Pamfir

Los efectos secundarios en Ucrania

Por Emiliano Fernández

Hay películas que sin proponérselo y sin siquiera tratar de modo explícito el tópico de turno ofician de metáfora colateral de determinadas temáticas o procesos históricos candentes por el hecho de ser un producto de su tiempo, circunstancia que casi siempre salta a la vista del espectador de manera retrospectiva -aunque no necesariamente- gracias a la capacidad del film en cuestión para capturar ya sea la idiosincrasia y los problemas de la época o quizás la esencia paradójica de su entorno social. Pamfir (2022), debut en el campo del largometraje ficcional del cineasta ucraniano Dmytro Sukholytkyy-Sobchuk, nos deja todo servido para pensar hasta qué punto el realizador y guionista terminó augurando la fase más agitada de esa Guerra Ruso-Ucraniana que empezase en el hoy lejano 2014, la correspondiente a la Invasión Rusa de Ucrania de 2022, con su microhistoria sobre las penurias de una familia de una zona fronteriza que queda presa de las mafias, el corporativismo, la impunidad, las venganzas y la generosa megalomanía de los líderes locales del aparato político/ represivo/ económico/ social/ burocrático/ cultural, precisamente todo lo que se cuece por detrás del conflicto bélico en boga y su escalada desde el Movimiento Euromaidán en 2013 y 2014, pasando por la Anexión de Crimea por parte de Rusia de 2014 y la Guerra del Dombás (2014-2022), hasta la invasión en sí como consecuencia de los acercamientos a la OTAN y a la Unión Europea por parte del payaso psicópata de Volodímir Zelenski, el presidente en funciones de Ucrania, el expansionismo militar paranoico símil Guerra Fría de la lacra occidental de derecha, con Estados Unidos y toda Europa a la cabeza, y el totalitarismo neocolonial a lo Doctrina Brézhnev y Pacto de Varsovia del payaso psicópata de Vladímir Putin, por cierto tan corrupto y mitómano como Zelenski y los jerarcas del Primer Mundo.

 

Estructurado a través de tomas secuencias formalmente impecables que recuerdan lo hecho por el director de fotografía mexicano Emmanuel Lubezki, el relato transcurre en un pueblo bucólico de Bucovina, región limítrofe entre Ucrania y Rumania emplazada en los Montes Cárpatos, adonde llega después de trabajar en Polonia un padre de familia, Leonid alias Pamfir/ Piedra (el genial Oleksandr Yatsentyuk), un gigantón y ex pendenciero sin dientes delanteros que se dedica a encontrar agua y cavar pozos y tiene una esposa joven, la obrera Olena (Solomiia Kyrylova), y un hijo adolescente y algo rebelde, Nazar (Stanislav Potiak), parentela que parece perfecta aunque esconde cierta tensión porque ella quiere que el marido deje de viajar repetidamente a Polonia, donde le pagan mejor que en Ucrania, pero tampoco desea que vuelva al viejo oficio de juventud, el peligroso tráfico de cigarrillos y de productos farmacéuticos hacia Rumania atravesando el bosque y esquivando las patrullas de ambos países, además Olena es una beata que insta a Nazar a que cante en el coro de la iglesia a la que concurre, esa del Pastor Andrii (Igor Danchuk). Cuando el vástago quema el permiso de trabajo de su padre y genera sin proponérselo un incendio en la iglesia montada sobre un edificio alquilado, Leonid necesita dinero para comprar con un soborno otro en reemplazo y pagar los daños acumulados, por ello le pide a su madre (Olena Khokhlatkina), la cual suele visitar una base castrense ucraniana, que le consiga una zona liberada para contrabandear un montón de cajas para Rat (Viktor Baranovskiy), movida que despierta la furia del todopoderoso oficial forestal ucraniano que controla el territorio cual capo mafia, el grotesco Oreste (Oleksandr Yarema), ese dueño del inmueble quemado que le exige que haga un “trabajito” para él llevando un paquete misterioso a Rumania vía un túnel secreto.

 

Sukholytkyy-Sobchuk no sólo retoma los antiguos motivos del “último trabajo antes del retiro definitivo”, léase la noción utópica del protagonista de que puede sustraerse del medio fundamental de subsistencia del pueblo, el contrabando, y del “veterano que debe quebrar una promesa que pone en crisis su sistema ético/ moral”, en este caso aquella que le hizo a su esposa en relación a abandonar el gremio criminal porque toda la familia de ella falleció por actividades delictivas y luchas entre sindicatos del rubro, sino que incorpora elementos muy interesantes del western, el drama familiar, el cine de acción y por supuesto el neo noir de zona limítrofe caótica en la tradición de Incidente en la Frontera (Border Incident, 1949), de Anthony Mann, Sed de Mal (Touch of Evil, 1958), de Orson Welles, y La Frontera (The Border, 1982), de Tony Richardson, aunque volcando el asunto hacia la efervescencia o ansiedad popular tácita correspondiente a la etapa previa a la festividad/ celebración/ carnaval de Malanka, un rito de tiempos paganos que se festeja el 13 de enero y antecede por mucho a la Iglesia Ortodoxa de Ucrania ya que aglutina manjares, bailes, parodias, canto, desfiles, luchas, ceremonias y especialmente disfraces varios que pueden llegar a ser algo mucho tenebrosos por máscaras cuasi demoníacas y trajes de paja profusa, temática en suma ya conocida y trabajada por el director en ocasión de aquel documental específico, Krasna Malanka (2013). La película todo el tiempo opone la certeza en sus convicciones de Leonid, deseoso de que su hijo vaya a la universidad luego de finiquitar el colegio secundario para no terminar como un trabajador del lumpenproletariado rural como él, frente a la indecisión de Nazar, siempre coqueteando con el crimen, y la evidente red de corrupción de prácticamente todos en esta comarca hermética, gris y salvaje de Bucovina.

 

Pamfir, entre Nicolas Winding Refn y los hermanos Joel y Ethan Coen, es un producto heterodoxo y posmoderno hasta la médula con un corazoncito arty que por suerte nunca descuida el cine de género dentro de un catálogo que va desde una escena furiosa de lucha cuerpo a cuerpo entre nuestro antihéroe y muchos esbirros de Oreste que incluye una boca contra un yunque, muy cerca de lo hecho por Park Chan-wook en Oldboy (Oldeuboi, 2003) y por Chad Stahelski en John Wick (2014), hasta una multitud de personajes, situaciones y detalles vinculados a la tragicomedia o el humor negro, pensemos por ejemplo en el padre del protagonista (Miroslav Makoviychuk), quien perdió un ojo en una pelea con su hijo, en Victor (Ivan Sharan), hermano de Leonid y especialista en los disfraces para Malanka que en realidad se dedica a contrabandear para Oreste, en Bobul (Andrii Kyrylchuk), esa mano derecha hiper sádica del mandamás mafioso cuya hija putona se acuesta con el anterior y por ello lo hace caer en una trampa para osos, en Vasyl (Petro Chychuk), otrora amigo de la pubertad del cavador de pozos y hoy otro secuaz de Oreste que se muestra más piadoso que el resto, y en los gemelos que acompañan a Leonid y Victor a través de la espesura verde, Kolya (Vitaliy Boyuk) y Tolya (Oleksandr Boyuk), a quienes les da esteroides de origen ruso para que corran más rápido aunque con el efecto secundario de una erección que no baja hasta la eyaculación. El latiguillo del film, precisamente, se resume en la catarata de corolarios indeseados que se suceden a partir de un imprevisto que trastoca los planes de vida y las relativas “buenas intenciones” de cada personaje, debiendo enmendar lo hecho y provocando flamantes reacciones que se agregan a la bola de nieve hasta el horrible túnel del desenlace, remate espléndido que lleva a la angustia y las frustraciones hasta el cenit…

 

Pamfir (Ucrania/ Francia/ Polonia/ Chile/ Luxemburgo, 2022)

Dirección y Guión: Dmytro Sukholytkyy-Sobchuk. Elenco: Oleksandr Yatsentyuk, Stanislav Potiak, Solomiia Kyrylova, Olena Khokhlatkina, Miroslav Makoviychuk, Ivan Sharan, Oleksandr Yarema, Andrii Kyrylchuk, Igor Danchuk, Petro Chychuk. Producción: Laura Briand, Oleksandra Kostina, Giancarlo Nasi, Klaudia Smieja, Bogna Szewczyk y Jane Yatsuta. Duración: 99 minutos.

Puntaje: 7