Megalópolis

La utopía deviene en fiasco

Por Emiliano Fernández

Pedirle una buena película al Francis Ford Coppola del Siglo XXI, el mismo de propuestas muy flojas o desparejas como Juventud sin Juventud (Youth Without Youth, 2007), Tetro (2009) y Twixt (2011), en esencia equivale al hecho de esperar peras del olmo, no obstante el corazoncito cinéfilo siempre se abraza a una mínima esperanza porque es propio del ser humano autoengañarse y además en el caso en cuestión el contexto ayudaba bastante en este sentido, pensemos que la película que nos ocupa, Megalópolis (2024), es un film tan independiente e histérico como los citados pero de una proporción muchísimo más grande ya que el presupuesto rondó los 120 millones de dólares, en parte aportados mediante un subsidio por el Estado de Georgia, para el rodaje en su ciudad capital, Atlanta, y en su gran mayoría surgidos del propio bolsillo del cineasta, quien vendió parte de su exitosa bodega en el Valle de Napa, en el Estado de California, para no tener que sufrir la intervención invasiva constante de los ejecutivos de los grandes estudios de Hollywood de la etapa inmediatamente previa, aquella de El Padrino: Parte III (The Godfather: Part III, 1990), Drácula (1992), Jack (1996) y El Poder de la Justicia (The Rainmaker, 1997), films que tuvo que realizar -junto con el pelotón más humilde de los años 80- para por fin saldar las deudas contraídas en ocasión del fracaso en taquilla de la también autofinanciada Golpe al Corazón (One from the Heart, 1982), querido musical con un soundtrack glorioso de Tom Waits, a su vez el evidente “punto final” de su fase de preeminencia industrial enmarcada en la seguidilla de cuatro obras maestras de la década del 70, El Padrino (The Godfather, 1972), La Conversación (The Conversation, 1974), El Padrino: Parte II (The Godfather: Part II, 1974) y Apocalypse Now (1979), epopeyas correspondientes al Nuevo Hollywood.

 

El generoso tamaño del proyecto a priori parecía indicar que Coppola no caería en su típica autoindulgencia y sus múltiples caprichos artísticos con vistas a asegurar un trabajo que recupere la inversión siendo relativamente “amigable” con el gran público, precisamente porque la película desde el vamos se nos presentaba como una denuncia con destino masivo en contra del capital caníbal que gobierna Estados Unidos desde mediados del siglo pasado, no obstante la realidad vuelve a darle la espalda al sentido común y nos topamos con un mamotreto sin pies ni cabeza que puede ser elogiado por su ambición y valentía aunque a nivel de la coherencia artística y el mismo ritmo narrativo hace agua por todos lados. La ridícula y convulsionada trama se centra en César Catilina (Adam Driver), un arquitecto de una Nueva York futurista llamada Nueva Roma que lidera la oposición contra el alcalde conservador de turno, Franklyn Cicerón (Giancarlo Esposito), inexplicablemente controla el fluir del tiempo -de hecho, puede pararlo y reanudarlo a gusto- y pretende erigir una utopía citadina, bautizaba Megalópolis, que solucionaría todas las injusticias e inequidades del capitalismo gracias al Megalón, un material de construcción bioadaptativo. Mientras salta de una amante a otra, léase de la conductora televisiva Wow Platinum (Aubrey Plaza) a nada menos que la hija de Cicerón, Julia (Nathalie Emmanuel), a la cual deja embarazada, Catilina padece sucesivas campañas de desprestigio por parte de su contrincante político e incluso un intento de asesinato orquestado por el payaso neofascista Claudio Pulcher (Shia LaBeouf), nieto del tío de César, Hamilton Craso III (Jon Voight), un oligarca del sector bancario que ve con horror la movida de Wow Platinum, su eventual esposa, para tomar posesión de su fortuna aliándose con Pulcher, por cierto el nuevo amante de la señorita.

 

A pesar de que el film cuenta con un puñado de puntos a favor, sobre todo algunos chistes inteligentes/ cultos al paso, unos CGIs que por baratitos no dejan de ser imaginativos e inconformistas y desde ya el maravilloso desempeño de un Driver en modalidad “genio incomprendido y masoquista” y de una Plaza que suele opacar al resto del elenco cada vez que está en pantalla, aquí encarnando a una femme fatale bien putona y salvaje que anhela dinero y capacidad de influencia cuanto antes, tampoco se puede esquivar la colección de problemas que arrastra la película y el tedio que genera con el correr de los minutos, una bolsa en la que entran la voz en off siempre redundante de Laurence Fishburne como el asistente y chofer del protagonista, Fundi Romaine, muchísimos detalles surrealistas de lo más gratuitos o desconcertantes, esos diálogos teatrales antinaturalistas que cansan rápido, el grotesco improvisado y sin sentido cubriéndolo todo (desde el diseño de producción de Beth Mickle y Bradley Rubin y la fotografía de Mihai Malaimare Jr. hasta la misma edición de Cam McLauchlin, Glen Scantlebury y Robert Schafer y la música de Osvaldo Golijov), un sinfín de personajes y actores desperdiciados, como por ejemplo Dustin Hoffman, Talia Shire, Jason Schwartzman y los ya nombrados Voight y Fishburne, una duración por demás excesiva que tiende a repetir situaciones y por supuesto la analogía burda -continuamente en primer plano- con la República Romana (509-27 a.C.), aquel período intermedio entre la Monarquía Romana (753-509 a.C.) y el Imperio Romano (27 a.C.-1453 d.C.), para colmo fuente de inspiración del relato ya que el susodicho a nivel espiritual sigue el derrotero de la Conjuración de Catilina del año 63 a.C., un intento fallido de Golpe de Estado por parte del semi populista Lucio Sergio Catilina contra su archienemigo político, Marco Tulio Cicerón.

 

Las buenas intenciones de izquierda de Coppola, siempre preocupado por enfatizar que el humanismo de Catilina es la única solución contra la derecha elitista petrificada de Cicerón y el neo fascismo mitómano, manipulador, cruel, hambreador, bobo y represivo de Pulcher, un sinónimo de excrementos con patas como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei, honestamente no desembocan en ningún momento en una historia atractiva o razonable en serio debido a las autoindulgencia e improvisación señaladas y el hecho de que la coctelera conceptual de fondo resulta torpe y muy caótica, por ello por un lado tenemos una evidente obsesión con cinco estereotipos del rubro de la corrupción moral colectiva, hablamos de las pesadillas metropolitanas de Metrópolis (1927), de Fritz Lang, y Blade Runner (1982), del gran Ridley Scott, y la representación del poder y sus depravaciones/ prebendas/ delirios de Calígula (1979), de Tinto Brass, La Hoguera de las Vanidades (The Bonfire of the Vanities, 1990), de Brian De Palma, y Ojos Bien Cerrados (Eyes Wide Shut, 1999), opus de Stanley Kubrick, y por el otro lado están los otros dos pivotes simbólicos de la trama, primero la fundación de Brasilia en 1960 cortesía del presidente Juscelino Kubitschek y los arquitectos Lúcio Costa y Oscar Niemeyer, ejemplo de la idiotez de pretender resolver los problemas sociales, económicos y culturales desde un urbanismo naif que no contempló la aparición de gigantescas barriadas miserables habitadas por los trabajadores migrantes o “candangos” que construyeron aquella urbe vanguardista, y segundo el arquitecto individualista patético Howard Roark de El Manantial (The Fountainhead, 1943), la novela más famosa de Ayn Rand junto con La Rebelión de Atlas (Atlas Shrugged, 1957), dos trabajos emblemáticos de la esperpéntica autora y su obsesión con negar todo altruismo y ponderar las “bondades” del egoísmo y el capitalismo de libre mercado o laissez faire. Este Coppola de 85 años de edad se divierte citando al expresionismo alemán, el cine mudo y el surrealismo francés y construye su parodia tácita de El Manantial, a su vez adaptada cinematográficamente en 1949 por King Vidor con Gary Cooper en el rol de Roark, poniendo patas para arriba el proto neoliberalismo psicópata de Rand mientras apuntala el humanismo ultra utópico del Catilina de Driver y nos ofrece un “final feliz” de reconciliación entre derecha e izquierda que no se condice con la realidad y resulta tan ingenuo como aquel desenlace de paz entre obreros y magnates parasitarios de Metrópolis. A sabiendas de que ya no hay nadie más a quien culpar porque, como decíamos con anterioridad, el director y guionista produjo el film sin testaferros ni dinerillo externo significativo, la propuesta lamentablemente deviene en fiasco ya que semejante alegoría sobre la política, la banalidad global del Siglo XXI, los medios de comunicación carroñeros y el exceso y la codicia de la alta burguesía se sostiene en simplismos discursivos de toda índole y un melodrama cursi y demasiado impostado…

 

Megalópolis (Estados Unidos, 2024)

Dirección y Guión: Francis Ford Coppola. Elenco: Adam Driver, Aubrey Plaza, Giancarlo Esposito, Nathalie Emmanuel, Jon Voight, Shia LaBeouf, Laurence Fishburne, Talia Shire, Jason Schwartzman, Dustin Hoffman. Producción: Francis Ford Coppola, Michael Bederman, Fred Roos y Barry J. Hirsch. Duración: 138 minutos.

Puntaje: 3