Sinceramente existen muchas películas sobre una hipotética figura de autoridad que entabla una relación de docente/ alumno -a veces tácita, en otras ocasiones explícita- con un jovenzuelo curioso e interesado en aprender los “secretos” del devenir cotidiano de los adultos y/ o simplemente de las personas más experimentadas, sin embargo muy pocos films han logrado combinar con eficacia el sustrato en cuestión con dos fórmulas asociadas que pueden o no estar presentes dentro del planteo general, léase la centrada en una generosa diferencia de edad entre ambos protagonistas y aquella otra que gira alrededor de una relación romántica propiamente dicha que va surgiendo con el discurrir del vínculo y de forma más o menos impulsiva. La obra que nos ocupa, Harold and Maude (1971), es un verdadero oasis dentro del rubro porque además de equilibrar con maestría los componentes previos consigue sumar también mucha irreverencia y una bella morbosidad a la mixtura de base, todo debido a un guión muy pulido del por entonces debutante Colin Higgins y a la magistral dirección de Hal Ashby, cuyo período de oro abarca una envidiable catarata de clásicos durante la década del 70 que incluye a El Último Deber (The Last Detail, 1973), Shampoo (1975), Esta Tierra es mi Tierra (Bound for Glory, 1976), Regreso sin Gloria (Coming Home, 1978) y la genial y siempre presente Desde el Jardín (Being There, 1979).
La historia comienza enfocándose en Harold (Bud Cort), un veinteañero obsesionado con la muerte que monta regularmente suicidios ficticios muy elaborados, se compra un coche fúnebre y suele asistir a entierros de desconocidos como hobby, un fetiche que enerva a su madre, la Señora Chasen (Vivian Pickles), una burguesa adinerada, controladora y distante que basa toda su vida en la dialéctica de las apariencias en público y el acto sin fin de presumir y presumir. La mujer, con la que el muchacho vive en una inmensa mansión repleta de sirvientes, envía a Harold a un psiquiatra (George Wood), un tremendo inútil que no consigue que el muchacho hable de sus sentimientos, asimismo induce a su hijo a que visite a su Tío Victor (Charles Tyner), un militar de alto rango hiper fascista que admira a Richard Nixon y perdió un brazo en combate, y para colmo desea conseguirle una esposa y para ello contrata a un servicio de citas por computadora que rechaza a las “gordas y feas”, sin embargo el joven logra espantar a las tres candidatas en sus correspondientes entrevistas mediante la escenificación de una autoinmolación a lo bonzo, la amputación de una mano con una cuchilla y hasta un simpático harakiri. El cambio para Harold se produce cuando eventualmente conoce a Maude (Ruth Gordon), una anciana de 79 años adepta a robar autos, la velocidad, los entierros, las experiencias sensoriales y el arte de posar desnuda.
La película va construyendo con enorme paciencia y cariño -y desde la comedia negra de influjo existencialista, con toques de absurdo y hasta interpelación a cámara- la relación entre ambos personajes pasando por su encuentro fortuito y el descubrimiento por parte del muchacho de la idiosincrasia vitalizante de Maude hasta llegar al nacimiento de un amor mutuo que escapa a todo prejuicio o criterio limitante desde el ámbito que sea: atravesados por un esquema de opuestos que se atraen ya que cada uno comprende y acepta la paradoja del otro, el primero está en la plenitud de su vida pero coquetea constantemente con la muerte y la segunda está muy cerca del fin pero rebosa energía por cada uno de sus poros, regalándole a su contraparte una filosofía hedonista muy sincera en la que todo es posible porque las novedades, el disfrute y la apertura mental son estados permanentes que no aceptan ningún tipo de constricción social que impida el éxtasis de aprovechar al máximo cada momento. Maude, con toda la razón del mundo, considera que la mayoría de la humanidad vive en jaulas patéticas autoimpuestas y propone en cambio una individualidad desvergonzada y apabullante que anule los principios uniformizadores/ banalizantes/ empobrecedores que nos imponen tanto el mercado como la misma comunidad en la que habitamos en general. Ella le muestra sus pinturas expresionistas, lo acompaña a ver la demolición de un edificio, juntos visitan un invernadero, campos de flores y cementerios varios, roban autos aquí o allá, trasplantan un árbol moribundo de ciudad a un bosque, Maude le contagia al joven su amor por la música mediante un banjo, ambos flipan un poco fumando alucinógenos y por supuesto la pareja tiene sexo en el vagón de tren/ casa de ella.
Así como Higgins hace maravillas combinando la fascinación que despierta en Harold la efervescencia imparable de Maude y el trasfondo sumamente conservador/ derechoso de la familia del protagonista masculino, Ashby consigue actuaciones extraordinarias por parte de Cort y Gordon al punto de que la arquitectura dramática logra que las diferencias unan a los dos personajes con naturalidad y astucia sin recurrir a lo que con los años -y sobre todo a partir de la década del 80- sería el engranaje estándar del subgénero, hablamos de esas insoportables sobreexplicaciones y subrayados retóricos lamentables vía diálogos que no sólo dilapidan cualquier riqueza conceptual de fondo sino que destruyen la misma dimensión humana detrás de los adalides del relato al coartar su quid contradictorio, eje fundamental para la empatía del otro lado de la pantalla en función de una vulnerabilidad que siempre debe sentirse honesta/ verosímil. Por otro lado, el film incluye una hermosa colección de canciones de Cat Stevens, años antes de su conversión al Islam y la adopción del nombre de Yusuf, y muchísimas escenas graciosas como las de los suicidios de Harold, las entrevistas con las tres burguesitas aburridas a expensas de la Señora Chasen, todo el episodio del árbol trasplantado y la persecución del policía motorizado (en la piel de nada menos que Tom Skerritt), la farsa que ambos montan ante los ojos del Tío Victor para impedir que él y su madre alisten al muchacho compulsivamente en la milicia, y en especial los tres estupendos soliloquios a cámara -dirigidos a Harold y motivados por su decisión de casarse con Maude- del psiquiatra, el Tío Victor y un sacerdote (Eric Christmas) con el que la pareja solía toparse cuando asistían a entierros y aparatosos servicios sacros en iglesias.
Ahora bien, a diferencia de tantas obras semejantes de ayer y hoy, Harold and Maude va mucho más allá del catalizador concreto del comportamiento y el ideario de los miembros del dúo, léase -en primera instancia- la infancia en Viena de ella, su misterioso matrimonio y su paso por el campo de concentración de Auschwitz, y -en segundo término- el primer “acercamiento” a la muerte por parte de él, cuando en el laboratorio de química de un internado escolar mezcló ingredientes al azar, generó una explosión y luego se fue sin ser visto a su hogar, donde presenció otra de las poses afectadas, ridículas y mentirosas de su madre cuando dos policías le comunicaron que su hijo había muerto en el incendio resultante, lo que desde ya llevó a Harold a percatarse que en esencia a su madre le importa un comino su único vástago (el padre aparentemente falleció muchos años atrás y tampoco era tenido en cuenta por su esposa). Dicho de otro modo, el atribulado joven está en verdad obsesionado con la muerte porque la considera una válvula de escape con respecto a una vida que estima empardada con la existencia inerte e hipócrita de su madre, a quien además fantasea asesinar, y de las chicas burguesas que ésta eligió para él; no obstante cuando llega a conocer a Maude la vida se transforma en algo más, en una amplitud que pide con fervor ser descubierta, en una posibilidad hermanada a la libertad real, no a ese conglomerado de comportamientos sociales estancos insignificantes de nuestros días y su ilusión de libre albedrío sino a una suerte de militancia mundana antiinstitucional, enajenada, algo freak y contracultural que enarbola al arte, la fertilidad, el delirio, la frescura y la desobediencia más jocosa y osada como banderas fundamentales del fluir cotidiano. La película edifica un alegato humanista de autoafirmación que apuesta a la anarquía en la praxis y niega toda legitimación a los esquemas estatales de tiranía/ opresión y su constante vigilancia pública homogeneizadora, dando a entender que el amor puede transformarse en un puente inmejorable al momento de derribar todo recelo o apariencia de distancia para alcanzar una cultura compartida basada en la franqueza y la autodeterminación espiritual aguerrida…
Harold and Maude (Estados Unidos, 1971)
Dirección: Hal Ashby. Guión: Colin Higgins. Elenco: Bud Cort, Ruth Gordon, Vivian Pickles, Charles Tyner, George Wood, Eric Christmas, Tom Skerritt, Judy Engles, Shari Summers, Ellen Geer. Producción: Colin Higgins y Charles Mulvehill. Duración: 91 minutos.