25° BAFICI

La vigencia del cine independiente

Por Martín Chiavarino

En medio del cierre temporal del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y de los recortes en todos los ámbitos de la cultura, la ciencia y la educación bajo un nuevo gobierno que se auto percibe liberal sin serlo demasiado, el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI) festejó con un tono agridulce su veinticinco aniversario del 17 al 28 de abril en sus sedes habituales del Cine Gaumont, el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, la Sala Lugones del Teatro San Martín y el Centro Cultural San Martín, a las que este año se sumaron el complejo de Plaza Houssay de Cinépolis y las salas de cine arte Cacodelphia.

 

Si el surgimiento del BAFICI fue un consecuencia de la aquiescencia de gran parte de la ciudadanía de que la cultura es el puntal del desarrollo de un país y de la importancia del cine independiente en la industria cinematográfica para la Argentina y el mundo a fines de la década del noventa, y en general de la cultura alternativa alejada de las grandes productoras, distribuidoras y discográficas, con criterios distintos y un financiamiento autónomo del mainstream, la nueva realidad veinticinco años más tarde en la era de las plataformas prefigura una tormenta perfecta para una crisis del cine argentino agravada por el crecimiento electoral de la plataforma que vociferaba consignas de extrema derecha, que acusa al cine y a la cultura de ser un eslabón de una estrategia de adoctrinamiento por parte de una difusa izquierda más imaginaria que real, situación generada por los muchos errores de los frentes más moderados que venían gobernando y marcando la agenda desde principios del Siglo XXI con un discurso confuso y dividido en las últimas elecciones que no abordaba ninguno de los problemas del país, y por lo tanto era incapaz de ofrecer alguna esperanza de mejora.

 

Que en este contexto de ajuste del gasto público y de falta de inversión privada en la cultura el BAFICI aún tenga un espacio y un presupuesto es un motivo de festejo para todo el ecosistema del cine argentino. La contracara de esta situación y del esfuerzo descomunal realizado por sus programadores para llevar a buen puerto una situación realmente difícil es el retroceso a todo nivel del cine independiente a nivel internacional, transformado al igual que gran parte de la cultura independiente en marginal, por un lado debido al cierre de los espacios que albergaban esta cultura, por el otro al avance de las prácticas de consumo online producto de la reducción del tiempo de ocio y el traslado del tiempo libre hacia la producción de contenido en las redes sociales y la necesidad de las plataformas de generar un contenido centrado en la cantidad y no en la calidad, por nombrar algunos de los principales motivos de esta crisis.

 

A pesar de todo eso y del desfinanciamiento que el gobierno del Pro le impuso al BAFICI desde que a regañadientes decidió mantenerlo allá en 2008 a pesar de las intenciones iniciales de cancelarlo junto al resto de los festivales creados en los años anteriores, el BAFICI sobrevivió a otro cambio de gobierno, adaptándose al nuevo presupuesto, programando más películas argentinas y cortos en detrimento del contenido internacional, práctica que ya venía creciendo en los últimos años. Ciertamente los espectadores no llenan los cines como antes, pero el BAFICI año a año viene recuperando el público perdido tras el interregno de la pandemia, que obligó a que el festival tuviera una programación online. Por desgracia, raramente hay películas tan buenas y atractivas que justifiquen esa masividad pasada, con la salvedad de los rescates y algún homenaje, que este año fue para el cine de Jorge Polaco con En el Nombre del Hijo (1987), La Dama Regresa (1996) y el documental Jorge Polaco (2024), de María Onis, y para la directora Eva Landeck con el documental Homenaje a Eva Landeck (2024), de Pablo Spatola.

 

Este año hubo una clara preeminencia de películas argentinas, decisión presupuestaria que confluyó con la necesidad de brindarle un espacio de exhibición a un cine argentino que ve peligrar todos los festivales en 2024 tras el cierre del INCAA por noventa días. Lejos de las más de trescientas películas de ediciones anteriores y con solo seis sedes y trece pantallas el BAFICI es hoy un fantasma de lo que alguna vez fue, el festival majestuoso que traía lo mejor del cine independiente, desde las películas de Doris Dörrie y Raúl Ruiz hasta los films de Lars von Trier, hoy postales de un pasado que parece olvidado. Eso sin mencionar que el festival es la única oportunidad de ver los rescates en el cine, que este año fueron Adiós Sui Generis (1976), de Bebe Kamín, Después de Hora (After Hours, 1985), de Martin Scorsese, París, Texas (1984), de Wim Wenders, Enredos de Oficina (Office Space, 1999), de Mike Judge, L’Amour Fou (1969), de Jacques Rivette, Tan de Repente (2002), de Diego Lerman, Las Vidas Posibles (2006), de Sandra Gugliotta, La Atlántida (L’Atlantide, 1932) y La Caja de Pandora (Die Büchse der Pandora, 1929), ambas de Georg Wilhelm Pabst, La Captura del Pelham 1-2-3 (The Taking of Pelham One Two Three, 1974), de Joseph Sargent, y El Árbol de los Deseos (The Wishing Tree, 1976), de Tengiz Abuladze.

 

De todos modos, el BAFICI sigue manteniendo vigencia con una programación que siempre ofrece un gran panorama del cine nacional y algunas películas extranjeras que luego estarán poco tiempo en plataformas a lo sumo, como este año fue el caso de Comandante (2023), de Edoardo de Angelis, o Disco Boy (2023), de Giacomo Abbruzzese, que fue parte del jurado de la competencia internacional junto a Angela Christlieb, Jorge de Carvalho, Néstor Frenkel y María Negroni, quienes seleccionaron a Riddle of Fire (2023), de Weston Razooli, como el mejor largometraje de esta edición, y al film serbio The Ghosts You Draw on My Back (2023), de Nikola Stojanović, como mejor cortometraje.

 

Tanto el BAFICI como todos los festivales de cine locales y todo el cine argentino constituyen una de las pocas industrias que generan dólares genuinos, un comercio internacional intenso con el resto del mundo y un justificado prestigio, por lo que es difícil creer cómo el encono ideológico hacia los que piensan distinto puede opacar toda capacidad de raciocinio, que indica que los organismos estatales deberían promocionar la cultura y en especial la industria editorial y cinematográfica, como hacen todos los países de cultura liberal, para desarrollar una cultura independiente donde surjan las obras, ideas y formatos que luego puedan ser exportados y recorrer el mundo, generando todo tipo de intercambio. Cabe esperar que las autoridades entiendan en algún momento que incentivar que todos aquellos que viven de la cultura emigren a otros países y que otros países aprovechen todo el talento producido en Argentina no es un buen negocio y va en contra de toda lógica financiera, pero eso solo podría ocurrir en un país realmente liberal muy lejano a las ideas y el accionar represivo de extrema derecha ante manifestaciones pacíficas que promueve el gobierno actual, definitivamente muy distinto al que imaginan las mafias enquistadas que apoyan a las autoridades, únicas beneficiarias de todas las políticas anti liberales llevadas a cabo en los últimos meses.

 

Ciclón Fantasma (2024, de Diana Cardini, Competencia Argentina)

Terror en el parque

En su primer largometraje documental Los Peces También Saltan (2019), sobre la vida alrededor del Cementerio de la Chacarita, la realizadora argentina Diana Cardini demostró una gran sensibilidad para adentrarse en las historias personales e íntimas de los personajes que se topaban con su cámara. Ciclón Fantasma (2024) continúa con esta intención de captar la esencia de un lugar y de los actores que lo animan, ahora adentrándose en la ciudad de Luján y su río, con su vida religiosa y su escondido parque de diversiones.

 

Con planos cerrados que generan una sensación de abandono que prefigura una ciudad deshabitada, Cardini ofrece una bella fotografía panorámica desde las aerosillas del Parque Luján, un parque de diversiones detrás de la icónica y venerada Basílica de Luján. Allí, en esta ciudad que atrae miles de visitantes durante la peregrinación religiosa de cada año, la película encuentra a tres personajes tan reales como fantásticos que la habitan. Fabian, Alejandro y Rosa. El primero es un histriónico escenógrafo de laberintos del terror que entretiene con sus cautivadoras anécdotas y su encantadora personalidad, mientras que Rosa y Alejandro son dos pobladores que recorren el río imitando los sonidos de las aves locales, expresando su amor y divirtiéndose a la vera del río.

 

Es precisamente el Río Lujan el que marca el ritmo de Ciclón Fantasma. Como personajes oníricos que deambulan por las orillas, los protagonistas aparecen en medio de la desolación más absoluta, por paisajes abandonados hace ya mucho tiempo. Fabián busca junto a su hijo desechos que le sirvan para montar su laberinto del terror, como un reciclador sin recursos con mucho conocimiento del lugar que habita y de lo que puede hallar. Rosa acompaña a Alejandro, el amor de su vida, su nueva pareja después de varias relaciones con un final amargo, en la búsqueda de restos fósiles que usualmente aparecen en los márgenes del río.

 

No hay ninguna relación entre Rosa y Alejandro y Fabián y su hijo, ambas parejas cinematográficas nunca se encuentran, nunca conversan, pero todos son buscadores de un mundo perdido a orillas del río, un lugar en el que es imposible encontrarse. Diana Cardini y su equipo de producción proponen aquí un abordaje alternativo de Luján a partir de sus personajes más simpáticos y pintorescos, que salen del circuito religioso o crean los monstruos del laberinto del terror del parque mientras las imágenes de la desolación se apoderan de la pantalla. Ciclón Fantasma es una película íntima, de seres que se abren a la cámara para narrar una realidad que bien podría ser fantasía.

 

Love Is a Gun (2023, de Lee Hong-chi, Competencia Internacional)

Sin salida

El debut como director y guionista del conocido actor taiwanés Lee Hong-chi es un policial existencialista protagonizado por él mismo que busca indagar en las dificultades de los jóvenes taiwaneses que intentan salir adelante en un país con pocas posibilidades de progreso.

 

Batata es un muchacho que al salir de la cárcel se da cuenta de que la vida de un ex presidiario no es fácil en su país natal. Aunque la única salida para saldar sus deudas parece ser la de sucumbir a las presiones de su entorno para unirse al crimen organizado, el joven intenta evadir su trágico porvenir sin éxito deambulando por los paisajes de Taipéi, paseando por la playa, visitando a su ex novia e intentando infructuosamente desembarazarse de su pasado con rituales de lo más cinematográficos.

 

El frágil estado emocional de Batata lo conduce en todo momento hacia su perdición, en un final apoteósico digno de Takeshi Kitano. Love Is a Gun (2023) es un film de planos abiertos, en el que abunda el tedio de los personajes ante la monotonía de la vida y la falta de oportunidades. El guión taciturno y contemplativo de Lee Hong-chi recuerda mucho a todo el cine de Kitano, especialmente a Escenas Frente al Mar (Ano natsu, ichiban shizukana umi, 1991) y Sonatine (Sonachine, 1993), con una fotografía maravillosa y un protagonista impasible que busca su lugar en el mundo.

 

Comandante (2023, Edoardo de Angelis, Trayectorias)

Memorias de un humanista

El realizador italiano Edoardo de Angelis se adentra con su último film, Comandante (2023), en un episodio muy particular de la Segunda Guerra Mundial, el hundimiento del buque belga Kabalo por parte del submarino italiano Comandante Cappellini y el rescate de sus sobrevivientes.

 

Escrita por el propio Angelis junto al escritor italiano Sandro Veronesi, Comandante narra la aventura del submarino capitaneado por Salvatore Todaro en la Batalla del Atlántico. Tras lograr pasar por el Estrecho de Gibraltar y hundir al buque belga, Todaro decide rescatar a los sobrevivientes del Kabalo que navegan a la deriva en un precario bote salvavidas, a los que decide hacer ingresar al interior del submarino contra el consejo de su segundo al mando tras la fractura del bote salvavidas de los infortunados náufragos belgas.

 

En la convivencia, encerrados en el submarino sin espacio, con los nervios de punta y con los barcos ingleses al acecho, los hombres de ambas nacionalidades descubrirán lo que tienen en común y lo que los separa a pesar de la diferencia idiomática. El film hace hincapié en la relación de Todaro, interpretado por Pierfrancesco Favino, con su segundo a cargo, Vittorio Marcon (Massimiliano Rossi), y con un joven políglota que sobrevive al hundimiento del Kabalo, Jacques Reclercq (Johannes Wirix), personajes entrañables, genuinos, hombres de mar que se debaten entre sobrevivir, ayudar al prójimo y cumplir con su deber en una situación extrema.

 

Para adentrarse en la psicología de los personajes Angelis y Veronesi introducen voces en off con el objetivo de narrar las reflexiones que pasan por las cabezas y los corazones de los atribulados protagonistas, cuyas decisiones pueden marcan la línea entre la vida y la muerte de ellos y sus compañeros. Pero estas cavilaciones dramáticas son la contracara del costumbrismo de la vida en un submarino, de la convivencia con un enemigo que se torna amigo, de la gravedad de la necesidad de sobrevivir en medio del conflicto marítimo.

 

El sacrificio, el sentido del deber a la patria, el altruismo y la condición humana en toda su profundidad son retratados en esta gran película que busca abordar todos los intersticios de la situación de estos hombres de mar. Una de las mejores escenas de la película es el momento en el cual los belgas, que hablan flamenco, le enseñan a través del único marinero del Kabalo que habla italiano la receta de las papas fritas al cocinero del Cappellini, único plato basado en la papa que el experto chef nunca había escuchado.

 

Pierfrancesco Favino compone a un hombre ecuánime, que sabe cuándo y cómo va a morir, que puede ver cosas que los demás no y que por eso decide rescatar al enemigo, para demostrar que la vida es más importante que los conflictos entre países, ideologías y diferencias nacionales. Todaro es interpretado aquí como un hombre íntegro, que no rehúye al deber y que no sucumbe al pesar de su dolencia, una fractura de la columna vertebral causada por un torpedo años atrás, lo que le obliga a usar un corsé, un personaje que voluntariamente elige ir a la guerra pero asumiendo todas las consecuencias de sus actos con entereza y parsimonia.

 

Comandante es la versión italiana de El Submarino (Das Boot, 1981), la obra maestra de Wolfang Petersen. Ambos tienen en común su predica humanista y su mirada descarnada de la cruda vida sacrificada adentro de un submarino. Edoardo de Angelis ofrece un drama marítimo a tono con la idiosincrasia italiana, con dosis justas de reflexión, drama y costumbrismo, y que no se priva de hacer reír en esos momentos necesarios que buscan distender un poco en medio de la tensión bélica que parece conducir a los tripulantes hacia el fondo del mar.

 

La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric (2023, César Martínez Herrada, Música)

El primer punk de Granada

El realizador español César Martínez Herrada retrata en La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric (2023) la carrera musical de Ernesto Jiménez, el baterista de Lagartija Nick y Los Planetas, dos de las bandas más representativas del rock de Granada.

 

A partir de entrevistas con el protagonista, el resto de los integrantes de las bandas en las que tocó y de un escaso y raro material de archivo, el documental reconstruye el extraño inicio de Jiménez en la música a través de la percusión de la Organización Juvenil Española, cuando era un niño, para encontrar luego un espacio para su rebeldía en la primera banda punk de su ciudad natal, KGB, en la década del 80, y así pasar unos años más tarde a una de las bandas más importantes del rock granadino, Lagartija Nick, en la década del 90, con la cual grabó canciones con Enrique Morente, uno de los cantantes más transcendentales de la renovación del flamenco andaluz. Ya a fines de los 90 Jiménez se convierte en el baterista de Los Planetas, una de las bandas más conocidas del circuito independiente español.

 

César Martínez Herrada traza este recorrido musical gracias a la elocuencia y divertida personalidad de Eric, un personaje con todas las letras que salta de un tema a otro sin ningún problema para explayarse sobre toda su carrera en el mundo del rock granadino. Adorado y admirado por todos sus colegas, el documental destaca el aporte de Jiménez, un autodidacta con gran sentido del ritmo y una pasión sin igual para el rock y la rebeldía, a las bandas a las que perteneció y al vigoroso estilo de tocar que lo caracteriza.

 

Si bien el músico tiene un sinfín de anécdotas de todo tipo, ha editado dos libros autobiográficos que han sido un éxito de ventas con muy buenas reseñas, Cuatro Millones de Golpes (2017) y Viaje al Centro de mi Cerebro (2021), ha recibido la Medalla de Plata al Mérito por su trayectoria de parte del Ayuntamiento de Granada, algo muy inusual para un músico de rock independiente, y ha participado del homenaje a Enrique Morente con Los Evangelistas, banda formada por integrantes de Los Planetas y Lagartija Nick, el documental también pone el foco en la vida personal de Eric, su temprana partida del hogar familiar durante la adolescencia, la relación con su hermano, su hija y con su nueva esposa, intentando realizar un retrato completo de este artista que vive y siente como un granadino.

 

La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric es una excelente oportunidad para disfrutar de las canciones de Lagartija Nick y Los Planetas, así como de la jovialidad de este histriónico baterista producto de la idiosincrasia andaluza y de la explosión de rebeldía surgida durante las décadas de represión franquista.