Diario de una Esposa Desesperada (Diary of a Mad Housewife)

Masoquismo de entrecasa

Por Emiliano Fernández

El cine contemporáneo está a años luz de la inventiva y sinceridad que ofrece una película minúscula de otro tiempo como Diario de una Esposa Desesperada (Diary of a Mad Housewife, 1970), una suerte de melodrama rosa que no sólo le escapa al tono tontuelo estándar de los melodramas rosas históricos del mainstream sino también a variaciones posteriores correspondientes al circuito alternativo como pueden ser la visceralidad indie de John Cassavetes, los kitchen sink dramas de los primeros Tony Richardson y Lindsay Anderson y hasta la vertiente posmoderna representada por Rainer Werner Fassbinder, Pedro Almodóvar y Todd Haynes, entre muchas otras figuras que buscaron reinterpretar los recursos del folletín sentimental de impronta bien femenina. Esta dificultad de englobar conceptualmente al trabajo se debe al hecho de que opta desde el vamos por jamás hacer explícitos los instantes volcados a la comedia y sus homólogos vinculados al drama, una jugada retórica que se sirve de la “no acentuación” como principal arma para dejar abierta a la interpretación del espectador una sutil dialéctica de la repetición mundana claustrofóbica que incluso evita a los dos grupos más retratados dentro del formato de los dilemas del corazón, la clase obrera y la burguesía intelectual, para en cambio analizar al segmento que casi siempre está encuadrado como el más patético de todos dentro de las sociedades modernas, léase esa clase media profesional urbana orientada a funcionar como el “brazo ejecutor” de las elites dirigentes y siempre pretendiendo ser más de lo que es dentro del esquema habitual de poder de cada día, infructuosa escalera simbólica social de por medio.

 

La trama respeta la estructura del triángulo amoroso más clásico pero lo hace desde un nihilismo metropolitano muy medido que rehúye tanto de las caricaturas y el tono grueso como de lo refinado y la pose contemplativa arty tradicional: sin conocer los detalles del background de los personajes o las razones concretas detrás de la personalidad de cada uno, nos vemos obligados a juzgarlos por sus acciones y reacciones en un complejo discurrir de intercambios entre Tina Balser (Carrie Snodgress), una ama de casa convertida en esclava doméstica, su esposo Jonathan Balser (Richard Benjamin), un abogado caprichoso y egoísta de la alta burguesía, y George Prager (Frank Langella), escritor de renombre, amante de la mujer y un esnob que desprecia los estereotipos sociales norteamericanos por considerarlos banales e hipócritas. Así las cosas, la película nos presenta un hogar caracterizado por los pedidos/ órdenes de Jonathan hacia una Tina que es reiteradamente ridiculizada frente a sus dos hijas pequeñas, las insoportables Sylvie (Lorraine Cullen) y Liz (Frannie Michel), quienes también tratan con poco o nada de respeto a su madre dentro de un círculo vicioso que abarca al amante, un hombre que desde el principio le aclara que busca sexo y nada más a través de una concepción demasiado histérica, pueril e innecesariamente defensiva que incluye chispazos de agresividad hacia la fémina para que no se vuelva “posesiva” con Prager, todo basado en preconceptos porque Balser nunca se hace ilusiones de construir una relación que le permita evadir su horrendo departamento neoyorquino, tomándose a la aventura como un escape pasajero de los maltratos e indiferencia de su marido y vástagos.

 

Sin recurrir a la dinámica teatral y edificando diminutos sketchs/ escenas de profunda anemia emocional y mucha frustración, el director Frank Perry y la guionista Eleanor Perry -su esposa de entonces, aquí adaptando la novela homónima de 1967 de Sue Kaufman- van más allá de simplemente construir un lienzo de épocas todavía enmarcadas en la sumisión económica de la mujer o un triste panfleto feminista sustentado en machos convertidos en diablos cotidianos que le extraen la energía vital a nuestra heroína, ya que el verdadero interés del dúo pasa por crear personajes multidimensionales, en simultáneo asentados en la realidad y capaces de incorporar la contradicción, eje sin duda de la vida del ser humano de a pie: Tina, cuya perspectiva domina el relato, por momentos se rebela sutilmente frente a la estupidez y el ninguneo circundantes aunque a decir verdad se nota que acarrea mucho de masoquismo de entrecasa y cierta comodidad disfrazada de pasividad, Jonathan también arrastra una angustia importante porque la mediocridad del derecho lo lleva a delirar con invertir en un viñedo en Francia y a obsesionarse con ofrecer una fiesta para cien miembros de lo que él considera la intelligentsia de la Gran Manzana, unas supuestas “celebridades” que sólo pretenden utilizarlo como a cualquier otro autómata de la burguesía profesional al servicio del Estado y/ o las corporaciones del capitalismo, y finalmente George, por su parte, tiene instantes de dulzura que se desvanecen de golpe al momento del regreso de una postura viril y muy tontuela de reafirmación identitaria baladí que parece esconder una homosexualidad apenas disimulada, asimismo hermanada con la crueldad y la trivialidad.

 

El matrimonio Perry, una dupla creativa sin igual de la década del 60, ya acumulada una serie de propuestas centradas en distintos aspectos del fracaso existencial y la necesidad de reinventarse cuanto antes, una retahíla muy atractiva que finalizó con la presente Diario de una Esposa Desesperada e incluyó a las excelentes David y Lisa (David and Lisa, 1962), Ladybug Ladybug (1963), El Nadador (The Swimmer, 1968), El Último Verano (Last Summer, 1969) y Trilogía (Trilogy, 1969), todas obras rebosantes de una honestidad algo freak que resulta por demás anómala y desconcertante dentro del enclave norteamericano. De hecho, hasta tal punto fue determinante en la carrera de Frank Perry su vínculo con Eleanor que luego del divorcio de la pareja en 1971 el señor nunca más pudo alcanzar la cúspide de aquellos primeros años y así a posteriori entró en una meseta cualitativa durante los 70 que terminó derrumbándose del todo en ocasión de sus pocos y olvidables trabajos de la década del 80, salvo por la más que digna excepción de Mamita Querida (Mommie Dearest, 1981), aquel retrato incandescente y un tanto demencial de la relación entre Joan Crawford (Faye Dunaway) y su pobre hija adoptiva Christina Crawford (Mara Hobel y Diana Scarwid), una película en la que muchos cinéfilos de cotillón de nuestros días pretenden enclaustrar a Perry -por pura ignorancia y dejadez- como si no hubiese realizado films mejores y mucho más complejos (desde ya que la hiperbólica y memorable actuación de una Dunaway extremadamente desatada también constituyó un ingrediente central en este “malentendido” profesional que al día de hoy padece el artista entre la fauna cinéfila).

 

Entre clubes nocturnos en los que tocan el genial Alice Cooper y su banda, fiestas absurdas del jet set y bastante hipocondría masculina hogareña de cadencia infantil que por cierto se contrapone a ese típico acostumbramiento resignado de las víctimas en secuencia, somos testigos de tres verdaderas clases magistrales de actuación de parte de unos jóvenes Richard Benjamin, Frank Langella y Carrie Snodgress, estos dos últimos en su prodigioso debut en la gran pantalla y el primero en su tercer rol cinematográfico: Langella se luce como un gigoló amoral que hace de su independencia y promiscuidad sus únicas banderas, Benjamin maneja muy bien el registro del abogado anodino de bufete que desea legitimación cultural y se desquita con una esposa de adorno en pos de una utópica perfección, y Snodgress sabe cómo moverse en la línea divisoria entre el silencio exasperante y alguna que otra explosión de verdad frente a lo que parece ser un Complejo de Electra por parte de Sylvie y Liz para con su padre, amén de otras salidas caprichosas varias cortesía de los varones (un detalle curioso es que el desempeño de la actriz en el film inspiró a Neil Young a escribir A Man Needs a Maid, una de las canciones más recordadas y misteriosas del álbum Harvest de 1972, a lo que se suma el hecho de que el músico además mantuvo una relación romántica con Snodgress entre 1970 y 1975 que generaría un hijo en común, Zeke). El desenlace, cuando George la expulsa de su departamento y Jonathan le confiesa que el viñedo se echó a perder, están tapados en deudas, en el trabajo amagan con despedirlo y hasta protagonizó un affaire con otra mujer, termina de subrayar que todas las sublimaciones burguesas para con la propia inseguridad son risibles y trágicas, incluida esa terapia de grupo mientras corren los créditos finales donde todos los energúmenos de turno atacan o defienden a Tina al azar sin que nadie escuche, entienda o se ponga de verdad en los zapatos del prójimo…

 

Diario de una Esposa Desesperada (Diary of a Mad Housewife, Estados Unidos, 1970)

Dirección: Frank Perry. Guión: Eleanor Perry. Elenco: Carrie Snodgress, Richard Benjamin, Frank Langella, Lorraine Cullen, Frannie Michel, Lee Addoms, Peter Dohanos, Katherine Meskill, Leonard Elliott, Hilda Haynes. Producción: Frank Perry y Ronald H. Gilbert. Duración: 95 minutos.

Puntaje: 9