La burguesía cinéfila tontuela, esa bien cuadrada e inmadura que vive atrapada en una burbuja de nostalgia hollywoodense grasienta de derecha, identifica con tal intensidad al casi siempre mediocre John Hughes con el rubro adolescente que tiende a olvidar que dos de sus mejores y más interesantes películas, Mejor Solo que Mal Acompañado (Planes, Trains & Automobiles, 1987), dirigida por él mismo, y Mi Pobre Angelito (Home Alone, 1990), de Chris Columbus, le escapan a dicha fórmula de la melancolía púber que lo hizo famoso a mediados de la década en cuestión, la primera un retrato farsesco de la mediana edad y de la “incompatibilidad de caracteres” y la segunda un homenaje a la indocilidad infantil y al slapstick o comedia física del cine mudo. Mientras que Mejor Solo que Mal Acompañado inaugura una suerte de tetralogía adulta del Hughes modelo realizador, esa que se completa con la apenas pasable Tío Buck (Uncle Buck, 1989) y las flojas Papá a la Fuerza (She’s Having a Baby, 1988) y La Pequeña Pícara (Curly Sue, 1991), Un Experto en Diversión (Ferris Bueller’s Day Off, 1986) de hecho cierra espiritualmente la andanada de obras de temática adolescente porque luego sólo encararía dos guiones más en torno al tópico, los correspondientes a la simpática Alguien Maravilloso (Some Kind of Wonderful, 1987), de Howard Deutch, y la algo lamentable Destinos Opuestos (Career Opportunities, 1991), de Bryan Gordon, un grupito que también puede pensarse de manera retrospectiva como una tetralogía del John director porque Un Experto en Diversión le puso punto final a la taquillera cadena de Se Busca Novio (Sixteen Candles, 1984), El Club de los Cinco (The Breakfast Club, 1985) y Ciencia Loca (Weird Science, 1985), cuatro faenas orientadas a construir un retrato romantizado y extremadamente simplón de la juventud de las clases media y alta durante la administración del excrementicio Ronald Reagan, período en el que el neoliberalismo comenzó su expansión por todo el globo sustituyendo la presencia del Estado como garante de la justicia social por el culto a un mercado capitalista salvaje que se supone oficiaría de panacea para todos los males de nuestra flamante comunidad planetaria.
En este mismo sentido se puede afirmar que Un Experto en Diversión por un lado es un neoclásico del cine posmoderno y hedonista que celebra el egoísmo, la rebeldía banal y los círculos vinculares cercanos por sobre todas las otras dimensiones de la vida y la sociedad, algo en pantalla sustentado en la fetichización de un presente continuo y en el descarte tanto de la ética del pasado, homologada a los padres y su enorme idiotez, como del futuro pragmático tradicional, paradigmática indecisión de por medio por parte de alumnos que recién están terminando el colegio secundario y no saben qué estudiar en la universidad, y por el otro lado funciona como un intento -bastante básico y esquemático, hay que decirlo- de complejizar a nivel humano o más bien identitario un subgénero en boga por aquellos años, precisamente la comedia de marco púber equiparada a fiestas eternas, desastres en secuencia y la compulsión para con las drogas, las bromas, la música y el sexo, recordemos por ejemplo productos variopintos como Colegio de Animales (National Lampoon’s Animal House, 1978), de John Landis, Porky’s (1981), de Bob Clark, Picardías Estudiantiles (Fast Times at Ridgemont High, 1982), de Amy Heckerling, Negocios Riesgosos (Risky Business, 1983), de Paul Brickman, La Venganza de los Nerds (Revenge of the Nerds, 1984), de Jeff Kanew, y la semejante Despedida de Soltero (Bachelor Party, 1984), aquella odisea hiper bobalicona de Neal Israel con Tom Hanks. La “no historia” gira alrededor de un único día en el que un slacker o perezoso de los suburbios de Chicago, el muy popular Ferris Bueller del título en inglés (un excelente y carismático Matthew Broderick), finge estar enfermo ante sus progenitores, Tom (Lyman Ward) y Katie (Cindy Pickett), para faltar al colegio y escaparse al centro de la ciudad con su linda novia, Sloane Peterson (Mia Sara), y su mejor amigo, el hipocondríaco Cameron Frye (Alan Ruck), en esencia un trío de la alta burguesía que queda bajo el ojo de la hermana metiche de Ferris, Jeanie (Jennifer Grey), y el decano de estudiantes Ed Rooney (Jeffrey Jones), una dupla que por separado pretende descubrir in fraganti al protagonista para que se corte su racha de impunidad y cinismo a toda prueba.
Si la comparamos con el acervo previo inmediato del rubro, léase Se Busca Novio, El Club de los Cinco, Ciencia Loca e incluso el otro guión de John de la época para un tercero, ese de La Chica de Rosa (Pretty in Pink, 1986), de Deutch, Un Experto en Diversión constituye por lejos el eslabón más insolente en términos formales aunque no tanto conceptuales, así el constante hablar a cámara de Bueller para explicitar sus sentimientos u opiniones varias o estrategias de engaño -interpelación irónica al público o destrucción autoreflexiva de la cuarta pared- no se condice con la mínima anécdota de fondo, lo de fugarse del colegio o “ratearse” según el lunfardo argentino, y con un inconformismo ideológico muy tenue que no genera ningún tipo de cambio perdurable en el ecosistema circundante, uno que tanto supuestamente se desprecia por bobo, aburrido o falto de chispa y vitalidad. Como siempre en el cine de Hughes, la adultez y sobre todo la profesión educativa son retratadas de manera profundamente negativa ya que sus representantes en el relato, como los padres de Ferris o el bufonesco Rooney o hasta su secretaria, la regordeta y anodina Grace (Edie McClurg), son necios, ciegos, sádicos y/ o torpes a más no poder en contraposición con las criaturas de corta edad, quienes sí deducen con facilidad lo que está ocurriendo, como esa Jeanie que inmediatamente identifica el embuste de su hermano, y sí pueden escapar de su cárcel cotidiana monotemática, por ello el realizador y guionista nos muestra con detalle el amplio catálogo de intereses de los chicos en el núcleo urbano de Chicago, algo que abarca subirse a un rascacielos, visitar la bolsa de valores, comer en un restaurant elegante y muy caro, concurrir a un partido de béisbol, darse una vuelta por un museo para ver cuadros de Amedeo Modigliani, Claude Monet, Edward Hopper, Pierre-Auguste Renoir, Mary Cassatt, Pablo Picasso, Jackson Pollock y Georges Seurat, con Tarde de Domingo en la Isla de la Grande Jatte (Un Dimanche après-midi à l’Île de la Grande Jatte, 1884-1886) llevándose todas las miradas, y concurrir a un desfile vernáculo ridículo donde Ferris hace playback con Danke Schoen (1963), de Wayne Newton, y Twist and Shout (1963), de The Beatles.
A pesar de que, como aseverábamos antes, la propuesta fue fetichizada en especial durante un tiempo, los años 80 y 90, en el que la comedia púber era sinónimo de estupidez pasatista de jolgorio non stop, lo cierto es que el film que nos ocupa desprende una seriedad muy elemental que vista a la distancia posee dos caras, primero la celebración obtusa, patética y demasiado autoconsciente de los “pobres niños ricos” en pleno reaganismo consumista de claras injusticias sociales, planteo que Hughes en parte compensa con algunos personajes secundarios que representan a otros estratos como la clase media insípida del profesor de economía (el payasesco Ben Stein), la rebeldía rockera del interés romántico marginal de Jeanie (un joven Charlie Sheen) o la picardía lumpen de los empleados del garaje donde el trío de fugitivos escolares dejan el Ferrari 250 GT California Spyder robado al padre de Cameron (Richard Edson y Larry Flash Jenkins), y segundo una despedida tragicómica -y nuevamente nostálgica baladí, digna de un adulto infantilizado que no quiere asumir sus responsabilidades y anhela un estado de regresión etaria permanente cual retraso mental- de una pubertad idealizada que no se condice en nada con la realidad de aquí, allá y todas partes, en este sentido el republicano/ conservador de Hughes todo lo compartimentaliza siguiendo estereotipos bien burdos de Hollywood para que Ferris funcione como un galán accesible que despierta la envidia o la admiración o la empatía de la colectividad, su mejor amigo como un nerd tácito que no puede valerse por sí mismo, su novia como una belleza intercambiable del montón y su hermana como una buchona/ delatora/ pérfida que no sabe cómo rehuir del mandato familiar y escolar y se la agarra a pura descarga emocional contra el infractor impune, amén de un Rooney que concentra todas las rutinas del slapstick símil Looney Tunes y Fantasías Animadas de Ayer y Hoy (Merrie Melodies) cuando pretende ingresar en la mansión de la parentela Bueller y se topa con Jeanie y un rottweiler. Entre la hipocresía como bálsamo mundano y la comedia de los gestos y el sarcasmo a veces sutil, la película nos regala -para bien y para mal- la rateada más célebre de la historia del cine…
Un Experto en Diversión (Ferris Bueller’s Day Off, Estados Unidos, 1986)
Dirección y Guión: John Hughes. Elenco: Matthew Broderick, Alan Ruck, Mia Sara, Jeffrey Jones, Jennifer Grey, Cindy Pickett, Lyman Ward, Edie McClurg, Charlie Sheen, Ben Stein. Producción: John Hughes y Tom Jacobson. Duración: 103 minutos.