The Duke of Burgundy

Los privilegios de la feminidad

Por Emiliano Fernández

La introducción de The Duke of Burgundy (2014), la obra maestra definitiva del británico Peter Strickland, establece un marco narrativo un tanto particular: Evelyn (Chiara D’Anna), una joven inocente, trabaja como empleada doméstica en el caserón de Cynthia (Sidse Babett Knudsen), una mujer dominante obsesionada con la entomología, específicamente con las mariposas y las polillas. Entre la distancia y un tono abyecto, descubrimos cómo la señorita pasa de limpiar el estudio y cepillar las alfombras a masajear los pies y lavar la ropa interior de Cynthia, todo condimentado con tomas de la anatomía de los insectos que decoran las paredes y de Evelyn viendo desvestirse a su “ama” por el ojo de una cerradura.

 

Así las cosas, los primeros quince minutos de metraje finalizan con una suerte de parodia del típico remate del porno soft o de cualquier sexploitation que se precie de tal, especializado -desde ya- en BDSM (acrónimo de bondage, disciplina y sadomasoquismo). Por supuesto que Evelyn se olvidará de una prenda y por ello recibirá un castigo, el cual en este caso incluye que Cynthia orine en su boca, pero recién la escena siguiente pondrá de manifiesto la retórica del juego erótico y toda la fascinación que encierra la película en su conjunto: en el lecho compartido, la primera le agradece a la segunda, Cynthia se saca la peluca e inmediatamente comienzan los besos, mientras revolotea una polilla en el exterior.

 

Combinando la sequedad de Katalin Varga (2009) y el surrealismo mordaz de Berberian Sound Studio (2012), en su tercer opus el director ofrece un viaje a las paradojas del devenir amoroso y medita acerca del nexo entre la pantomima del deseo y esa repetición de rituales que derivan en la ridiculez, colocándonos en el rol de voyeurs en espera del colapso del vínculo entre las protagonistas. Mofándose de las expectativas de quien mira, Strickland nos confina a la decadencia y jamás proporciona un verdadero tercero en discordia, esa novedad que podría apaciguar la lógica cíclica del placer (hablamos de una configuración a temprana edad, el porfiar de la adultez y la aleatoriedad que aportan las distintas parejas).

 

Evelyn y Cynthia mantienen constantes encuentros guionados al dedillo por la primera, circunstancia que trae a colación cierta incapacidad de excitarse por la sensualidad detrás del esquema intrínseco del otro per se, necesitando de una puesta en escena algo naif de la pulsión de muerte. Más allá del andamiaje retro que invoca la idiosincrasia de diversos clásicos del rubro de las décadas del 60 y 70, indudablemente el realizador en el collage lisérgico y/ o fetichista desliza una metáfora de nuestros tiempos: así como la esclava resulta ser una diosa de la manipulación y la “mistress” ya no obtiene ninguna satisfacción del arte de humillar, hoy la petulancia a nivel social suele esconder cobardía y mediocridad.

 

De hecho, la hipocresía es el manto que recubre al relato, ya que mientras que la farsa de la dinámica del límite y la sumisión ensombrecen al amor sincero, la fábula de siempre -que se equipara al artilugio cinematográfico- se amolda al hedonismo y su belleza circundante, homologada al campo de las parafilias como la urolagnia, el facesitting o la posibilidad de la coprofilia. Strickland se vuelca hacia la poesía y obvia la fanfarria de lo explícito (esa misma con la que Hollywood ensalza la violencia y los bodrios festivaleros entronizan al sexo), regalándonos un homenaje extraordinario a los privilegios de la feminidad, léase el maquillaje, el ajuar florido, la pasividad, la falsa modestia, el ser penetrado, el ardor, etc.

 

The Duke of Burgundy (Reino Unido, 2014)

Dirección y Guión: Peter Strickland. Elenco: Sidse Babett Knudsen, Chiara D’Anna, Fatma Mohamed, Monica Swinn, Eugenia Caruso, Kata Bartsch, Zita Kraszkó, Eszter Tompa, Gretchen Meddaugh. Producción: Andrew Starke. Duración: 104 minutos.

Puntaje: 10