Si el mundo fuese perfecto y las carreras en el ámbito creativo verdaderamente parejas o meditadas a futuro, Tim Burton tendría que haber dejado de filmar después de La Leyenda del Jinete sin Cabeza (Sleepy Hollow, 1999), la película que cierra su primera y mejor fase profesional, aquella que abarca por un lado el excelente nivel de joyas como Beetlejuice (1988), Batman (1989), El Joven Manos de Tijera (Edward Scissorhands, 1990), Batman Vuelve (Batman Returns, 1992), la animada El Extraño Mundo de Jack (The Nightmare Before Christmas, 1993), dirigida por Henry Selick con producción e historia original de Burton, y Ed Wood (1994), y por el otro lado la corrección menos edificante aunque digna de La Gran Aventura de Pee-Wee (Pee-wee’s Big Adventure, 1985), ¡Marcianos al Ataque! (Mars Attacks!, 1996) y la citada La Leyenda del Jinete sin Cabeza, sin embargo el mundo de perfecto no tiene absolutamente nada y todos hacen lo que pueden/ quieren con lo que les ha tocado en gracia, por ello el otrora abanderado del gótico truculento que defendía a los marginados, perseguidos, estigmatizados y apóstatas sociales comenzó un lento proceso de endulzamiento mainstream/ family friendly/ inocuo que a su vez nos dejó con dos fases sucesivas de decadencia extrema, primero una etapa de declive por falta de ideas novedosas que señala el aburguesamiento de turno mediante la mediocridad vergonzosa de El Planeta de los Simios (Planet of the Apes, 2001), el sustrato empalagoso y bobalicón de Charlie y la Fábrica de Chocolate (Charlie and the Chocolate Factory, 2005) y la semi fellinesca El Gran Pez (Big Fish, 2003) y las redundancias de toda índole de El Cadáver de la Novia (Corpse Bride, 2005) y Sweeney Todd: El Barbero Demoníaco de la Calle Fleet (Sweeney Todd: The Demon Barber of Fleet Street, 2007), y segundo un período de derrota creativa cuasi total que abarca bodrios ya insoportables, odiseas en las que la impostación baladí y el artificio digital se comieron cualquier dimensión humanista, como Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, 2010), Sombras Tenebrosas (Dark Shadows, 2012), Miss Peregrine y los Niños Peculiares (Miss Peregrine’s Home for Peculiar Children, 2016), Dumbo (2019) y la reciente Merlina (Wednesday, 2022), su serie para Netflix basada en el personaje creado en 1938 por Charles Addams, amén de anomalías honrosas como Frankenweenie (2012), faena en stop motion inspirada en su corto homónimo de 1984, y Ojos Grandes (Big Eyes, 2014), biopic inusitadamente clasicista alrededor de la figura de la pintora Margaret Keane (Amy Adams), una adalid estadounidense del arte kitsch y/ o naif.
En una trayectoria como la de Burton, caracterizada por un constante reciclaje de fórmulas estéticas y discursivas que lo anteceden por mucho en el tiempo, es de destacar lo hecho a escala visual en esa “pentalogía de oro” de Beetlejuice, Batman, El Joven Manos de Tijera, Batman Vuelve y Ed Wood y sobre todo la realización del medio porque es la primera colaboración con su socio fundamental, Johnny Depp, el mejor trabajo de su compositor de cabecera, el aquí prodigioso, melodramático e hiperbólico Danny Elfman, y el único opus que responde a una creación enteramente propia y con elementos autobiográficos que se remontan con claridad a su atribulada infancia y adolescencia, por más que el guión en sí haya sido encargado a la por entonces únicamente novelista Caroline Thompson, mujer que asimismo tendría una carrera muy errática que va desde las elogiables Los Locos Addams (The Addams Family, 1991), opus de Barry Sonnenfeld, Volviendo a Casa: Una Aventura Increíble (Homeward Bound: The Incredible Journey, 1993), de Duwayne Dunham, y El Jardín Secreto (The Secret Garden, 1993), de Agnieszka Holland, hasta sus fallidas incursiones como directora, léase Belleza Negra (Black Beauty, 1994), Buddy (1997) y la televisiva Blancanieves (Snow White, 2001), pasando por sus otras colaboraciones con Burton, El Extraño Mundo de Jack y El Cadáver de la Novia, y mamarrachos en sintonía con las tardías Ember: La Ciudad Perdida (City of Ember, 2008), film de Gil Kenan, y Bienvenidos a Marwen (Welcome to Marwen, 2018), de Robert Zemeckis. El Joven Manos de Tijera, estructurada en función de un racconto durante una nevada por parte de una abuela (Winona Ryder) hacia su nieta (Gina Gallagher), cuenta con una trama minúscula centrada en Edward (Depp), humanoide solitario y taciturno que no envejece y vive en el altillo de un castillo decrépito y lúgubre luego de que un inventor anciano (el extraordinario Vincent Price) muriese de un infarto antes de poder darle manos tradicionales ya que sus dedos son tijeras porque su prototipo formaba parte de una línea de producción culinaria, apenas un robot sin alma ni corazón. Una vendedora itinerante de productos cosméticos Avon, la tontuela aunque bienintencionada Peg Boggs (Dianne Wiest), lo descubre al azar, lo trata como una suerte de mascota/ muñeco -decidida a tapar con maquillaje las muchas cicatrices de su rostro- y lo traslada sin más a su morada suburbana, esa que comparte con su marido, Bill (Alan Arkin), y sus dos vástagos, el pequeño Kevin (Robert Oliveri) y la linda adolescente Kim (Ryder), de quien nuestro seudo púber se enamora perdidamente.
La película constituye un caso raro dentro del devenir profesional de Burton porque está bastante bien narrada, reutiliza sólo en parte aquella nostalgia pueril/ aventurera ochentosa, un rubro demasiado esquizofrénico que supo moverse entre E.T. el Extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982), de Steven Spielberg, Volver al Futuro (Back to the Future, 1985), de Zemeckis, Los Goonies (The Goonies, 1985), de Richard Donner, y el terror de Que no se Entere Mamá (The Lost Boys, 1987), de Joel Schumacher, y Cuando Cae la Oscuridad (Near Dark, 1987), de Kathryn Bigelow, y en especial aprovecha con astucia y desparpajo la colección de personajes secundarios, tanto los villanos, hablamos de la fanática religiosa esperpéntica, Esmeralda (O-Lan Jones), y el novio de la ninfa en cuestión, el deportista tarado de clase alta Jim (Anthony Michael Hall), como la infaltable vecina putona, Joyce Monroe (Kathy Baker), quien pasa de adorarlo -por su destreza para la topiaria y el arte de cortar el cabello de perros y humanos- a condenarlo cuando rechaza sus avances sexuales, y la misma parentela de los Boggs, la cual en un principio lo acepta en su conjunto de manera automática con la salvedad de la propia Kim, quien demuestra desconfianza ante el extraño de look gótico viviendo en la casa desabrida estándar del clan. El realizador, además de la oposición entre mediocridad burguesa y talento marginal ignoto, todo el tiempo enfatiza precisamente el condicionamiento social contraproducente de la corrección política, eso de aceptar al diferente como un acto reflejo banal sin siquiera molestarse en conocerlo en serio o descubrir sus necesidades y problemáticas, de allí la adopción inmediata del antihéroe melancólico por parte de Peg y los suyos y las sucesivas intentonas de “domesticarlo” incorporándolo a la existencia anodina y extremadamente gris del suburbio, en cambio el personaje de Ryder ventila una actitud más consustancial y por consiguiente humana, nos referimos a la honestidad de la cautela y el paulatino proceso de conocimiento del prójimo mediante los sinsabores de la existencia y cómo se actúa ante ellos, en pantalla el sencillo giro argumental del “robo inducido” a la casa de Jim a instancias del susodicho y la misma Kim, la cual le pide al huésped que utilice sus tijeras como ganzúas para abrir el hogar de su novio y robar cosillas varias del padre con vistas a comprarse ambos una camioneta. Así como el prejuicio bondadoso opera al inicio del derrotero en calidad de “novedad”, no sólo entre los Boggs sino en todo el pueblo, su contraparte nefasta opera a posteriori y demoniza al muchacho de eterno atuendo sadomasoquista, considerado un sujeto bizarro y peligroso.
El romance, ligazón privada y utópica por antonomasia, funciona en El Joven Manos de Tijera como el último bastión del individuo no destruido por lo social, por esa comunidad que saca lo peor de las personas y atomiza la inocencia, no obstante el amor también muta en maldición porque cuando finalmente el asunto se invierte, con todos odiándolo y la adolescente queriéndolo, es momento de despedirse y regresar al ostracismo del castillo ya que la turba de descerebrados se acerca amenazante y el psicópata fascistoide y posesivo, en este caso Jim, merece ser asesinado como ocurre en una de las escenas más sinceras y terroríficas que nos haya dado el mainstream pomposo norteamericano de las últimas cuatro décadas, cambio completo de tono desde esa ñoñez inofensiva y semi femenina hacia la venganza furiosa solapada masculina. Uno podría decir que Burton retoma ingredientes del mito frankensteniano de Mary Shelley y James Whale, el expresionismo mudo alemán, los monstruos de la Universal Pictures, La Bella y la Bestia (La Belle et la Bête, 1946), de Jean Cocteau, la Hammer Productions, el Disney Clásico, Terciopelo Azul (Blue Velvet, 1986), dirigida por un David Lynch en formato irónico/ ácido, aquella juventud en ebullición de American Graffiti (1973), de George Lucas, y Halloween (1978), de John Carpenter, el legendario Roald Dahl, ese Freddy Krueger de Wes Craven y Robert Englund, aquel Roger Corman adaptando a Edgar Allan Poe y trabajando con este mismo Price, los Cenobitas de Clive Barker o el rock gótico de la época de The Cure, Siouxsie and the Banshees, Sisters of Mercy y Bauhaus, sin embargo su fábula freak sobre la fealdad moral de los “normales” y sobre el encanto luminoso de los “raros” es muy propia de él en su mixtura de slapstick, surrealismo lírico, crítica social y denuncia de la paranoia, los malentendidos, el ventajismo y la brutalidad de las ciudades contemporáneas, una obra maestra que hoy sería imposible de filmar por su costado macabro y nihilista, su paciencia retórica, su grotesco controlado y siempre eficaz y esa ausencia de CGIs en un tiempo en el que ya se empezaban a utilizar en Hollywood. Con un tacto homologado a la frustración afectiva y vincular más prosaica, el film nos ofrece un gran trabajo del elenco y de Stan Winston en tanto máximo encargado de los efectos especiales y del estupendo diseño de las “manos de tijera”, detalles horrorosos desde la perspectiva limitada y aburrida de los mortales y herramientas que el protagonista utiliza para vivir rodeado de belleza, de sus esculturas sobre hielo, mientras que los vecinos sólo poseen sus trabajos insípidos, sus hogares intercambiables y sus familias de mierda…
El Joven Manos de Tijera (Edward Scissorhands, Estados Unidos, 1990)
Dirección: Tim Burton. Guión: Caroline Thompson. Elenco: Johnny Depp, Winona Ryder, Dianne Wiest, Alan Arkin, Anthony Michael Hall, Kathy Baker, Robert Oliveri, O-Lan Jones, Vincent Price, Gina Gallagher. Producción: Tim Burton y Denise Di Novi. Duración: 105 minutos.