Chucky: El Muñeco Diabólico (Child's Play)

Lo está haciendo a propósito

Por Emiliano Fernández

El caso de Don Mancini, creador del asesino psicótico de plástico más famoso de los años 80 en adelante, Chucky, es sutilmente extraño porque a pesar de que en el Siglo XXI es común ver a determinados profesionales -productores, guionistas y directores- consagrados en cuerpo y alma a una sola franquicia, el señor utilizó la saga como excusa no sólo para lo más obvio, léase satirizar el consumismo del capitalismo salvaje y la manipulación a la que son sometidos los niños a través del marketing, la publicidad y los estudios de mercado, sino también para expresarse como artista -no uno particularmente valioso aunque siempre interesante- en un rango bastante amplio que fue desde el terror y el suspenso duro de la trilogía original centrada en el enfrentamiento entre el juguete del averno (voz del inefable Brad Dourif) y el jovencito Andy Barclay (Alex Vincent en las dos primeras partes, Justin Whalin en la tercera), hablamos de Chucky: El Muñeco Diabólico (Child’s Play, 1988), de Tom Holland, y sus secuelas de 1990 de John Lafia y de 1991 de Jack Bender, pasó por el tono decididamente autosatírico de La Novia de Chucky (Bride of Chucky, 1998) y El Hijo de Chucky (Seed of Chucky, 2004), la primera dirigida por Ronny Yu y la segunda por el mismo Mancini, y finalmente desembarcó en aquel regreso al horror de antaño mediante La Maldición de Chucky (Curse of Chucky, 2013) y El Culto de Chucky (Cult of Chucky, 2017), ambas también dirigidas por un Mancini que firmó todos los guiones salvo el del excelente reboot de una Metro-Goldwyn-Mayer que retuvo los derechos del film original y por ello se apareció con El Muñeco Diabólico (Child’s Play, 2019), opus de Lars Klevberg que a su vez fue saboteado a posteriori por el tremendo Don -con la clara idea de eliminar la posibilidad de secuelas a lo franquicia paralela- vía la creación de Chucky (2021-2023), serie de televisión para Syfy y USA Network que retoma el hilo argumental de El Culto de Chucky y sigue la senda de humor ácido y gore freak que marcó a la saga desde los años 90.

 

Sin embargo el tiempo avanza y la sombra de aquel primer eslabón crece más y más a pesar de ser una obra diminuta sin un mísero gramo de originalidad, pensemos en este sentido en la larga tradición del esquema que nos compete, ese que incluye El Muñeco del Ventrílocuo (The Ventriloquist’s Dummy), genial relato de Alberto Cavalcanti para la primera antología moderna de terror de la historia del cine, Al Morir la Noche (Dead of Night, 1945), y la trilogía de El Muñeco (The Dummy, 1962), Muñeca Viviente (Living Doll, 1963) y César y Yo (Caesar and Me, 1964), los tres capítulos de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964), la mítica serie de Rod Serling, que exploraron la temática, amén de otros trabajos varios previos, como El Gran Gabbo (The Great Gabbo, 1929), de James Cruze y Erich von Stroheim, y Muñecos Infernales (The Devil-Doll, 1936), de Tod Browning, y posteriores en sintonía con El Muñeco Diabólico (Devil Doll, 1964), de Lindsay Shonteff, Asilo (Asylum, 1972), de Roy Ward Baker, Trilogía del Terror (Trilogy of Terror, 1975), de Dan Curtis, Magia (Magic, 1978), hazaña de Richard Attenborough, Trampa para Turistas (Tourist Trap, 1979), de David Schmoeller, Los Trogs (The Pit, 1981), de Lew Lehman, Poltergeist (1982), de Tobe Hooper, y los otros “colegas de época” del film de Holland, Muñecos Malditos (Dolls, 1987), de Stuart Gordon, Pin (1988), de Sandor Stern, y Puppet Master (1989), obra de Schmoeller que ofició de catalizadora de otra saga. La trama en sí de Chucky: El Muñeco Diabólico arranca con la persecución por las calles de Chicago de Charles Lee Ray (Dourif), un asesino demente, por parte del Detective Mike Norris (Chris Sarandon), quien logra matarlo pero no consigue evitar que el susodicho transfiera su alma en una juguetería a un muñeco parlante para el público masculino, específicamente de la marca Buen Chico (Good Guy), a través de un rito vudú que ennegrece con nubes el cielo nocturno y genera la explosión del lugar a raíz de un gigantesco rayo que cae de repente.

 

Entre el thriller ochentoso modelo slasher, el film noir de venganza, la faena de monstruos ridículos, la odisea Clase B de brujería y efectivamente la parodia muy socarrona para con las familias nucleares, la farsa social de la “pureza” pueril, la utopía de perfección burguesa y sobre todo la industria de los productos basura destinados a los infantes, preadolescentes y púberes con todas las letras, la película está dividida en dos partes, la primera abarca la infiltración de Chucky, sobrenombre de Ray, en la parentela de Andy y su madre, la linda viuda Karen Barclay (Catherine Hicks), vendedora de una tienda departamental que le compra el muñeco de turno a un linyera (Juan Ramírez) como regalo de cumpleaños para su hijo, y la segunda gira alrededor de esa identidad verdadera revelada del psicópata, en pantalla representado vía actores disfrazados y geniales animatronics y títeres tradicionales, y sus intentos por evitar convertirse en humano en la anatomía del juguete transfiriendo su alma al niño de seis años, Andy, lo que nos deja con una serie de asesinatos como los de la mejor amiga de Karen, Maggie Peterson (Dinah Manoff), la cual recibe un martillazo en la cabeza y cae al vacío desde el departamento de los Barclay, el otrora cómplice de Ray, Eddie Caputo (Neil Giuntoli), señor que abandonó a Chucky en plena huida de Norris y por ello se gana que lo haga volar por las aires abriendo el gas de la cocina de su guarida, ese maestro en las minucias sobrenaturales, John Bishop (Ray Oliver), a quien tortura con un muñeco vudú para que le diga cómo escapar del cuerpecito de plástico antes de clavarle un cuchillo en el pecho, y el clásico psiquiatra apestoso del Estado, el Doctor Ardmore (Jack Colvin), el cual termina freído por su propio juguete de electroshocks, además de un intento fallido de homicidio contra el detective a bordo de su auto, en esta oportunidad ahorcándolo con un par de cables desde el asiento trasero que hacen que su escéptico compañero, Jack Santos (Tommy Swerdlow), no le crea nada de nada justo como Mike no le creía a Karen.

 

El guión de Holland, Lafia, éste además responsable de la simpática Max, el Perro (Man’s Best Friend, 1993), y Mancini, el cual venía de escribir la floja Criaturas al Acecho (Cellar Dweller, 1987), de John Carl Buechler, se basa en una idea previa de Don que va más allá de la ironía del juguete asesino porque se burla del emporio capitalista infantil mediante la marca del muñeco, Buen Chico, eje de productos como cereales, herramientas, zapatillas, dibujos animados y por supuesto nuestros cachivaches -semejantes a sus homólogos de Coleco, Hasbro y Mattel- de pecas, cabellos colorados, ojitos celestes, un suéter a rayas y sonrisa eterna, no obstante el encanto de Chucky: El Muñeco Diabólico también pasa por el estrafalario diseño de Kevin Yagher para el homicida de plástico, por el carisma de Alex Vincent en el personaje de Andy, pudiendo ser adorable en un principio y luego estallar en furia y pegarle trompadas a Chucky en la comisaría cuando comprende que fue manipulado y que el diablillo “lo está haciendo a propósito”, por la legendaria risita de Dourif para las sádicas fechorías del muñeco, señor que dominaría toda la franquicia con la excepción del reboot de Klevberg, donde fue reemplazado por Mark Hamill, y desde ya por la tendencia del mainstream de los 80 a sacar oro del trash y/ o el camp, recordemos el uso de clichés de la época como por ejemplo la cámara lenta, las explosiones profusas, las tomas subjetivas desde el punto de vista del psicópata, los choques automovilísticos igualmente pomposos y el combo de cuchillos más vudú más infaltable escena de tortura. La presente epopeya de envilecimiento metropolitano y La Hora del Espanto (Fright Night, 1985), otra conjunción muy bien balanceada de terror y comedia negra, serían las únicas obras amenas de Holland porque Belleza Mortal (Fatal Beauty, 1987) y Ambición Fatal (The Temp, 1993) resultarían fiascos y sus dos traslaciones de Stephen King, Maleficio (Thinner, 1996) y Los Langoliers (The Langoliers, 1995), tampoco lo salvarían del todo del olvido terminal hollywoodense…

 

Chucky: El Muñeco Diabólico (Child’s Play, Estados Unidos, 1988)

Dirección: Tom Holland. Guión: Don Mancini, John Lafia y Tom Holland. Elenco: Brad Dourif, Alex Vincent, Chris Sarandon, Catherine Hicks, Dinah Manoff, Tommy Swerdlow, Jack Colvin, Neil Giuntoli, Juan Ramírez, Ray Oliver. Producción: David Kirschner. Duración: 88 minutos.

Puntaje: 8