Para la segunda mitad de la década del 60 y los primeros años de los 70 la Hammer Film Productions estaba en crisis financiera en términos de pérdida escalonada de espectadores otrora fieles porque el Nuevo Hollywood le había copado el nicho de mercado en el que la mítica productora británica se sentía cómoda desde fines de los 50, ese segmento orientado a la violencia y el sexo o mejor dicho al horror con mucha sangre de rojos histéricos y con una sensualidad sobre todo apuntalada en señoritas tetonas/ putonas de alaridos siempre potentes. La repentina y oportunista modernización que trajo aparejada en Estados Unidos la desaparición del Código Hays por su sustrato profundamente anacrónico, nos referimos a aquel sistema de censura intra grandes estudios norteamericanos que dominó buena parte del Siglo XX, por un lado estuvo vinculada con el pacifismo, la rauda revolución sexual, el hippismo y los movimientos por los derechos civiles, un cóctel que explica los maravillosos e irrepetibles “aires de cambio” del período, y por el otro lado provocó la decadencia de muchas productoras marginales que pasaron de tener contratos de distribución exclusiva con Hollywood a tratar de competirle sin éxito alguno de modo independiente porque el mainstream empezó a filmar sus propias películas osadas para el público adulto y masivo, una fase histórica efímera ya que esta madurez del aparato cultural estadounidense llegaría a su fin a través de una nueva avanzada conservadora durante las décadas del 80 y 90, gran génesis a su vez para el neopuritanismo del nuevo milenio aunque bajo un contexto muy distinto porque hoy por hoy ya casi no existe un cine verdaderamente iconoclasta, valiente y/ o aguerrido mientras que en los 60 y 70 lo podíamos encontrar con facilidad tanto en la industria de alcance planetario como en estos segmentos más underground del mercado.
La Hammer, acorralada al no poder sobrepasar el volumen de violencia de los tanques yanquis del momento, opta por reciclar de distintas maneras las fórmulas harto conocidas que le funcionaron en el pasado, léase el horror gótico de influjo clasicista, así cocina una serie de productos polirubro como las dos obras de Drácula (Christopher Lee) y el Profesor Van Helsing (Peter Cushing) que transcurren en aquella actualidad setentosa, Drácula 1972 D.C. (Dracula A.D. 1972, 1972) y Los Ritos Satánicos de Drácula (The Satanic Rites of Dracula, 1973), ambas propuestas en parte autoparódicas de Alan Gibson, un díptico en donde lo femenino pasa al primer plano, Dr. Jekyll y su Hermana Hyde (Dr. Jekyll & Sister Hyde, 1971), de Roy Ward Baker, y La Condesa Drácula (Countess Dracula, 1971), de Peter Sasdy, la primera con un insólito protagonista hermafrodita y la segunda analizando la leyenda de la aristócrata húngara Erzsébet Báthory, o hasta intentonas en formatos ya posmodernos de la mano del proto slasher Miedo en la Noche (Fear in the Night, 1972), de Jimmy Sangster, y la faena de sectas desquiciadas Una Hija para el Diablo (To the Devil a Daughter, 1976), de Peter Sykes, productos con unas Judy Geeson y Nastassja Kinski ultra victimizadas. Ahora bien, las experiencias más extrañas o los manotazos de ahogado más recordados de los últimos años de la Hammer, antes de bajar el telón y desaparecer a fines de los 70, fueron Los 7 Vampiros de Oro (The Legend of the 7 Golden Vampires, 1974), un delirio mayúsculo de Baker y Chang Cheh que combinaba terror y kung fu modelo Shaw Brothers, y Capitán Kronos: Cazador de Vampiros (Captain Kronos: Vampire Hunter, 1974), opus muy disfrutable de Brian Clemens que unificaba a los queridos chupasangres con el swashbuckler o cine de capa y espada en línea con Douglas Fairbanks o Errol Flynn.
Clemens, aquí además escribiendo el guión y entregando su única película como realizador luego de un larguísimo derrotero como libretista televisivo y cinematográfico en especial para dos hermanos productores del enclave de la Clase B, Edward J. y Harry Lee Danziger, periplo en el que se destacan sus guiones para anomalías muy interesantes como la citada Dr. Jekyll y su Hermana Hyde, De Repente, la Oscuridad (And Soon the Darkness, 1970), de Robert Fuest, y Terror Ciego (See No Evil, 1971), de Richard Fleischer, nos presenta las aventuras de ese Capitán Kronos del título (el actor alemán Horst Janson fue doblado por su colega inglés Julian Holloway), ex soldado y espadachín experto carilindo que tiene de asistente a una especie de Van Helsing aunque más grotesco, el Profesor Hieronymus Grost (John Cater), un jorobado que todo lo sabe en materia de vampiros, y de amante a una linda gitana, Carla (la legendaria Caroline Munro), ninfa a la que rescata de un cepo al que fue condenada por osar bailar durante el Sabbath. En esencia convocados por el Doctor Marcus (John Carson), un antiguo compañero de armas del capitán, para que lo ayuden a detener lo que parece ser una racha asesina de un chupasangre en un pueblito europeo del Siglo XIX en el que efectivamente una retahíla de hermosas mujercitas se quedan sin su juventud y envejecen de repente hasta fallecer después de ser hipnotizadas por una figura ignota, con un hilo de sangre en sus bocas como detalle macabro adicional, Kronos y Grost esquivan a un cruel sicario en una cantina, Kerro (Ian Hendry), y eventualmente entran en contacto con los principales sospechosos, un clan de origen noble compuesto por la añosa Lady Durward (Wanda Ventham), viuda del también espadachín Lord Hagen Durward (William Hobbs), y por los dos hijos ultra hedonistas del matrimonio, Paul (Shane Briant) y Sara (Lois Daine).
Como ocurría en tantas epopeyas tardías de la Hammer, en Capitán Kronos: Cazador de Vampiros el aggiornamiento queda de manifiesto desde el vamos y se condice primero con la preeminencia del erotismo por sobre el gore y segundo con un rodaje en locaciones muy iluminadas que se contraponen a los estudios lúgubres de los films de la productora de los 50 y 60, además la película responde al cinismo post Swinging London y por ello pululan las pinceladas bizarras como la presencia de personajes siempre esperpénticos y la enorme importancia que en la trama tienen el mesmerismo/ hipnotismo y este planteo de fondo de combinar el horror con el western, el misterio detectivesco, el folletín de aventuras, el film noir e incluso el chanbara o cine de samuráis. Entre los ingredientes en contra se pueden nombrar las actuaciones flojas, cierta lentitud narrativa, unas coreografías algo lamentables para las escenas de combates con espadas y un trabajo mediocre a nivel del maquillaje, no obstante estos deslices rápidamente son compensados por los diálogos irónicos, el mentado marco libidinoso del relato, aquella escena de la ejecución de un Marcus transformado en una criatura sedienta de hemoglobina -nuestros cazadores le clavan una estaca de madera, lo ahorcan y terminan matándolo con un crucifijo de acero- y el detalle de utilizar a actores varones veteranos para las víctimas femeninas a punto de morir. Como si se tratase de una reflexión socarrona sobre la vejez, la aristocracia, el rencor, la belleza, los pueblos chicos, sus secretos, la búsqueda utópica de juventud y el parasitismo capitalista, el film hace un buen uso de una premisa demencial y cuasi comiquera que le permite vagar por los enigmas bucólicos, los antihéroes, el terror folklórico, las hembras apetitosas y esas excentricidades varias como los sapos muertos enterrados que reviven cuando un vampiro cabalga cerca…
Capitán Kronos: Cazador de Vampiros (Captain Kronos: Vampire Hunter, Reino Unido, 1974)
Dirección y Guión: Brian Clemens. Elenco: Horst Janson, John Cater, Caroline Munro, Shane Briant, Lois Daine, Ian Hendry, John Carson, Wanda Ventham, William Hobbs, Brian Tully. Producción: Brian Clemens y Albert Fennell. Duración: 91 minutos.