Camina o Muere (The Long Walk)

La trampa disfrazada de oportunidad

Por Emiliano Fernández

Para comprender el trasfondo de Camina o Muere (The Long Walk, 2025), film dirigido por un Francis Lawrence que tomó la posta del proyecto de gente tan heterogénea como George A. Romero, Frank Darabont, James Vanderbilt y el noruego André Øvredal, primero hay que tener presente la carrera de Richard Bachman, seudónimo de nada menos que Stephen King, a quien a fines de los años 70 sólo se le permitía publicar un libro por año con la excusa de no saturar el mercado, amén de otra razón para el experimento, la idea de tratar de determinar si su éxito como novelista era producto del azar o de su innegable talento. King se salió con la suya al lograr mantener su identidad oculta durante la edición de cuatro novelas cortas atribuidas a Bachman, hablamos de Rabia (Rage, 1977), La Larga Marcha (The Long Walk, 1979), Carretera Maldita (Roadwork, 1981) y El Fugitivo (The Running Man, 1982), después compiladas en la antología Los Libros de Bachman (The Bachman Books, 1985). Es en el período posterior a la publicación de Maleficio (Thinner, 1984), el quinto volumen, que la farsa es descubierta por un admirador de King, Steve Brown, lo que no impidió que la broma se extendiese un poco más gracias a Posesión (The Regulators, 1996) y Blaze (2007), asimismo firmadas como Bachman, sin olvidarnos que el vínculo entre King y su alter ego nihilista desencadenó el meollo de La Mitad Siniestra (The Dark Half, 1989), novela transformada en película por el querido Romero en 1993. Si bien estos trabajos con seudónimo no llegaron a ser tan famosos como los tradicionales del escritor, Maleficio fue llevada al cine en 1996 por Tom Holland a través del film homónimo y El Fugitivo fue adaptada por Paul Michael Glaser en Carrera contra la Muerte (The Running Man, 1987), aquella relectura muy libre con Arnold Schwarzenegger, a lo que se suma una flamante versión a cargo de Edgar Wright -todavía por estrenarse en lo que resta del año en curso- que se augura más fiel al libro original, El Sobreviviente (The Running Man, 2025).

 

Camina o Muere es la tercera adaptación mainstream de Bachman, en esta ocasión de la muy influyente La Larga Marcha, alegoría del canibalismo social y la violencia auspiciada por los dirigentes y los medios de comunicación que también inspiraría el núcleo duro de El Fugitivo y de buena parte de la literatura y el cine por venir de ciencia ficción, en materia de competencias atroces televisadas. El film forma parte del grupete de obras amenas de Lawrence, un especialista en videoclips y publicidades que saltó al séptimo arte hace dos décadas, nos referimos a las simpáticas Agua para Elefantes (Water for Elephants, 2011) y Operación Red Sparrow (Red Sparrow, 2018), odiseas que superan el sustrato demasiado errático de Constantine (2005), Soy Leyenda (I Am Legend, 2007) y El País de los Sueños (Slumberland, 2022) y dejan atrás las intervenciones del señor en la saga que comenzase con Los Juegos del Hambre (The Hunger Games, 2012), de Gary Ross, rubro que va desde la potable Los Juegos del Hambre: En Llamas (The Hunger Games: Catching Fire, 2013) hasta la mediocridad de Los Juegos del Hambre: Sinsajo- Parte 1 (The Hunger Games: Mockingjay- Part 1, 2014) y su corolario, Los Juegos del Hambre: Sinsajo- Parte 2 (The Hunger Games: Mockingjay- Part 2, 2015), y la condición de bodrio total de Los Juegos del Hambre: La Balada de Pájaros Cantores y Serpientes (The Hunger Games: The Ballad of Songbirds & Snakes, 2023). El guión de JT Mollner, aquel de la semi fallida Forajidos y Ángeles (Outlaws and Angels, 2016) y la taimada Asesino Serial (Strange Darling, 2023), apuesta por el desarrollo de personajes y juega con un pilar de la ficción distópica, ucrónica o postapocalíptica, hablamos de una trampa construida por las elites sociales/ económicas/ políticas aunque “vendida” al populacho como una oportunidad de progreso, por supuesto saltando el detalle de que para salir airoso hay que engullir al prójimo porque el capitalismo no vive de la solidaridad sino de la acumulación de poder y dinero a costa de todo y todos.

 

En un Estados Unidos alternativo correspondiente al Siglo XX, ahora controlado por una dictadura castrense y atravesando una recesión posterior a un conflicto ignoto, especie de segunda guerra civil que tuvo lugar 19 años antes del comienzo del relato, nos topamos con Raymond “Ray” Garraty (Cooper Hoffman, hijo de Philip Seymour Hoffman, genio que murió de una sobredosis accidental en 2014 a sus 46 años de edad), muchacho que recibe el número 47 en La Larga Marcha, un evento anual que se transmite en vivo por televisión y busca inspirar patriotismo y ética laboral abrazando el delirio de elegir por sorteo a un varón de corta edad de cada Estado, cincuenta en total, para que camine sin parar a una velocidad de tres millas por hora -4.8 kilómetros- mientras recibe agua y comida, no puede defecar/ orinar y se ofrece a ser asesinado porque cualquiera que se detenga tendrá sólo tres avisos antes de ser fusilado por los militares que escoltan a los adolescentes en camionetas, jeeps y tanques blindados. El asuntillo es voluntario sólo en los papeles, ya que la miseria social desencadena que casi todos se inscriban, y por cierto el “ganador” es quien sobreviva a semejante gesta y en este sentido se le entregará un premio en efectivo, se le concederá un deseo personal y recibirá las felicitaciones del mandamás del régimen o su cara visible, El Mayor (Mark Hamill, casi irreconocible), un chiflado que se la pasa sermoneando a los condenados a muerte desde el ABC de la derecha chauvinista/ fascista/ jingoísta. Raymond pronto traba amistad con Peter McVries (David Jonsson), un negro con el número 23, y descubre que el tonto repugnante del grupo es Gary Barkovitch (Charlie Plummer), quien provoca una reyerta con otro caminante que deriva en la muerte del joven, Rank (Daymon Wrightly), el número 19. Sin meta de por medio y con muchos cadáveres acumulados, las noches exacerban la vulnerabilidad, las crisis psicológicas y corporales y la desesperación y ansiedad de nuestros muchachos, con sueños y miedos como cualquier persona de su edad.

 

La realización, desde el vamos, explora temáticas que siempre molestan en yanquilandia como por ejemplo ese imperio moderno ya en decadencia, el voyeurismo macabro de las masas, la inestabilidad económica capitalista, la competitividad colectiva ultra absurda, la injusticia en el reparto de la riqueza, la desesperación por trepar en la pirámide plutocrática, la fetichización de la “promesa” detrás de unas nuevas generaciones que siempre repiten errores de antaño, la solidaridad entre extraños, la militarización patética de la comunidad, la insensibilidad estatal como nuevo paradigma y finalmente ciertas conductas repetitivas de base kafkiana, alienante. Enmarcadas por la amenaza marcial/ despótica y por las charlas entre los participantes de esta carrera de resistencia hiperbólica, las muertes se producen por un generoso surtido de causas o factores vulgares en línea con calambres, convulsiones, enfermedades, peleas, algún intento de cagar, un tobillo doblado/ fracturado, el hecho de quedarse semi dormido, el cansancio, la locura, el suicidio, un escape improvisado o quizás un ataque concienzudo contra los soldados, con la pretensión de matarlos a raíz del martirio del camino y el sadismo del evento en sí. A medida que avanza el metraje de a poco se caen las máscaras de cada joven y van aflorando las personalidades y la capacidad de resistencia ante semejante pesadilla que la colectividad -o la pequeña secta de psicópatas en el poder- le impone al individuo mediante herramientas de larga data como el terror, la propaganda y el condicionamiento de tipo conductista, basado en estímulos que llevan a los sujetos a aceptar intereses ajenos o simples órdenes. Camina o Muere, título en castellano que remite al eslogan del afiche anglosajón, en gran medida está más cerca de aquella visceralidad de Batalla Real (Batoru Rowaiaru, 2000), de Kinji Fukasaku, que del mainstream lavado y cool modelo Los Juegos del Hambre o su interpretación surcoreana, El Juego del Calamar (Ojing-eo Geim, 2021-2025), la redituable serie creada por Hwang Dong-hyuk para Netflix.

 

Respetando el minimalismo y prácticamente toda la arquitectura dramática en mosaico de la genial novela de King, la película explora también las consecuencias de una rebelión que germina de a poco entre los jóvenes y se planta tanto frente a La Larga Marcha como ante El Mayor, líder o más bien efigie de la dictadura en el campo discursivo castrense del honor y la obediencia. Otro ingrediente atractivo es el flashback de Garraty, en el que su padre es fusilado frente a su familia por la criatura de Hamill por tratarse de un opositor político, una escena que sirve para enfatizar el marco absolutista del gobierno y para revelar la verdadera intención del protagonista, vengar a su progenitor cargándose al caudillo de estos milicos. Las lecturas paródicas resultan evidentes y podrían resumirse en dos cruciales, la primera consagrada a las legiones de burgueses sonsos de hoy en día que se dedican al running en su modalidad amateur, de hecho participando de a miles en las principales carreras de las metrópolis del planeta bajo el esponsoreo de alguna marca gigantesca del capitalismo que pretende lavar culpas dando una imagen de apoyo a actividades saludables, y la segunda óptica socarrona apunta a los sacrificios del deporte en general y la morbosidad que las disciplinas más violentas despiertan en el público o los fanáticos, dos gremios que de todos modos suelen reclamar sangre sin que importe si hablamos de boxeo y rugby o fútbol y atletismo. La propuesta llega a un mercado repleto de epopeyas similares por obra y gracia del conservadurismo descerebrado del mainstream del Siglo XXI, sin embargo entrega la duración justa, ni un minuto más ni un minuto menos, y está muy bien escrita por Mollner y mejor actuada por todo el elenco desde el humanismo, con Jonsson y Hoffman a la cabeza, el primero visto hace poco como el androide de Alien: Romulus (2024), de Fede Álvarez, y el segundo parte del ensamble detrás de Saturday Night (2024), de Jason Reitman, y siendo el protagonista primordial -junto a Alana Haim- de Licorice Pizza (2021), de Paul Thomas Anderson, su debut en pantalla. Por suerte sólo tenemos a la madre de Ray, Ginnie (Judy Greer), y no se incluyó personaje femenino forzado alguno entre los partícipes de La Larga Marcha, algo que sin duda hubiese respondido a una corrección política demodé y hubiese entorpecido o saboteado la radiografía de fondo de una masculinidad ciclotímica que adora desquitarse y salta de la burla a la fraternidad más sincera, extremos de esta alternativa permanente entre el egoísmo y la ayuda, mucho más en el desenlace cuando el espíritu de camaradería se va licuando y la lógica caníbal y manipuladora de la competencia queda a la vista de todos, eso de que sólo existe un ganador porque los demás murieron en el asfalto…

 

Camina o Muere (The Long Walk, Estados Unidos, 2025)

Dirección: Francis Lawrence. Guión: JT Mollner. Elenco: Cooper Hoffman, David Jonsson, Mark Hamill, Charlie Plummer, Garrett Wareing, Tut Nyuot, Ben Wang, Jordan González, Judy Greer, Daymon Wrightly. Producción: Francis Lawrence, Roy Lee, Cameron MacConomy y Steven Schneider. Duración: 108 minutos.

Puntaje: 8