Los Girasoles de Rusia (I Girasoli)

Las elipsis del amor

Por Emiliano Fernández

A Vittorio De Sica, una figura muy querida por las huestes humanistas, entre el público y la crítica del nuevo milenio se lo suele estereotipar en el “cajón neorrealista” cuando gran parte de su producción artística está consagrada al cine comercial hecho y derecho y sin ninguna culpa de por medio, en sus dos facetas como actor y realizador, y cuando el señor en términos prácticos acumula casi el mismo número de obras neorrealistas maravillosas y trabajos comerciales/ tradicionales interesantes orientados a solventar su ludopatía, estos últimos casi siempre consagrados al melodrama y la commedia all’italiana. Luego de una seguidilla de películas olvidables que abarcan Rosas Escarlatas (Rose Scarlatte, 1940), Magdalena, Cero en Conducta (Maddalena, Zero in Condotta, 1940), Nacida en Viernes (Teresa Venerdì, 1941) y Recuerdo de Amor (Un Garibaldino al Convento, 1942), De Sica entrega dos obras muy dignas de transición, Los Niños nos Miran (I Bambini ci Guardano, 1943) y La Puerta del Cielo (La Porta del Cielo, 1945), e inmediatamente salta a sus famosos retratos de la Italia miserable y destruida de posguerra, en primera instancia el díptico de Lustrabotas (Sciuscià, 1946) y Ladrones de Bicicletas (Ladri di Biciclette, 1948) y en segundo lugar la trilogía ya mucho más heterodoxa de Milagro en Milán (Miracolo a Milano, 1951), Umberto D. (1952) y Estación Terminal (Stazione Termini, 1953), a su vez un prólogo para los tres films que hacen las veces de últimos exponentes de la dinámica narrativa neorrealista y sus temáticas centrales como la pobreza, la frustración, la injusticia, la picardía, la fuerza de voluntad y la dignidad humana, léase El Oro de Nápoles (L’Oro di Napoli, 1954), El Techo (Il Tetto, 1956) y Dos Mujeres (La Ciociara, 1960), esta última su segunda colaboración, después de El Oro de Nápoles, con la que sería la actriz fetiche del segundo período de su trayectoria como director, esa Sophia Loren casada con el productor Carlo Ponti y en Dos Mujeres protagonizando una epopeya de una resistencia abrumadora.

 

Es precisamente la etapa posterior a los años neorrealistas, éstos heterogéneos y para nada homologables de manera apresurada a características estancas, la que casi nadie conoce en el Siglo XXI porque la vagancia en interpretación cultural es muy popular y en general los clichés cinéfilos suelen “comerse” a una realidad bastante más compleja que lo que uno podría pensar a priori, así las cosas la trayectoria en el cine comercial post neorrealista de Vittorio puede dividirse en dos grupos bien distintos, el primero y fundamental conformado por sus joyas tardías y a su vez subdividido en tres sátiras sociales, El Especulador (Il Boom, 1963), Ayer, Hoy y Mañana (Ieri, Oggi, Domani, 1963) y Matrimonio a la Italiana (Matrimonio all’Italiana, 1964), la rareza autorreferencial y paródica La Persecución del Zorro (Caccia alla Volpe, 1966) y la trilogía de dramones existencialistas conformada por Los Girasoles de Rusia (I Girasoli, 1970), El Jardín de los Finzi Contini (Il Giardino dei Finzi Contini, 1970) y Amargo Despertar (Una Breve Vacanza, 1973). El segundo conjunto de films, efectivamente el fallido y/ o desparejo a nivel de esa esquizofrenia creativa que marcó buena parte del derrotero de De Sica, incluye faenas como El Juicio Universal (Il Giudizio Universale, 1961), Los Condenados de Altona (I Sequestrati di Altona, 1962), Un Mundo Nuevo (Un Monde Nouveau, 1966), Siete Veces Mujer (Woman Times Seven, 1967), Amantes (Amanti, 1968), Y lo Llamaremos Andrés (Lo Chiameremo Andrea, 1972) y El Viaje (Il Viaggio, 1974), además de los típicos productos colectivos de la época en sintonía con la maravillosa Boccaccio 70 (1962) y las demasiado erráticas Las Brujas (Le Streghe, 1967) y Las Parejas (Le Coppie, 1970), todas encaradas junto a profesionales de la talla de Federico Fellini, Luchino Visconti, Mario Monicelli, Pier Paolo Pasolini, Franco Rossi, Mauro Bolognini y el Alberto Sordi en modalidad realizador, unos convites que ponen de manifiesto aquel insólito esplendor de las películas ómnibus durante la Italia de posguerra.

 

Si bien El Jardín de los Finzi Contini es claramente una mejor propuesta, Los Girasoles de Rusia, recordemos estrenada el mismo exacto año que aquella, asimismo se abre camino como una película estupenda ya que consigue destilar, sirviéndose de un ascetismo formal sorprendente que desde el vamos esencializa el melodrama, una de las grandes obsesiones de Vittorio, hablamos de las relaciones interpersonales humanas y cómo los bípedos se las arreglan para sabotear lo que de por sí la coyuntura social siempre tiende a carcomer de manera progresiva, el amor o la amistad o la confianza recíproca, una proeza artística sin duda muchas veces pasada por alto cuando se pretende analizar las tragedias del corazón. La historia craneada por los legendarios Tonino Guerra y Cesare Zavattini, este último el guionista de cabecera de casi toda la carrera de De Sica, es microscópica: Giovanna (Loren) y el electricista Antonio (Marcello Mastroianni) están enamorados durante los años de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) e intentan evitar que él cumpla el servicio militar primero casándose, lo que les consigue una licencia de apenas doce días que se les escurren de las manos, y después haciéndolo pasar por loco y violento, no obstante los psiquiatras descubren la pantomima de fondo y lo obligan a marchar hacia el frente ruso con las tropas fascistas, donde desaparece durante años llevando a la madre del hombre (Anna Carena) y su esposa al desconsuelo hasta que aparece un colega soldado (Glauco Onorato) que lo conoció pero tuvo que abandonarlo a su suerte entre la nieve y las temperaturas mortales, dejando incierto su destino. Años después Giovanna se traslada a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas para buscar a su amado y lo encuentra en pareja con una mujer rusa, Mascia (Lyudmila Saveleva), y ya en el rol de padre de una hija pequeña, por ello lo ve a la distancia aunque no intercambian palabras y ella pronto vuelve a Italia, donde tiene un bebé con Ettore (Germano Longo) y comienza a trabajar en una fábrica de maniquíes de Milán.

 

Más allá de la bella y recordada música de Henry Mancini, tres son los puntos de interés de Los Girasoles de Rusia, un título que hace referencia a la proximidad de las plantas en los campos, los movimientos de todas las flores inmaduras siguiendo el sol y desde ya las fosas comunes sobre las que crecieron los vegetales, dando la impresión a los rusos de que por cada girasol hay un soldado o civil muerto: en primer lugar tenemos la maravillosa química entre Mastroianni y Loren, monstruos sagrados del cine local y mundial que compartieron cartel en doce opus entre los que se destacan los otros dos de De Sica, Ayer, Hoy y Mañana y Matrimonio a la Italiana, amén de apariciones en solitario en las ya mencionadas El Oro de Nápoles y Dos Mujeres más Los Condenados de Altona, Boccaccio 70, Amantes y El Viaje, en segunda instancia encontramos lo que podría haber sido un dato anecdótico si el director no lo hubiese aprovechado tanto en pantalla, nos referimos a la posibilidad que tuvo Vittorio de rodar en la Unión Soviética, la primera película en hacerlo en plena Guerra Fría con los excrementicios Estados Unidos, y específicamente en Ucrania, sede elegida para maravillosas escenas que cubren la búsqueda de Antonio por parte de Giovanna entre la monumental arquitectura de la ciudad de Poltava y sus alrededores, y finalmente tenemos un recurso que De Sica utiliza de modo consciente y que lo acompañó a lo largo y ancho de todas las faenas severas del último estadio de su trayectoria, las elipsis homologadas a ese minimalismo retórico al que apuntábamos con anterioridad, un mecanismo que refuerza la debacle del amor porque el espectador debe deducir por cuenta propia lo que sucede ya que las palabras son pocas, no hay años aclarados de manera explícita, los cambios en la vida de los protagonistas apenas si se insinúan, los diálogos en ruso no tienen traducción para ella y en general la propuesta está sostenida en los rostros y en el lenguaje corporal de los actores, una decisión gloriosa que llega a su cúspide en el reencuentro final de los otrora amantes…

 

Los Girasoles de Rusia (I Girasoli, Italia/ Francia/ Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas/ Estados Unidos, 1970)

Dirección: Vittorio De Sica. Guión: Cesare Zavattini y Tonino Guerra. Elenco: Sophia Loren, Marcello Mastroianni, Lyudmila Saveleva, Anna Carena, Germano Longo, Glauco Onorato, Galina Andreeva, Nadya Serednichenko, Silvano Tranquilli, Marisa Traversi. Producción: Carlo Ponti y Arthur Cohn. Duración: 107 minutos.

Puntaje: 8