El Padrastro (The Stepfather, 1987) constituye un excelente ejemplo de lo importante que resulta un buen guión en el cine de género con cojones y algo para decir, sobre todo porque la mayoría de los directores se creen capaces de salvar/ construir/ apuntalar la realización durante el rodaje o la edición pero si el texto de base es una basura siempre lo será a pesar del maquillaje técnico o las buenas actuaciones. El responsable máximo de la trama es Donald E. Westlake, novelista prolífico y famoso por haber inspirado bajo el seudónimo de Richard Stark joyas como A Quemarropa (Point Blank, 1967), de John Boorman, y En contra de la Organización (The Outfit, 1973), opus de John Flynn, y por haber escrito los guiones de Ambiciones Prohibidas (The Grifters, 1990), de Stephen Frears, y El Regreso del Señor Ripley (Ripley Under Ground, 2005), de Roger Spottiswoode, adaptando a nada menos que Jim Thompson y Patricia Highsmith, respectivamente, señor de hecho siempre especializado en policiales negros y faenas criminales de diversa envergadura que junto a la ignota Carolyn Lefcourt y el también célebre Brian Garfield, autor de la novela de 1972 que derivaría en El Vengador Anónimo (Death Wish, 1974), gran clásico de Michael Winner protagonizado por Charles Bronson, diagramaría además la historia primigenia a partir del derrotero de John List (1925-2008), un empleado contable/ bancario y fanático religioso de extracción luterana que en 1971 asesinó con armas de fuego a toda su familia -progenitora, esposa y tres hijos- porque había sido despedido de su trabajo, tenía una hipoteca que pagar y su mujer era una bruja alcohólica y demente que sufría de una sífilis terciaria no tratada y solía burlarse de su desempeño sexual, por ello luego de “enviar sus almas al cielo” logró evadir todo castigo por casi 18 años e incluso formó otra familia bajo el seudónimo de Bob Clark casándose de nuevo en 1985, algarabía que a su vez le duró hasta 1989, cuando fue identificado por un vecino y arrestado por la policía para ser condenado a cadena perpetua al año siguiente por obra y gracia de un busto envejecido de arcilla con su rostro, esculpido por el forense Frank Bender, que apareció en un episodio de Los más Buscados de Estados Unidos (America’s Most Wanted, 1988-2024), show de la Fox bajo el formato “true crime”.
Construida en igual medida alrededor del desquiciado total List/ Clark, aquel camaleón por antonomasia de Highsmith que apareció por primera vez en la novela El Talentoso Señor Ripley (The Talented Mr. Ripley, 1955), Tom Ripley, y por supuesto ese Charlie Oakley (Joseph Cotten) de La Sombra de una Duda (Shadow of a Doubt, 1943), recordado film de Alfred Hitchcock en el que el adorable tío de visita de Charlotte Newton (Teresa Wright) resultaba ser un asesino de viudas en fuga, El Padrastro se disfraza del subgénero de moda del terror en aquellos años 80, el slasher, para en realidad combinar el thriller subrepticio de invasión de hogar y la sátira social orientada al conservadurismo neoliberal tanto de Ronald Reagan como de Margaret Thatcher, ya en la otra orilla del Océano Atlántico. Un hombre que asevera llamarse Henry Morrison (Terry O’Quinn) asesina a toda su familia, cambia su apariencia -de pelo tupido y barba a cabello corto y lampiño- y un año después ya es la cabeza de otra parentela en los suburbios de Seattle, una conformada por la viuda Susan Maine (Shelley Hack) y su hija de 16 años, Stephanie (Jill Schoelen), señorita revoltosa que desconfía de su padrastro y sus costumbres puritanas vinculadas a la defensa irrestricta de las familias de clase media cristiana. Mientras Morrison, ahora rebautizado Jerry Blake y trabajando de agente inmobiliario, trata de “ganarse” a la adolescente, quien suele pelearse en la escuela y por ello asiste a sesiones con un psicólogo, el Doctor Bondurant (Charles Lanyer), el hermano de la esposa previa asesinada por el loquito, Jim Ogilvie (Stephen Shellen), convence a un periodista, Al Brennan (Stephen E. Miller), para reflotar la masacre impune con una nueva nota, lo que despierta las sospechas de una Stephanie que le pide al periódico de turno que le envíe por correo una foto del homicida porque el artículo no la incluía. Henry/ Jerry, siempre deseoso de un clan impecable, intercepta el sobre y cambia la imagen por cualquier otra e incluso asesina a Bondurant cuando hace muchas preguntas, no obstante la tranquilidad dura poco ya que el protagonista se harta de este clan ensamblado y comienza los preparativos para reventar a las dos mujeres luego de una fuerte discusión con la púber por un beso con su cuasi novio del colegio secundario, Paul Baker (Jeff Schultz).
La propuesta, más allá de la presencia de un “lobo con piel de cordero” dentro del rebaño, toda una pesadilla para la idiotez promedio de la burguesía y su tendencia de siempre a confundir enemigos con amigos y sentirse identificada desde la aporofobia con farsantes y oligarcas adeptos al parasitismo, opone el amor hedonista de Susan, hembra que pronto se consigue un macho de reemplazo después del óbito del anterior, y la rebeldía desde la ética de Stephanie, efectivamente una marginada social porque apuesta a un inconformismo con memoria y señala el montaje bien mentiroso detrás del semblante pretendidamente perfecto -aunque oportunista, grotesco y muy cruel- de Morrison/ Blake, el cual en el último acto del relato empieza a cortejar a otra viuda de otra zona y consigue un trabajo como vendedor de pólizas de seguro bajo el nombre de Bill Hodgkins. Westlake y el director Joseph Ruben conservan el misterio alrededor del agente invasor externo y no nos aburren con flashbacks redundantes sobre su pasado, algo que suma mucho al personaje porque la única forma de conocerlo pasa a ser su comportamiento en el presente y así se acumulan las referencias a su artificialidad (el padrastro construye una casita de madera para aves que simboliza la falsedad suprema de la familia porque el nido verdadero es suplantado sin respeto alguno), el orden derechoso fetichizado (el constante “control de daños” que implican las mentiras en secuencia tiene que ver con dicha jerarquía fascistoide), la especulación naturalizada en la economía y la sociedad cotidiana (él pasa de las patrañas del mercado inmobiliario a las patrañas del mercado de los seguros, dos gremios que representan muy bien las burbujas de lo inmaterial caprichoso risible en tanto punto arquimédico para la fijación de precios) y la imprevisibilidad negada que explota en cualquier momento (el sueño americano, ese que el psicópata neoliberal en una escena dice explícitamente vender, se cae a pedazos no sólo por la influencia de un agente disruptivo, léase la mocosa, que no convalida sus embustes de yuppie como el resto del entorno de la familia, vecinos y amigos inventados a partir de las transacciones comerciales, sino también por una conducta enajenada en primera persona que en pantalla se nos aparece mediante los gritos en soledad de Jerry y su dejo castrador).
Ruben, un artesano algo anodino sin pretensión autoral y siempre dependiente del guión azaroso que le toque, sinceramente sólo alcanzaría un muy buen nivel de calidad con El Padrastro y su siguiente opus, Solo ante la Ley (True Believer, 1989), un courtroom drama injustamente olvidado en el Siglo XXI con James Woods y Robert Downey Jr., ya que con anterioridad se dedicó a la ciencia ficción naif de El Túnel de las Pesadillas (Dreamscape, 1984) y aquella andanada exploitation de La Cuñada (The Sister in Law, 1974), Las Chicas del Pom Pom (The Pom Pom Girls, 1976), Juventud Rebelde (Joyride, 1977), El Año de la Victoria (Our Winning Season, 1978) y Desenfreno Juvenil (Gorp, 1980), y en lo que atañe a su peregrinaje profesional a futuro nos topamos con sus dos vueltas al campo del thriller, Durmiendo con el Enemigo (Sleeping with the Enemy, 1991) y El Ángel Malvado (The Good Son, 1993), exitosas en taquilla pero con guiones lamentables, y una nueva colección de obras tardías por encargo que derivaron en películas rutinarias o muy bobas, Asalto al Tren del Dinero (Money Train, 1995), Por la Vida de un Amigo (Return to Paradise, 1998), Misteriosa Obsesión (The Forgotten, 2004), Atrapada en la Oscuridad (Penthouse North, 2013) y El Teniente Otomano (The Ottoman Lieutenant, 2017). A pesar de un soundtrack bastante flojo/ vetusto de Patrick Moraz y una innecesaria aunque hilarante referencia a la ducha de Psicosis (Psycho, 1960), de Hitchcock, El Padrastro nos regala un prodigioso dinamismo visual, cortesía de la fotografía de John Lindley, está bien actuada por parte de O’Quinn, muchos años antes de sus Peter Watts de Millennium (1996-1999) y John Locke de Lost (2004-2010), y en especial el film se hace un festín parodiando la hipocresía de la codicia especuladora reaganiana y su regreso oscurantista a etapas previas de la sociedad occidental tradicional vinculadas a la entronización del blanco mojigato de clase alta, ese que reza antes de comer como nuestro homicida o celebra la cultura popular más pueril y/ o simplista a lo Rin Tin Tin, Mister Ed, el cine de Frank Capra y Voy a Correr Toda la Noche (Gwine to Run All Night, 1850), canción hiper conocida de Stephen Foster que el chiflado silba una y otra vez y que por cierto fue a parar a un sinfín de productos de Hollywood…
El Padrastro (The Stepfather, Estados Unidos/ Reino Unido/ Canadá, 1987)
Dirección: Joseph Ruben. Guión: Donald E. Westlake. Elenco: Terry O’Quinn, Jill Schoelen, Shelley Hack, Charles Lanyer, Stephen Shellen, Stephen E. Miller, Jeff Schultz, Robyn Stevan, Lindsay Bourne, Blu Mankuma. Producción: Jay Benson. Duración: 89 minutos.