Forever Howlong, de Black Country, New Road

Los niños no conocen el significado de la verdad

Por Emiliano Fernández

Black Country, New Road, banda inglesa originaria de la ciudad de Cambridge, es sin duda una de las muy pocas agrupaciones del nuevo milenio que resultan valiosas por la originalidad, el desenfreno y la perspicacia de su propuesta artística, a pesar del hecho de que recientemente han atravesado una metamorfosis por demás marcada que no ha comprometido al cien por ciento su idiosincrasia y que todavía los posiciona como un ensamble capaz de poner en vergüenza a prácticamente cualquier equivalente de los dominios del rock y el pop, dos regiones ultra devaluadas en un Siglo XXI de mucha redundancia y nula frescura discursiva. Surgida en 2018 a partir de las cenizas de Nervous Conditions, colectivo encabezado desde 2015 por un tal Connor Browne que recibiría múltiples denuncias por abuso sexual y motivaría la ruptura, y parte del revival post punk de Fontaines D.C., Idles, Black Midi, Shame, Dry Cleaning, Squid, The Murder Capital y Sleaford Mods, entre otras agrupaciones contemporáneas del Reino Unido e Irlanda, la alineación histórica de la banda fue Isaac Wood en guitarra y voz, Lewis Evans en saxofón y flauta, Luke Mark en guitarra, Georgia Ellery en violín, mandolina y violoncello, May Kershaw en teclados y piano, Tyler Hyde en bajo y Charlie Wayne en batería, sin embargo cuatro días antes de la edición del segundo álbum de estudio Wood anunció por Instagram su salida del grupo a raíz de un trastorno psiquiátrico sin especificar que de todos modos ya se inducía en sus versos y en ese dejo atormentado símil Nick Drake, Kurt Cobain o Syd Barrett. El asunto generó reacciones a corto y largo plazo, primero la cancelación de un tour por Estados Unidos de Black Country, New Road y más adelante la decisión de los otros seis integrantes de seguir tocando aunque canciones nuevas, por más que la relación con el ex frontman hoy por hoy sea buena y la posibilidad de que regrese esté abierta.

 

Así las cosas, la breve pero agitada historia del grupo se divide en dos etapas que a la fecha abarcan las dos placas inaugurales y las dos siguientes, siendo las primeras For the First Time (2021), joya que por un lado explotaba la técnica de canto conocida como “sprechgesang”, léase recitando o semi hablando, y por el otro lado combinaba con una enorme naturalidad -paradójicamente teatral porque el espíritu de jam session en ocasiones lo sobrevuela todo- el rock progresivo, el jazz modelo big band, el pop barroco, la música para películas, el indie y el post punk, esquema por supuesto envuelto en un corsé lúgubre, complejo y siempre fascinante gracias a la potencia de las letras y la voz de Wood, y Ants from Up There (2022), una obra maestra indiscutible en la que el costado desgarrador aunque también lúdico de la banda se perfecciona hasta niveles inusitados, ya encontrando a pleno una personalidad propia a mitad de camino entre el art rock, el klezmer y el pop de cámara y ampliando el registro de Wood más allá del obvio horizonte vocal, Brian McMahan de Slint y Win Butler de Arcade Fire, en este sentido su aporte funcionaba como una amalgama de Mark E. Smith de The Fall, Ian Dury, el líder de The Blockheads, Ian Curtis de Joy Division y el recordado John Cooper Clarke, poeta por antonomasia del punk y el post punk británicos. En lo que atañe al período reciente nos topamos con Live at Bush Hall (2023), trabajo en vivo correcto que entrega composiciones nuevas y oficia de confirmación un tanto desesperada de que el grupo puede seguir existiendo sin Wood, en esta oportunidad con un claro dominio en voz de la bajista Hyde, más los accesorios/ complementarios Evans y Kershaw, y reemplazando en términos generales las cúspides melodramáticas de antaño con arrebatos de rock alternativo noventoso, post rock de impronta casi autoparódica y un pop intermitentemente progresivo y barroco que no resulta tan memorable como en For the First Time y Ants from Up There, y el flamante Forever Howlong (2025), suerte de ratificación del rumbo comenzado en la placa en directo, léase esa mixtura entre el virtuosismo del pasado y un optimismo luminoso que deja atrás el nihilismo fatalista de Wood, movida ahora de estudio que supera a Live at Bush Hall pero cae muy por detrás de los álbumes previos porque el profesionalismo y las buenas intenciones no bastan para entregar algo realmente prodigioso, por más disfrutables que resulten los chispazos rutilantes y extremadamente caóticos de folk, rock progresivo, pop orquestal sesentoso e indie introspectivo, además de la linda voz de Hyde, la líder tácita del grupo aquí secundada por Ellery y Kershaw en un trío femenino, y de otro desempeño muy bueno en producción de parte de James Ford, señor muy cotizado en el mainstream musical que viene de trabajar con Blur, Arctic Monkeys, Florence and the Machine, Peaches, Depeche Mode, Haim, Fontaines D.C., Pulp, Kylie Minogue, Gorillaz, Pet Shop Boys, Klaxons, Beth Gibbons, Shame y The Last Shadow Puppets.

 

Forever Howlong comienza con Besties, bella y enigmática canción enmarcada en la voz de Ellery y la fuerte presencia de un clavecín al servicio de la típica lectura del rock progresivo de los años 70 por parte de los británicos, por supuesto hiperbólica y a su vez condimentada con una letra que analiza una amistad femenina que coquetea con la intensidad de un romance lésbico a toda pompa, con la narradora lanzándole a su contraparte acusaciones de vacuidad, torpeza y abandono que parecen corresponderse a un caso de limerencia, esa atracción romántica obsesiva que deriva en delirios e invasión. La breve The Big Spin, ahora tracción a la voz de Kershaw, asimismo se mueve en la frontera entre la seriedad y lo autosatírico para en esta ocasión combinar el klezmer, la música circense y el folklore de los Balcanes y jugar en un único movimiento tanto con la identificación surrealista con los árboles de la naturaleza como con un sustrato culinario tan anárquico como la música, ese que va de un pastel compartido a alusiones al paso a limones, remolachas y manzanas. Hyde toma posesión del simpático Socks, tema que sintetiza a la perfección la intentona de esta acepción de Black Country, New Road en pos de estar a la altura de las épicas existenciales de los dos discos con Wood, por ello el lenguaje musical elegido -una mixtura de pop barroco y ese díptico de soundtrack cinematográfico y música para Broadway- se consagra a una larga y enrevesada cavilación alrededor de la confusión, la ignorancia, el derrotismo, la soberbia, el exceso informativo, las mentiras, la ingenuidad, la paranoia, el arrepentimiento, la verdad escurridiza y la falta de humor en el Siglo XXI, más allá de también tratar de ponderar distintos refugios conceptuales o alicientes como por ejemplo el amor recíproco, el valor de la vida y las promesas que se esconden en la juventud. Salem Sisters, con el piano y el clavecín distintivos de Kershaw y una Hyde que reemplazó al cantante original, Evans, porque éste decidió dejar de lado sus aportes como juglar y replegarse a la comodidad de los instrumentos de viento como el saxofón, el clarinete y la flauta, es una canción hermosa que por un lado aprovecha todos los floreos esperables del grupo, los progresivos/ jazzeros del ensamble y los vocales de una muy inspirada Tyler, y por el otro lado unifica en un solo todo los dos fetiches previos, la comida y la amistad, mediante unos versos algo sarcásticos que exploran lo que parece ser una fiesta con conversaciones de mala espina y muchas delicias de por medio, desde ensaladas a codornices a las brasas que permiten lamentarse por -e identificarse con, como si fuesen brujas- los árboles incinerados para el evento.

 

La primera canción compuesta por Ellery para la banda, Two Horses, es una insólita epopeya folk e indie construida desde el post rock y cierta visión muy cándida del amor y en especial sus fracasos, trabajados en los versos a través de la metáfora de una muchacha que viaja con los dos caballos del título y sobrevive a duras penas a un robo, a las inclemencias del tiempo y a un encuentro con un hombre -bebedor de whisky y con cierto parecido a James Dean, según relata la joven- que la engatusa en un bar para luego ventilar su sadismo, de hecho matándole a los corceles y dejándola al borde del suicidio por depresión. Mary, único tema cantado a tres voces por Hyde, Ellery y Kershaw, se ubica a mitad de camino entre Joni Mitchell, The Beach Boys, Simon & Garfunkel y The Byrds para una aventura folk, tan popera como meditabunda, que gira alrededor de la ansiedad, las frustraciones y la culpa de una estudiante en un aparente internado femenino, panorama que lleva a sobrevalorar los instantes de “puertas afuera” y a ejercer algo de crueldad contra cofrades varios, incluso amigas que no se lo merecían y por ello el asunto evidentemente deriva en masoquismo emocional con aires de expiación entre la hipocresía, el ridículo y un ego que quiere llamar la atención. En el universo progresivo y/ o musicalmente caótico de Black Country, New Road la estupenda Happy Birthday, una vez más con la voz principal de Hyde, hace las veces de una power ballad optimista y deforme acerca de los consejos de una mujer veterana hacia otra más joven en el día del cumpleaños de esta última, una burguesa privilegiada, en esencia destinados a robustecer la fuerza de vivir en tiempos aciagos, cuando el cariño se autosabotea o el mundo muestra su codicia e indiferencia ante el sufrimiento, y a remarcar que la mayorcita alguna vez asimismo recibió lecciones de otra señora, especie de encadenamiento del saber que tiene que ver con el hecho de que “los niños no conocen el significado de la verdad” y por ello la cultura, la ciencia y el sentir familiar solidario en general resultan fundamentales. Kershaw aporta su voz para For the Cold Country, otra odisea post rock símil For the First Time y Ants from Up There aunque sustituyendo el romance maltrecho de antaño por latiguillos un poco mucho rancios del rock progresivo de los 70 como esa iconografía medieval y pastoral que a su vez permite una dosis de sprechgesang apenas maquillado, todo sostenido en una letra con referencias a caballeros que luchan entre sí y de repente se transforman en madera y raíces durante el momento de fallecer, así retomando una vez más el motivo natural surrealista.

 

El folk y Hyde regresan para Nancy Tries to Take the Night, buen tema que en su segunda mitad eleva la intensidad, nos acerca nuevamente al rock progresivo y en parte recuerda los mejores días con Wood, no obstante los versos de Tyler caen en lo anodino o resultan un tanto mucho intercambiables con los de cualquier otra agrupación consagrada a indagar en la feminidad modelo posmodernidad mordaz y anónima, aquí divagando en torno a la sexualidad, la menstruación, la angustia social rosa y -desde ya, nunca puede faltar el cliché del caso- una maternidad que parece un salto al vacío en un tiempo en el que las seguridades económicas de antaño desaparecieron porque la especulación reemplazó al trabajo en el capitalismo como fuente de riqueza. Apuntalada en flautas dulces y un marco de composición para un hipotético show de Broadway, Forever Howlong nos presenta las florituras vocales de Kershaw y una serie de momentos mundanos irrelevantes que pretenden pasar por irónicos, sobre todo un desayuno en una mañana fría y gris, una caminata por el parque, un hombre que limpia la mierda de su perro, la vuelta al hogar, algo de jugueteo en el piano, un almuerzo rico en fibras y finalmente la presencia de un anciano calvo mirando televisión en una casa vecina, ya con la noche asomándose. Goodbye (Don’t Tell Me), con la voz de Ellery, cierra la placa unificando el britpop, el folk y ese pop barroco estándar de la banda cuando quiere sonar introspectiva o quizás confesional, en esta oportunidad recuperando el melodrama porque la interesante canción analiza la autoindulgencia lacrimógena -sin jamás nombrarla- que viene después de una ruptura romántica y antes de consagrarse a la depresión, un pozo en el que la narradora parece poder salir de manera temporaria gracias a aquella amistad femenina de Besties.

 

Como decíamos anteriormente, en su nuevo álbum Black Country, New Road trata de dejar contento a todo el mundo, tanto a los fans de la primera hora como a los ganados con esta versión más “amigable” post Isaac, mientras permanece fiel a sus raíces y en simultáneo hace que el optimismo ocupe el lugar que antes atesoraba el fatalismo ampuloso y súper adictivo de Wood. La jugada, contradictoria hasta la médula como paradójico es el arte y las ocurrencias humanas que le dan sentido, es en cierta medida exitosa porque la excelencia musical del grupo sigue siendo inobjetable y su imaginación en materia de arreglos y estructuración de los temas resulta esplendorosa, por momentos de una belleza suprema, sin embargo tampoco se puede pasar por alto el doble hecho de que algunos de los admiradores de antaño no soportarán la metamorfosis y que las letras en muchas ocasiones ya no acompañan la ambición sonora, a veces incluso pudiendo derrapar en estereotipos de las diversas comarcas trabajadas -desde el folk y el pop cuasi orquestal hasta las gestas progresivas y el post rock a lo Slint- ya que cierto aire de banalidad cubre los versos. Ya sea que hablemos de los vientos de Evans o de las guitarras de Hyde, Mark y Ellery, todos siempre intercambiando posiciones y complementándose al saltar entre instrumentos, Forever Howlong se beneficia muchísimo de la producción cohesiva y cerebral de Ford, todo un especialista en esto de destilar la esencia del colectivo en cuestión y sacar lo mejor posible de su presente compositivo, y por ello mismo el disco se abre camino como un trabajo más parejo que Live at Bush Hall, placa que se sentía apresurada, incompleta o simplemente orientada a ratificar que el fantasma de la implosión de la banda estaba lejos. Puede que el grupo nunca más llegue a sus cúspides del pasado y a la profundidad de aquellos años con el primer cantante, aunque la efervescencia instrumental continúa en primer plano y se podría decir que este popurrí de convites edulcorados sabe compensar con esquizofrenia y ensoñaciones pueriles -la pintura jovial de portada de Jordan Kee lo dice todo- aquello que le falta en discurso valioso, en verdad aguerrido o memorable.

 

Forever Howlong, de Black Country, New Road (2025)

Tracks:

  1. Besties
  2. The Big Spin
  3. Socks
  4. Salem Sisters
  5. Two Horses
  6. Mary
  7. Happy Birthday
  8. For the Cold Country
  9. Nancy Tries to Take the Night
  10. Forever Howlong
  11. Goodbye (Don’t Tell Me)