Chocolate (Chocolat)

La tierra y el cielo se tocan

Por Emiliano Fernández

Durante gran parte de su historia Camerún estuvo dominado por clanes tribales que se la pasaron en guerra o haciendo alianzas durante siglos, etapa de aislamiento que se corta con la llegada de los portugueses en 1472, el comienzo de los intercambios comerciales con europeos y el despliegue de misioneros cristianos. Ya para el Siglo XIX, en el contexto de enfrentamientos entre musulmanes y animistas y del Reparto de África correspondiente al Nuevo Imperialismo (1870-1914), los alemanes se interesaron en el potencial agrícola de Camerún y se dedican a “pacificar” la región estableciendo una colonia y reprimiendo las luchas entre tribus, impidiendo la expansión del Islam y privilegiando el comercio mediante la construcción de caminos y vías ferroviarias a través del trabajo esclavo de los locales. Después de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial el territorio fue dividido en dos zonas, una controlada por Francia y otra muy menor hegemonizada por el Reino Unido que fue administrada desde Nigeria, lo que generó el fortalecimiento del poder galo hasta la crisis de la Segunda Guerra Mundial y la fundación en 1947 de la Unión de los Pueblos de Camerún, un partido político que pedía por la reunificación y la independencia inmediata y fue reprimido salvajemente por las autoridades francesas durante los años 50 y 60. Una autonomía farsesca llega en 1960 y es coronado presidente Ahmadou Ahidjo, el cual además pasa a controlar el sur del Camerún británico después de un plebiscito popular de 1961 sobre el destino de la sección inglesa, con la parte norte -de religión musulmana- optando por unirse a la vecina Nigeria. Con tropas francesas en el país y la sustitución de la agricultura por el petróleo como núcleo del saqueo neocolonial, Ahidjo gobierna mediante sucesivos fraudes electorales hasta 1982, momento en el que es reemplazado por Paul Biya, otro dictador maquillado que desde 2016 está en guerra con la secesionista Ambazonia, esa antigua región anglófona que optó por unirse a Camerún en 1961 y hoy anhela autonomía.

 

No es para nada una casualidad que Claire Denis haya elegido a Camerún como entorno crucial de su ópera prima como realizadora a posteriori de desempeñarse como asistente de dirección en películas varias de Dusan Makavejev, Robert Enrico, Jacques Rouffio, Costa-Gavras, Wim Wenders y Jim Jarmusch, ya que de hecho la parisina pasó gran parte de su infancia de los 50 viviendo en África bajo el mandato colonial francés porque su padre era un funcionario del régimen europeo y solía mudarse cada dos años a distintos puntos de Camerún, Somalia, Senegal y Burkina Faso. Chocolate (Chocolat, 1988) comienza a fines de los 70, durante las postrimerías del gobierno corrupto y servil de Ahidjo en un Camerún supuestamente independizado aunque aún bajo el dominio político, económico y militar de los galos, de la mano de una joven que oficia de álter ego de la cineasta, France Dalens (Mireille Perrier), regresando al país luego de dos décadas con la intención de volver a ver aquella estancia donde vivió cuando niña con sus progenitores, así conoce en la ruta a un afroamericano francófono, William J. Park (Emmet Judson Williamson), que está viajando con su hijo y se ofrece a llevarla en coche primero hasta la estación de ómnibus de Limbe y después a la metrópoli de Duala. El reglamentario racconto nos conduce a Mindif en 1957, donde la versión infantil de France (Cécile Ducasse) está al cuidado de su madre, Aimée Dalens (Giulia Boschi), y el principal criado negro de la parentela, Protée (ese maravilloso Isaach de Bankolé), un morocho que hace de mayordomo, se dedica a labores hogareñas y definitivamente despierta la libido de Aimée, en especial cuando su marido está ausente, el funcionario colonial Marc Dalens (François Cluzet). El negro analfabeto es muy amigo de la nena, que crece experimentando África de primera mano a diferencia de la incomodidad de sus padres, y asimismo está enamorado de la hembra adulta de la casa, situación que a su vez choca con las rígidas normas raciales incluso cerca de la “independencia” de la nación.

 

Denis, a futuro excesivamente seria en cuanto al tono narrativo promedio de sus films y experimental de un modo gratuito a nivel de la edición, en Chocolate maneja muy bien el pulso retórico lánguido que tanto le gusta porque se luce unificando por un lado chispazos de comedia, léase las intervenciones del cocinero anglófono de la casa, Enoch (Donatus Ngala), que se la pasa cocinando budín de Yorkshire cuando Aimée pretende un menú francés más variado, y por el otro lado la tensión erótica entre el personaje de la hermosa Boschi y el sirviente de De Bankolé, algo que va in crescendo porque el primer indicio importante se produce durante la visita de un británico amigo de los Dalens, Jonathan Boothby (Kenneth Cranham), lo que hace que ella se arregle/ embellezca más de la cuenta y deje todo preparado para un cuasi triángulo amoroso platónico que se completa con Luc Segalen (Jean-Claude Adelin), caucásico que arriba con un contingente de trabajadores negros para construir una pista improvisada justo luego de un aterrizaje de emergencia de un avión por una hélice rota en una montaña cercana, así las cosas el extraño, un muchacho y ex seminarista que convive y trata a los africanos como iguales, rápidamente deduce la atracción recíproca entre Aimée y Protée y decide confrontarlo no por ello sino por su actitud ultra obediente y solícita para con la mujer, pelea de por medio en la que el negro se impone sobre el blanco sin golpes. La película también explora con astucia, siempre dentro de la sutileza mayormente muda y/ o críptica de Denis, los efectos de este enfrentamiento y represión romántica, ahora con ella ya entregándose al morocho y siendo rechazada debido a que Protée toma real conciencia de su lugar relegado en la sociedad camerunesa colonial y del gesto patético de la ama de casa blanca símil fetichismo racial, suerte de confirmación de la discriminación que viene de la mano de la “paradoja con patas” de Segalen, el blanco que ama a los negros pero se enfrenta a ellos cuando uno concreto codicia a una caucásica.

 

Chocolate, título polisémico e irónico que apunta al cacao como tentación oscura y eje de una industria esclavista pero también al argot francés racista de la época y a una expresión coloquial vinculada al arte de engañar, precisamente como se engaña a sí mismo el criado durante el relato creyendo que podía encarar una relación con la burguesa blanca, también incluye un retrato fulminante de la fauna colonial que trae el avión varado, nos referimos a dos pilotos bastante soberbios, el Capitán Védrine (Didier Flamand) y Courbassol (Jean-Quentin Châtelain), otra parejita de “oficiales de distrito” de esta burocracia colonial que sirve de espejo exacerbado de los Dalens por racistas e hipocondríacos, Machinard (Laurent Arnal) y su esposa Mireille (Emmanuelle Chaulet), y el clásico oligarca explotador que se dedica a la producción de café y tiene una amante negra esclavizada a la que “paga” con comida robada de la cocina de la parentela protagónica, el gritón y odioso Joseph Delpich (Jacques Denis). Perteneciente a la fase inicial de la carrera de Denis, esa de las también exquisitas No Puedo Dormir (J’ai Pas Sommeil, 1994) y Bella Tarea (Beau Travail, 1999), el film reúne todas sus obsesiones como el imperialismo, los paisajes exóticos, los cuerpos totemizados, la relación entre razas distintas, el influjo narrativo más o menos fragmentario, la eterna incomunicación, un devenir sadomasoquista tácito, el humanismo de la angustia, los tiempos muertos, el deseo negado, una antropología de círculos viciosos y finalmente los vínculos de impronta amistosa, sensual y de sumisión. Mediante la metáfora en boca de Marc del horizonte, punto inalcanzable en el que la tierra y el cielo se tocan, y el gesto de esa France adulta de acercarse quizás en términos románticos a Park, algo rechazado por el negro ya que dejó atrás la mentalidad occidental de un “orgullo racial” que no aplica en la miseria africana, Chocolate piensa los diferentes niveles de marginación, hablamos de las mujeres, los niños, las clases sociales, las nacionalidades y las jerarquías entre sirvientes…

 

Chocolate (Chocolat, Francia/ Camerún/ República Federal de Alemania, 1988)

Dirección: Claire Denis. Guión: Claire Denis y Jean-Pol Fargeau. Elenco: Isaach de Bankolé, Cécile Ducasse, Giulia Boschi, François Cluzet, Mireille Perrier, Jean-Claude Adelin, Laurent Arnal, Didier Flamand, Jean-Quentin Châtelain, Kenneth Cranham. Producción: Alain Belmondo y Gérard Crosnier. Duración: 100 minutos.

Puntaje: 9