El Gran Escape (The Great Escape)

Los topos de la guerra

Por Emiliano Fernández

Indudablemente uno de los campos de prisioneros bélicos más renombrados de la Segunda Guerra Mundial fue el Stalag Luft III, instalación que quedó a cargo de la Luftwaffe, la Fuerza Aérea de la dictadura nacionalsocialista, y que funcionó entre 1942 y 1945 en lo que por entonces era Alemania, Baja Silesia, y hoy es Polonia, Żagań. Como cada rama de las Fuerzas Armadas debía hacerse cargo de sus equivalentes del bando enemigo, en esencia el Stalag Luft III estaba lleno de tropas aliadas correspondientes a la Mancomunidad Británica de Naciones, quienes por cierto se la pasaban haciendo túneles durante meses y meses en unas condiciones de encierro relativamente buenas/ afables considerando las barrabasadas, atropellos y múltiples crímenes de guerra por los que ya eran conocidos los nazis, colección de fugas que en los anales históricos se suelen reducir a dos por ser las más “vistosas”: la primera huida importante fue aquella de octubre de 1943 de tres prisioneros británicos que cavaron un túnel mientras sacaban la tierra a escondidas dentro de un potro supuestamente construido para saltos de caballo y otros ejercicios de gimnasia, lo que permitió una huida nocturna que derivó en el retorno de los hombres a Gran Bretaña, en la publicación de unas memorias sobre todo el episodio, Matón en el Bloque (Goon in the Block, 1949), de Eric Williams, libro a posteriori retitulado El Caballo de Madera (The Wooden Horse), y en la reglamentaria adaptación cinematográfica anglosajona, también bautizada El Caballo de Madera (The Wooden Horse, 1950) y dirigida por el ignoto Jack Lee; y en lo que atañe a la segunda evasión, conocida popularmente como “El Gran Escape”, acaecida en marzo de 1944 y registrada en otro libro de memorias de uno de los partícipes que se quedaron atrás por claustrofobia en función de los reducidos túneles, El Gran Escape (The Great Escape, 1950), del periodista Paul Brickhill, el asunto fue en verdad mucho más ambicioso porque se pretendía liberar a 250 prisioneros de guerra y se construyó la friolera de tres túneles en simultáneo, denominados crípticamente Tom, Dick y Harry, bajo la dirección de uno de los líderes de escuadrón de la Real Fuerza Aérea británica, el sudafricano Roger Bushell, quien impuso una disciplina muy férrea entre los suyos para garantizar el éxito de tamaña proeza.

 

Luego de que Tom fuera descubierto por los alemanes y dinamitado de inmediato y Dick tuviese que ser abandonado porque el área de hipotética salida hacia el exterior del campo iba a ser incorporada a las instalaciones para una expansión del perímetro de las barracas, Harry terminó siendo el elegido para la huida de turno en este mega plan de alternativas por descarte y/ o segundas opciones, por ello en la noche del 24 al 25 de marzo 76 prisioneros pudieron salir del Stalag Luft III aunque apenas tres, el holandés Bram van der Stok y los noruegos Per Bergsland y Jens Müller, consiguieron evadir la búsqueda implacable de los nazis a lo largo de Alemania y Francia, el primero vía España por tierra y los segundos a través de un barco que los dejó en Suecia, pensemos que los 73 restantes fueron capturados en las regiones lindantes y 50 fusilados sin piedad por la Gestapo -entre ellos Bushell y un piloto argentino/ británico, John Gifford Stower- bajo órdenes directas de Adolf Hitler, quien tuvo que ser convencido por sus subordinados de no matarlos a todos porque ello traería represalias semejantes en materia de los pilotos germanos retenidos por las huestes aliadas. 17 de los militares atrapados fueron devueltos al Stalag Luft III, dos enviados a otro centro de detención marcial y cuatro pasaron a engrosar los martirizados en el campo de concentración de Sachsenhausen, en Oranienburg, Alemania. Dejando de lado toda referencia a la investigación posterior de parte de la Real Fuerza Aérea sobre la masacre de los 50 detenidos, única pesquisa en torno a crímenes de guerra encarada por una rama de las Fuerzas Armadas de las naciones que intervinieron en el conflicto, proceso que generó encarcelamientos y ejecuciones entre los otrora miembros de la Gestapo, El Gran Escape (The Great Escape, 1963), la recordada traslación hollywoodense de las memorias algo mucho exageradas de Brickhill, asimismo infla la participación nimia real de los yanquis en la fuga, algo en sí inevitable debido a que la película de John Sturges está financiada por The Mirisch Company, distribuida por United Artists y destinada en primera instancia al público estadounidense, ese que no suele ser muy adepto a las complejidades o al hecho de que los héroes sean extranjeros que contradigan su chauvinismo palurdo marca registrada.

 

Como en otros casos de aquellas epopeyas corales de la década del 60, como por ejemplo Doce del Patíbulo (The Dirty Dozen, 1967), de Robert Aldrich, Los Cañones de Navarone (The Guns of Navarone, 1961), de J. Lee Thompson, e incluso Los Siete Magníficos (The Magnificent Seven, 1960), western legendario y bien calidoscópico del propio Sturges, el principal encanto de El Gran Escape no pasa por la trama, prácticamente inexistente y resumida en el título, sino por la maravillosa colección de actores, algunos ya famosos por entonces y otros recién comenzando sus carreras, y de personajes más o menos entrañables que condensan diversos estereotipos de los folletines de aventuras de antaño, claramente el horizonte retórico cuasi socarrón de la propuesta en su conjunto: un joven Steve McQueen compone al Capitán Virgil Hilts, norteamericano prepotente que ensaya diversos intentos de escape que siempre lo envían a una celda de aislamiento en la que juega con un guante y una pelota de béisbol haciéndola rebotar contra las paredes, James Garner se pone en la piel del Teniente Bob Hendley, otro yanqui sumamente pícaro que se dedica al contrabando y el suministro en general de implementos utilizados para este ambicioso éxodo, el querido Richard Attenborough, futuro director de Un Puente Demasiado Lejos (A Bridge Too Far, 1977), Magia (Magic, 1978), Gandhi (1982) y Chaplin (1992), entre otras, interpreta al álter ego del malogrado Bushell, el Líder de Escuadrón Roger Bartlett, quien fue torturado por la Gestapo y está obsesionado con “hostigar, conmocionar y confundir al enemigo” vía nuestras evasiones subterráneas, Charles Bronson compone al Teniente Danny Welinski, un polaco experto en túneles que ya lleva 17 en su haber y paradójicamente es claustrofóbico al extremo de lo patológico, el genial Donald Pleasence es ese Teniente Colin Blythe, un falsificador miope y amante de las aves que le fabrica a los fugados documentos falsos para intentar salir del país, James Coburn se luce como el Oficial Louis Sedgwick, en esencia el encargado de construir la bomba de aire para poder respirar dentro de los túneles, y John Leyton es el Teniente Willie Dickes, el mejor amigo de Welinski y un pobre sujeto con una paciencia gigantesca que lo ayuda a sobreponerse a su temor a los espacios muy pequeños.

 

Suerte de oda a la voluntad inquebrantable de libertad de quien se siente condicionado a la pasividad en una época en la que la coyuntura reclama el compromiso activo de las masas, el opus del infatigable Sturges respeta a rajatabla aquel tono narrativo ameno con toques cómicos y/ o bastante irónicos que era habitual del señor en su faceta profesional hiper comercial/ mainstream/ lúdica, un sustrato mayormente liviano que se oponía a la seriedad promedio de sus westerns, éstos siempre ubicándose a mitad de camino entre el Hollywood Clásico y el Nuevo Hollywood más arriesgado y realista de los años 60 y 70, por ello el film que nos ocupa retoma algunos apuntes humorísticos de Infierno 17 (Stalag 17, 1953), de Billy Wilder, aunque más sutiles en materia de las risas, y aquella misión fastuosa de El Puente sobre el Río Kwai (The Bridge on the River Kwai, 1957), de David Lean, ahora reemplazando el puente ferroviario al servicio de los enemigos por estos tres túneles para el completo beneficio de los aliados cual doble proyecto de evasión y de sabotaje. El marco ideológico de confrontación, muy simple por cierto, se reduce a la pugna entre la sagacidad de todos los reos, comandados por Bartlett y el cojo Capitán Ramsey (James Donald), y la indiferencia del Coronel von Luger (Hannes Messemer), el comandante antinazi del Stalag Luft III que desprecia a la Gestapo y las SS, por ello prefiere no excederse en los castigos para no forzar más fugas que lo pondrían en aprietos con los jerarcas nacionalsocialistas, a lo que se suma una discrepancia entre los mismos retenidos entre la ortodoxia belicista de Bartlett y esa heterodoxia del Hendley de Garner, quien se propone saltearse la cadena de mando para incorporar en el periplo de estos topos de guerra al semi ciego Blythe. El Gran Escape humaniza en especial a los germanos, tanto mediante Von Luger como a través del torpe de Werner (Robert Graf), un soldado raso alemán que se hace amigo de Hendley, y nos ofrece un leitmotiv pegadizo e inmortal del compositor Elmer Bernstein y una excelsa construcción escalonada del suspenso que explota en la hora final del metraje con la cacería de los fugitivos, la fuga exitosa de Danny, Willie y Louis y la mítica escena de acción de un McQueen modelo motociclista cercado por alambre de púas, barricadas y copiosos nazis…

 

El Gran Escape (The Great Escape, Estados Unidos, 1963)

Dirección: John Sturges. Guión: James Clavell y W.R. Burnett. Elenco: Steve McQueen, James Garner, Richard Attenborough, Charles Bronson, Donald Pleasence, James Coburn, Hannes Messemer, James Donald, John Leyton, Robert Graf. Producción: John Sturges. Duración: 172 minutos.

Puntaje: 10