Pánico (Panique)

La turba que lincha

Por Emiliano Fernández

Para comprender en toda su envergadura a una película como Pánico (Panique, 1946) hay que sopesar su contexto histórico y al responsable máximo detrás, el director y guionista Julien Duvivier: este prolífico profesional comenzó como realizador durante la era muda del séptimo arte y se hizo conocido durante la década del 30 de la mano de sus diversas colaboraciones con el legendario actor Jean Gabin y especialmente gracias al éxito de la recordada Pépé le Moko (1937), un film noir sutilmente exótico que le abrió las puertas de Hollywood y le permitió exiliarse en Estados Unidos durante el escabroso período de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación del país por parte de los nazis, luego de lo cual se propuso regresar a Francia y se topó con una fuerte hostilidad dentro del ámbito cinematográfico vernáculo por el hecho de su mudanza y mini carrera norteamericana a lo largo de los años del conflicto. Esta decisión, vinculada apenas con sobrevivir y continuar con su trayectoria antes que quedarse en la tierra que lo vio nacer y oponer algún tipo de resistencia contra los invasores, fue vista como una cobardía por algunos de sus pares y la subsiguiente marginación/ desprecio/ rechazo se transformó en el eje fundamental del film que nos ocupa, su primera aventura en suelo galo a posteriori del final del conflicto bélico y algo así como un retorno al estilo que caracterizó a su producción durante la década del 30, hablamos de aquel realismo poético que supo compartir con otros directores de la talla de Jean Vigo, Marcel Carné y Jean Renoir, caracterizado por un fetiche para con los excluidos sociales en consonancia con los criminales, los proletarios y los misántropos en general, todo dentro de una coyuntura melancólica y al mismo tiempo extremadamente preciosista.

 

El sustrato amargo y nihilista de la película, una de las obras más memorables del cine de mediados del Siglo XX, toma a la reflexión sobre el antisemitismo de la novela original de 1933 de Georges Simenon, Les Fiançailles de M. Hire, la cual tendría más adelante otra adaptación a cargo de Patrice Leconte, la inferior aunque también interesante Monsieur Hire (1989), para construir un análisis mucho más vasto e intrincado de los prejuicios, la ignorancia, el simplismo, la ceguera y la soberana estupidez del pueblo, quien de manera activa o pasiva convalida situaciones tan espantosas como una ocupación militar, la deportación masiva de personas, políticas hambreadoras eternas o un linchamiento público en esencia basado en la desconfianza y la paranoia más inexplicables y hasta risibles si no derivasen en tragedia, justo como en este caso. La historia comienza cuando liberan del presidio a Alice (Viviane Romance), una bella señorita que cumplió condena por robo siendo inocente y con la intención de proteger a su pareja, un ladrón, estafador y asesino que ahora vive en los suburbios de París y trabaja en un taller mecánico bajo el nombre de Alfred Chartier (Paul Bernard), quien viene de estrangular a una mujer llamada Noblet para robarle siete mil francos de su cartera. Lo que el hombre no sabe es que el asesinato fue presenciado por Désiré Hirovich alias Señor Hire (Michel Simon), un parisino de origen hebreo que fue abogado y que se dedica a la numerología, los horóscopos y la fotografía desde que su esposa se fue con su mejor amigo, detalle que lo transformó en un misántropo que rehúye del contacto humano al punto de generar rumores acerca de sus actividades porque -se sabe de sobra- el bípedo maquina pavadas cuando no entiende algo o a alguien.

 

Sin duda el encanto de la realización de Duvivier, con un guión firmado por él mismo y Charles Spaak, reside en la complejidad del triángulo romántico y la decrepitud moral de fondo: Hire la ve a ella desde la ventana de su habitación porque ambos comparten hotel, así se enamora y le hace saber que su novio es el verdugo de Noblet, algo que el susodicho le confirma en la cama para luego espantarse cuando la fémina le aclara que su vecino incluso tiene una prueba incriminatoria irrefutable que a su vez lleva al dúo de criminales a manipular a Hirovich ganándose su confianza para que ella plante la cartera de la occisa en el cuarto del hombre, estrategia que para colmo complementan con la “difusión” de nuevos chismes acerca del misántropo que incluyen la hipnosis, la pederastia y hasta el clavar agujas en las fotos para desencadenar dolencias varias en los retratados de ocasión. El opus explora con lujo de detalles lo fácil que resulta direccionar el odio popular hacia un chivo expiatorio que libere de culpas al verdadero responsable del crimen o los crímenes de turno, sobre todo en una dinámica social conservadora y claustrofóbica que castiga de manera tácita a cualquiera que no se amolde a los patrones prefijados y/ o cierto ideario en común. Varios son los personajes que encarnan a esta pusilanimidad obrera y burguesa en general: está Capoulade (Max Dalban), el carnicero con ocho hijos del barrio que ataca a Hire porque le critica la carne, luego viene Sauvage (Guy Favières), un patético recaudador de impuestos que la va de intelectual y despotrica contra las artes ocultas, y finalmente está el mismo Chartier, un payaso que fanfarronea cual criminal experimentado ante Alice pero que frente a Hirovich no puede hacer nada ante el ingenio, la rapidez y el brío del hombre.

 

Como tantas otras películas francesas de la época, Pánico deriva en un desenlace marcado por la muerte y la desilusión debido a que efectivamente se forma una turba dispuesta a linchar a Hire, éste logra escapar de manera momentánea de los energúmenos y la policía y su fallecimiento se produce cuando termina colgado de una canaleta de un techo y con los bomberos acercándose, sin poder evitar que caiga al piso, planteo que se encuadra en los acontecimientos históricos de la reciente Segunda Guerra Mundial y nos habla de una perversidad que triunfa y sólo luego es castigada, al igual que las matanzas nazis locales y esos amargos juicios posteriores que representan la derrota comunal del no haber podido impedir la desdicha y hasta ayudar a llevarla a cabo desde distintos niveles de complicidad (aquí es un oficial de la ley, el Inspector Michelet de Charles Dorat, quien halla la prueba condenatoria en relación a Alfred y Alice, una foto del instante del asesinato de Noblet con los detalles escritos detrás). Esquivando las crónicas detalladas de la resistencia francesa o las venganzas que implementaron de manera particular algunos galos contra los invasores alemanes, dos de los recursos retóricos más usados en su tiempo para pensar la atribulada idiosincrasia nacional, el film de Duvivier en cambio apuesta a un delicado erotismo de suspenso, a dos grandes actuaciones por parte de Simon y Romance y a las metáforas enrevesadas de raigambre colectiva, adquiriendo así la obra un tamiz mucho más atemporal y rico a nivel conceptual, esquema que permite indagar en las injusticias cotidianas de todo tipo y la inoperancia de un Estado incapaz de prevenir las barrabasadas de la cultura del odio al diferente, las cacerías improvisadas y la violencia idiota consensuada de siempre…

 

Pánico (Panique, Francia, 1946)

Dirección: Julien Duvivier. Guión: Julien Duvivier y Charles Spaak. Elenco: Michel Simon, Viviane Romance, Paul Bernard, Max Dalban, Guy Favières, Charles Dorat, Émile Drain, Louis Florencie, Lucas Gridoux, Marcel Pérès. Producción: Pierre O’Connell y José Bosch. Duración: 99 minutos.

Puntaje: 9