Todo Ratones Paranoicos

Mucha risa por aquí

Por Lao Human y Marcos Arenas

Introducción, por Lao Human:

 

Inauguramos esta nueva sección de Metacultura en la que diseccionaremos la discografía completa de un artista, hoy para esta primera entrega presentamos la obra de los Ratones Paranoicos. Surgidos en plena primavera alfonsinista, fueron pioneros en la difusión alternativa, recorriendo y graffiteando media Buenos Aires. Así llegaron rápido al disco y no lo desaprovecharon.

 

Hablar de los Ratones Paranoicos es hablar de Juan Sebastián Gutiérrez aka Juanse (voz y guitarra), una de las únicas verdaderas estrellas de rock local, que jamás hizo ningún esfuerzo por esconderlo ni ningún gesto de falsa modestia. Políticamente incorrecto, nunca se privó de salpicar sus letras de mucho sexo y muchas drogas. Después de años de ser criticado por su hedonismo, Juanse recién sería reconocido y reivindicado como letrista en los últimos años por críticos como Pablo Schanton, Fernando García o José Bellas. Si una palabra define su lírica es CONFUSIÓN. Sus personajes nunca saben muy bien cómo llegaron a donde llegaron ni qué es lo que tienen que hacer. Aunque parecen sufrirlo y disfrutarlo por igual.

 

Pero los Ratones no se limitan a Juanse. El estilo paranoico, esa mezcla de suciedad y sonido compacto, de desprolijidad y perfección que se encuentra, sí, en los Rolling Stones pero también en New York Dolls, en el Lou Reed setentista y en los Sex Pistols del Never Mind the Bollocks (1977), sólo es producto de la conjunción del líder con Sarcófago (segunda guitarra), Roy (batería) y Pablo Memi (bajo), algo que queda demostrado en la solamente correcta carrera solista de Juanse. Siempre andando por la cornisa, si en sus mejores momentos acariciaron la gloria rockera, en los peores se acercaron a la caricatura imaginada por los que siempre se rieron de ellos (el Indio Solari dijo que son “los Danger Four de los Stones”).

 

Muchas veces se limita su legado a la herencia stone vernácula (Viejas Locas, La 25, Jóvenes Pordioseros…). Sin embargo, su llegada va mucho más allá. Sin duda hay raigambre paranoica en la arrogancia de un Adrián Dárgelos. Mariano “Manza” Esaín (líder de Valle de Muñecas y uno de los mejores productores locales) confesó su amor por el sonido de sus discos. Y un reciente compilado de Geiser, repleto de bandas indies de todos los estilos (Viva Elástico, Banda de Turistas, Ibiza Pareo, UN, Francisca y los Exploradores, Indios…), homenajeó sus canciones.

 

Pero su influencia no se limitó a las generaciones más jóvenes. Spinetta hizo suya y empapó de grunge Sucia Estrella y el Charly García pre Say No More (1996) eligió a Juanse para meterle pulso rockero a La Hija de la Lágrima (1994), mientras que sólo cabe imaginar lo que hubiera sido un disco entero de Juanito y El Carposaurio, aquel proyecto de Pappo y Juanse que sólo dejó grabado el inoxidable Tomé Demasiado (“yo era un hombre bien, tenía perro y mujer/ un día encontré la botella de escocés”: aplausos).

 

Parte de lo mejor del corpus cancionero paranoico se encuentra en esos primeros discos en que los cuatro estaban en llamas. Anoten: Sucia EstrellaDescerebradoCarolinaSucio GasEnlaceLluvia de HéroesCeremonia en el Hall, Rock del GatoJuana de Arco… Pocas bandas nacionales se abastecieron de un repertorio tan magnífico en tan poco tiempo, el cual aún hoy sigue siendo el eje de sus shows. Y eso que todavía no habían terminado de sacar sus pies del under.

 

A partir de Fieras Lunáticas (1991), y junto con Andrew Loog Oldham, llegaría el superestrellato, expresado en una trilogía que se completaría con Hecho en Memphis (1993) y Planeta Paranoico (1996) y su llegada a MTV con un (gran) unplugged con Pappo y Charly incluidos. Serían los años de telonear a los Guns N’ Roses y (finalmente) a The Rolling Stones, además de colarse en el prime time televisivo vía Marcelo Tinelli.

 

Luego vendrían tiempos de declive de inspiración que traerían una notable merma en su popularidad. Recién volverían a sentir el calor de las masas con su hit Para Siempre con Andrés Calamaro (y su dudosa versión maradoniana), Los Chicos Quieren Más (2001), el retorno a las FM con Girando (2004) y su regreso a la mejor forma con Ratones Paranoicos (2009), que ofició de canto del cisne.

 

Y después de un parate que duró lo que Juanse quiso que durara (unos ocho años en los que puso a punto su carrera solista), los Ratones volvieron a fines del 2017 con nueva canción y show multitudinario incluido.

 

Aún no sabemos si su regreso estará a la altura de su historia, pero desde Metacultura creemos que es un excelente momento para repasar su discografía de estudio (más el Unplugged de 1998 como bonus). Y más que nada, porque siempre es bueno encontrar una excusa para volver a escuchar esos viejos discos y contagiarse de esas ganas de caminar por la cornisa. Y por qué no, de saltar.

 

 

 

Ratones Paranoicos (1986), por Lao Human:

 

En un blog perdido se hablaba del debut de los Ratones como “el mejor disco de la historia del punk argentino”. Más allá de la exageración, algo de eso hay: mucho más cerca de New York Dolls o de Lou Reed que de Jagger/ Richards, Juanse y su troupe sólo necesitan media hora para plantar su bandera con autoridad.

 

La base rítmica de Roy y Pablo Memi sostiene los temas mecánicamente, casi como si estuvieran ejecutados por máquinas, a la manera de lo que ZZ Top hizo en Eliminator (1983). Ratones Paranoicos nos traería también por primera vez el cruce telepático entre las cuerdas de Juanse y Sarcófago, una de las mejores duplas guitarreras de acá.

 

Juanse esboza el estilo de escritura que desarrollaría a lo largo de su carrera, con sus imágenes alucinadas e inconexas. En sus mejores momentos dará a luz a viñetas que pintan situaciones de reviente y confusión, lo que le valdría muchas críticas, pero también -tardíos- reconocimientos.

 

El disco baja algunos cambios en momentos clave: la gran Descerebrado que bordea el new wave con su solo disonante de cuerdas abiertas y en Bailando Conmigo con sus aplausos electrónicos (¿los Ratones van a la disco?). Ratones Paranoicos también incluye Sucia Estrella, clásico eterno de la banda, que sería bendecido por Luis Alberto Spinetta en vivo y con un extraño cover para San Cristóforo (1998).

 

Fechado en los 80s pero con una frescura atemporal, el debut de los Ratones se mantiene entre lo mejor de su carrera.

 

 

Los Chicos Quieren Rock (1988), por Lao Human:

 

El segundo de los Ratones Paranoicos no sólo es su mejor disco: también es uno de los grandes álbumes del rock argentino, un greatest hits en tiempo real. En Los Chicos Quieren Rock no hay puntos flojos. Contemos: Carolina, la primera musa ratona, en su primera canción de amor hecha y derecha, Sucio Gas y su ambiente sórdido (“vacaciones en hotel/ toneladas de mugre”), El Hada Violada (¡esas guitarras!), Lluvia de Héroes con su extraño comienzo (“¡hola, Polanski!”) y su narrador que se escapa “descompuesto de terror”. Ceremonia en el HallRainbow son otros dos clásicos de ambientes dudosos y gloria rockera.

 

En las letras, Juanse depura su estilo y en unas pocas líneas puede alternar hoteles sucios, astros, nubes, máquinas, escenarios de marfil, jets y tumbas de reyes crueles, todo sin que suene (tan) incoherente.

 

El punk del primer disco aparece en Gran Desorden y Líder Algo Especial. Y claro, en la inmortal Enlace, de lo más Sex Pistols que se haya grabado por acá. Con su insuperable línea de apertura “mucha risa por aquí, pero ninguna es para mí”, Juanse canta a lo Johnny Rotten una letra en la que se cruzan la espuma que sube por el cristal, modelos en una playa y un narrador que “cambia de forma para atacar”.

 

Pasaron treinta años, pero Los Chicos Quieren Rock sigue siendo la mejor puerta de entrada ineludible para entrar en el planeta paranoico.

 

(A dos décadas de su edición, los Ratones homenajearían este disco reeditándolo con dos souvenirs: una prolija y madura regrabación en los estudios de Vorterix, que no aportaría demasiado, y una joya absoluta, un recital alucinante en Cemento que muestra que debía haber pocas cosas más rockeras que los Ratones en vivo en el 88).

 

 

Furtivos (1989), por Lao Human:

 

Furtivos marca el comienzo de la “stonización” definitiva de los Ratones. Todos los momentos dark/ new wave/ post punk que aparecían en los primeros dos discos empiezan a dejar lugar al sonido con el que casi todos los identificarían de allí en más. ¿Esto es algo malo? Para nada. De hecho, el grupo encontraría finalmente el sonido que mantendría de ahora en más, con las guitarras de Juanse y Sarco haciendo magia con los ojos cerrados, la inoxidable base de Roy y Pablo Memi sosteniendo todo, mientras saxos, pianos y coros enriquecen las canciones.

 

No falta de ninguno de los tópicos que aparecen en casi todo disco paranoico. Hay sordidez en las calles peligrosas de Caballos de Noche (“cuando alguien falta es porque ya no está”), sexo duro en Hasta que Llegue el Dolor, y drogas (y más sexo) en Al Fin Nena y Lobo Echó.

 

Pero también se muestra un costado reflexivo y más contemplativo en temas en los que paran un poco la máquina, como Paren de Correr, El Reflejo, Hay Sábados (“caer es normal, todo el tiempo lo hago”) y Encerrado. Aunque no se encuentren entre sus composiciones más conocidas, todas se cuelan sin mucho esfuerzo entre algunas de las mejores canciones que hayan firmado en su carrera.

 

Ah, y también está Rock del Gato, con su felina stripper como objeto de deseo, clásico perenne de toda fiesta y de toda banda de rocanrol del país que dé sus primeros pasos.

 

Es un error considerar a Furtivos como un logro menor al lado de la perfección de Los Chicos Quieren Rock (1988): sólo dispara en otra dirección. Pero es igual de notable.

 

 

Tómalo o Déjalo (1990), por Lao Human:

 

Desde el título, los Ratones desafiaban a los oyentes y a la crítica. Y sabían por qué lo hacían: afianzados totalmente en el R&B (no queridos millenials, no estamos hablando acá de Drake), por primera vez en su carrera discográfica no daban un salto evolutivo, ni estilístico ni compositivo. Todo lo que suena en el disco ya lo habían hecho antes y mejor.

 

Sin embargo, el comienzo engañaba. Juana de Arco alterna mujeres que bailan blues mientras “arden las llamas del Juicio Final” y la protagonista ve como se incendia su cuerpo desnudo en el estribillo. Historia medieval, sadomasoquismo, todo salpicado por los “la la la la las” que Juanse entona con candor al final. Y si esta mezcla de imágenes incoherentes funciona -además de por su absurdo- es porque está sostenida en una de las grandes melodías de toda la carrera de los Ratones.

 

Pero es sólo un espejismo. Cuando buscan ser arrogantes los Ratones suenan sorprendentemente poco convincentes, como en No le Digas No y Se Acabó Nena. Hasta el sexo En la Alfombra es aburrido.

 

Algunos momentos sobrevivieron mejor. Damas Negras y Boogie son dos mini clásicos que aún suenan en sus shows, mientras que No Quiero Estar Acá recupera el espíritu punk de los comienzos.

 

Pero en definitiva sólo Juana de Arco sostiene un álbum menor, que cerraba la primera década con un signo de interrogación. Luego de tres discazos, muchos pensaron que los Ratones Paranoicos ya habían alcanzado su techo y empezaban a preparar su certificado de defunción. No faltaba demasiado para que vieran cuán equivocados estaban…

 

 

Fieras Lunáticas (1991), por Lao Human:

 

Cuando los Ratones se estaban encerrando en un callejón (sonoro, compositivo), llegó el mesías: Andrew Loog Oldham, productor -nada más y nada menos- que de los primeros cinco de los Rolling Stones (sí, busquen qué temitas incluyen esos discos).

 

La producción del inglés se aleja todo el tiempo del hi-fi. Por momentos trabaja el estéreo como si sólo contara con 4 canales, enterrando las voces, metiendo ecos y dándole al disco un toque sixties encantador. Y aparecen nuevos colores: guitarras acústicas, coros escondidos y percusiones que enriquecen la propuesta y suponen un salto de calidez y calidad. La presencia de Oldham, lejos de intimidarlos, ofició como un energizante para que los Ratones se despachen con un oficio sorprendente, entrando a los 90s por la puerta grande.

 

Y en Fieras Lunáticas se encuentran varias de las joyas de la corona paranoica. El western de Cowboy y su asimilación al acto sexual como rodeo, en el que el narrador emerge con un triunfal “nadie lo hace como yo”. El dardo envenenado en primera persona al Indio Solari y al Caso Bulacio de Ya Morí (“toda esa pobre gente, los que se mueren de repente/ espero que ahora estén mucho mejor”). El Arca de Noé a ritmo de Miss You en La Nave y su cita a Charly García (“no soy un extraño”). La caminata desesperada en busca del dealer en Rock del Pedazo (para los oídos atentos: el primer minuto, y el espíritu de este tema que sonó hasta el hartazgo, es en mono).

 

Hay algunos temas de relleno, que no empañan todos estos clásicos que por derecho propio no faltan de ahí en más en ningún recital, además de preparar el salto a la total masividad que daría la banda con su siguiente disco, Hecho en Memphis (1993).

 

Sorprendentemente, Fieras Lunáticas incluye también uno de los temas más luminosos de toda su discografía, La Avispa, una preciosa balada con la metáfora de “el-amor-como-droga y la-droga-como-amor”, en la que el insecto del título se transforma en un aguijón que se clava en las venas y las hace vibrar. Tal como lo hizo este disco en miles de corazones rockeros del país.

 

 

Hecho en Memphis (1993), por Marcos Arenas:

 

El Hecho en Memphis se corresponde al período de despegue comercial definitivo de la banda, algo que resulta de lo más curioso porque si bien el trabajo sigue la línea del mítico Fieras Lunáticas (1991), también con producción de Andrew Loog Oldham, el disco a nivel general es bastante más flojo aunque incluye varios clásicos del repertorio del grupo y el cancionero argentino, como casi siempre ocurre con todos los trabajos de estudio de los Ratones Paranoicos.

 

Oldham apuesta a un álbum muy pulido que suena como los Dioses, siempre con esa producción muscular marca registrada del señor, un rasgo que sitúa al disco muy por encima de lo que se grababa en Argentina en ese momento (y de lo que se graba hoy, inclusive). Vicio e Isabel son dos himnos indiscutibles que representan los dos extremos de la banda: el primero es una celebración de las zapadas y del rock en su máxima expresión, y el segundo una prueba de la capacidad de Juanse para crear letras memorables e inconexas, aunando sensualidad y referencias a un cataclismo de lo más impreciso.

 

Otros temazos del disco son Cansado, una gran exploración sobre las diferencias entre hombres y mujeres, “yo no sé si ella está muerta o sólo quiere verme mal, lo que pasa es que mi idea del amor es descansar”, Reina, lo más parecido a una dulce plegaria de amor dentro del álbum, “tu sueño y mi corazón siempre estarán unidos por esta canción”, y el cierre con la acústica La Guerra del Ácido, otra joyita apocalíptica con Oldham en voz en su tramo final, “la guerra del ácido ya va a comenzar, y cuando se acabe la tierra no estará”.

 

Lamentablemente el resto de la placa son rellenos que no agregan demasiado y van tirando hacia la repetición, como Grand Funk, Tiffany’s y Cielo Boogie, por no sumar también el instrumental cortito Shopping cuya única función parece ser dividir en dos al conjunto de composiciones. Una rareza oculta es Perro Loco, semblanza social a lo Pappo sobre los marginados y el maltrato que padecen vía la metáfora de un pobre perro atado que debe soportar la indiferencia de los humanos, una creación que bien podría haber formado parte de aquellos legendarios volúmenes de Pappo’s Blues de la década del 70.

 

El promedio final del disco arroja saldo positivo principalmente por el puñado de magníficas canciones, la producción del británico y un Juanse muy inteligente que adapta su voz a las necesidades de cada track, volcándose de la misma forma a una bienvenida prolijidad. Sin embargo el Hecho en Memphis por momentos ofrece una experiencia un tanto irregular que sólo premiará a los oyentes que tienen paciencia y saben apreciar los méritos sutiles detrás de la detallista y potente producción de Oldham.

 

 

Planeta Paranoico (1996), por Marcos Arenas:

 

Planeta Paranoico es un disco significativo por varias razones. Primero, es el último gran álbum de los muchachos con su formación clásica: Juanse en voz y guitarra, Sarcófago en segunda guitarra, Roy en batería y Pablo Memi en bajo, quien luego de este disco sería reemplazado por Fabián Quintiero en el período 1997-2007. Segundo, es su última placa producida por el monstruo sagrado Andrew Loog Oldham, con quien ya habían colaborado en Fieras Lunáticas (1991) y Hecho en Memphis (1993), y que recién volvería para el último trabajo de estudio de los señores, el también maravilloso Ratones Paranoicos (2009). Y tercero, y más importante, es el disco más parejo de la etapa de éxito masivo de los Ratones, una obra muy placentera con un sonido aguerrido y excelentes canciones como base principal.

 

Desde el principio el álbum aprovecha al máximo esa producción envolvente noventosa con El Centauro y Colocado Voy. La primera es un rock furioso que rompe vasos con su dentadura, otro de los clásicos inoxidables de la banda con líneas geniales en las que a Juanse se le mezcla todo- todito como “soy un pueblo hambriento, no puedo pagar/ tus piernas se doblan, las voy a tocar”; además el estribillo “no tengo ganas de decirte quién soy, sos horrible” exuda esa eterna incorrección política que tanto bien le hizo al rock, mediante una sinceridad a full que desacraliza a la contraparte amorosa. La segunda funciona como un himno de cuelgue drogón y musical al mismo tiempo: la mina toda de negro, en el Torino, con ganas de escuchar blues y aquello de que colocarse con el rock and roll va de la mano de la sensación de que “mi cabeza es un gran ventilador”. Hermoso.

 

Vox Dei parece ser un homenaje muy a lo lejos a la banda del título, con una base bien repetitiva y una letra inusualmente positiva y esperanzadora. La Cripta es un tema muy lindo de impronta acústica similar a La Nave o La Avispa, pero más acelerada y más cerca a lo que sería una versión de los Ratones de La Balsa, de Los Gatos. Por su parte El Vampiro es un retrato con base de rockabilly de una nocturnidad manipuladora: “el vampiro, disfrazado de amigo, en tu hermosa yugular un gran beso te dará/ siempre tiene ganas de volar, y vende muchas cosas que nunca te dará”. El protagonista bien puede ser un dealer, una groupie, un representante, un empresario de la noche, etc. Otra joya del álbum.

 

El nudo del disco no afloja y sigue tirándonos composiciones de gran nivel. Entre Abismo es un tema hiper stone, sobre conexiones entre amantes apenas con miradas, que podría haberse colado en el Voodoo Lounge (1994). Esperándote Solo es una gran canción de aislamiento metropolitano e injusticia social, “desde que yo nací siempre ha sido igual: el pobre es infeliz, el rico quiere más”. Castillo Maquinal es una pequeña exquisitez con cuerdas y todo, que apuesta a la confusión y las tendencias malévolas internas/ externas. Terapia Intensiva deja claro desde el título que toma la forma de un análisis de las consecuencias del reviente non stop, con el protagonista internado en un hospital y un gran laburo de guitarras sutiles de por medio.

 

La placa cierra con una trilogía bien variopinta. Patrulla Juvenil es un rockito glorioso que describe de manera magistral la brutalidad y estupidez de la yuta; Juanse ve en la típica “cama” policial problemas sociales mucho más amplios simbolizados en los versos, ya con el protagonista detenido por tener un faso, “es muy fuerte ver cómo en este lugar al rico no le hacen nada, mientras que el pobre va en cana por robar un maní”. México, México ofrece una línea mortal de guitarra que va y viene mientras la letra pinta visiones del apocalipsis a través de lluvias negras y tiempos de guerras, con la voz de Juanse procesada y casi recitando las palabras. Ahora Me Voy es una reflexión tranquila y existencial sobre amigos que traicionan, las ironías del destino, el olvido social y la recurrencia de los errores del pasado; un combo sintetizado en la frase “cuando la gente se olvida, todo se arruina”.

 

Planeta Paranoico es un álbum realmente muy bueno que recupera el nervio compositivo de la banda y su disposición para variar el espectro sonoro del material en busca de enriquecerlo y no estancarse en fórmulas, un trabajo tan pulido como el anterior, el Hecho en Memphis, pero cargado de canciones superiores y mejor focalizadas, sin nada de relleno. Sin dudas hablamos del último gran disco del grupo, apenas por encima de la placa homónima del 2009.

 

 

Electroshock (1999), por Marcos Arenas:

 

Todas las fichas para el mote del “peor disco” de la banda se las lleva Electroshock, el primer álbum de lo que serían los Ratones sin Oldham, con un público cada vez más popu y menos exigente, con sus integrantes atravesando diversas adicciones llevadas al extremo y con el reemplazo del bajista Pablo Memi por Fabián Quintiero luego de Planeta Paranoico (1996): la producción cada vez más cruda, un promedio francamente insatisfactorio de canciones buenas y finalmente letras no tan inspiradas y aún más “directas” que en el pasado, lo que en términos prácticos significa que ya no contamos con ese plus que enriquecía a las composiciones y que incluía referencias alucinadas, algo de poesía delirante y hasta juegos retóricos al paso.

 

Los mejores temas del disco están condensados en el medio y en el final. Por un lado tenemos Zona Roja, un gran funk sobre bisexualidad desprejuiciada y acercamiento en un boliche, y Poca Vida, un buen rock sobre recelo social y chismes en el barrio, con el vecindario homologado a un cotolengo. Por otro lado están Tu Nombre, algo así como una canción de pop desnudo, apuntalada en detalles acústicos durante el estribillo, que tata de indagar en pos de la identidad de la compañera romántica, y Rock Ratón, sin duda uno de los himnos antipoliciales del rock argentino, con su diatriba de barricada “la policía es una porquería, te sigue hasta debajo de la vía/ y si te querés hacer el desorientado, un día nublado pegado quedás”.

 

El disco tiene una catarata de relleno de distinta cosecha, cosas relativamente potables (El Infierno, Monalisa y Un Vodka Doble), otra tanda de obras ni fu ni fa (Weekend y Nada de Nada) y en el último estante los temas más flojos (la triste apertura con Ciervo Motor, la esquemática Sospecho Frío y la olvidable Estilete Blues). Rarezas que merecen una mención aparte son En la Hiedra, linda balada de desamor con engaño incluido por parte del narrador, y Me Gusta Ese Tajo, digno cover de Pescado Rabioso, devolviendo gentilezas a Luis Alberto Spinetta por haber incluido Sucia Estrella en San Cristóforo (1998); además llama la atención que el tema esté apuntalado en saxos en vez de guitarras, lo que le da un aire muy interesante a big band.

 

Uno de los trabajos más deslucidos y anodinos de la banda, Electroshock inaugura a la par el declive compositivo del grupo y sus coqueteos con el mainstream autóctono, sin renunciar del todo a sus preocupaciones y su estilo de siempre aunque muy lejos de realmente intentar adentrarse en terreno novedoso o por lo menos maquillar las canciones para que no resulten tan redundantes.

 

 

Los Chicos Quieren Más (2001), por Marcos Arenas:

 

Los Chicos Quieren Más es un disco superior a Electroshock (1999) que posee una estructura tan tajante como curiosa, con una primera mitad muy buena y una segunda parte más despareja a nivel general, a lo que se suma una producción un poco más pulida y la obvia referencia nostálgica del título… definitivamente a los muchachos se les fue bastante la mano al pretender comparar al presente trabajo con su obra maestra, Los Chicos Quieren Rock (1988).

 

La placa arranca con todo con una trilogía al palo. No Responde es una maravillosa apertura que rockea duro sobre impotencia, asesinato, abandono, soledad existencial y ganas de mandar a todos al carajo, con Juanse gruñendo a lo Mick Jagger e Iggy Pop. Hechizado es otra muestra de la garra de la banda y su talento para esos pantallazos de ansiedad suburbana y minas juzgadas sobre todo por sus efectos narcóticos sobre el intelecto y los genitales. Confundido es otro tema ganchero acerca de la alienación y el arte de dejarse ayudar por los seres queridos cuando se está mal, con un gran estribillo en el que Juanse parece describirse a sí mismo: “confundido entre la gente, consumido en soledad, resistiendo a los que te quieren mejorar”.

 

Con Perrita siguen los riffs contagiosos y ahora se suman muy buenos coros, a mitad de camino entre la esperanza y la desilusión acostumbrada. Jóvenes Modernos es un gran rock, con una fuerte cadencia funk tracción a saxos, sobre el paso del tiempo y esa autoprotección a los golpes que traen los años, con las crisis cíclicas de Argentina de fondo: “a mí no me hace nada, fui volviéndome inmune/ si era loco a los 12, a los 50 seré impune”. Nieve Bonaerense nos trae aires desérticos, ironías sobre adicciones y una de las mejores letras de Juanse en mucho tiempo. Los Diablitos ofrece un recorrido tranquilo por el derrotero de una pareja de forajidos, excusa para que el líder sintetice su ideario sobre las historias de amor apasionado a través de líneas memorables como “no es que pierdan el control, es que no hay control”.

 

La segunda y mucho más floja mitad comienza con Rock de las Venas, tema reventado y algo grasiento acerca de una indecisión llevada al extremo. Le siguen Gárgolas, balada sensual de nocturnidad con coros femeninos y un pulso acústico, El Bajón de la Nena, una parodia social sobre una burguesa de buen pasar, bien malcriada y caprichosa, que se autocompadece todo el tiempo, y Desconfiado, un rockito también olvidable acerca de un “punto final” romántico simbolizado en un viaje atravesando el Puente La Noria.

 

El disco termina con Hot, otra reflexión funk sobre la llegada de la vejez y el tiempo transcurrido, siempre con esa curiosidad erótica de fondo, Tomo y Obligo, una composición en la que los recuerdos son amorosos en una suerte de balada de separación, sin que al protagonista le importe mucho si la mina se queda o se va, y Boogie, Boogie, Boogie, explosión instrumental en piano abandonada de inmediato, a segundos de comenzada.

 

Se podría decir que las buenas intenciones de Los Chicos Quieren Más constituyeron un soplo de aire fresco dentro de la etapa menos inspirada de la banda, la que le tocó al pobre Fabián Quintiero, ya que la placa se ubica entre los dos peores discos de los Ratones, Electroshock y Girando (2004). A pesar de que no llega al nivel de los trabajos clásicos de las décadas del 80 y 90, Los Chicos Quieren Más fue un intento loable por comenzar el nuevo milenio con impulsos renovados y en sintonía con el retro rock del período, adaptado ahora a la idiosincrasia stone de los señores.

 

 

Girando (2004), por Marcos Arenas:

 

La producción pasteurizada de Alfredo Toth y Pablo Guyot, y una reconversión general hacia el pop lavado destinado a FMs de gusto impersonal y masivo, le juegan en contra a Girando, otro de los peores discos del grupo y por suerte cierre de la etapa de sonido facilista mainstream, algo que quedaría en el pasado con la llegada del siguiente trabajo, Ratones Paranoicos (2009), y la vuelta de Andrew Loog Oldham en la producción.

 

En esencia aquí ocurre lo mismo que en la placa anterior, Los Chicos Quieren Más (2001), con una primera mitad de relativo buen nivel y una segunda parte que se cae bastante, sólo que en esta ocasión las cosas no salen tan bien y la experiencia resulta menos satisfactoria. La doble apertura, Sigue Girando y Cristal, es muy buena: la primera es un neoclásico de cuelgue drogón y rockero a la par, sostenido en un sencillo y poderoso riff, y en la segunda Juanse se acerca al sincericidio en una graciosa oda en busca de una birra “que no haga mal”, con excelentes coros femeninos souleros y frases como “hace una semana que me visto igual, y cuando desafino me empiezo a acordar”.

 

La otra tanda de buenos temas arranca con No Me Importa Tu Dinero, un rock feroz de ambición nocturna y de cobrarse favores vía el impulso a dilapidar el vil metal. A continuación viene uno de los mejores temas del disco, Simpatía, un funk muy eficiente con un trasfondo religioso que constituye el primer atisbo de ponderación cristiana en los Ratones vía el renacimiento espiritual de Juanse, con sutiles intervenciones de más coros femeninos y la promesa de que Jesucristo destruirá “el mal”. La Fuga asimismo es un bello tema de aire pop nada disimulado, inusualmente dulce y hasta cercano a The Beatles, en términos prácticos la única composición que soporta de manera natural la producción light y a Juanse cantando como Andrés Calamaro (aunque por suerte con dignidad en serio y muchos menos tics vocales quemados).

 

El asunto comienza a trastabillar en La Banda de Rock and Roll, una canción rutinaria que funciona como un homenaje a los músicos, los amigos y los cofrades varios de la ruta. El Balcón de Julieta, Es para mí, Conexión, No Hay (firmada por Fabián Quintiero) y Solo Sé se pasean por el rock a medio tiempo, el pop, el blues higiénico y el soft rock amigable aunque sin el soporte fundamental de la calidad de los temas anteriores, lo que deja de manifiesto las pocas ideas en materia de composición y producción más allá del tufo popero barato del disco, algo que el instrumental Exsitar, el último track, trata de contradecir de manera tardía con unas ensoñaciones musicales con sitar a lo George Harrison.

 

En suma, el Girando es uno de los discos más comerciales del período final de la banda, lo que implica que cae en la misma medianía despareja que caracterizó a los trabajos anteriores Electroshock (1999) y Los Chicos Quieren Más, esa que lo termina condenando a formar parte de un conjunto más que generoso de álbumes del rock argentino que son recordados por un puñado de temas y nada más.

 

 

Ratones Paranoicos (2009), por Lao Human:

 

Terminaba la primera década del Siglo XXI y los Ratones estaban de nuevo en el centro de la escena. Para Siempre, el superhit crossover con Andrés Calamaro había puesto la primera piedra. Los Chicos Quieren Más (2001) levantaría la puntería y Girando (2004) haría lo suyo, con su sonido muscular y radio friendly (y un par de muy buenas canciones). Después vendría la autoantología de Los Chicos Quieren Rock en su regrabación/ aggiornamiento del 2009, pero faltaba una obra realmente a la altura de la historia de la banda. Y con Oldham nuevamente a bordo los Ratones ganarían sutileza y confianza como para animarse a volver a autotitular un disco. El sonido in-your-face y algo artificial de Girando sería abandonado para recuperar ese ambiente orgánico que caracterizó a sus mejores momentos.

 

Ratones Paranoicos traería también la única colaboración de estudio entre Juanse y Spinetta. ¿Y acaso alguien podía imaginar que el cruce entre el prócer del rock argentino y la referencia de la patria stone sonaría a… The Police? Sacrificio Japonés, cantado a dos voces, se acerca a Invisible Sun del trío inglés para pegar un volantazo rockero en ese estribillo instantáneamente clásico: “no te quedes agarrando la cortina/ cuatrocientas sucias noches de tu vida”.

 

Sacrificio Japonés es la joya indisputada del disco, pero no es su único gran momento. Desde la apertura con No Llores, los Ratones arremeten con un nuevo “tómanos o déjanos”: “yo sé muy bien que no es lo de antes/ pero es lo que hay/ espero que aguantes/ no llores, no me llores más a mí”.

 

Hotel Babylon remite orgullosa a los Stones 70s de la era Taylor (claro, Memory Motel) y su promesa entre colchones de cuerdas (“hay algo bueno que espera”), al igual que el mid tempo de Flor de Liz.

 

Cara Verde arranca como un clásico funky para desbocarse en los estribillos y terminar con un sorprendente crescendo coral. Entre los rocanroles Toda la Ciudad y Te Extraño (junto a los españoles Pereza), sacan pecho orgullosos. Veinticinco años después, los Ratones sabían cómo seguir dándoles satisfacción a los chicos que querían rock.

 

No todo el disco mantiene el nivel. El boogie ChutoManicomio y Ruda Hembra (con Álex Lora, de El Tri) suenan algo forzados y fuera de lugar, aunque no llegan a empañar el resultado final.

 

El cierre sorprende con el toque acústico y delicado de Cuando Te Vea, que ofició de broche por varios años. La máquina se volvería a poner en marcha ocho años después con un nuevo sencillo no muy inspirado (Yo Te Amo) y un show a toda orquesta en el Hipódromo de Palermo. Hasta que los muchachos graben un nuevo disco completo, Ratones Paranoicos sigue siendo un cierre perfecto para una de nuestras bandas ineludibles.

 

Ya lo dijeron: tómalos o déjalos. Pero nadie, nadie lo hace como ellos.

 

 

BONUS: Unplugged (1998), por Marcos Arenas:

 

Grabado en 1997 pero editado en 1998, el Unplugged de los Ratones es quizás el mejor disco en vivo de la banda, un colectivo poderoso y ajustado en directo pero sin una representación en álbumes de ese hecho que sea en verdad interesante y abarcadora. La actuación de los señores fue precisamente uno de los mejores shows de la serie de recitales acústicos de MTV de las décadas del 80 y 90 gracias a lo ajustados que sonaron, la catarata de hits del repertorio y los invitados de lujo que tuvieron, nada menos que Pappo durante gran parte del show en guitarra y Charly García en el tramo final en piano y teclados.

 

Luego de un comienzo fulminante con El Vampiro del por entonces reciente Planeta Paranoico (1996), un arranque francamente perfecto, llegan Damas Negras del Tómalo o Déjalo (1990), con su glorioso “damas negras en el mostrador, bailan llenas de alcohol y vapor”, Carolina de Los Chicos Quieren Rock (1988), uno de los temas que más se beneficiaron con el tratamiento despojado general, y Reina en una versión muy superior a la original del Hecho en Memphis (1993).

 

De inmediato se suman Juana de Arco, también del Tómalo o Déjalo, clásico de clásicos en el que la mortalidad juega a la par de la sensualidad así como la caza de brujas lo hace con las mujeres que “bailan blues”. El Centauro, una de las joyas de Planeta Paranoico, constituye la prueba irrefutable de que el formato no implica una reducción de la fuerza de las canciones originales, aquí acelerando maravillosamente el ritmo en una versión en el mismo nivel de calidad que aquella de estudio. Ya Morí, del Fieras Lunáticas (1991), arremete con un himno contra la hipocresía del rock, comentando la indiferencia del Indio Solari ante el asesinato de Walter Bulacio a manos de la policía y de alguna forma profetizando la tragedia de marzo de 2017 en Olavarría. Boogie, joyita del Tómalo o Déjalo, también se beneficia muchísimo del formato unplugged. Caballos de Noche, del Furtivos (1989), le permite a la banda, en medio de la careteada de MTV, meter un tema hiper barrial de ensayos con vecinos quejosos y mucho rock ensordecedor.

 

La andanada de clásicos llega al final y sinceramente a nadie le importa que casi todos tengan la misma base rítmica exacta porque en primera instancia los Ratones son un combo de demolición que condensan el ABC del rock más puro y en segundo término debido a que son todos temazos incuestionables, lisa y llanamente. Primero le toca al Rock del Gato del Furtivos, himno del sexismo sin inhibiciones de los Ratones, a posteriori llegan Rock del Pedazo del Fieras Lunáticas, una de las estafas más hilarantes del negocio de la droga alguna vez registradas en una letra, Vicio del Hecho en Memphis, tema en el que Juanse comienza a descontrolar el recital y verdadero manifiesto de la banda y su forma de ver el mundo y enarbolar esa prodigiosa pasión por el rock and roll, y Sucia Estrella del Ratones Paranoicos (1986), obra maestra del delirio amatorio y la confusión léxica/ existencial/ surrealista, hasta que todo finalmente termina con Cowboy, esa otra apología de la virilidad masculina, hoy homologada al sutil arte ecuestre.

 

En suma, el Unplugged de Ratones Paranoicos está entre los mejores del rock latino por lejos, abriéndose camino como un disco extraordinario que funciona como un greatest hits por derecho propio de una manera mucho más armoniosa que el resto de los numerosos discos en vivo (y abarcando el último período de verdadera gloria compositiva del cuarteto), ya que el trasfondo acústico calza perfecto con canciones de por sí atemporales, de ahí el clasicismo súper bien entendido de la banda y su eficacia más allá de la electricidad de siempre.