El realizador británico Peter Yates (1929-2011) fue uno de esos artesanos todo terreno de tiempos cinematográficos mejores en los que se privilegiaba tanto la calidad como la cantidad, un señor que filmó un poco de todo en un espectro de lo más amplio porque el eclecticismo era una estrategia industrial de supervivencia muy popular a mediados y finales del Siglo XX entre los profesionales de entonces: en el rubro de lo bien olvidable encontramos su colección de comedias, léase Vacaciones de Verano (Summer Holiday, 1963), Péndulo Unidireccional (One Way Pendulum, 1965), ¿Qué Diablos Pasa Aquí? (For Pete’s Sake, 1974) y Manicomio sobre Ruedas (Mother, Jugs & Speed, 1976), y sus odiseas románticas, El Año del Cometa (Year of the Comet, 1992), Una Razón para Luchar (The Run of the Country, 1995) y Llamada a Escena (Curtain Call, 1998), no obstante sus verdaderas joyas se resumen en los thrillers criminales El Golpe del Siglo (Robbery, 1967), Bullitt (1968), Los Increíbles Cuatro (The Hot Rock, 1972) y Los Amigos de Eddie Coyle (The Friends of Eddie Coyle, 1973), quedando en un limbo atendible intermedio aquellos dramones de diversa tesitura, como John y Mary (John and Mary, 1969), Los Muchachos del Verano (Breaking Away, 1979), El Vestidor (The Dresser, 1983) y Aprendiendo a Vivir (Roommates, 1995), sus faenas de aventuras también heterogéneas, La Guerra de Murphy (Murphy’s War, 1971), El Abismo (The Deep, 1977) y Krull (1983), y sus coqueteos con el suspenso y hasta el misterio, Testigo Ocular (Eyewitness, 1981), Eleni (1985), Sospechoso (Suspect, 1987), La Casa en la Calle Carroll (The House on Carroll Street, 1988) y Un Hombre Inocente (An Innocent Man, 1989), amén de incursiones televisivas en las series El Santo (The Saint, 1962-1969) y Cita con la Muerte (Danger Man, 1964-1967), encabezadas respectivamente por Roger Moore y Patrick McGoohan, y en las películas realizadas para la “caja boba” Koroshi (1968), un spin-off de Cita con la Muerte, Don Quijote (Don Quixote, 2000), epopeya apenas simpática con John Lithgow como el célebre personaje creado en 1605 por Miguel de Cervantes Saavedra, y Paz por Separado (A Separate Peace, 2004), el canto del cisne propiamente dicho de Yates, aquí ofreciendo una decepcionante remake de la tampoco particularmente memorable faena homónima de 1972 del director Larry Peerce.
Los Amigos de Eddie Coyle ocupa un lugar muy especial dentro de su trayectoria porque es una película que en su momento pasó casi completamente desapercibida pero hoy por hoy se la considera uno de los grandes clásicos del neo film noir gracias a su austeridad formal, el glorioso desempeño del elenco, un influjo intrincado a lo bola de nieve y la presencia de uno de los mejores guiones de la época, de hecho cortesía de ese también productor Paul Monash que se basó en la primera novela de 1970 de George V. Higgins, un ayudante de la fiscalía de Boston, capital del Estado de Massachusetts, que se caracterizaba por privilegiar la estructuración dramática a través de los diálogos, en vez de narrar las situaciones de manera tradicional desde un punto de vista omnisciente, y que asimismo más adelante sería la fuente crucial de inspiración de Mátalos Suavemente (Killing Them Softly, 2012), opus del neozelandés Andrew Dominik con Brad Pitt, Ray Liotta y Richard Jenkins basado en El Negocio de Cogan (Cogan’s Trade, 1974). Monash, aquí recuperando el realismo adusto y el extraordinario desarrollo de personajes de un Higgins que solía modelar a sus criaturas a partir de mafiosos verdaderos como muchos de los colaboradores y/ o socios del famoso James “Whitey” Bulger, a su vez disparador del documental Whitey: Estados Unidos de América contra James J. Bulger (Whitey: United States of America v. James J. Bulger, 2014), de Joe Berlinger, y obras ficcionales como Los Infiltrados (The Departed, 2006), de Martin Scorsese, y Pacto Criminal (Black Mass, 2015), de Scott Cooper, efectivamente empezó su derrotero profesional trabajando como guionista, un gremio en el que entregó cosillas varias en sintonía con Sed de Mal (Touch of Evil, 1958), de Orson Welles, y tres grandes clásicos televisivos, Sin Novedad en el Frente (All Quiet on the Western Front, 1979), de Delbert Mann, La Hora del Vampiro (Salem’s Lot, 1979), de Tobe Hooper, y Stalin (1992), de Ivan Passer, antes de saltar a la producción de La Caída Mortal (Deadfall, 1968), de Bryan Forbes, Primera Plana (The Front Page, 1974), de Billy Wilder, Carrie (1976), de Brian De Palma, Rescate en el Barrio Chino (Big Trouble in Little China, 1986), de John Carpenter, y Dos Hombres y un Destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969) y Matadero Cinco (Slaughterhouse-Five, 1972), ambas del inefable George Roy Hill.
Aquel solitario Eddie Coyle del título no tiene “amigos”, sarcasmo de por medio de parte del trío creativo de Higgins, Monash y Yates, y está interpretado por un veterano Robert Mitchum, bestia sagrada del cine por entonces experimentando un renacimiento como lo demuestran Ceremonia Secreta (Secret Ceremony, 1968), de Joseph Losey, La Hija de Ryan (Ryan’s Daughter, 1970), de David Lean, Yakuza (The Yakuza, 1974), de Sydney Pollack, y Adiós, Muñeca (Farewell, My Lovely, 1975), de Dick Richards. El protagonista, un hombre de mediana edad casado con Sheila (Helena Carroll) y padre de tres hijos, dos adolescentes y un mocoso, simula ser un repartidor nocturno pero en realidad es tanto un traficante de armas de bajo nivel que suele trabajar para la poderosa mafia de Boston como un informante al servicio del agente Dave Foley (Richard Jordan), esbirro de la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (Bureau of Alcohol, Tobacco, Firearms and Explosives) al que promete entregarle un colega vendedor de armas de menor edad, Jackie Brown (Steven Keats), a cambio de que interceda en su favor ante el fiscal que lleva su caso, de hecho enfrentándose a una posible condena de dos años de prisión por haber sido detenido por la policía mientras conducía un camión con 200 cajas robadas de whisky Canadian Club, trabajito que le consiguió un sicario de la organización delictiva local que a su vez simula ser un barman del montón, Dillon (Peter Boyle). Mientras utiliza a Brown para proveer de revólveres a una pandilla de ladrones de bancos que toman de rehén a la familia del gerente de turno para que coopere en eso de abrir la caja fuerte, apaciguar a los subalternos y no activar la alarma, grupo encabezado por Jimmy Scalise (Alex Rocco) y Artie Van (Joe Santos), Coyle alias “Dedos”, apodo que se ganó porque le rompieron los nudillos -patada contra un cajón cerrado mediante- por vender armas rastreables cuando joven, facilita el arresto de Jackie justo cuando le estaba vendiendo fusiles semiautomáticos M16 a un dúo que parece pertenecer a algún colectivo de izquierda dispuesto a financiarse con más asaltos bancarios, Pete (Matthew Cowles) y Andrea (Margaret Ladd). Dillon, que también es informante de Foley aunque por veinte dólares a la semana, entrega a la pandilla y así la mafia piensa que el soplón fue Eddie, por ello le encarga matarlo al propio barman.
La película construye de manera taciturna y meticulosa un realismo muy complejo a través de capas discursivas, por un lado reconociendo la diferencia de poder entre la lacra policial y jurídica, la mafia y todos los demás y por el otro lado emparejándolos en un canibalismo tragicómico cruzado aunque por razones distintas, así las cosas la burocracia estatal de las fuerzas de represión -como decíamos antes, los uniformados más los chupasangres legales- pretende dar una imagen de eficiencia ante sus superiores, en el caso de Foley su jefazo Waters (Mitchell Ryan), mientras que la mafia también busca mantener sus privilegios, ahora no mediante traiciones sino vía castigos, sangre y el arte de repartir monedas entre el proletariado criminal proclive a inmolarse, y éste último, precisamente, debe contentarse con las migajas de todo y con apelar a una picardía del sobreviviente que muchas veces no alcanza, un ejemplo supremo de ello es el patético asesinato de Eddie por parte del ultra pérfido Dillon, el cual lo incrimina sin piedad y para colmo se hace pasar por su amigo para meterle un balazo en la cabeza cuando estaba borracho y desmayado. Es aquel nihilismo setentoso lo que se mueve por detrás de la obra maestra de Yates, por ello Foley no siente remordimientos a raíz de la manipulación burda sobre Coyle, éste tampoco se hace mucho problema al entregar a su discípulo tácito, Brown, y Dillon no para de traicionar a un Eddie que por cierto nada consigue con la delación/ chivatazo contra Jackie porque al fiscal poco le interesa el asunto y Foley desea transformarlo en su esclavo ad infinitum. En este sentido el antihéroe es una paradoja viviente porque su calvario se debe a su negativa primigenia a denunciar a Dillon y la mafia vernácula, lo que lo sitúa en la posición de ser chantajeado por el agente gubernamental al punto de que pierde la vida por prejuicios contextuales que se acumulan momentos después de haberle ofrecido a Dave la pandilla de Scalise, sin saber que su verdugo ya la condujo al arresto. El actor de La Noche del Cazador (The Night of the Hunter, 1955), de Charles Laughton, y Cabo de Miedo (Cape Fear, 1962), de J. Lee Thompson, no teme bajar del pedestal para mutar en un marginal del delito, alguien que no conoció fortuna ni respeto, y Yates por su parte se luce en el extraordinario suspenso de las secuencias de venta de armas y robos con máscaras lúgubres símil caper movie de horror…
Los Amigos de Eddie Coyle (The Friends of Eddie Coyle, Estados Unidos, 1973)
Dirección: Peter Yates. Guión: Paul Monash. Elenco: Robert Mitchum, Peter Boyle, Richard Jordan, Steven Keats, Alex Rocco, Joe Santos, Mitchell Ryan, Margaret Ladd, Matthew Cowles, Helena Carroll. Producción: Paul Monash. Duración: 102 minutos.