Saga Original de Viaje a las Estrellas (Star Trek)

Los arcanos del cosmos

Por Emiliano Fernández

Todos aquellos que crecimos viendo alguna de las muchas retransmisiones de Viaje a las Estrellas (Star Trek, 1966-1969), serie de TV creada por Gene Roddenberry en un período histórico en el que el hombre recién estaba llegando a la Luna y nacían obras maestras adicionales de ciencia ficción aunque en la gran pantalla como 2001: Odisea del Espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), de Stanley Kubrick, y El Planeta de los Simios (Planet of the Apes, 1968), de Franklin J. Schaffner, siempre recordaremos la inventiva y la enorme curiosidad que se movían por detrás de aquellos esplendorosos 79 episodios desplegados a lo largo de tres temporadas producidas para la NBC por Desilu Productions, la compañía fundada en 1950 por Lucille Ball y su esposo Desi Arnaz que en 1967 a su vez fue vendida al conglomerado Gulf+Western, propietario de la colosal Paramount Pictures y decidido a convertir a Desilu, alma máter además de Yo Amo a Lucy (I Love Lucy, 1951-1957), Los Intocables (The Untouchables, 1959-1963), Misión Imposible (Mission Impossible, 1966-1973) y Mannix (1967-1975), en Paramount Television, la rama de ficciones originales de la empresa para la pantalla chica. El show, sólo comparable en su riqueza e impacto futuro a La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964), del genial Rod Serling para la CBS, fue creciendo de a poco, década a década, en el imaginario del planeta hasta mutar en el emblema cultural por antonomasia de la exploración espacial, en consonancia con esa legendaria voz en off del Capitán James T. Kirk (William Shatner) que abría cada episodio y nos dejaba en las puertas de la antropología cósmica, la diplomacia más curiosa y por supuesto esas aventuras en las que la valentía era sinónimo expreso de aquello desconocido que nos interroga y nos invita al asombro, “el espacio, la frontera final, estos son los viajes de la nave estelar Enterprise, su misión de cinco años: explorar nuevos y extraños mundos, buscar nueva vida y nuevas civilizaciones, ir audazmente a donde ningún hombre ha ido antes”. La andanada de obras asociadas a la serie original de los años 60 es francamente gigantesca y puede dividirse en tres ramas principales, a saber: primero vienen las retahílas de capítulos animados, Viaje a las Estrellas: La Serie Animada (Star Trek: The Animated Series, 1973-1975) y dos exponentes recientes, Star Trek: Lower Decks (2020-2022) y Star Trek: Prodigy (2021-2022); en segundo lugar tenemos las siete series en live action que flamearon la bandera aunque sin jamás alcanzar el nivel de calidad de antaño, una primera tanda de cuatro que se extiende desde la década del 80 hasta comienzos del Siglo XXI, léase Viaje a las Estrellas: La Nueva Generación (Star Trek: The Next Generation, 1987-1994), Viaje a las Estrellas: Abismo Espacial Nueve (Star Trek: Deep Space Nine, 1993-1999), Viaje a las Estrellas: Voyager (Star Trek: Voyager, 1995-2001) y Viaje a las Estrellas: Enterprise (Star Trek: Enterprise, 2001-2005), y un segundo grupo de tres que cubren nuestra contemporaneidad, hablamos de la relativamente autónoma Viaje a las Estrellas: Discovery (Star Trek: Discovery, 2017-2022), Viaje a las Estrellas: Picard (Star Trek: Picard, 2020-2023), secuela directa de Viaje a las Estrellas: La Nueva Generación, y Viaje a las Estrellas: Nuevos y Extraños Mundos (Star Trek: Strange New Worlds, 2022), un spin-off de Viaje a las Estrellas: Discovery; y finalmente llega la pata cinematográfica de la franquicia, la más ambiciosa de todas y la que efectivamente nos interesa, esa que a su vez se divide en tres tandas de películas, las seis con el elenco original de la serie de los 60, Viaje a las Estrellas: La Película (Star Trek: The Motion Picture, 1979), de Robert Wise, Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982), opus de Nicholas Meyer, Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock (Star Trek III: The Search for Spock, 1984), de Leonard Nimoy, Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa (Star Trek IV: The Voyage Home, 1986), asimismo de Nimoy, Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera (Star Trek V: The Final Frontier, 1989), dirigida por Shatner, y Viaje a las Estrellas VI: Aquel País Desconocido (Star Trek VI: The Undiscovered Country, 1991), otra de Meyer, las cuatro con los actores de Viaje a las Estrellas: La Nueva Generación, nos referimos a Viaje a las Estrellas: La Próxima Generación (Star Trek: Generations, 1994), de David Carson, Viaje a las Estrellas: Primer Contacto (Star Trek: First Contact, 1996), aquella propuesta de Jonathan Frakes, Viaje a las Estrellas: Insurrección (Star Trek: Insurrection, 1998), también de Frakes, y Viaje a las Estrellas: Némesis (Star Trek: Nemesis, 2002), de Stuart Baird, y las -por ahora- tres epopeyas hiper infladas en plan de reboot conceptual que juegan con pinceladas de secuela tradicional y mucha melancolía por tiempos brillantes que ya no regresarán jamás, las dos primeras a cargo de J.J. Abrams, Viaje a las Estrellas (Star Trek, 2009) y Viaje a las Estrellas: En la Oscuridad (Star Trek: Into Darkness, 2013), y la tercera en manos del bobalicón de Justin Lin, Viaje a las Estrellas: Sin Límites (Star Trek: Beyond, 2016). Ahora bien, en el presente dossier nos concentraremos en el análisis de las seis primeras películas e incorporaremos de yapa la séptima, puente entre la primera y la segunda fase, porque literalmente responden a la “era dorada” de la franquicia en términos cinematográficos de un modo similar a lo acontecido en el ámbito televisivo con la serie original de Desilu y de aquel Roddenberry siempre polémico y megalómano que recurría a nivel legal a la máscara de Norway Corporation, un show en verdad insuperable desde todo punto de vista. A pesar de que las evidentes cúspides son Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan y Viaje a las Estrellas VI: Aquel País Desconocido, tampoco se puede pasar por alto el excelente nivel de Viaje a las Estrellas: La Película, Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock y Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa, lo que deja para lo último a Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera y Viaje a las Estrellas: La Próxima Generación, muy lejos ambas de las dos joyas inconmensurables de Meyer aunque sinceramente no tanto de las únicas realizaciones realmente interesantes de los dos ciclos posteriores, hablamos de Viaje a las Estrellas: Primer Contacto, especie de “obra maestra menor” del elenco de Viaje a las Estrellas: La Nueva Generación porque los dos opus siguientes son tan rutinarios y lelos como el film de 1994, y aquella Viaje a las Estrellas del 2009 del spielbergiano de segunda o tercera mano Abrams, odisea que reemplazó a la ciencia ficción cerebral y humanista de la saga por la fanfarria de acción hollywoodense ultra exagerada de un modo semejante a lo ya visto -pero con más sutileza- en Viaje a las Estrellas: Primer Contacto, en este sentido basta con recordar que Viaje a las Estrellas: En la Oscuridad se movía como una remake remota de Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan y Viaje a las Estrellas: Sin Límites, por su parte, ya era un despropósito total que tenía que ver con el cine actual más atolondrado y recargado de CGI, diálogos necios, nostalgia redundante y una impaciencia narrativa que pendula entre el déficit de atención y la estupidez más risible. Volver a apreciar las seis películas originales en tiempos de refritos eternos de lo mismo equivale a despertar una vez más ante una creatividad que se entronca con formulaciones previas aunque siempre de cara al futuro, a una nueva aventura que es tan o más apasionante que las anteriores ya que el orbe nunca se limita al ombliguismo/ narcisismo/ individualismo y siempre existirá todo un universo que escapa por mucho a la comprensión del ser humano y su rudimentario ego.

 

Índice:

 

Viaje a las Estrellas: La Película (Star Trek: The Motion Picture, 1979), de Robert Wise:

 

Las reacciones agitadas entre el público y la crítica que suele generar la seminal Viaje a las Estrellas: La Película (Star Trek: The Motion Picture, 1979), de Robert Wise, como por ejemplo acusaciones de ser “muy lenta”, no tener escenas de acción propiamente dichas o privilegiar los efectos especiales por sobre todo lo demás, constituyen formulaciones necias que no tienen en cuenta -o no llegan a comprender- que esa es precisamente la perspectiva explícita buscada porque el film se orientó sin medias tintas hacia el costado aventurero filosófico de la serie aunque aprovechando el lienzo inestimable de la gran pantalla para construir una experiencia inmersiva en el espacio en línea con la paciencia, profundidad y esteticismo deslumbrante de 2001: Odisea del Espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), de Stanley Kubrick, sutil paradoja de por medio porque la película de Wise forma parte de la estela de obras de ciencia ficción exitosas en taquilla pero mucho más simples de la época, pensemos en la space opera pueril de La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977), de George Lucas, o el sustrato de drama familiero de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (Close Encounters of the Third Kind, 1977), opus de Steven Spielberg. El film nació como adaptación de la serie de los 60 de la NBC gracias al culto fetichizado y la popularidad de las retransmisiones en los años 70, luego mutó en la posibilidad concreta de una segunda tanda de capítulos, bautizada Viaje a las Estrellas: Fase II (Star Trek: Phase II, 1977), y terminó convirtiéndose en la propuesta del amigo Robert, conocedor del género porque fue el gran responsable de las recordadas El Día que Paralizaron la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951) y La Amenaza de Andrómeda (The Andromeda Strain, 1971), gracias a la estupenda repercusión de los films de Lucas y Spielberg. Hablamos de la primera verdadera adaptación cinematográfica a toda pompa de una obra televisiva, cuyo guión fue acreditado a Harold Livingston a partir de una historia esquemática de Alan Dean Foster, de hecho dos profesionales del ámbito de la TV, aunque la idea de base fue de Gene Roddenberry para el que hubiese sido el piloto de dos horas de Fase II, A tu Imagen (In thy Image, 1977), a su vez basado de manera bastante literal en un capítulo clásico de la segunda temporada de la serie original, El Suplante (The Changeling, 1967), dirigido por Marc Daniels y escrito por John Meredyth Lucas, y en Viaje a las Estrellas: La Cosa Dios (Star Trek: The God Thing, 1976), guión del propio Roddenberry para una película que fue rechazada por Paramount y que luego se pretendió convertir en una novela, también sin resultados positivos. En el Siglo XXIII una enorme nube espacial compuesta por un campo de energía es controlada por lo que parece ser una entidad alienígena que destruye tres naves de guerra klingons y una estación de monitoreo de la Flota Estelar, Épsilon Nueve, en su curso porfiado hacia el Planeta Tierra, contra el que chocará en poco menos de 54 horas. Por supuesto que la USS Enterprise es la única nave dentro del alcance de la amenaza y por ello la elegida para llegar hasta la mentada nube y hacer todo lo posible para detenerla, no obstante atraviesa diversas reformas estructurales y para colmo está al mando de Willard Decker (Stephen Collins), un capitán que prontamente es desbancado por el hoy Almirante James T. Kirk (William Shatner) una vez que nuestro líder histórico intercede ante el Comando de la Flota Estelar para recuperar la amada Enterprise y su tripulación de siempre, esa compuesta por el ingeniero en jefe Montgomery “Scotty” Scott (James Doohan), el oficial de armas Pavel Chekov (Walter Koenig), la hermosa oficial de comunicaciones Nyota Uhura (Nichelle Nichols) y el timonel Hikaru Sulu (George Takei), dejando para más adelante la llegada de los otros dos protagonistas junto con Kirk, el oficial médico Leonard McCoy alias Bones (DeForest Kelley), quien es obligado a volver al servicio por el almirante, y el legendario oficial científico Spock (Leonard Nimoy), reemplazo de otro vulcano, Sonak (Jon Rashad Kamal), que falleció por problemas en los teletransportadores. La nube eventualmente atrae hacia su interior al Enterprise, secuestra a la navegante deltaniana Ilia (la actriz hindú Persis Khambatta) y envía a la cabina de mando a un androide que es un doppelgänger de Ilia, el cual conserva sus recuerdos e incluso oficia de sonda antropomorfizada para comunicación y recopilación de datos, así descubrimos que la entidad se hace llamar V’Ger y pretende estudiar las “unidades de carbono” de la nave, los bípedos. El temerario Spock se adentra en las fastuosas construcciones del centro de la nube y rápidamente comprende vía telepatía que están lidiando con una inteligencia artificial sobredesarrollada que busca darle algo de sentido a su existencia mediante un hipotético encuentro con su creador, precisamente estos seres humanos ya que en el final queda de manifiesto que la entidad no biológica tiene por núcleo una sonda espacial del Siglo XX destinada a recopilar datos y regresar a la Tierra, la Voyager 6, misión cumplida que lleva a la máquina viviente a la desazón y el ansia en pos de un flamante propósito que justifique los siglos de información y viajes estelares. Entre la reutilización del genial leitmotiv de Alexander Courage y el asesoramiento técnico de la NASA, del ex astronauta Rusty Schweickart y del famoso escritor de ciencia ficción Isaac Asimov, la realización de Wise, mucha incomprensión y expectativas contrastantes de por medio, se transformó con el transcurso de los años en un caso muy raro no sólo dentro de la saga de cabecera sino en materia de la ciencia ficción en general porque fue una de las primeras obras modernas volcadas a la abstracción de sus premisas y a la contemplación de las maravillas que escondía el espacio en detrimento de esa pirotecnia incesante en la que pronto derivaría la fantasía estelar y comarcas semejantes, por ello tenemos por un lado momentos etéreos majestuosos como los tres principales creados por Douglas Trumbull, el genio detrás del apartado técnico de 2001: Odisea del Espacio, La Amenaza de Andrómeda, Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, Naves Misteriosas (Silent Running, 1972), joya del propio Trumbull, Blade Runner (1982), de Ridley Scott, y El Árbol de la Vida (The Tree of Life, 2011), de Terrence Malick, léase la llegada a la Enterprise de Kirk junto a Scotty, la entrada primigenia en las profundidades de la nube y el derrotero en solitario de Spock dentro de la misma, y por el otro lado todos aquellos latiguillos que hacían de la serie de Roddenberry una experiencia gratificante tanto a un nivel empático y aventurero como intelectual e ideológico, pensemos para el caso en los dilemas morales de fondo, el peligro que acecha silente y enigmático, ese humanismo de exploraciones incesantes, un suspenso de encadenamientos deductivos, los muchos problemas con la Enterprise, las paradojas sarcásticas de fondo sobre el autosabotaje cíclico de los terrícolas, el fetiche para con las identidades cambiantes o el control mental, la frescura de amigos y/ o antagonistas siempre nuevos, la retórica deliciosamente enrevesada de los diálogos, aquella querida fascinación antropológica/ arqueológica/ sociológica, los giros argumentales, un desenlace sorpresivo y desde ya los tres pivotes centrales a escala espiritual, la exasperación pasional del Doctor McCoy, la lógica a rajatabla de Spock y esa “solución negociada” que simbolizaba Kirk, mandamás comprensivo, pícaro y con la capacidad de aceptar sus errores y consagrarse a enmendarlos. La denominada Edición del Director del 2001, supervisada meticulosamente por Wise en lo que terminaría siendo su último proyecto antes de fallecer en 2005 a los 91 años de edad, también conocido entre los fans del cine de género por sus clásicos del film noir y la algarabía terrorífica de La Maldición de la Pantera (The Curse of the Cat People, 1944), El Profanador de Tumbas (The Body Snatcher, 1945), La Casa Embrujada (The Haunting, 1963) y La Otra Vida de Audrey Rose (Audrey Rose, 1977), logra destacarse en especial por la remozada introducción de Spock en Vulcano y por algunas tomas con CGIs no invasivos en los dominios surrealistas de V’Ger, superando a la acepción original porque ésta fue producto tanto del capricho de Paramount Pictures de apresurar las cosas, para tener el film listo para su estreno en la Navidad de 1979, como de las múltiples demoras del proyecto, el despido por desfalco del primer equipo de efectos especiales, Robert Abel and Associates, y los mismos obstáculos que Trumbull debió esquivar para finiquitar a tiempo la propuesta en nueve meses, una labor monumental para la época que le permitió gozar de un presupuesto ilimitado y una sorprendente libertad creativa al extremo de redondear las escenas señaladas a lo Kubrick, en esencia sin intercambios verbales o con muy pocos para priorizar la riqueza visual del espacio y los revolucionarios efectos especiales. De todos modos Viaje a las Estrellas: La Película asimismo logra obnubilar desde su ambición épica conceptual ya que el desenlace de la fusión entre el duplicado de Ilia y el ex de la mujer, Decker, hasta conformar una “nueva forma de vida” que se desvanece en el espacio, en sí sintetiza a la perfección el cariño de Roddenberry por los interrogantes semi abiertos de las resoluciones, los arcanos del cosmos y la dinámica ambivalente de los vínculos personales y un afán de conocimiento enmarcado en la ética, el sentido común y esa curiosidad ante lo desconocido que se da la mano con el respeto hacia los seres vivientes y sus entornos, sin jamás derrapar en la ceguera cuasi infantil de un V’Ger que considera que su papi todo lo resolverá/ aclarará o en el fundamentalismo religioso tácito de esa Ilia robótica que sigue mandatos fijos -sin reconocer las muchas contradicciones y misterios de la existencia- y que para colmo obedece a una entidad farsesca semejante al personaje titular de El Mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), de Victor Fleming, en aquella un hombre común y corriente que recurría al ilusionismo par darse aires de líder todopoderoso y hoy por hoy una sonda vieja y derruida que aparentemente creció y fue tuneada por una ignota raza alienígena de máquinas sapientes que también la veneraron hasta convertirla en un gurú o guía espiritual.

 

Viaje a las Estrellas: La Película (Star Trek: The Motion Picture, Estados Unidos, 1979)

Dirección: Robert Wise. Guión: Harold Livingston. Elenco: William Shatner, Leonard Nimoy, DeForest Kelley, James Doohan, George Takei, Walter Koenig, Nichelle Nichols, Persis Khambatta, Stephen Collins, Majel Barrett. Producción: Gene Roddenberry y David C. Fein. Duración: 137 minutos.

 

Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982), de Nicholas Meyer:

 

Era evidente que después de los muchos problemas, el presupuesto inflado y la prolongada cocina/ producción de Viaje a las Estrellas: La Película (Star Trek: The Motion Picture, 1979), propuesta de Robert Wise que igualmente resultó exitosa en términos de la taquilla internacional, Paramount Pictures intentaría privilegiar un enfoque creativo diametralmente opuesto y por ello se culpabilizó a Gene Roddenberry, quien le había dado el visto bueno al ritmo narrativo pausado del film original y había exigido constantes reescrituras del guión en la etapa previa al rodaje y durante su desarrollo. Con vistas a reducir costos y el tiempo en general de creación de la secuela, el productor Harve Bennett se encargó él mismo de recuperar otra faceta del espíritu aventurero de la serie televisiva que no sea aquella de la exploración de connotaciones antropológicas del opus de Wise, así en primer lugar se eligió a un villano histórico y “de peso” de uno de los mejores capítulos del lote, Khan Noonien Singh (Ricardo Montalbán) del episodio de la primera temporada Semilla Espacial (Space Seed, 1967), y en segunda instancia se optó por una perspectiva retórica clasicista que combinaba a nivel conceptual los relatos náuticos y los héroes del cine de capa y espada o las faenas de caballería, planteo que a su vez implicaba desde el vamos un punto de vista más melodramático que suplantaba la fascinación esotérica con el universo de Viaje a las Estrellas: La Película mediante una serie de recursos típicos del folletín de aventuras más popular, directo y dinámico. Bennett, un profesional del ámbito de la TV que permanecería vinculado a la saga que nos ocupa hasta Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera (Star Trek V: The Final Frontier, 1989), dirigida por William Shatner, contrató al guionista Jack B. Sowards, otro artesano del ambiente televisivo aquí en su único trabajo para el séptimo arte, y eventualmente se sumó al proyecto el guionista no acreditado y director Nicholas Meyer, señor que terminó de corregir los inconvenientes y dilemas que planteaba la historia craneada hasta ese momento porque se volcó con entusiasmo e ingenio a la perspectiva de Bennett en materia de las batallas navales en el espacio, las tragedias pomposas y aquella construcción de un villano humano tradicional motivado por el odio y un ansia irrefrenable de venganza contra el Almirante James T. Kirk (Shatner), llegando incluso en una escena a incluir ejemplares de la Santa Biblia, inspiración para las debacles vinculares, El Rey Lear (King Lear, 1606), de William Shakespeare, referencia sobre la crueldad y el canibalismo del poder, El Paraíso Perdido (Paradise Lost, 1667), de John Milton, alusión al motivo de la mega revancha diabólica, el Infierno (Inferno, 1304-1308) de la Divina Comedia (Divina Commedia, 1304-1321), de Dante Alighieri, cita para las consecuencias de los pecados, y en especial Moby-Dick (1851), de Herman Melville, otra referencia a la cruzada fanática de un Khan símil Capitán Ahab y su encono contra un Kirk -homologado a la ballena blanca- al que responsabiliza por la muerte de su esposa, la historiadora Marla McGivers (Madlyn Rhue en 1967), luego de abandonarlo a él y a los suyos en el planeta Ceti Alfa V en Semilla Espacial. Hablamos de un tirano que gobernó parte de la Tierra durante la década del 90 del Siglo XX, que formó parte de una estirpe de soldados genéticamente modificados para las Guerra Eugénicas de la época y que fue despertado de su letargo criogénico de 300 años en la SS Botany Bay, en apariencia abandonada, por la tripulación de la Enterprise, nave que el tremendo Khan pretendió controlar vía un Golpe de Estado que resultó fallido y derivó en el exilio forzado del susodicho en Ceti Alfa V junto con McGivers, una teniente que estaba al servicio de la Flota Estelar y termina enamorada del personaje de Montalbán y muriendo a consecuencia del ataque de unas criaturas alienígenas del planeta cuyas larvas ingresan al cuerpo de sus víctimas por los oídos y las llevan progresivamente a la locura y el óbito. Luego de supervisar una simulación de rescate con eje en la Enterprise, esa de la nave dañada Kobayashi Maru que conduce a un enfrentamiento mortífero con cruceros de batalla klingons, Kirk cae en una crisis de mediana edad por su rol docente, su alejamiento de la exploración espacial e incluso por un par de anteojos de lectura que Leonard McCoy (DeForest Kelley) le regala para su cumpleaños. El retiro, por supuesto, dura un santiamén ya que no pasa mucho tiempo hasta que recibe un mensaje de socorro proveniente de la estación espacial Regula I, donde la ex pareja del almirante, la Doctora Carol Marcus (Bibi Besch), y su hijo, David (Merritt Butrick), idearon el Proyecto Génesis, un dispositivo que crea vida a partir de lo inerte o destruye/ reorganiza aquello que ya estaba vivo, dualidad tragicómica que resulta muy atractiva para un Khan que se hace de una nave de la Flota Estelar, la Reliant, una vez que sus dos jerarcas, el Capitán Clark Terrell (Paul Winfield) y Comandante Pavel Chekov (Walter Koenig), descienden en Ceti Alfa V creyendo que el planeta en cuestión es Ceti Alfa VI, el primero alguna vez con vida y ya no tanto porque el segundo explotó, cambió la órbita del vecino y para la colmo lo transformó en un páramo espantoso. El villano utiliza a los monstruos alienígenas símil crustáceos para controlar la mente de Chekov y Terrell y tenderle una trampa a Kirk, lo que eventualmente es frustrado por el mandamás del Enterprise en una seguidilla de pugnas a la distancia entre la nave de cabecera y la Reliant que alcanzan su cenit en la infame Nebulosa Mutara, donde la estática y los gases hacen imposible la visibilidad e incapacitan el blindaje de las naves como si se tratase de un enfrentamiento bélico en medio de las aguas del océano y en plena tormenta nocturna. Khan se suicida activando el mentado Génesis para que oficie de bomba atómica contra Kirk y todo lo viviente y Spock (Leonard Nimoy) se sacrifica a último momento para reparar la célebre “velocidad warp” o desplazamiento por curvatura espacio-temporal, un impulso que de hecho permite a la Enterprise escapar del rango de acción del dispositivo de la Doctora Marcus y su vástago aunque envenena con radiación en el proceso al oficial científico de Vulcano, cuyo sarcófago estelar va a parar a un flamante planeta que surge por obra y gracia de la explosión, llamado precisamente Génesis. Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982), quizás la mejor película de toda la saga o simplemente la más disfrutable y entretenida, forma parte de un ciclo implícito de segundas partes intensas, nihilistas y/ o de estética sombría que en su momento supo incluir a tanques variopintos del primer lustro de los 80, recordemos para el caso El Imperio Contraataca (The Empire Strikes Back, 1980), del querido Irvin Kershner, Mad Max 2: El Guerrero de la Carretera (Mad Max 2: The Road Warrior, 1981), de George Miller, y sobre todo Indiana Jones y el Templo de la Perdición (Indiana Jones and the Temple of Doom, 1984), de Steven Spielberg, de allí que el trabajo de Meyer nos bombardee constantemente con fuegos artificiales emocionales como la preocupación de James a raíz de la vejez, el odio irrefrenable de Khan por el óbito de su esposa y el encierro a cielo abierto de quince años en el desértico Ceti Alfa V, nada menos que la muerte -transitoria, desde ya- de un Spock aquí en un rol secundario, el desprecio de David hacia su papi en función de una ausencia familiar de impronta militar/ profesional/ workaholic, el horrible destino de Chekov por el lavado de cerebro -éste en pantalla por lo menos logra que el parásito auditivo se marche, a diferencia de un Terrell que derrapa en el suicidio- y finalmente la presencia de personajes secundarios que señalan las claras falencias en sensatez o “buen juicio” de los antagonistas principales, nos referimos a Saavik (una joven y muy linda Kirstie Alley), protegida de Spock que se convierte en la conciencia tácita del almirante de Shatner, y Joachim (Judson Scott), equivalente de la anterior y secuaz moderado en simultáneo de la criatura del genial Montalbán, por aquellos años gozando de la popularidad de La Isla de la Fantasía (Fantasy Island, 1977-1984), la bizarra serie de Gene Levitt para la ABC, y de esa ira del título que suele llevar a Khan a arrebatos autodestructivos que abarcan a todos a su alrededor, ya sin importar el bando. Entre el trasfondo melvilleano/ shakespeariano de un Khan con look de forajido de Mad Max, quien en el desenlace incluso cita a Moby-Dick cual abanderado ad infinitum del desquite, y esa manía persecutoria de un Kirk que le escapa a la mediocre pasividad del retiro o -incluso peor- la docencia sermoneadora, un detalle que subraya la importancia de Saavik porque el liderazgo de la chica ante la derrota era lo testeado en el simulacro del comienzo de la Kobayashi Maru, la propuesta es sin duda el punto más alto de la correcta aunque en general poco interesante carrera de Meyer, el cual alcanzaría otra cúspide cualitativa en Viaje a las Estrellas VI: Aquel País Desconocido (Star Trek VI: The Undiscovered Country, 1991) y ofrecería opus dignos como Los Pasajeros del Tiempo (Time After Time, 1979) o las televisivas El Día Después (The Day After, 1983) y Vendetta (1999) y otros no tanto, ya en sintonía con Voluntarios a la Fuerza (Volunteers, 1985), La Secta Secreta (The Deceivers, 1988) y Espías sin Fronteras (Company Business, 1991), amén de guiones para terceros como los de El Caso Final (The Seven-Per-Cent Solution, 1976), de Herbert Ross, Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa (Star Trek IV: The Voyage Home, 1986), del gran Nimoy, Sommersby (1993), de Jon Amiel, La Mancha Humana (The Human Stain, 2003), de Robert Benton, y La Elegida (Elegy, 2008), de Isabel Coixet. Así como la estrategia de reutilizar gran parte de los sets de Viaje a las Estrellas: La Película no se siente para nada en el resulto artístico final, la idea de recurrir a la Industrial Light & Magic, el emporio de George Lucas, para los efectos especiales marca el camino que de aquí en adelante tomará la franquicia en términos estéticos espaciales, porque al trasfondo visionario de Douglas Trumbull se lo sustituye con una algarabía pueril a la vez eficaz y amena pero innegablemente más estandarizada y menos despampanante o singular. Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan, a pesar de lidiar con el fantasma de la muerte acechante de los personajes en forma de un destino que se engulle al automartirizado Spock o a través de la Némesis masculinizada, Khan, que desde Ceti Alfa V y la Reliant clama por la cabeza de nuestro almirante, también se hace un festín sopesando la amistad sacrificial, estas misiones autojustificantes que estimulan, los alcances del nacimiento o la resurrección y la paradoja que se esconde detrás, esto de que lo nuevo -o lo antiguo remozado- siempre ocupa el lugar de algo previo que pasa al olvido o es aniquilado como en el caso del Proyecto Génesis, por ello mismo las aventuras estelares de Kirk y los suyos, una tripulación más que veterana para esta altura del partido, constituyen un soplo de aire fresco que tiene sabor a revancha contra las inclemencias del paso de los años, madurez que en muchas oportunidades otorga sabiduría pero nos va acercando a esa parálisis identitaria y corporal que antecede al ocaso.

 

Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, Estados Unidos, 1982)

Dirección: Nicholas Meyer. Guión: Jack B. Sowards. Elenco: William Shatner, Ricardo Montalbán, Leonard Nimoy, DeForest Kelley, James Doohan, Walter Koenig, George Takei, Kirstie Alley, Bibi Besch, Paul Winfield. Producción: Harve Bennett y Robert Sallin. Duración: 113 minutos.

 

Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock (Star Trek III: The Search for Spock, 1984), de Leonard Nimoy:

 

Leonard Nimoy, quien siempre tuvo una relación de amor/ odio con el personaje que lo hizo famoso en todo el mundo al extremo de que sus dos autobiografías tienen por títulos No soy Spock (I Am Not Spock, 1975) y Soy Spock (I Am Spock, 1995), en un principio no pretendía sumarse a la saga cinematográfica por dos razones, primero por una disputa judicial con Paramount Pictures y Gene Roddenberry, a raíz del uso indebido de su imagen para merchandising vinculado a la serie televisiva sin que se le haya abonado las regalías correspondientes, y segundo por la tendencia histórica de Roddenberry a incluir su nombre en absolutamente todo para -precisamente- ser el único beneficiario de la “marca Viaje a las Estrellas (Star Trek)”, un ejemplo muy claro al respecto es la legendaria anécdota en materia de la archiconocida cortina musical de Alexander Courage a la que el tremendo de Gene registró -a escala institucional estadounidense- con una letra cualquiera para cobrar la mitad de las regalías de allí en adelante a pesar de que la composición jamás se pretendió de naturaleza vocal, siempre sólo instrumental, una estafa camuflada -o por lo menos una movida subrepticia muy poco ética- que enfureció a Courage. La pugna entre Nimoy y el creador máximo llegó al punto de que el actor no quiso participar en la que hubiese sido la secuela de la serie original si no la hubiesen cancelado, Viaje a las Estrellas: Fase II (Star Trek: Phase II, 1977), por ello fue reemplazado por un personaje vulcano, uno deltaniano y uno humano, Xon (David Gautreaux), Ilia (Persis Khambatta) y Willard Decker (Stephen Collins), respectivamente, el primero eventualmente desapareciendo en el contexto de la vuelta de Nimoy con motivo de Viaje a las Estrellas: La Película (Star Trek: The Motion Picture, 1979), de Robert Wise, y los otros dos a su vez incorporados al guión de turno de Harold Livingston, solución al amparo de un Wise que estaba convencido de la necesidad fundamental de la participación del intérprete en el rol de Spock. Jeffrey Katzenberg, un ejecutivo que trabajaba para el jefe de Paramount, Barry Diller, negoció el tema de las regalías por el merchandising en favor de Nimoy y así garantizó su presencia, no obstante aún quedaba el temita del insoportable Roddenberry, señor que terminó siendo expulsado por el estudio después de la tormentosa producción de Viaje a las Estrellas: La Película debido a sus reescrituras constantes y la imposición de ese desenlace con la “máquina viviente” símil inteligencia artificial, detalle que a su vez anticipó a lo lejos las nuevas batallas que se generarían por el final de Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982) entre por un lado el director Nicholas Meyer, el cual deseaba ratificar aquella muerte de Spock como algo definitivo e irrenunciable, y por el otro lado los mandamases de Paramount y el productor y guionista Harve Bennett, cónclave que en los test screenings identificó el espanto de los trekkies ante el óbito de Spock y por ello se decidió incorporar el epílogo del ataúd galáctico del nacido en Vulcano yendo a parar a su pronta resurrección de la mano del Planeta Génesis. Gracias a la buena repercusión en la taquilla y entre la crítica de Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan, el estudio le encargó de inmediato a Bennett una continuación que el susodicho comenzó a planear en solitario ya que el realizador previo, Meyer, se había ofendido por el remate trastocado para complacer al público, un panorama que se abre a la incorporación de Nimoy una vez que el actor de repente afirma estar interesado en repetir el personaje e incluso dirigir el film, habiendo disfrutado el rodaje de las dos primeras entregas de la saga. Fue Leonard, precisamente, quien planificó sin acreditar todo el sustrato metafísico/ religioso/ cultural de Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock (Star Trek III: The Search for Spock, 1984) inspirándose en un genial capítulo de la serie original, La Época de Amok (Amok Time, 1967), escrito por Theodore Sturgeon y dirigido por Joseph Pevney, episodio en verdad mítico -el primero de la segunda temporada- porque es el único en el que se analiza con detalle el entramado simbólico de los vulcanos, el único que transcurre en el planeta de los amantes de la lógica y el primero en el que aparece como navegante Pavel Chekov (Walter Koenig), amén de introducir latiguillos conceptuales que serían explotados a futuro como el Saludo Vulcano (palma abierta, dedos juntos separados en forma de V y la frase “larga vida y prosperidad”) y la condición de los machos vulcanos del “pon farr” (malestar físico y psicológico cada siete años en pos de obligar al cuerpo a buscar -y/ o aparearse con- una hembra, o morir en el intento), este último ardid creado por el guionista Sturgeon y el primero obra del propio Nimoy a partir de las bendiciones en las ceremonias judías. Retomando la trama de Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan, el convite arranca con el arribo del Enterprise al Muelle Espacial Terrestre (Earth Spacedock), una gigantesca estación que orbita cerca de nuestro planeta, y con el retiro de la nave después de veinte años de servicio, todo por la idea del Almirante Morrow (Robert Hooks), el comandante de la Flota Estelar, de reemplazarla por otra equivalente aunque ya de avanzada, la Excélsior, al mando del Capitán Styles (James Sikking). James T. Kirk (William Shatner) pronto se percata del comportamiento errático de un Leonard McCoy (DeForest Kelley) que parece estar poseído por Spock, algo que se confirma cuando el padre del finado y embajador de Vulcano ante la Tierra, Sarek (Mark Lenard), le informa a Kirk que el oficial científico transfirió su katra o espíritu inmortal al doctor antes de fallecer por radiación reparando la velocidad warp del Enterprise con el objetivo de escapar del dispositivo de terraformación Génesis, creado por la ex pareja y el vástago de James, Carol (Bibi Besch) y David Marcus (Merritt Butrick), y robado por Khan Noonien Singh (Ricardo Montalbán). Como Morrow le impide a Kirk retomar el mando de la dañada Enterprise o siquiera volver al Planeta Génesis, en esta ocasión transformado en una “controversia galáctica” a nivel político y militar, el amigo James se confabula con sus compinches de siempre, léase el médico, Chekov, Montgomery “Scotty” Scott (James Doohan), Hikaru Sulu (George Takei) y Nyota Uhura (Nichelle Nichols), para secuestrar la Enterprise, sabotear la Excélsior y regresar al cementerio improvisado de Spock con vistas a recuperar su cadáver y llevarlo a Vulcano para que una suma sacerdote, T’Lar (Judith Anderson), realice una ceremonia conocida como “fal-tor-pan”, en esencia el traspaso del alma y los recuerdos de Spock desde McCoy hacia la inerte anatomía de Nimoy. El villano reglamentario es de linaje klingon, Kruge (el inefable Christopher Lloyd), el comandante de un crucero Ave de Rapiña (Bird of Prey) que se queda sin su amante, Valkris (Catherine Shirriff), luego de que la señorita le consiguiese información sobre la existencia de Génesis y aceptase su destino de muerte por tratarse de secretos castrenses. Como Khan antes que él, a Kruge le importa poco la faceta de terraformación de Génesis y se muestra interesado en hacerse del dispositivo como arma en el balance de poder entre la Federación Unida de Planetas y el Imperio Klingon, así primero destruye la nave del capitán humano corrupto que reveló la existencia de Génesis por un dinerillo -Valkris incluida- y después se carga a su homóloga de investigación, Grissom, controlada por el pusilánime Capitán J.T. Esteban (Phillip R. Allen), mientras Marcus y la vulcana Saavik (Robin Curtis sustituye a Kirstie Alley), los oficiales científicos, se encontraban en el Planeta Génesis chequeando qué fue de Spock, de hecho resucitado por el dispositivo y reconvertido en un jovencito que padece el pon farr y envejece a pasos agigantados junto con el resto del astro (Carl Steven, Vadia Potenza, Stephen Manley y Joe W. Davis ilustran este crecimiento con destino funesto si no se abandona el planeta cuanto antes). Kruge hace asesinar a David, su rehén, para presionar a James creyendo que éste posee los secretos de la ansiada arma, lo que lleva al furibundo almirante a activar la secuencia de autodestrucción de la Enterprise para asesinar al grueso de la tripulación del Ave de Rapiña que se teletransporta a la otrora nave insignia de la Flota Estelar, situación que se resuelve con un “mano a mano” entre Kirk y Kruge en el que sale victorioso el humano porque mata al contrincante y se queda con su crucero de guerra, logrando abandonar el planeta justo cuando comienza a colapsar por el fiasco monumental de Génesis, una utopía totalmente inestable por la utilización de una sustancia voluble e insegura denominada protomateria. T’Lar ejecuta el ritual, ese protagonizado por un McCoy cercano a la esquizofrenia y un Spock que llegó a una edad adulta aunque sin ser más que un “recipiente vacío” falto de identidad, y en los segundos finales el vulcano reconoce a James y al resto de la troupe de la desaparecida Enterprise, ya con el katra restituido a su cuerpo. Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock, sin lograr superar lo hecho por Viaje a las Estrellas: La Película y su corolario, constituye una propuesta muy digna que retoma y readapta ingredientes de los films previos de Wise y Meyer, pensemos que reemplaza el sustrato de exploración científica y cósmica de la primera película por una fascinación de impronta espiritual, tanto esa mesiánica semi cristiana como aquella pagana o atea de la fraternidad entre colegas y amigos, y asimismo recupera el dejo aventurero extasiado de Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan pero en gran medida atenuándolo e invirtiéndolo, basta con considerar que el rebelde del opus anterior era el villano y ahora los sublevados son los mismos protagonistas, Kirk y su compañía de amotinados contra el mandato de la Federación Unida de Planetas vía Morrow, y los que representan a rajatabla los intereses de su bando en esta oportunidad son los muchachos de Kruge, un señor que arrastra algo de “loquito solitario en pos de una cruzada fanática” aunque en esencia jamás se aparta de la posición de los klingons en una contienda biopolítica intergaláctica semejante a la Guerra Fría, con dos facciones en permanente despliegue de fuerza y terror para imponerse ante el adversario. Temáticas previas como la amistad sacrificial y la dualidad identitaria de la ciencia por sus rostros antitéticos de creación y destrucción, condensados en el Proyecto Génesis, también regresan al candelero retórico porque Kirk en pantalla le devuelve el favor a Spock, inmolado y resucitado cual Jesucristo en nombre de todos los mortales, a la vez entregando a su hijo y su nave en este periplo en pos de recuperar al amigo, además en la trama se hace explícito el fracaso de Génesis por la impaciencia de los experimentos de los Marcus, mami e hijo, y por la estrategia de recurrir a la protomateria, comodín facilista de la ciencia -o quizás autopista temeraria- que trae a colación la falta de ética de fondo en experimentos que bajo la excusa de abrir nuevos campos de investigación son capaces de sobrepasar cualquier recaudo y jugar con la vida y la muerte de todo el ecosistema de turno. Mediante la argucia de sustituir el shock del público por el fallecimiento de Spock con eventos semejantes, precisamente la muerte del hijo de James y la destrucción oportunista de la Enterprise, la propuesta sigue pegada al derrotero melodramático pomposo de Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan símil reemplazo del distanciamiento intelectual de Viaje a las Estrellas: La Película, sin embargo Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock le da más importancia a los efectos especiales que el opus previo, algo que tiene que ver con el hecho de que Industrial Light & Magic se encargó del diseño general desde el principio y no con los storyboards ya completados como en el caso del film de Meyer, más basado en una venganza extasiada y no tanto en un “operativo encubierto” a lo espionaje como el de los tripulantes de la malograda Enterprise, amén del aliciente de que todas las escenas en interiores representaron un enorme ahorro presupuestario porque se reutilizaron los sets construidos en ocasión de las odiseas anteriores. El infatigable Bennett y el mismo Nimoy, quien tendría una carrera como realizador relativamente breve después de este, su debut cinematográfico, que incluiría Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa (Star Trek IV: The Voyage Home, 1986) y las hoy olvidadas Tres Hombres y un Bebé (Three Men and a Baby, 1987), El Precio de una Pasión (The Good Mother, 1988), Delicioso para el Amor (Funny About Love, 1990) y Matrimonio a la Fuerza (Holy Matrimony, 1994), se las arreglan muy bien para incorporar una rara complejidad moral en semejante épica y semejante saga del mainstream norteamericano al poner “patas para arriba” el tradicionalismo de los relatos de caballería de Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan, incluso remarcando que el sacrificio de Spock se hizo de manera desinteresada y en pleno libre albedrío y por ello se contrapone a los de Valkris, Marcus y la Enterprise, todos pereciendo bajo una dinámica mucho más institucionalizada en la que lo estatal/ formal se come a los sujetos y/ o aquello que aman.

 

Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock (Star Trek III: The Search for Spock, Estados Unidos, 1984)

Dirección: Leonard Nimoy. Guión: Harve Bennett. Elenco: William Shatner, Christopher Lloyd, DeForest Kelley, James Doohan, Walter Koenig, George Takei, Robin Curtis, Merritt Butrick, Mark Lenard, Leonard Nimoy. Producción: Harve Bennett. Duración: 105 minutos.

 

Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa (Star Trek IV: The Voyage Home, 1986), de Leonard Nimoy:

 

Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa (Star Trek IV: The Voyage Home, 1986), segundo y último film de Leonard Nimoy en la saga como director, viene a cerrar el arco narrativo que había comenzado con Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982), de Nicholas Meyer, y después continuó mediante Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock (Star Trek III: The Search for Spock, 1984), asimismo de Nimoy, en conjunto un caso raro -para el estándar del cine de la época- de encadenamiento meticuloso por más que cada epopeya haya tenido una cocina bien diferente con guiones que se fueron improvisando según cada ocasión, detalle que a ojos de los espectadores no se siente para nada por la bendita “magia” -léase capacidad concreta de engaño- del séptimo arte. Fue al propio realizador, siempre trabajando muy de cerca con el productor y coguionista Harve Bennett, a quien se le ocurrieron los dos pivotes fundamentales del relato, primero la antiquísima premisa de unos viajes en el tiempo que desde ya se derivan de la popularidad en aquella época de Volver al Futuro (Back to the Future, 1985), el mega éxito de Robert Zemeckis, y segundo el motivo ecológico de las ballenas jorobadas, un enorme cetáceo que estuvo cerca de la extinción durante mucho tiempo cuyos machos emiten un canto que siempre resultó misterioso desde la perspectiva humana, pudiendo estar vinculado con el apareamiento, la alimentación, la competencia con otros machos, la ecolocalización, la crianza, la comunicación en general y/ o la lenta migración estacional por los océanos. En el trajín se descartaron enfoques tentativos un tanto curiosos como el de una precuela con otros actores más jóvenes en la Academia de la Flota Estelar y la posibilidad de incorporar a un Eddie Murphy que había pedido algún tipo de participación en la saga símil aquel Richard Pryor “family friendly” de Superman III (1983), de Richard Lester, algo que por suerte no se materializó ya que el guión de turno encargado al dúo de Steve Meerson y Peter Krikes, luego conocidos por Doble Impacto (Double Impact, 1991), opus de Sheldon Lettich con Jean-Claude Van Damme, y Anna y el Rey (Anna and the King, 1999), obra de Andy Tennant con Jodie Foster y Chow Yun-fat, no fue del agrado de un Murphy que venía del frenesí internacional de Un Detective Suelto en Hollywood (Beverly Hills Cop, 1984), de Martin Brest, y que optaría por la lamentable En Busca del Niño Dorado (The Golden Child, 1986), de Michael Ritchie, en esencia una alternativa creativa desechada que dejó como estela en la propuesta final el personaje que oficia de “puente” entre la tripulación de la destruida Enterprise y ese pasado al que viajan que por supuesto es el presente del film de Nimoy, el año 1986, hablamos de la Doctora Gillian Taylor (Catherine Hicks), una cetóloga que fue una reformulación de la ridícula criatura que había sido planeada para la estrella afroamericana, específicamente un astrofísico y profesor universitario que creía en los extraterrestres y gustaba de escuchar las canciones de las ballenas jorobadas. Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa quiebra el paradigma mayormente pirotécnico de nuestra retahíla cinematográfica porque constituye un regreso paradójico e inflado del minimalismo de la serie original de Gene Roddenberry, quien por cierto aquí sigue desplazado a un rol muy hilarante de “consultor ejecutivo” que no le permite intervenir en nada más allá de dar alguna que otra opinión que jamás fue tenida en cuenta, en este sentido vale tener presente que la óptica narrativa de Nimoy apuntó explícitamente por un lado a bajar la carga de melodrama, asesinatos, combates, tragedias y explosiones de las tres odiseas previas y por el otro lado a recuperar el costado más humanista, científico cándido y hasta lúdico de la gesta televisiva de los años 60, planteo retórico que significó la vuelta de cierto slapstick maquillado, de la estampa de galán de James T. Kirk (William Shatner), de una amenaza más abstracta o por lo menos “no maléfica” tradicional y de esas inteligentes reflexiones sobre la dependencia tecnológica del bípedo promedio, la evolución de la medicina, nuestra relación con el ecosistema que nos rodea y el marco ético que debería regular dicho vínculo para no cosificar lo viviente, ningunearlo o empardarlo a “recursos” a explotar desde el reduccionismo maquiavélico capitalista de siempre. Toda esta historia pretendidamente sin violencia ni villanos estereotipados, craneada en conjunto entre el realizador, Bennett y un reaparecido Meyer que fue traído para aglutinar todos los ingredientes y pulirlos, devino en una película muy interesante que está dedicada a los siete integrantes de la décima misión del transbordador espacial Challenger, los cuales perecieron el 28 de enero de 1986 en una catástrofe generada por la impericia y falta de controles de la NASA, y comienza en aquel desenlace de Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock, con Kirk y los suyos exiliados en Vulcano después del “fal-tor-pan” de Spock (Nimoy) aunque decididos a retornar a la Tierra para afrontar las gravísimas acusaciones de la Federación Unida de Planetas, como conspiración, asalto a oficiales, robo y destrucción de la Enterprise, sabotaje de la Excélsior y desobediencia de órdenes de la Flota Estelar, lo que desde ya provoca que el Imperio Klingon reclame las cabezas de semejante grupillo. Una gran sonda cilíndrica aparece de la nada, se dirige a la Tierra y envía una señal que ioniza la atmósfera del planeta al extremo de desactivar todas las fuentes de energía, impedir las comunicaciones normales, evaporar los océanos y provocar tormentas eléctricas muy agresivas, así las cosas el Presidente de la Federación Unida de Planetas (Robert Ellenstein) difunde una alerta a todas las naves para que eviten la órbita terrestre que es recibida por Kirk, Spock y el resto de esta troupe de forajidos a bordo del crucero Ave de Rapiña que supo ser del klingon Kruge (Christopher Lloyd), hoy rebautizado Bounty por el barco de vela de la Armada Británica, sede de un célebre motín en 1789 por parte de Fletcher Christian contra el mandamás William Bligh. El vulcano más famoso eventualmente deduce que la señal de la sonda coincide con el canto de las ballenas jorobadas, una especie extinta en el Siglo XXIII y por ende se hace necesario retroceder en el tiempo hasta fines del Siglo XX con el objetivo de capturar unos ejemplares para que respondan las transmisiones en cuestión bajo la esperanza de que el “diálogo” resultante aminore la furia del cataclismo. Mediante una arriesgada maniobra de asistencia gravitatoria alrededor del Sol nuestra tripulación del Enterprise arriba a San Francisco pero descubre que el viaje agotó la energía de los cristales de dilitio del Ave de Rapiña, por ello se dividen las tareas: Kirk y Spock intentan localizar las bellas ballenas y efectivamente encuentran dos ejemplares, un macho y una hembra llamados George y Gracie, en el Instituto Cetáceo Marítimo al amparo de Taylor, directora asistente del lugar, Leonard McCoy (DeForest Kelley) y Montgomery “Scotty” Scott (James Doohan), por su parte, construyen un tanque para transportar a los animales intercambiando la fórmula del revolucionario “aluminio transparente” por los materiales de turno, Hikaru Sulu (George Takei) consigue un helicóptero para trasladar los paneles de reacondicionamiento para evitar fugas de agua y finalmente Nyota Uhura (Nichelle Nichols) y Pavel Chekov (Walter Koenig) se encargan de robar energía nuclear del portaaviones Enterprise, sin embargo son descubiertos por los militares y el ruso termina arrestado y gravemente herido en su cabeza al caer desde una altura elevada en plena fuga. Luego de curar y rescatar a Chekov en un hospital, antro digno de la Edad Media según la opinión siempre airada de McCoy, el equipo protagónico hace lo propio con los voluminosos animales, prestos a ser cazados por un barco ballenero porque fueros liberados a instancias de un compañero bienintencionado de la cetóloga, Bob Briggs (Scott DeVenney), y de inmediato los teletransportan al tanque correspondiente del Bounty para regresar al Siglo XXIII mediante otro periplo a toda velocidad alrededor del Sol, ahora acompañados por el personaje de Hicks. La energía de la nave desaparece por obra de la tremenda sonda y deriva en una caída libre sobre la Bahía de San Francisco, donde Kirk logra liberar a los animales de su confinamiento justo antes de que el crucero sea tragado por las aguas, consiguiendo además el retiro pacífico de la sonda una vez que las ballenas jorobadas “charlan” con este aparatejo aparentemente consciente del firmamento. La linda cetóloga es designada a una posición científica, giro que entorpece un romance en ciernes con Kirk, y la Federación decide retirar todos los cargos contra los sublevados de antaño a modo de agradecimiento por salvar al planeta e incluso se degrada a James de almirante a capitán para por fin cumplirle el sueño de volver al ruedo ya que sólo los capitanes controlan naves espaciales, en este caso una nueva USS Enterprise que promete tomar la posta de la anterior para seguir surcando el cosmos. Relato coral ambientalista y semi cómico hasta la médula, Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa puede leerse en simultáneo primero como el eslabón más ochentoso de la franquicia, tanto por el ardid del viaje temporal como por el humor bufonesco y pícaro de distanciamiento cultural entre los terrícolas del Siglo XX y estos visitantes del futuro, todos recursos muy transitados a lo largo de la década y el período en general como asimismo lo demuestra la formalmente similar Los Pasajeros del Tiempo (Time After Time, 1979), del propio Meyer, y segundo como un intento en verdad exitoso de recuperar, en sintonía con lo expuesto con anterioridad, el espíritu algo estrafalario y siempre fascinante de la serie original en materia de sus elementos autoparódicos, románticos, cuasi surrealistas, coloridos y anómalos freaks en términos del ámbito industrial audiovisual yanqui, pensemos al respecto que el film de Nimoy retoma sin medias tintas el sustrato de renegados solitarios y heroicos de muchos capítulos de la TV e igualmente opta por no ofrecer explicaciones conclusivas en lo que atañe a la naturaleza última de la sonda y su conexión con los animales, todo flotando en un delicioso limbo que a su vez se homologa a la ridiculez, desvaríos y muchas especulaciones del esquema primigenio de Roddenberry. Si bien la carga de efectos especiales no aminora y vuelven a responder a la imaginación de la Industrial Light & Magic, aquí entregando una de las primeras secuencias en CGI del cine para el instante fantástico del desplazamiento en el tiempo, semejante a aquella del video demostración en ocasión del Proyecto Génesis de Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan y Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock, la película incluye numerosas escenas filmadas en locaciones varias de San Francisco, toda una rareza para la saga, e indudablemente es la mejor actuada del lote o quizás la que más aprovecha el talento y la capacidad histriónica del elenco, como decíamos una experiencia con tiempo considerable de pantalla para todos los intérpretes y volcada a pasos de comedia o sketchs hiper obvios en torno al desfasaje social/ cultural/ simbólico entre los tripulantes remilgados y bastante serios del Enterprise y los habitantes desfachatados o cínicos de fines del milenio pasado en adelante, recordemos para el caso las graciosas secuencias de Uhura y Chekov pidiendo indicaciones a los transeúntes sobre los buques nucleares de la Base Naval de Alameda y de Spock y Kirk enfrentándose a un punk ruidoso en un autobús (Kirk R. Thatcher), al que el señor de orejas puntiagudas y grandes cejas somete con el famoso Pellizco Vulcano en el cuello para dejarlo inconsciente en una escena que se mueve entre el conservadurismo reaganiano y una crítica cariñosa contra los queridos trasnochados que a mediados de los 80, en pleno auge de la new wave, todavía seguían firmes junto al punk. Entre la dialéctica de los submarinos del hundimiento final del Ave de Rapiña, en línea con el hit El Barco (Das Boot, 1981), de Wolfgang Petersen, y el fetiche insistente de la época con las presencias enigmáticas o los alienígenas de buen corazón, aquí tanto la ignota sonda como los protagonistas símil marco spielbergiano polirubro de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (Close Encounters of the Third Kind, 1977), E.T. el Extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982) y Poltergeist (1982), esta última dirigida por Tobe Hooper bajo la sombra del magnate hollywoodense, Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa se consagra a un humanismo de conciencia ecológica explícita que suplanta la pompa melodramática de antaño con risas tontuelas, el amor con la cetóloga y un entendimiento más profundo entre el mestizo Spock y sus progenitores, la madre humana Amanda Grayson (Jane Wyatt) y el padre vulcano Sarek (Mark Lenard), redondeando otra de las joyas de la saga por su tono descontracturado y libre de imposiciones por parte de la fauna norteamericana mainstream.

 

Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa (Star Trek IV: The Voyage Home, Estados Unidos, 1986)

Dirección: Leonard Nimoy. Guión: Nicholas Meyer, Harve Bennett, Peter Krikes y Steve Meerson. Elenco: William Shatner, Leonard Nimoy, DeForest Kelley, James Doohan, George Takei, Walter Koenig, Nichelle Nichols, Catherine Hicks, Mark Lenard, Robert Ellenstein. Producción: Harve Bennett. Duración: 119 minutos.

 

Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera (Star Trek V: The Final Frontier, 1989), de William Shatner:

 

A todas luces Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera (Star Trek V: The Final Frontier, 1989), única película de la saga dirigida por William Shatner, es el eslabón más flojo y/ o torpe con el elenco original no sólo por la notoria inexperiencia del director y guionista, quien tenía un generoso derrotero acumulado en materia de ver trabajar a otros muchos profesionales de peso aunque consagrarse uno mismo a esas faenas es “harina de otro costal”, sino también por la presencia de un horizonte temático redundante y para colmo no bien desarrollado del todo, hablamos de la noción del propio Shatner de amalgamar aquella exploración etérea de Viaje a las Estrellas: La Película (Star Trek: The Motion Picture, 1979), de Robert Wise, y su homóloga explícitamente religiosa de Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock (Star Trek III: The Search for Spock, 1984), obra de Leonard Nimoy, por un lado, con el humor cándido aunque eficaz del opus inmediatamente previo, Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa (Star Trek IV: The Voyage Home, 1986), también a cargo de Nimoy, por el otro lado, alternativa que derivó en una ensalada que llegó al extremo de incorporar el motivo de las guerras interimperialistas -o entre clanes- en el páramo a lo Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), de David Lean, un diseño de alienígenas similar al de La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977), de George Lucas, y un entorno desértico postapocalíptico en línea con la saga iniciada por Mad Max (1979), de George Miller, más constantes referencias a una figura mesiánica semejante a Jesucristo aunque en una acepción cercana a una secta new age en la que el gurú de turno se especializa en la cooptación mediante la liberación del “dolor emocional” de sus potenciales fieles/ adeptos, léase literalmente cualquiera que se cruce en su camino. Shatner para esta época sólo había dirigido unos capítulos de T.J. Hooker (1982-1986), la serie policial de Rick Husky que William protagonizó para la ABC y luego la CBS, y a la larga tendría una carrera como realizador muy decepcionante porque en ella conviven muchos trabajos deslucidos de TV, la apestosa Groom Lake (2002), sin duda una de las peores películas del Siglo XXI, y dos proyectos documentales autobiográficos que definitivamente son lo mejor que hizo detrás de cámaras, Los Capitanes (The Captains, 2011), serie de entrevistas a los otros actores que interpretaron a capitanes de la Flota Estelar dentro de la saga que nos ocupa, y Caos en el Puente (Chaos on the Bridge, 2014), crónica sobre el convulsionado backstage en ocasión de Viaje a las Estrellas: La Nueva Generación (Star Trek: The Next Generation, 1987-1994). En esencia hablamos de un intérprete que siempre compitió con Nimoy en relativos buenos términos, exigiendo exactamente lo mismo que su coestrella para no socavar el ego de ninguno, y por ello se encaprichó con dirigir la quinta película al ver la libertad creativa de la que gozó su colega durante Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa, así se apareció con la idea de construir un lienzo de ciencia ficción metafísica que atacase de manera más o menos subrepticia a los teleevangelistas de moda para que en el cenit del relato su James T. Kirk se transformarse en un héroe solitario porque el villano, primero bautizado Zar y luego Sybok (se pretendía a Sean Connery aunque el equipo creativo se tuvo que conformar con Laurence Luckinbill, de todos modos un muy buen profesional de estirpe televisiva), se las arreglaba para capturar la voluntad de sus compinches, Spock (Nimoy) y Leonard McCoy (DeForest Kelley), generando que ambos actores pongan de inmediato el grito en el cielo porque consideraban que los opacaban y se traicionaba la amistad y el respeto entre colegas que recorrían la saga, amén de objeciones adicionales por parte del productor y guionista histórico Harve Bennett, el cual en su momento subrayó tras bambalinas que la búsqueda sincera del malhechor de un nirvana o iluminación sólo podía derivar en fiasco porque el asunto se alejaba de la gesta de aventuras y nadie puede contestar en serio la pregunta sobre la existencia de Dios, y por parte también de la Paramount Pictures, a la que nunca le gustó la temática religiosa porque podría ser polémica o hasta repeler al público, lo que hizo que recortase el presupuesto o presionase para reducir costos en lo que respecta a los efectos especiales, esos que a su vez no estuvieron a cargo de la compañía que los había craneado desde Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan, Industrial Light & Magic, muy ocupada con Indiana Jones y la Última Cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989), de Steven Spielberg, y Los Cazafantasmas II (Ghostbusters II, 1989), film de Ivan Reitman, y por ello quedaron en manos de Associates & Ferren, empresa multidisciplinaria fundada por Bran Ferren que había trabajado en Estados Alterados (Altered States, 1980), de Ken Russell, La Tiendita del Horror (Little Shop of Horrors, 1986), de Frank Oz, y El Proyecto Manhattan (The Manhattan Project, 1986), de Marshall Brickman, pronto debiendo lidiar en Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera con problemas técnicos, esos recortes presupuestarios, cierta indecisión artística de todas las partes involucradas y un cronograma muy ajustado para entregar el trabajo requerido. La filmación y el montaje tampoco fueron sinónimos de paz porque atravesaron huelgas, peleas entre el poco paciente Shatner y el equipo técnico, temperaturas muy elevadas en el Desierto de Mojave y la clásica batalla en las salas de edición entre el director, un William que estaba obsesionado con un corte de dos horas, y aquel Bennett que oficiaba de testaferro del estudio y quería bajar la duración y resolver del modo más económico posible el típico desenlace inflado de los tanques hollywoodenses, llegando en última instancia a una solución negociada a partir de los resultados de los test screenings. La faena arranca con McCoy, Spock y el mandamás del Enterprise acampando en el Parque Nacional Yosemite, en California, y con Kirk en especial consagrado a escalar El Capitán, el principal y más famoso pico rocoso del parque, mientras el vulcano opta por volar cómodamente con botas elevadoras. Las vacaciones se interrumpen cuando llegan órdenes de viajar a Nimbus III, un planeta muy árido que sirve de territorio neutral para promover el diálogo diplomático entre las huestes de la Federación Unida de Planetas, el Imperio Klingon y el Imperio Estelar Romulano, con vistas a resolver una crisis de rehenes provocada por el mencionado Sybok, nada menos que el medio hermano de Spock que se ha convertido en un mesías -y experto lavacerebros- al identificar y curar el malestar de cada sujeto vía la Fusión Mental Vulcana, señor que organizó una guerrilla de acólitos para dominar la capital demacrada del astro, Ciudad Paraíso, y retener a los tres cónsules, el humano St. John Talbot (David Warner), el klingon borrachín Korrd (Charles Cooper) y la romulana Caithlin Dar (Cynthia Gouw). Después de que Sybok logra subir al Enterprise y descubre la amargura negada de McCoy, el hecho de haber ayudado en la eutanasia de su padre en medio de una dolorosa enfermedad para la que luego se encontró cura, y aquella de Spock, eso de haber sido rechazado por su padre al nacer por ser “demasiado humano”, se hace evidente que el villano no lo es tanto porque estamos ante un fanático que necesita de la nave espacial para viajar hasta el mítico planeta Sha Ka Ree, el cual se supone se encuentra en el centro de la galaxia y más allá de la Gran Barrera, un peligroso campo de energía, no obstante al franquear la cerca surrealista estelar los protagonistas encuentran un mundo inerte gobernado por una entidad con muchos rostros (George Murdock), en un principio confundida por Sybok con Dios hasta que arremete contra Kirk y Spock frente a los primeros cuestionamientos acerca de su autoridad y su sapiencia absoluta. El vulcano renegado toma nota de su equivocación, deduciendo que Sha Ka Ree es un presidio similar a aquel que contenía a los antagonistas exiliados de Superman II (1980), de Richard Lester, y se suicida fusionándose con la entidad para que su hermano, el doctor y el capitán puedan escapar, un panorama que eventualmente deviene en la destrucción del prisionero espectral a instancias de un crucero Ave de Rapiña del Imperio Klingon controlado por la Teniente Vixis (Spice Williams-Crosby) y el Capitán Klaa (Todd Bryant), un muchacho presuntuoso que anhelaba alcanzar la gloria asesinando a James y termina pidiéndole perdón cuando interviene su superior, Korrd, en favor de los representantes de la Federación Unida de Planetas. Si bien están muy bien los conceptos de que la religión reside en el corazón y no en instituciones hipócritas comunales y de que colegas solitarios, como el trío protagónico del Enterprise, pueden constituir una familia que cantan canciones de noche alrededor de una fogata ya que los afectos verdaderos son los que se eligen en la vida adulta y no los que se heredan por sangre de manera automatizada vía parentela, la película en general arrastra efectos especiales mayormente flojos de Associates and Ferren, reutilizando donde podían los modelos de Industrial Light & Magic, y un guión muy poco inspirado que terminó siendo acreditado a David Loughery en soledad, un pobre diablo que venía de El Túnel de las Pesadillas (Dreamscape, 1984), de Joseph Ruben, que en esencia se sumó al proyecto porque Nicholas Meyer, el creador crucial de las historias de las entregas previas, estaba ocupado con La Secta Secreta (The Deceivers, 1988), lo que resultó una jugada lamentable tendiente a ser ratificada a futuro por propuestas desastrosas varias escritas por Loughery y dirigidas por Franco Amurri, Kevin Hooks, Stephen Herek, Neil LaBute, Peter Hewitt, Douglas Aarniokoski, Steve Shill, Deon Taylor, Luis Prieto, Millicent Shelton y el citado Ruben, con el que reincidió en ocasión de las olvidables Asalto al Tren del Dinero (Money Train, 1995) y Atrapada en la Oscuridad (Penthouse North, 2013). Los pros y contras son permanentes en el caso de Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera, pensemos que a priori resulta atractiva la mixtura entre zapata western, aquel John Carpenter de Escape de Nueva York (Escape from New York, 1981), el slapstick sutil de Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa e incluso la paradoja del vulcano pasional y revolucionario, Sybok, que es expulsado de su planeta por mostrar tales inclinaciones negando el fetichismo promedio de su raza para con la razón y la lógica, sin embargo la experiencia decae bastante en el último tramo debido al trazo grueso y bien redundante detrás de Sha Ka Ree, homenaje a Connery encubierto que reenvía a las múltiples metáforas religiosas sobre “tierras prometidas” que sólo existen en la mente de los fundamentalistas, y del remate en su conjunto, apuntalado en esa entidad que simula ser Dios para hacerse del Enterprise y escapar de su cárcel estéril y solitaria cual combinación entre aquel V’Ger de Viaje a las Estrellas: La Película, algo advertido por el rencoroso Roddenberry durante el período de preproducción del opus de Shatner, y -nuevamente- el personaje titular de El Mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), de Victor Fleming, ahora desde ya más cerca de la estafa espiritual/ comunicacional de los mentados teleevangelistas aunque también de los cultos masivos tradicionales de todo el globo. Dejando de lado el detalle de que aquella señorita de tres tetas de El Vengador del Futuro (Total Recall, 1990), de Paul Verhoeven, ya estaba anticipada en la bailarina felina del bar de Ciudad Paraíso, en Nimbus III, la quinta propuesta de la franquicia no pasa de su condición de refrito apenas correcto de ingredientes ya trabajados con anterioridad y con mucho mayor éxito, por ello la película defrauda pero no llega a ser mala gracias al buen desempeño del elenco -Luckinbill aporta carisma y destreza actoral para otro villano no tradicional- y por la intención de Shatner de basar el desarrollo más en la dinámica de los personajes que en la batería de truquillos visuales o confrontaciones en el espacio, además del latiguillo estándar de la serie de la década del 60 en torno a las deidades falsas a lo La Manzana (The Apple, 1967), episodio número cinco de la segunda temporada, el paraíso horroroso símil El Permiso (Shore Leave, 1966), capítulo quince de la primera temporada, y la búsqueda de una verdad última que permita otorgarle sentido a nuestra existencia o a la vida en general, tópico ya visto en El Camino al Edén (The Way to Eden, 1969), episodio número veinte de la tercera temporada -escrito por Arthur Heinemann y dirigido por David Alexander- que inspiró tácitamente el grueso de la historia de Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera y su desenlace agridulce de compensación psicológica o quizás utópica sin derrapar en facilismos del cinismo posmoderno, idea volcada a la intimidad, la esperanza y las creencias de los seres humanos para “balancear” las decepciones de la praxis pública.

 

Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera (Star Trek V: The Final Frontier, Estados Unidos, 1989)

Dirección: William Shatner. Guión: David Loughery. Elenco: William Shatner, Leonard Nimoy, DeForest Kelley, Laurence Luckinbill, James Doohan, Walter Koenig, Nichelle Nichols, George Takei, David Warner, Charles Cooper. Producción: Harve Bennett. Duración: 107 minutos.

 

Viaje a las Estrellas VI: Aquel País Desconocido (Star Trek VI: The Undiscovered Country, 1991), de Nicholas Meyer:

 

Luego de descartar la friolera de tres guiones y/ o planteos muy avanzados que en esencia eran tres películas diametralmente opuestas, aquel de Harve Bennett, el productor histórico, y David Loughery, el libretista del film previo, Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera (Star Trek V: The Final Frontier, 1989), de William Shatner, centrado en una precuela en torno a una versión cuasi adolescente de la tripulación del Enterprise durante sus días en la Academia de la Flota Estelar, otro de Walter Koenig, señor conocido por interpretar al ruso Pavel Chekov, en el que en una coyuntura de guerra galáctica casi todos los protagonistas morían -sólo hubiesen sobrevivido Leonard McCoy (DeForest Kelley) y Spock (Leonard Nimoy)- luchando contra una raza de alienígenas con forma de gusano, y uno de Nimoy, Mark Rosenthal y Lawrence Konner consagrado a un encuentro entre el Capitán James T. Kirk (Shatner) y su homólogo de Viaje a las Estrellas: La Nueva Generación (Star Trek: The Next Generation, 1987-1994), el Capitán Jean-Luc Picard (Patrick Stewart), el jefe de Paramount Pictures, Frank Mancuso, echa a Bennett, lo reemplaza con Ralph Winter como nuevo productor y le encarga a Nimoy construir definitivamente una película que oficiase de despedida del elenco de la serie original de los años 60, por ello el director de Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock (Star Trek III: The Search for Spock, 1984) y Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa (Star Trek IV: The Voyage Home, 1986) vuelve a asociarse con su colaborador habitual, Nicholas Meyer, un veterano de la franquicia que le ahorra hipotéticas fricciones con Shatner, golpeado en su ego por la mala acogida entre el público y la crítica de Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera, y que se encarga de la dirección y concibe un guión que luego sería acreditado a Meyer y Denny Martin Flinn en su único trabajo como libretista porque este último en realidad era coreógrafo y escritor de literatura de “no ficción”, más alguna que otra novela. El equipo resultante fue responsable de una historia maravillosa que vista desde nuestra horrenda actualidad del Siglo XXI puede leerse en simultáneo como una apuesta por la pacificación social en tiempos de alta agresividad cruzada y como una denuncia de ese maniqueísmo a escala nacional e internacional de gran parte de los partidos políticos y aparatos comunicacionales de todo el globo, no obstante a decir verdad desde la perspectiva de la época la lucha interimperialista y la búsqueda de una paz duradera que propone Viaje a las Estrellas VI: Aquel País Desconocido (Star Trek VI: The Undiscovered Country, 1991) remiten primero a las postrimerías de la Guerra Fría, período que va desde la Caída del Muro de Berlín en 1989 hasta la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1991, y segundo al conjunto de medidas de Mijaíl Gorbachov para ir preparando la “salida” del sistema comunista, en sintonía con la glásnost o liberación política, la perestroika o reestructuración económica y la denominada Doctrina Sinatra o ausencia de respaldo militar soviético futuro dentro del Bloque del Este, lo que generó reformas en cada uno de los países involucrados debido a la presión comunal por cambios -después de muchas décadas de regímenes absolutistas- y este reemplazo de fondo del intervencionismo automático de la Doctrina Brézhnev y el Pacto de Varsovia por la apertura independentista, amén de una catástrofe inicial del relato que alude al Accidente de Chernóbil del 26 de abril de 1986, cuando explotó el reactor cuatro de la Central Nuclear Vladímir Ilich Lenin, en Ucrania, y de una “voluntad de desarme” por parte del bando que en pantalla representa a Occidente y el capitalismo, nuestra Federación Unida de Planetas, que explora y anticipa el verdadero alcance del proceso llamado de Realineación y Cierre de Bases Militares por parte del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, entidad que para ahorrar partidas presupuestarias desde el final de la Guerra Fría clausuró alrededor de unas 350 instalaciones bélicas en cinco rondas que abarcaron los años 1988, 1991, 1993, 1995 y 2005, con los yanquis ya conscientes de que los rusos -el Imperio Klingon en la saga que nos ocupa- no representaban para ellos el peligro inconmensurable de antaño. El derrotero empieza, de hecho, con una explosión símil Chernóbil en la Luna Klingon de Praxis por sobreexplotación minera y escasez de medidas de seguridad, acontecimiento que deja al planeta natal de los muchachos de frente prominente con un máximo de 50 años terrestres de vida ya que la contaminación del ozono klingon será progresiva e irreversible y la crisis económica asociada se vincula a gastos castrenses históricamente inflados y a la desaparición del principal productor energético del Imperio, la misma Praxis. En medio de este panorama arrancan las negociaciones de paz entre el Presidente de la Federación Unida de Planetas (el querido Kurtwood Smith, célebre por su Clarence Boddicker de la RoboCop de 1987 de Paul Verhoeven) y el Canciller del Alto Consejo Klingon, Gorkon (un David Warner tapado en maquillaje, quien había interpretado al cónsul St. John Talbot en Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera) a través de la mediación del infaltable Embajador de Vulcano y padre de Spock, Sarek (Mark Lenard), con el objetivo de llegar a un acuerdo en el corto plazo acerca del desmantelamiento de las estaciones y bases espaciales a lo largo de la Zona Neutral para finalizar 70 años de hostilidades sostenidas que los klingons ya no pueden permitirse en lo que promete ser una migración masiva de refugiados hacia otros planetas como la Tierra. La Flota Estelar le encomienda a la Enterprise del exasperado Kirk, todavía resentido con los klingons por aquel episodio de Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock en el que el despiadado Kruge (Christopher Lloyd) mandó a asesinar a su hijo David Marcus (Merritt Butrick), la tarea de reunirse con Gorkon y escoltar su nave hasta la Tierra, algo a su vez tramitado por Spock en consonancia con Sarek y a espaldas de James con la esperanza de que el capitán ofrezca su prestigio para una paz que debe sellarse rápidamente porque el canciller de los otrora enemigos cuenta ahora con la oportunidad política de firmar un tratado al respecto, antes de que sectores más conservadores del Alto Consejo Klingon opten por una solución militarista con aire de suicidio en batalla en busca de mantener un honor fetichizado ante el adversario. Después de invitar a Gorkon a una velada culinaria a la que además asisten su hija, Azetbur (Rosanna DeSoto), y su primer oficial, el General Chang (un estupendo e histriónico Christopher Plummer), se produce un magnicidio cuando el Enterprise parece abrir fuego contra la nave klingon y dos asesinos con botas magnéticas y trajes espaciales de la Flota Estelar se teletransportan aprovechando la confusión por la pérdida de gravedad y disparan sobre el canciller, quien fallece a pesar de los intentos de McCoy por revivirlo, el cual termina siendo juzgado junto con Kirk como artífice de la arremetida y condenado a reclusión perpetua en una cárcel subterránea de un planetoide helado y minero a lo gulag conocido como Rura Penthe. Mientras que los dos reos se unen en una fuga con una prisionera metamorfa, Martia (la hermosa modelo somalí Zara Mohamed Abdulmajid alias Imán, pronta a casarse en 1992 con David Bowie), que resulta trabajar para la faceta menos “tolerante” del gobierno klingon, una que pretende asesinar al doctor y el capitán y simular muertes accidentales en plena huida del presidio, Azetbur continúa el legado de su padre y retoma las conversaciones con el presidente de la Federación, movida que genera oposición entre las huestes de ambas facciones, y Spock comienza a investigar los entretelones del atentado, descubriendo primero los cadáveres de los sicarios y luego al espía infiltrado excluyente, la Teniente Valeris (Kim Cattrall se calza los zapatos de un personaje que es casi idéntico a la Saavik de Kirstie Alley y Robin Curtis de films anteriores), protegida del oficial científico y la instigadora desde la Enterprise de un crimen que responde a un complot tendiente a abarcar al General Chang, el Embajador Romulano (Richard Sarstedt) y un almirante derechoso de la Federación, Cartwright (Brock Peters), entre otros energúmenos que se plantan en contra del diálogo diplomático y el desarme en la galaxia. Martia muta en un doppelgänger de James pero es asesinada por los klingons justo antes de que Spock rescate a McCoy y Kirk teletransportándolos gracias a un parche de viridium en la espalda del capitán que ayuda a localizarlo, los cuales en conjunto deducen que fue una tercera nave la que disparó sobre Gorkon y los suyos, nada menos que el crucero de guerra de un Chang que logró el prodigio técnico de lanzar torpedos sin bajar el camuflaje de invisibilidad, no obstante el matasanos y el vulcano reprograman uno de los “regalitos explosivos” para que se dirija sin más a las emisiones gaseosas del escape del Ave de Rapiña y de este modo revelan su posición dejando todo listo para la destrucción del crucero por parte de la Enterprise y aquella Excélsior de Viaje a las Estrellas III: En Busca de Spock, en esta oportunidad comandada por Hikaru Sulu (George Takei), quien de inmediato le pasa a Kirk la sede secreta de una próxima conferencia de paz en Khitomer, cerca de la frontera romulana, donde los confabuladores intentarán asesinar al presidente en la piel de Smith. La tripulación frustra el magnicidio, arresta a todos los conspiradores y una vez más desoye órdenes de la Flota Estelar de regresar a la Tierra para la decomisión del Enterprise, optando en cambio por dar un último paseo por el cosmos antes de entregar la antorcha a otra nave con otra camarilla a bordo. Viaje a las Estrellas VI: Aquel País Desconocido, dedicada a un Gene Roddenberry que falleció apenas un mes y pico antes del estreno, es la película con la mejor y más enrevesada trama de la franquicia, una historia muy bien estructurada y con un elenco secundario extraordinario que retoma ingredientes de múltiples géneros como por ejemplo el thriller político, el courtroom drama, las faenas de fuga de prisión, el film noir ultra detectivesco, la comedia negra de supervivencia, aquel espionaje orientado a las operaciones de falsa bandera, el drama antibélico, la propuesta familiar/ identitaria de duelo arrastrado desde lejos, la alegoría sobre los sacrificios de la amistad y la convivencia entre diferentes, las gestas de aventuras náuticas, el suspenso de entorno cerrado, la epopeya de acción y ese mentado complot claustrofóbico para cometer un magnicidio que no tiene nada que envidiarle a los clásicos testimoniales y/ o paranoicos de los años 60 y 70 de genios de la talla de Costa-Gavras, Alan J. Pakula, Gillo Pontecorvo y Sidney Lumet. Amparado en un admirable trabajo en fotografía del coreano/ japonés/ norteamericano Hiro Narita, responsable fundamental del realismo sucio y sombrío que exuda la película en comparación con la estampa cristalina de todos los opus previos, y un desempeño magnífico de parte de la Industrial Light & Magic que sobrepasa por mucho todo lo hecho por la compañía entre Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan y Viaje a las Estrellas IV: El Viaje a Casa, ahora apostando a unos CGIs de vanguardia que mejoran las explosiones y crean torpedos más amenazantes, a un 3D magistral para las gotas de sangre klingon de color violeta flotando sin gravedad y al infaltable morphing de la época -digno de Terminator 2: El Juicio Final (Terminator 2: Judgment Day, 1991), de James Cameron- en ocasión del metamorfo andrógino de Imán, aquí Meyer edifica un ambicioso alegato contra el militarismo y contra los discursos xenófobos antiinmigrantes y antirefugiados, en el Primer Mundo del nuevo milenio sin duda alguna mucho más exaltados que durante los inicios de los 90 y aquel vínculo con las utopías que siempre aparecen en etapas históricas de transición, de allí la riqueza de una película que pretendiendo aludir a los estertores de la Guerra Fría no cae en reduccionismos conceptuales o formulaciones cándidas de panaceas futuras semejantes a las que solía atesorar el propio Roddenberry, el cual siempre consideró al Siglo XXIII de la saga como un período en el que el chauvinismo y la intolerancia/ falta sistemática de respeto del Siglo XX ya habían desaparecido, de allí que muriese quejándose por el tono nihilista -disfrazado de algarabía positiva hollywoodense, desde ya- de Viaje a las Estrellas VI: Aquel País Desconocido, faena que leyó correctamente como englobando una suerte de sustitución de la pirotecnia melodramática de Viaje a las Estrellas II: La Ira de Khan por una equivalente aunque de impronta política, bélica e ideológica extasiada. En este sentido el film de Meyer funciona como uno de los últimos blockbusters inteligentes y maduros del Hollywood posmoderno ya que le escapa a la infantilización paulatina del mainstream y al achatamiento y la triste pauperización de sus discursos en pos de llegar al público más numeroso posible, algo que no ocurre con el grueso de los eslabones de la saga porque siempre apelan en primera instancia al nicho de los fanáticos de la serie original y sólo en un segundo y lejano lugar a la fauna ignorante del ecosistema externo. Enmarcada en constantes referencias al Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, cuya personificación por antonomasia intra relato es el cerebral Spock, en muchas citas de obras de William Shakespeare a instancias de los klingons, de cuyo Hamlet (1603) se desprende el título de la película cual mención poética a un futuro que se sabe ignoto y no precisamente “ideal”, e incluso en una homologación muy sutil por un lado entre Chang y Adolf Hitler y por el otro entre la velada de paz del inicio y los Acuerdos de Múnich de 1938, pactos en los que los representantes de Alemania, Francia, Italia y el Reino Unido consensuaron la anexión por parte del Tercer Reich de la Cordillera de los Sudetes de Checoslovaquia, lo que a su vez tiene que ver con los patéticos intentos de apropiación cultural de los nazis de Shakespeare, la faena sopesa el paso del tiempo, la necesidad de perdonar, el rol de la tercera edad en las sociedades modernas y finalmente las consecuencias no reconocidas de los cambios, la ceguera del conservadurismo fanático institucional y el maquiavelismo político, militar y económico en una coyuntura narrativa en la que los fascistas inmundos aparecen por todos lados -tenemos al terrícola Cartwright, a la vulcana Valeris, al klingon Chang, etc.- y la metamorfosis identitaria queda en manos del siempre comprensivo Kirk, quien deja de lado su encono y aquellos prejuicios contra los enemigos acérrimos del primer acto y termina reconociendo la oportunidad que para el “bien común” representa el accidente en Praxis, ese Chernóbil maquillado que origina todo y astutamente parece señalar que sólo con dolor y una debacle el ser humano aprende las lecciones o logra movilizarse en favor del prójimo.

 

Viaje a las Estrellas VI: Aquel País Desconocido (Star Trek VI: The Undiscovered Country, Estados Unidos, 1991)

Dirección: Nicholas Meyer. Guión: Nicholas Meyer y Denny Martin Flinn. Elenco: William Shatner, Leonard Nimoy, DeForest Kelley, Christopher Plummer, Kurtwood Smith, Kim Cattrall, David Warner, James Doohan, Walter Koenig, George Takei. Producción: Ralph Winter y Steven-Charles Jaffe. Duración: 110 minutos.

 

Viaje a las Estrellas: La Próxima Generación (Star Trek: Generations, 1994), de David Carson:

 

Ya Leonard Nimoy había tenido una idea que eventualmente sería descartada, durante la preproducción de Viaje a las Estrellas VI: Aquel País Desconocido (Star Trek VI: The Undiscovered Country, 1991), de Nicholas Meyer, orientada a combinar el elenco de la serie original, encabezado por James T. Kirk (William Shatner), Leonard McCoy (DeForest Kelley) y Spock (Nimoy), con aquel otro de Viaje a las Estrellas: La Nueva Generación (Star Trek: The Next Generation, 1987-1994), sustentado en el Capitán Jean-Luc Picard (Patrick Stewart), el Comandante/ Primer Oficial William Riker (Jonathan Frakes) y el Teniente Comandante/ Segundo Oficial Data (el querido Brent Spiner), un androide con la curiosidad de un niño pequeño que en términos prácticos funcionaba como un reemplazo del oficial científico de Vulcano, más secundarios variopintos como por ejemplo el jefe de ingeniería Geordi La Forge (LeVar Burton), el encargado de seguridad de linaje klingon Worf (Michael Dorn), la oficial médica Beverly Crusher (Gates McFadden) y la consejera general Deanna Troi (Marina Sirtis). Es precisamente a posteriori de la sexta propuesta que se genera una clara división entre el elenco original en materia de un posible corolario ya que Shatner, Nimoy y Kelley afirmaron rápidamente que Viaje a las Estrellas VI: Aquel País Desconocido sería su última intervención dentro de la saga mientras que el resto de la plantilla histórica pretendía más películas, hablamos de James Doohan, Walter Koenig, George Takei y Nichelle Nichols, sin embargo la Paramount Pictures estaba decidida a pasar la antorcha a los representantes de Viaje a las Estrellas: La Nueva Generación y para ello decidió primero finiquitar de modo definitivo la serie en su séptima y última temporada bajo la premisa de que los films con el nuevo elenco serían menos redituables si el show aún estuviese en televisión porque se pensaba que el público saciaría su sed de franquicia en primera instancia desde la rutinización de la pantalla chica, amén de la noción adicional de parte de los ejecutivos del estudio en torno a la reducción de las ganancias en el caso de una hipotética octava temporada que hubiese significado un aumento en los salarios de los intérpretes involucrados. Todo este panorama generó que la última temporada de la serie, transmitida entre fines de 1993 y comienzos de 1994, y la película resultante, Viaje a las Estrellas: La Próxima Generación (Star Trek: Generations, 1994), de David Carson, se rodasen una inmediatamente después de la otra y sin espacio de descanso para el elenco, para colmo Paramount planteó exigencias muy específicas que debían respetarse desde el vamos, léase el regreso de los protagonistas de la serie de los 60, quienes deberían aparecer en el prólogo para dejar “cocinada” la vuelta de Kirk en solitario durante el desenlace, y la presencia de klingons, un villano símil Khan Noonien Singh (Ricardo Montalbán) y una subtrama humorística alrededor de Data, no obstante el “operativo retorno” a fin de cuentas se limitó a los protagonistas principales y el asunto hizo agua porque Kelley y Nimoy se mantuvieron firmes en su negativa de regresar -el primero tenía problemas de salud y al segundo no le gustó la historia ni el papel secundario de Spock en la flamante realización- y tuvieron que ser reemplazados de mala gana por Koenig como Pavel Chekov y Doohan en la piel del legendario ingeniero Montgomery “Scotty” Scott. El relato en sí, semejante a lo lejos a Viaje a las Estrellas: El Planeta de los Titanes (Star Trek: Planet of the Titans, 1976), famoso guión de Chris Bryant y Allan Scott para un film de Philip Kaufman que fue cancelado por Paramount, comienza con la participación de los tres veteranos, ya retirados después de 30 años de servicio, en el viaje inaugural del USS Enterprise-B al mando del inepto Capitán John Harriman (Alan Ruck) y la hija de Hikaru Sulu (Takei), la timonel Demora (Jacqueline Kim), un evento bastante pomposo con la asistencia de periodistas que se empaña cuando reciben una llamada de socorro de parte de dos naves atrapadas en una poderosa y enigmática franja de energía que llevan a bordo a cientos de refugiados el-aurianos provenientes del planeta homónimo, destruido por los borg -entidades cibernéticas que combinan lo sintético y lo orgánico desde una mentalidad colectiva de panal- y poblado por esta peculiar raza de humanoides de gran serenidad que viven aproximadamente 700 años y cuyo máximo representante dentro de la fauna de Viaje a las Estrellas: La Nueva Generación es la bartender Guinan (Whoopi Goldberg regresa en el rol circunstancial de “agente de la sabiduría” en su condición de coterránea y conocida del villano). Luego de que Scotty consiguiese teletransportar a 47 el-aurianos al Enterprise-B, James es dado por muerto por encontrarse en la cubierta 15 ayudando a liberar una nave que de todos modos recibe el impacto de los rayos del campo energético y termina dañada, creyéndose que el capitán fue a parar a la inmensidad del espacio ya que no fue hallado su cadáver. Pasados 78 años, en el Siglo XXIV, Picard se entera que su hermano y su sobrino, Robert y René, fallecieron en un incendio y ahora su parentela se extinguirá porque él nunca tuvo hijos ni formó una familia tradicional, a lo que se suma un flamante problema del siempre inquieto Data porque se hace instalar por La Forge un “chip emocional” que lo lleva al colapso psicológico al no saber lidiar con sus sentimientos. Como si fuese poco, la tripulación del Enterprise-D se enfrenta al Doctor Tolian Soran (que el Infierno bendiga al gran Malcolm McDowell), uno de los 47 el-aurianos rescatados del milenio previo que perdió a sus seres queridos en la destrucción de su planeta del Cuadrante Delta, movida que por cierto lo sacó de un plano paralelo de la existencia llamado Nexus que se ubica más allá de la franja de energía y las limitaciones del tiempo y el espacio y ofrece a quienes lo atraviesan un mundo utópico/ mágico de deseos cumplidos cual tierra en la que es posible reencontrarse con los muertos, de allí que Soran hoy esté obsesionado con retornar a Nexus mediante ese campo tenebroso de energía que pasa por la galaxia una vez cada 39 años y al que no se puede ingresar con nave alguna, a riesgo de una aniquilación automática. Aliado con un par de hermanas klingons que desean un arma de destrucción masiva símil arsenal nuclear para escalar posiciones en el Imperio, Lursa (Barbara March) y B’Etor (Gwynyth Walsh), Tolian se la pasa arrasando estrellas como Amargosa para afectar la fuerza gravitacional y por consiguiente el curso de la franja de energía sirviéndose de sondas con cargas de trilitio, una sustancia experimental y muy inestable que las klingons robaron a los romulanos, los cuales a su vez arremeten contra un observatorio de la Federación Unida de Planetas en el que trabajaba Soran con el objetivo de recuperar el mineral. Las hermanas descubren la modulación exacta de los escudos del Enterprise-D a través de esos anteojos milagrosos aunque trucados de un La Forge que es ciego y no sabe que es usado de espía luego de ser capturado y liberado por el doctor y sus dos socias, sin embargo el Ave de Rapiña de las klingons es eventualmente destruida después de un breve intercambio de torpedos que obliga a la nave insignia de la Federación a desprenderse de buena parte de su fuselaje y a aterrizar de emergencia en Veridian III, un planeta deshabitado desde el cual Tolian planea reingresar a Nexus una vez que lance una nueva sonda hacia el sol correspondiente, gran estrella que al implosionar arrasará todos los astros del sistema, incluido Veridian IV con 230 millones de habitantes de una sociedad humanoide preindustrial. La ópera prima de Carson, en esencia un profesional televisivo que había dirigido varios capítulos de Viaje a las Estrellas: La Nueva Generación y tendría una mínima carrera cinematográfica que se reduciría a las también mediocres Cartas de un Asesino (Letters from a Killer, 1998) e Identidad Alterada (Unstoppable, 2004), se asemeja a lo que sería un episodio de muy pocas luces de la serie original o uno estándar del refrito de los 80 y 90 aunque abusando considerablemente de la duración por un montaje que alarga las escenas y una trama que cae en diversas redundancias, en mucha jerigonza tecnófila en los diálogos y en pocas ideas novedosas que no sean los latiguillos repetidos de destruir -de nuevo- la Enterprise, hacer llorar al capitán o apostar por la humanización del “guardián de la lógica”, en este caso un Data cuyo chip emocional se fundió con su red neural y por ello ya no puede ser extraído. Los puntos más interesantes del guión de Brannon Braga y Ronald D. Moore, los cuales más adelante se encargarían de Misión Imposible 2 (Mission Impossible II, 2000), de John Woo, y Libros de Sangre (Books of Blood, 2020), del propio Braga, y mutarían en expertos de la franquicia gracias a sus aportes en la secuela, Viaje a las Estrellas: Primer Contacto (Star Trek: First Contact, 1996), de Frakes, y en las series colaterales Viaje a las Estrellas: Abismo Espacial Nueve (Star Trek: Deep Space Nine, 1993-1999) y Viaje a las Estrellas: Voyager (Star Trek: Voyager, 1995-2001), pasan por la presencia de McDowell, aquellos arrebatos ciclotímicos de Data y sobre todo el regreso de Shatner para la secuencia apacible y surrealista mundana del último acto, cuando Picard es “tragado” por la voraz distorsión energética y transportado a un Nexus homologado a un paraíso de realidad virtual, viajes en el tiempo, sueños de intimidad afectiva y planos paralelos de impronta farsesca en los que una perfección reluciente oculta la falta de peligro y verdadera emoción, precisamente por ello nuestro amigo Kirk, gustoso de cortar leña en un hogar bucólico, montar a caballo y/ o planificar un futuro con un amor de antaño al que nunca vemos, se termina convenciendo de que es otro bípedo sufriendo el marasmo de Nexus y así se suma al personaje de Stewart en pos de detener a Tolian en el momento previo al lanzamiento de una sonda símil bomba de neutrones maquillada. El fallecimiento de James en Veridian III, cayendo desde las alturas a raíz de una pasarela destrozada después de hacer visible el arma del villano a ojos de un Jean-Luc que la sabotea para que explote al despegar y mate a Soran, resulta más o menos digno ya que se buscó un duelo en soledad que permita la colaboración bien visceral entre ambos capitanes, aunque la propuesta en su conjunto se siente demasiado rutinaria e impersonal al punto de que inaugura de facto dos de los grandes males del resto de la saga en sus facetas cinematográfica y televisiva, primero una nostalgia que suplanta un interés real por introducir novedades de peso o personajes atractivos y segundo unos CGIs que tienden al distanciamiento del espectador en función de una espectacularidad hueca, ese eterno look de plástico refulgente de casi todo lo digital y finalmente la decisión explícita de jubilar a los maravillosos practical effects, más allá del detalle de que la Industrial Light & Magic en esta oportunidad sí privilegió -por última vez en la franquicia- algunas tomas analógicas como la explosión del Ave de Rapiña de Lursa y B’Etor, el mejor instante de todo el film, plano encima reutilizado de Viaje a las Estrellas VI: Aquel País Desconocido y correspondiente al óbito del General Chang (Christopher Plummer). Similar a lo ocurrido en ocasión de la también fallida Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera (Star Trek V: The Final Frontier, 1989), de Shatner, Viaje a las Estrellas: La Próxima Generación es un opus deslucido y tontuelo que no llega a ser malo por el buen desempeño del elenco y un humanismo sutil que por momentos se siente algo soporífero y simplón aunque sin abrirse camino hacia la debacle, destacándose en especial la intención de siempre de denunciar toda felicidad patética simulada y pensar la propensión humana a autoengañarse buscándole un sentido último a una existencia que no lo tiene, ya sea que hablemos de la promesa de corrección o “retoque” de errores pasados de Nexus o de las entidades todopoderosas pero ilusorias de la citada Viaje a las Estrellas V: La Última Frontera y Viaje a las Estrellas: La Película (Star Trek: The Motion Picture, 1979), aquella piedra fundacional de Robert Wise.

 

Viaje a las Estrellas: La Próxima Generación (Star Trek: Generations, Estados Unidos, 1994)

Dirección: David Carson. Guión: Ronald D. Moore y Brannon Braga. Elenco: William Shatner, Patrick Stewart, Malcolm McDowell, Jonathan Frakes, Brent Spiner, LeVar Burton, Michael Dorn, Gates McFadden, James Doohan, Walter Koenig. Producción: Rick Berman. Duración: 118 minutos.