Monster (Kaibutsu)

Las caras del relato

Por Martín Chiavarino

El director japonés Hirokazu Kore-eda es uno de los pocos cineastas que se atreven hoy en día a adentrarse en el mundo de la niñez, un cosmos insondable en sí mismo en el que las reglas del universo adulto se tuercen hasta transfigurarse completamente. Allí es donde la maestría del realizador entra en acción para captar estos vórtices de confusión en los que el mundo infantil y el adulto colisionan.

 

Monstruo (Kaibutsu, 2023), la última película de Kore-eda, analiza unos confusos episodios de aparente maltrato infantil por parte de un maestro en un colegio japonés desde el punto de vista de varios personajes. Minato (Soya Kurokawa) es un niño de quinto grado que vive con su madre viuda, Saori (Sakura Ando), que lo alienta a hablar con su fallecido padre para no perder el recuerdo paterno y mantener el lazo familiar que los unía. De repente el niño comienza a actuar erráticamente, lo que preocupa a la sobreprotectora madre. Sonsacándole información el nene le cuenta que su maestro, Hori (Eita Nagayama), lo lastima verbal y físicamente, por lo que la madre inicia acciones personales para que paren la situación y amonesten a Hori, lo que finalmente decanta en una cruzada de la mujer contra el docente y la directora del establecimiento, que parece hacer oídos sordos al maltrato que sufre el niño.

 

En la primera parte la historia sigue la mirada desesperada de Saori, que contempla los cambios en la personalidad de su hijo con una gran angustia que se mezcla con la indignación ante la falta de acciones por parte de las autoridades escolares. El calvario de la mujer parece no tener fin y la actitud del docente y de los mandos jerárquicos educativos parece completamente absurda, rayando la maldad absoluta, pero en la segunda parte la película adopta la visión de Hori, el maestro de Minato, y en la tercera la del propio niño. Las segunda y tercera partes narran la misma historia del primer capítulo en clave completamente diferente, dando a entender que todos los sucesos cuentan con versiones opuestas según quien los relate. Con cada visión la trama se complejiza a través de las escenas retrospectivas y así la compresión del espectador de las incongruencias avanza un poco más, aportando más capas de profundidad a la historia. El film se transforma en un relato coral sobre la dinámica de las relaciones infantiles y la dificultad de los adultos a la hora de comprender cómo funciona la mente de los niños, el rol de la escuela en los conflictos pueriles, la paranoia de los padres, el difícil papel de los maestros, los chismes que crecen hasta convertirse en la “versión oficial”, y por supuesto el choque entre la demanda de seguridad de los padres y la necesidad de los docentes de entender la mentalidad infantil para poder entablar un diálogo con los chicos, en suma conocerlos y ayudarlos en una era en la que el modelo educativo basado en la sumisión o el respeto de la autoridad ha perecido para siempre, pese a las quejas de los segmentos reaccionarios de la sociedad que siempre pugnan por reinsertar la disciplina como método.

 

A través de la mirada del maestro y del alumno el espectador descubre que Hori es acusado injustamente de haber acudido a un prostíbulo en el último piso de un edificio que se incendia mientras que la directora es a su vez acusada de haber atropellado y matado a su nieto, dejando que su esposo cargue con la culpa y vaya a la cárcel para que ella pueda conservar el cargo de directora de la escuela, lo que aporta argumentos a la hipótesis de que el personal escolar es el problema. Lo que parecía muy claro en un comienzo se va tornando cada vez más complejo en un intento del relato de revelar que, aunque todo indica que una situación es como parece, no necesariamente es así ya que la mirada de los involucrados muchas veces es una visión sesgada afectada por la desesperación, los intereses personales, los preconceptos, la educación y la búsqueda de certezas en lo conocido.

 

Al igual que en la aclamada y premiada Somos una Familia (Manbiki Kazoku, 2018), Kore-eda realiza aquí una magnifica dirección de actores a la vez que crea unas escenas que combinan tonos de tensión y calidez que van variando para conducir a la historia hacia un final hermoso. Yûji Sakamoto se luce con un guión verdaderamente atrapante y polémico sobre las relaciones infantiles y la reacción de los padres ante las primeras inclinaciones afectivas de sus hijos fuera del entorno familiar, situación que desencadena toda la trama de malentendidos que concluye en una épica tormenta en la que se aprecia la estupenda fotografía de Ryûto Kondô, quien ya había trabajado con Kore-eda en la mencionada Somos una Familia.

 

Siguiendo al maestro japonés por antonomasia, Akira Kurosawa, Hirokazu Kore-eda y Yûji Sakamoto eligen relatar su historia con el mismo dispositivo narrativo múltiple utilizado por el director en Rashomon (1950) para abordar al “monstruo” al que alude el título, hablamos de los mandatos sociales, las imposiciones filiales, los deseos de los padres de que sus hijos crezcan a su sombra y por sobre todo, el desprecio social a la verdad ante la dificultad que representa investigarla y asimismo la falta de coraje para admitir la equivocación cuando la verdad es distinta a lo que uno imaginaba. Todos esos monstruos que acechan en el corazón de cada persona y en el entorno social -y que no permiten ver la realidad- son los que la película intenta desenmascarar con una gran sensibilidad, didactismo y paciencia. La propuesta narra cómo el monstruo va creciendo, cómo se alimenta y cómo se van creando verdades nunca contrastadas a partir de chismes que todos comienzan a repetir como certezas absolutas, ya sea desde la prensa que no se ocupa de la verdad hasta los padres que creen que conocen a sus hijos y saben menos de ellos que sus profesores.

 

Uno de los grandes aciertos del guión es abordar cómo los padres intentar imponer su visión de la vida, las relaciones sociales, lo que está bien y lo que está mal a sus hijos, ahogándolos en su camino hacia la libertad en lugar de darles herramientas para poder encontrar su propia senda. Pero el realizador, que además se ocupó del trabajo de edición del film, no le echa la culpa a los padres sino a las tradiciones, las disposiciones e instituciones sociales que también sofocan a los progenitores en su intento de criar a sus hijos. Monster contrasta el modelo paterno del amigo de Minato, Yori (Hinata Hiiragi), un niño que escapa a la norma, cuyo padre se emborracha regularmente y maltrata a su hijo, con el modelo de Saori, la madre de Minato, que por intentar darle cierta libertad a su hijo termina desesperada ante las consecuencias. A diferencia de sus padres, Minato y Yori encuentran en su amistad una libertad por fuera de la necesidad de sus progenitores de hacerlos parte de su pérdida. Ambas familias están, de hecho, marcadas por esta pérdida: la madre de Yori se ha ido y el padre de Minato ha muerto. Para Minato, un niño popular e integrado a sus compañeros de clase, la personalidad extravagante y completamente infantil de Yori lo atrae a un mundo de juegos del que la sociedad lo tironea para llevarlo de a poco a la preadolescencia. La relación con Yori le permite conectar con el niño que es y comportarse en consonancia, pero ese costado de sí mismo solo puede manifestarse cuando ambos están en soledad, dado que el encanto se rompe por la incomprensión de todos los que los rodean. En el final Yûji Sakamoto y Hirokazu Kore-eda ofrecen su propia visión de la libertad, dejando que Minato y Yori sigan siendo ellos mismos sin la intervención de sus padres ni de la escuela, amistad que solo el maestro termina comprendiendo mientras que los padres de los niños la desconocen.

 

Monster explora un tema adulto pero desde el punto de vista infantil y con la inocencia de los niños para darle una nueva significación, sin caer en la ingenuidad, sabiendo y enfatizando que los mocosos son crueles con el que es distinto, sin idealizar, exponiendo la dificultad de ese momento en que encontramos una amistad especial que nos transforma, algo que Minato cree que ni su maestro ni su madre pueden entender. A pesar de todo esto Monster no es una película que busque acusar a los padres de no tener idea de cómo criar a sus hijos, ni de cómo los niños maltratan a sus compañeros que no siguen las normas, ni de los peligros de los comportamientos gregarios, ni de las fallas en el sistema educativo, o en parte sí, sin embargo Kore-eda hace hincapié en la falta de empatía del mundo hacia el amor y la libertad, conceptos corrompidos que suelen utilizarse para destilar odio y opresión por aquellos que los convierten en banderas.

 

La banda sonora de Ryuichi Sakamoto, que falleció un par de meses antes del estreno del film, es de una gran belleza, trabajando conscientemente en sus armonías el equilibrio de las distintas emociones que la obra induce y llevando el clima de éstas hacia altas cumbres de sensibilidad gracias a sus típicas melodías minimalistas de piano.

 

Monster es una película que invita a conocer el universo infantil en toda su dimensión, contrastado con el mundo adulto a partir de un cuidado extremo de cada escena, de cada palabra y de cada elemento de la trama. Yûji Sakamoto y Hirokazu Kore-eda inician así una sociedad que los lleva a proponer a la empatía como método para relacionarse con el otro y a la búsqueda de la verdad como punto arquimédico para conocer y entender todas las posibles interpretaciones de un asunto antes de emitir un juicio, especialmente en tanto mecanismo para contrarrestar el cúmulo de mentiras que circulan por las redes de desinformación social.

 

Monster (Kaibutsu, Japón, 2023)

Dirección: Hirokazu Kore-eda. Guión: Yûji Sakamoto. Elenco: Soya Kurokawa, Hinata Hiiragi, Sakura Ando, Eita Nagayama, Mitsuki Takahata, Akihiro Kakuta, Shidô Nakamura, Yûko Tanaka. Producción: Tatsumi Yoda, Kenji Yamada, Hajime Ushioda, Kiyoshi Taguchi, Hijiri Taguchi, Ryo Ota, Taichi Itô, Minami Ichikawa y Megumi Banse. Duración: 127 minutos.

Puntaje: 9