Brian Jones (1942-1969), guitarrista y arreglador crucial de la etapa inicial de la carrera de The Rolling Stones, fue una figura contradictoria y fascinante que a lo largo de las décadas despertó interpretaciones artísticas/ históricas/ melómanas que se mueven, precisamente, en orillas opuestas ya que hay quienes dicen -desde la comodidad esnob que trae la distancia de los años- que el muchacho fue un genio incomprendido tanto en términos sociales como dentro de la banda eventualmente liderada por los compositores excluyentes, el vocalista Mick Jagger y el guitarrista Keith Richards, suerte de emblema del costado experimental o “exótico” de algunas composiciones de los discos Aftermath (1966), Between the Buttons (1967) y Their Satanic Majesties Request (1967) y del compilado supremo de la época Flowers (1967), no obstante asimismo existen fanáticos del legendario grupo británico a los que Jones les importa un comino porque sus aportes musicales son más bien cosméticos o esporádicos, porque los Stones efectivamente luego perfilaron hacia una versión muy cruda y pesada del blues -dejando de lado la vertiente más reposada o “culta”/ adusta que tanto le gustaba a Brian, muchas veces tachada de tibia- y porque la totemización de su persona se debe en gran medida a su fallecimiento a una edad temprana, a los 27 años, y para colmo de una manera inesperada siendo un experto en natación y saltos ornamentales, léase ahogado accidentalmente en la piscina de su hogar por lo que debe haber sido una combinación de pastillas, alcohol y quizás un ataque de asma, condición que padecía desde niño por haber sufrido una enfermedad respiratoria de tipo viral, el crup. La verdad, como de costumbre, se ubica a mitad de camino debido a que el señor fue realmente valioso a nivel musical pero ello no quita que esté bastante inflado en lo que al reconocimiento melómano se refiere, ese que convive con un olvido popular injusto porque por fuera del círculo de devotos del rock y conocedores de nuestra historia cultural reciente sinceramente pocos han oído hablar de él o saben a ciencia cierta quién fue, algo que por supuesto no ocurre con el dúo que se llevó todas las miradas desde las postrimerías de los 60 en adelante, los inefables Mick y Keith.
The Stones and Brian Jones (2023), dirigida y escrita por el inglés Nick Broomfield, un cineasta por cierto englobado en aquel grupillo de Las Noticias Egoístas (Les Nouvelles Egotistes) por su tendencia a aparecer en cámara como sus colegas Michael Moore, Louis Theroux, Jon Ronson y Morgan Spurlock, entre otros, es una propuesta documental muy interesante que indaga en el derrotero del joven malogrado que nos ocupa y sus múltiples facetas, en simultáneo inseguro, soberbio, depresivo, dandy, zombie tácito, paranoico, proto hipster, alcohólico, astuto, artista revolucionario, cínico y violento. Como otros caídos de la primera generación del rock y a posteriori incorporados en el infame “Club de los 27”, en sintonía con Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison de The Doors, lo que sobrevivió en el inconsciente popular melómano es una estampita conceptualmente precaria que poco y nada sabe en lo referido a la identidad del hombre de carne y hueso, el real que tocaba con los Stones y fundó la banda en 1962, por ello el film de Broomfield humaniza al músico enfatizando su cariño por el jazz y su objetivo inicial de difundir el blues entre la fauna pop anglosajona de entonces que en su vertiente caucásica de clase media nada sabía de los negros y sus gustos musicales, sin embargo pronto terminaría expulsado de su hogar por sus progenitores adeptos al piano y a la música clásica, Lewis Blount y Louisa Beatrice Jones, cuando en 1960 a los 17 años le quitan todo apoyo después de que deja embarazada y abandona a una tal Valerie Corbett, detalle que inaugura una conducta estándar desde entonces porque el muchacho una y otra vez se buscaría “familias sustitutas” en aquellas de sus novias para luego escapar de inmediato al dejarlas preñadas, así cosechó la friolera de siete embarazos con siete mujeres, incluidos tres mocosos dados en adopción y uno que fue abortado por nada menos que Christa Päffgen alias Nico, célebre por su trayectoria solista y el álbum The Velvet Underground & Nico (1967). Más allá de este gustito por las hembras descartables, Jones exudaba inteligencia y vulnerabilidad, necesitaba de la aprobación de sus padres y definitivamente no sabía -o no podía- construir relaciones duraderas con nadie.
Como muchos documentales del Siglo XXI, The Stones and Brian Jones explora más la faceta íntima del multiinstrumentista que sus aportes musicales, como decíamos antes sobre todo condensados en esos tres álbumes de los Stones aunque también en una banda sonora, A Degree of Murder (Mord und Totschlag, 1967), la segunda película del alemán Volker Schlöndorff, en una rareza total que documentaba el trabajo de músicos marroquíes, Brian Jones Presents the Pipes of Pan at Joujouka (1971), en unas mínimas participaciones -vía saxofón y percusión, respectivamente- en You Know My Name (Look Up the Number) (1970), el delirante Lado B de Let It Be de The Beatles, y All Along the Watchtower (1968), cover de Bob Dylan a cargo de The Jimi Hendrix Experience, y en un seudónimo colectivo que los Stones solían emplear para las zapadas de estudio, Nanker Phelge, el “autor” de cosillas como Off the Hook, Play with Fire, The Spider and the Fly, 2120 South Michigan Avenue y The Under Assistant West Coast Promotion Man. Mucho antes de la catarata de arrestos, ciclotimia, drogas y alienación progresiva por la que se lo suele recordar cuando se pretende subrayar el misterio autodestructivo de su existencia, Jones en un principio era el epítome de la elegancia e incluso tenía gestos sorprendentes como responder las cartas de sus admiradores, esos que en los recitales se dividían entre las ninfas gritonas histéricas y los varones aguerridos que seguían el ejemplo de Brian en materia de luchar contra la autoridad y el conformismo castrador de entonces, usina de batallas campales en cada una de las caóticas actuaciones en vivo de la banda. Esta vehemencia represiva de la burguesía y el Estado inglés contra la juventud contracultural estaba dirigida hacia los emblemas de la revolución sexual y el Swinging London de los años 60 como Jones, quien también puede ser utilizado para pensar el costado más oscuro de aquella modernidad hedonista, basta con recordar crueldades como tirarle cenizas en el pelo al bajista Bill Wyman, añadir drogas en secreto en vasos ajenos junto a su pareja Anita Pallenberg o cerrarle la puerta a una de sus ex conquistas, Linda Lawrence, que necesitaba dinero para mantener al vástago de ambos.
A pesar de que no entrega nada particularmente novedoso o quizás revelador para quienes conocemos de sobra el derrotero público y privado del señor, la obra por lo menos ofrece un retrato muy completo de las paradojas de Brian y de su tendencia a la autovictimización hipócrita a lo Marianne Faithfull, cuando en los meses finales de su periplo por este mundo, aquellos correspondientes a las grabaciones de los discos Beggars Banquet (1968) y Let It Bleed (1969), su comportamiento errático había mutado en tan insoportable y nocivo que sus compañeros le desenchufaban los instrumentos para que deje de arruinar las sesiones con sus desvaríos como lo hacía con los recitales, cuando acaso se presentaba, por ello el film enfatiza primero la mediocridad de Jones como compositor, sin jamás poder redondear una canción potable, segundo el hecho de que no entendió el rock pesado deliciosamente vulgar de la dupla Jagger/ Richards, en sí convirtiéndose en un homólogo de sus padres por lo puritano y retrógrado frente a la efervescencia imparable de (I Can’t Get No) Satisfaction (1965), y tercero sus enormes celos y/ o angustia ante una retahíla de situaciones que se le escapaban de las manos y que lo hicieron perder el liderazgo a instancias especialmente de Mick, en línea con las admirables canciones firmadas por el cantante y el otro guitarrista, la amistad de este dúo compositor, una fama que no supo sobrellevar porque la vinculaba al exceso -drogas, vida nocturna y bebidas espirituosas sin cesar- y finalmente las batallas con el productor y manager inaugural, Andrew Loog Oldham, quien se volcaba al pop y a los otros miembros carismáticos de la banda mientras Brian quedaba muy relegado y además no deseaba renunciar al eje bluesero purista cercano al rhythm and blues. En línea con otros documentales atractivos aunque no imprescindibles sobre los Stones, Crossfire Hurricane (2012), de Brett Morgen, y The Quiet One (2019), de Oliver Murray, la realización tiene mucho de collage visual posmoderno y de oda a la informalidad de la primera aristocracia decadente rockera, por ello los puntos en contra, como esas entrevistas demasiado cutres por Zoom símil pandemia de coronavirus y la falta de un análisis pormenorizado de toda la fase psicodélica, se contraponen con los factores a favor, como el testimonio de las muchas parejas, las apasionantes tomas de los conciertos, algunos audios inéditos del protagonista ensayando en solitario o con otra gente y sobre todo las palabras de un relajado Wyman en su hogar, quien fuera el núcleo de The Quiet One y hoy se muestra consagrado a defender con ahínco los aportes de Brian en covers como Mona (I Need You Baby) (1964), de Bo Diddley, y Little Red Rooster (1964), de Willie Dixon, y en trabajos originales del grupo en sintonía con la magistral Ruby Tuesday (1967) y un himno archiconocido, Paint It Black (1966). Honestamente Broomfield nunca fue un documentalista brillante, prueba de ello son sus incursiones en el campo de los asesinos en serie, Aileen Wuornos: The Selling of a Serial Killer (1992), la secuela Aileen: Life and Death of a Serial Killer (2003) y Tales of the Grim Sleeper (2014), y sus otros films biográficos musicales, aquellos Kurt & Courtney (1998), Biggie & Tupac (2002), Whitney: Can I Be Me (2017) y Marianne & Leonard: Words of Love (2019), no obstante aquí redondea su opus más completo y adictivo tanto porque conoció brevemente a Jones en los 60 como porque opta por preocuparse en serio por interpretar el declive psicológico por fuera del latiguillo de las sustancias químicas, de hecho hermanándolo al accidente automovilístico y muerte de un amigo de correrías, Tara Browne, a la separación de la mamarrachesca Pallenberg, quien se transformaría en pareja de Richards, a la sobredosis no mortal de otra de sus ex novias, Linda Keith, a la expulsión de los Stones en 1969, frente a la que se mostró tolerante ocultando su amarga decepción, y a la culpa trasnochada/ tardía en relación al abandono de sus seis hijos a la buena de Dios…
The Stones and Brian Jones (Reino Unido, 2023)
Dirección: Nick Broomfield. Guión: Nick Broomfield y Marc Hoeferlin. Elenco: Brian Jones, Mick Jagger, Keith Richards, Bill Wyman, Charlie Watts, Volker Schlöndorff, Marianne Faithfull, Michael Lindsay-Hogg, Jane Ormsby-Gore, Pat Andrews. Producción: Nick Broomfield, Kyle Gibbon, Shani Hinton y Marc Hoeferlin. Duración: 93 minutos.