La Maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein)

Las creaciones humanas

Por Emiliano Fernández

La Hammer Film Productions nació en 1934 y durante gran parte de su existencia inicial estuvo dedicada a la realización de productos Clase B en géneros como la comedia, el musical, el espionaje y en especial el thriller o drama criminal o de misterio, sin embargo el perfil de la compañía cambiaría drásticamente mediante dos fases que no deben confundirse porque la primera es de un coqueteo sutil con el terror y la segunda de un compromiso ya extasiado que modificaría para siempre la historia de los sustos y los gritos en lo que al séptimo arte se refiere, expandiendo la frontera bastante conservadora o tímida que habían establecido los norteamericanos previamente: la gran metamorfosis llega de la mano de la decisión de los míticos Anthony Hinds y Michael Carreras de producir tres propuestas que combinaban horror y ciencia ficción, primero el díptico de Pánico Mortal (The Quatermass Xperiment, 1955) y Vasallos del Mal (Quatermass 2, 1957), ambas dirigidas por Val Guest e inspiradas en los personajes creados por Nigel Kneale para la famosa serie televisiva de 1953 de la BBC, y segundo Lo Desconocido (X the Unknown, 1956), de Leslie Norman y Joseph Losey, un opus complementario con respecto a los anteriores aunque menos exitoso que fue el primer largometraje como guionista del hasta entonces asistente de dirección y producción Jimmy Sangster, otra figura central en el desarrollo de la Hammer porque cuenta la leyenda que el productor Max Rosenberg y el guionista Milton Subotsky -futuros fundadores en 1962 de Amicus Productions, la competencia por antonomasia de la Hammer en los 60 y 70- le presentaron a Carreras un proyecto bautizado Frankenstein y el Monstruo (Frankenstein and the Monster) que se parecía mucho a El Hijo de Frankenstein (Son of Frankenstein, 1939), epopeya cuasi olvidada aunque muy digna de Rowland V. Lee, lo que generó que se le encargase un nuevo guión a Sangster debido a que la Hammer contaba con pocos recursos y no se podía dar el lujo de un juicio por plagio por parte de la todopoderosa Universal Pictures, precisamente el estudio hollywoodense que utilizaría la productora del Reino Unido como principal fuente de inspiración para su seguidilla de películas de terror.

 

Sangster, él mismo convirtiéndose más adelante en un realizador de la Hammer como lo demuestran El Horror de Frankenstein (The Horror of Frankenstein, 1970), Lujuria para un Vampiro (Lust for a Vampire, 1971) y Miedo en la Noche (Fear in the Night, 1972), en esencia en La Maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, 1957) hizo lo que siempre hacía cuando colaboraba con el director Terence Fisher, hablamos de reducir el número de personajes y situaciones del texto de base, aquí la célebre novela de 1818 de Mary Shelley, y retomar algunos ingredientes de las películas de referencia, Frankenstein (1931) y La Novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein, 1935), ambas dirigidas por James Whale y protagonizadas por Boris Karloff, sobre todo la presencia de alguna que otra bella señorita, un laboratorio de índole gótica, un eje melodramático bizarro y algunas truculencias y/ o asesinatos para condimentar el asunto y hacerlo atractivo para el público de la época, ese que se espantaba muy fácil aunque no era tan mojigato y repugnante como la prensa de cine, siempre adepta a los lloriqueos por el nivel de violencia, barroquismo y sensualidad de las producciones de la Hammer, luego copiadas por Roger Corman y Mario Bava. Fisher, quien ya tenía un extenso historial de trabajos para la productora que incluía opus en géneros como el film noir, la ciencia ficción, ese suspenso modelo whodunit, el drama suburbano e incluso la faena deportiva de carreras automovilísticas, introduce en la realización que nos ocupa, el verdadero nacimiento del horror inglés marca registrada de mediados del Siglo XX, sus latiguillos futuros como el choque entre fundamentalismo científico y su homólogo moral/ filosófico/ religioso, la presencia de algo de erotismo o concupiscencia, la infaltable estela de un destino que parece de grandeza aunque deriva en mega desastre y finalmente ese devenir gore a todo color que por entonces llamó mucho la atención ya que aquel blanco y negro puritano de la Universal Pictures hoy muta en un verdadero festival de crueldades minimalistas que, como decíamos antes, se ganaron la fascinación popular y la condena de una crítica boba que hace de la indignación su hobby.

 

La historia comienza en la Suiza del Siglo XIX con Victor Frankenstein (Peter Cushing) esperando ser guillotinado por el asesinado de su linda sirvienta Justine (Valerie Gaunt) y obsesionado con contarle su derrotero a un cura que lo visita en la mazmorra (Alex Gallier), planteo que pronto dispara un racconto que a su vez arranca cuando un Victor adolescente (Melvyn Hayes) hereda la fortuna de su parentela debido a la muerte reciente de su madre y porque su padre ya había fallecido diez años antes. Decidido a saciar su apetito educativo y científico y con la idea de dejar atrás la mediocridad del colegio formal, el protagonista contrata a un tutor personal que se vuelve su amigo, confidente y colega, Paul Krempe (Robert Urquhart), con el que eventualmente -tiempo después, ya adulto- consigue revivir un cachorro muerto con descargas eléctricas transmitidas por agua, hallazgo que amplifica su ambición y lo conduce a querer reproducir el experimento con un homo sapiens pero no uno cualquiera del montón sino uno especialmente “ensamblado” que recuperase lo mejor de la fauna masculina autóctona, clásico delirio inflado de todas las malditas creaciones humanas y su idiosincrasia ortopédica y artificial. Así las cosas, el Barón Frankenstein primero roba la carcasa, el cuerpo de un ladrón ahorcado y exhibido en público, y después adquiere con un soborno las manos de un conocido escultor, Bardello, y compra un par de ojos en una morgue/ osario municipal, rematando el asunto con un cerebro que en este caso pertenece a un bípedo vivo, el Profesor Bernstein (Paul Hardtmuth), erudito de avanzada edad que es empujado por Victor desde lo alto de las escaleras de su mansión hacia el vacío en una escena magistral y muy dolorosa. Por una pelea con el horrorizado Krempe, quien condena fervientemente las movidas de su otrora alumno, los sesos se dañan por vidrios rotos y la criatura resultante (Christopher Lee) desarrolla un comportamiento violento, psicótico e impredecible, llegando incluso a matar a un ciego añoso (Fred Johnson) y a su nieto de corta edad (Claude Kingston). Paul le pega un tiro en el ojo derecho al monstruo pero su creador no aprende la lección y a posteriori lo desentierra y lo regresa a la vida.

 

Al igual que en las otras propuestas de Fisher para la Hammer ya en el formato del terror gótico, como Drácula (1958), La Momia (The Mummy, 1959) y La Maldición del Hombre Lobo (The Curse of the Werewolf, 1961), entre muchas otras, aquí tenemos por un lado a un científico demente y/ o enceguecido que piensa que todo se soluciona llevando la razón o el afán experimental hasta el extremo, el personaje del querido Cushing, y por el otro lado a un sermoneador perpetuo que se ufana de ser el último bastión de la ética o mandato social, Krempe, siendo precisamente el malogrado Bernstein la “solución negociada” entre ambas posiciones, personaje que señala por lo bajo el ostracismo de los científicos, su sustrato maniático, su ingenuidad o ignorancia política y su condición de manipulados cuando sus descubrimientos son entregados sin más a una estirpe dirigente que los mercantiliza o los pone al servicio de la industria bélica o aledañas. Acorde con el sexploitation naciente de la época, el director también incluye algo de carne femenina -para asimismo compensar las partes corporales masculinas- vía la susodicha Justine, con la que el barón tiene un amorío y a la que hace matar por la criatura del genial Lee cuando le dice que está embarazada y dispuesta a ventilar el affaire, amén de los generosos escotes de la prometida de Victor, Elizabeth (Hazel Court), nada menos que su primita. El gigantesco éxito de la película, catalizadora de seis secuelas, cuatro de las cuales fueron responsabilidad de Fisher, La Venganza de Frankenstein (The Revenge of Frankenstein, 1958), Frankenstein Creó a la Mujer (Frankenstein Created Woman, 1967), Frankenstein Debe Morir (Frankenstein Must Be Destroyed, 1969) y aquella Frankenstein y el Monstruo del Infierno (Frankenstein and the Monster from Hell, 1974), última obra del director, radica no tanto en las escenas del ahorcado, las manos y los ojos sino en las típicas “tomas presentación” del monstruo de Fisher, el sublime maquillaje de Philip Leakey y la hiper rojiza sangre que brota del ojo de la criatura cuando Paul le dispara, algo inaudito para la época que enfatiza la valentía de la Hammer en materia de traspasar todos los límites de lo permitido o tolerado en pantalla…

 

La Maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, Reino Unido, 1957)

Dirección: Terence Fisher. Guión: Jimmy Sangster. Elenco: Christopher Lee, Peter Cushing, Hazel Court, Robert Urquhart, Melvyn Hayes, Valerie Gaunt, Paul Hardtmuth, Fred Johnson, Alex Gallier, Claude Kingston. Producción: Anthony Hinds y Michael Carreras. Duración: 84 minutos.

Puntaje: 10