Dejar el Mundo Atrás (Leave the World Behind)

Muerte a los Estados Unidos

Por Emiliano Fernández

A la industria cultural del Siglo XXI, por cierto un oligopolio extremadamente conservador o muy poco proclive a abandonar fórmulas harto probadas, le encanta el Apocalipsis porque semejante situación, en esencia homologada al “sálvese quien pueda” del canibalismo capitalista promedio, trae aparejada a pura paradoja la consecuencia de que algunos lazos sociales pueden verse reconstruidos o revigorizados cuando se exacerba el egoísmo social al punto de que colapsa y surge lo negado de fondo, eso de que solos no sobrevivimos para nada y únicamente con la solidaridad se puede construir algo sustentable a lo largo del tiempo, una sociedad de participación comunitaria real. Hollywood permanentemente juega con esta dolorosa contradicción y se la pasa dando forma a películas cercanas al cine catástrofe de los años 70 que ponen en tensión el individualismo apestoso de los personajes principales, casi siempre a su vez vinculado a una soberbia/ estupidez/ cancherismo típico del estadounidense y el bobo globalizado de hoy en día que podemos encontrar en cualquier recoveco de la esfera terrestre, y un pretendido mensaje de reconciliación automática a raíz de la presión que el “fin del mundo” coloca sobre sus cabezas, como si la hipertrofia de la dialéctica de la explotación y la lucha de clases generase en la ficción del mainstream que la antropofagia se suspenda -salvo en el caso de los villanos, por supuesto- hasta que la ley y el orden se restablezcan conformando un nuevo statu quo con un nuevo establishment intransigente, ya postapocalíptico pero reproduciendo los parámetros injustos del anterior.

 

Dejar el Mundo Atrás (Leave the World Behind, 2023), obra escrita, producida y dirigida por Sam Esmail a partir de la novela homónima del 2020 de Rumaan Alam, es el flamante producto fallido y redundante de un servicio de streaming ultra especializado en productos fallidos y redundantes, el cada día más y más devaluado Netflix, una propuesta sobre una familia que abandona Nueva York para una escapada vacacional de apenas una jornada en una casa alquilada de Long Island y que termina siendo testigo de una serie de episodios preocupantes centrados en un petrolero que encalla en una playa, la desaparición de Internet y las transmisiones televisivas, un apagón en el área metropolitana de Nueva York, un drone que arroja folletos en árabe con la consigna “muerte a los Estados Unidos”, un avión que se estrella de repente, una manada de ciervos mirando a los seres humanos, un ruido estridente que resulta ensordecedor, una latina desesperada pidiendo socorro, Salvadora (Vanessa Aspillaga), y una carretera atiborrada de vehículos autónomos chocados. El clan está compuesto por los padres Amanda (Julia Roberts) y Clay Sandford (Ethan Hawke), la primera una ejecutiva publicitaria y el segundo un docente de Inglés y Comunicación, y dos vástagos, el púber Archie (Charlie Evans) y la mocosa Rose (Farrah Mackenzie), todos casi tan insufribles como los propietarios del lujoso hogar donde se alojan, el negro G.H. Scott (Mahershala Ali), un aparente agente de bolsa o cabecilla de un fondo de inversión, y su hija Ruth (Myha’la), una tarada que no hace ni estudia nada pero juzga a todos los demás.

 

Como tantos otros productos del mainstream de consumo planetario que demuestran un claro divorcio con respecto a la realidad porque eligen como protagonistas a las capas más acaudaladas de la sociedad a pesar de que el grueso de la humanidad hoy por hoy es pobre o va camino a serlo cortesía de las crisis cíclicas del capitalismo desde el fin del Estado de Bienestar, Dejar el Mundo Atrás nos aburre con su burbuja socarrona de la alta burguesía porque los Sandford representan a una suerte de clase media alta y los Scott hacen los veces de unos oligarcas del segmento financiero y de la especulación, para colmo el asunto se intensifica porque en pantalla no hay ni un personaje simpático ya que el film es un típico producto post MeToo o post feminazismo blanco burgués misándrico que no sabe cómo pintar a cada sexo y por ello opta por ventilar las peores características involucradas, así el blanquito Clay es un pollerudo que siempre busca crear consensos, el morocho G.H. es bienintencionado y también salomónico y las dos hembras de mayor edad, Amanda y Ruth, son unas arpías insoportables que todo el tiempo se la pasan enojadas o sacando a relucir su cinismo o compitiendo entre ellas, la primera una misántropa que maltrata al resto e incluso parece dispuesta a ponerle los cuernos al palurdo de su marido y la segunda una histérica y paranoica que piensa que todos la quieren violar, amén de la irrelevancia absoluta de los dos hijos adictos a la tecnología, un Archie insípido o banal a más no poder y esa Rose bien molesta y fanática de Friends (1994-2004), la sitcom de David Crane y Marta Kauffman.

 

No sólo los 142 minutos de metraje son demasiado excesivos sino que la epopeya nunca se decide del todo entre el drama de hecatombe neurótica posmoderna y la comedia negra con pinceladas surrealistas casi siempre vinculadas a esos ciervos de CGI y unos flamencos que llegan para nadar en la piscina del caserón de G.H., magnate que regresa a su hogar -a pesar de haberlo alquilado- por información de un amigote del capitalismo salvaje en relación a la debacle por venir, trasfondo difuso y frustrante de la película ya que todo podría responder a un ciberataque generalizado, un Golpe de Estado, un accidente atómico, la contaminación del planeta, la dependencia tecnológica exacerbada, la locura de los bípedos, una invasión a escala desconocida, alguna enfermedad sin identificar o quizás los mismos movimientos terrestres como indican los planos del espacio. Esmail, conocido por el bodriazo para cine Comet (2014) y las correctas series Homecoming (2018-2020) y Mr. Robot (2015–2019), recurre a un arsenal visual y sonoro rimbombante para narrar una historia muy esquemática que jamás llega a desarrollar conceptualmente como es debido, pensemos en los ralentíes, las tomas cenitales, los muchos travellings digitales, la música ominosa de Mac Quayle y la retahíla de diálogos floridos, autoindulgentes o llenos de puteadas infantiloides. Algunas escenas están bastante bien como la del buque petrolero, el primer montaje paralelo o la secuencia de la caída de los dientes de Archie luego de que lo pica un insecto en el bosque, sin embargo el desenlace abierto, signo innegable de la falta de ideas novedosas del opus, y el segundo montaje paralelo, uno ridículo y especialmente exasperante por su redundancia, generan más risa y cansancio que interés o ese pretendido misterio o debate o suspenso que la realización definitivamente pretende invocar/ despertar en el espectador. El director y guionista, como buen artista posmoderno adepto al pastiche, satiriza desde la levedad a las capas privilegiadas y nos bombardea con citas explícitas a sus influencias como Aldous Huxley, ese John Carpenter de Ellos Viven (They Live, 1988), Stephen King, aquel Richard Kelly modelo Donnie Darko (2001), Aaron Sorkin y el imponderable John Frankenheimer de Siete Días de Mayo (Seven Days in May, 1964), aquella maravilla sobre un intento de Golpe de Estado en yanquilandia, pero lo cierto es que lo único verdaderamente valioso que la película tiene para ofrecer son las actuaciones de sus protagonistas -incluido un cameo del genial Kevin Bacon como un loquito de la supervivencia profesionalizada, Danny- y la idea borrosa de que sólo en coyunturas de emergencia el ser humano actual puede volver a mirar al prójimo con un mínimo respeto, como sucedía antes del neoliberalismo de los 70…

 

Dejar el Mundo Atrás (Leave the World Behind, Estados Unidos, 2023)

Dirección y Guión: Sam Esmail. Elenco: Julia Roberts, Ethan Hawke, Mahershala Ali, Myha’la, Kevin Bacon, Charlie Evans, Farrah Mackenzie, Alexis Rae Forlenza, Vanessa Aspillaga, Josh Drennen. Producción: Sam Esmail, Julia Roberts, Lisa Roberts Gillan, Chad Hamilton y Marisa Yeres Gill. Duración: 142 minutos.

Puntaje: 4