando cibernético antiterrorista, la Sección 9, se encarga de casos de ciberterrorismo en una sociedad capitalista e imperialista donde los seres humanos se han transformado en ciborgs, analizando así de forma filosófica algunos de los problemas que esta nueva forma de existencia mitad humana mitad robótica representa para la psiquis y para el imaginario social.
En la segunda parte Ierardo se adentra en el mundo ficcional de la serie y realiza una descripción y un análisis pormenorizado de cada capítulo de las tres temporadas emitidas antes de la edición del libro. En catorce capítulos, uno por cada episodio de la serie y un capítulo final de reflexión sobre Black Mirror y la tecnología, resaltando el potencial transformador de la serie, pero también su carácter de espectáculo, la dialéctica entre los beneficios y los peligros de las nuevas técnicas, el consumo como ideal y la necesidad de tener una vía de escape o un pasaje entre el mundo real y el virtual.
En Sociedad Pantalla Esteban Ierardo encuentra las contradicciones de una época que se debate entre la extrema concentración de la riqueza y la pobreza más absoluta en un capitalismo cada vez más rapaz, el acceso a los últimos avances tecnológicos y su exclusión total, la posibilidad de crear, consumir y disfrutar y la carencia y la escasez bajo el desatento y descontrolado control económico corporativo.
Sociedad Pantalla esta estructurado con un esquema académico pero Ierardo le imprime al texto una cualidad poética, que se manifiesta principalmente en el final de cada análisis, donde ofrece una mirada bucólica, alejada de los conflictos que Black Mirror plantea dejando entrever que siempre hay una vía de escape de lo virtual hacía la realidad, aunque los personajes atrapados en el espejo negro no puedan divisarla.
Aunque sin nombrarlo, Ierardo recupera el concepto de experiencia de Walter Benjamin para lograr un análisis del espejo negro contratándolo y tamizándolo con algunas de las expresiones culturales del género, con la filosofía de Friedrich Nietzsche, Michel Foucault y Jean Baudrillard. Big Data, la transhumancia y las teorías del científico Ray Kurzweil son algunas de las cuestiones que el autor aborda en el análisis de los capítulos para encontrar en cada búsqueda la síntesis de unos posibles avances tecnológicos que cada vez más nos abrumarán y nos llevarán por delante.
Para Ierardo, Black Mirror mira así el lado oscuro de las tecnologías venideras pero también sus posibilidades sanadoras y sus beneficios, llegando a extremos atemorizantes o esperanzadores, pero sin duda desconcertantes. Mientras que en general los medios masivos crean una falsa dicotomía, aparentemente inocente, respecto de la posible entrada en una era de vigilancia total o en las posibilidades emancipadoras de la tecnología, el espejo negro de la realidad nos devuelve una sociedad cada vez más injusta, concentración de la riqueza en pocas manos, un mundo políticamente cada vez más volátil y una sociedad civil cada vez más harta de sus clases gobernantes y empresariales, pero también una gran apatía de sectores de la sociedad que creen que el consumo los salvará.
Sociedad Pantalla- Black Mirror y la Tecnodependencia, de Esteban Ierardo, Ediciones Continente, 2018.