Explosión de Silencio (Blast of Silence, 1961), protagonizada, escrita y dirigida por Allen Baron y producida y fotografiada por Merrill S. Brody, se ubica en la mismísima frontera tanto conceptual como histórica entre el film noir clásico de los 40 y 50, ese sustentado en una dinámica sincera y proto exploitation de crudeza delictiva metropolitana posterior a la Gran Depresión y las Guerras Mundiales, y el neo film noir que llegaría a partir de las décadas del 60 y 70, en este caso una suerte de reformulación en pose y a toda pompa del acervo previo en pos de encontrarle el costado marginal, lírico, apesadumbrado, patológico, demencial o adrenalínico al entramado mafioso de policías, criminales comunes, basura institucional burocrática y bípedos cómplices pasivos o lobotomizados por el mercado y/ o el Estado, léase la mayoría de la población. La película de Baron, en esencia un realizador televisivo con un currículum enorme que incluye a series como La Tribu Brady (The Brady Bunch, 1969-1974), Amor, Estilo Americano (Love, American Style, 1969-1974), Kolchak (1974-1975), Barney Miller (1975-1982), La Isla de la Fantasía (Fantasy Island, 1977-1984), Los Dukes de Hazzard (The Dukes of Hazzard, 1979-1985), Barnaby Jones (1973-1980), Los Ángeles de Charlie (Charlie’s Angels, 1976-1981), El Crucero del Amor (The Love Boat, 1977-1987), Cagney & Lacey (1981-1988) y Automan (1983-1984), más que estar emparentada con el cine de gigantes como John Huston, Fritz Lang, Billy Wilder, Raoul Walsh, Samuel Fuller y Alfred Hitchcock se vincula de manera bien directa con el fatalismo existencialista y muy masculino de Jean-Pierre Melville, otro monstruo sagrado, y con aquel documentalismo tácito que Jules Dassin utilizase en ocasión de La Ciudad Desnuda (The Naked City, 1948), parte de su mítico ciclo de exponentes del film noir en la tradición de Fuerza Bruta (Brute Force, 1947), Carretera de Ladrones (Thieves’ Highway, 1949), La Noche y la Ciudad (Night and the City, 1950) y Rififí (1955), todas joyas eternas del rubro que patentaron sus latiguillos retóricos y toda su introversión de índole frenética.
Aquí más que de una historia hay que hablar de una especie de anécdota porque la trama es en sí minúscula, abarca apenas 77 minutos de metraje y para colmo está muy apuntalada en simultáneo en la fotografía callejera neoyorquina -y casi sin diálogos- de Brody y en el contrapeso que establece un narrador en off que articula, expande y comenta el sentir y la idiosincrasia del protagonista, “Baby Boy” Frankie Bono (Baron), voz del inefable Lionel Stander y textos cortesía del legendario Waldo Salt, guionista que supo trabajar al servicio de George Cukor, Norman Foster, Jacques Tourneur, Joseph Losey, J. Lee Thompson, Michael Anderson, John Schlesinger, Sidney Lumet y Hal Ashby, entre otros. Bono es un sicario cuentapropista que vive en Cleveland, en el Estado de Ohio, y suele trabajar para un sindicato criminal en las sombras que le encarga viajar a la Gran Manzana en la víspera navideña para reventar a un mafioso de nivel medio, Troiano (Peter Clune), individuo que lleva los libros contables y el control de las drogas y las putas. Si bien detesta la ciudad ya que es un misántropo que no desea sociabilizar con nadie gracias a que nació con dolor y odio en las tripas, a Frank no le queda otra opción que enfrentarse a su pasado de diversas formas, primero porque creció en Nueva York y allí quedó huérfano, segundo debido a que le debe encargar un revólver calibre 38 con silenciador a un viejo conocido, el Gran Ralph (Larry Tucker), gordo gigantón que trafica armas y tiene de mascotas a una colección de ratas de alcantarilla, y tercero porque se topa de sopetón con un ex amigo, Petey (Danny Meehan), y la hermana de éste, Lori (Molly McCarthy), antigua novia de adolescencia de Bono, una mujer que lo invita a una fiesta y pronto se compadece de su soledad sin saber que el hombre intentará violarla y luego se arrepentirá. Ralph deduce que Frank se prepara para atacar a Troiano al verlo en un club nocturno muy interesado en el blanco y su amante (Milda Memenas), por ello pretende chantajearlo y así se gana que el sicario lo mate de un hachazo brutal y estrangulándolo con el cable de un velador de su mugroso departamento.
Dentro del esquema general de la propuesta, muy cercana aún a los engranajes clásicos del film noir y mucho más precursora del autoaislamiento y la visceralidad metropolitana de Contacto en Francia (The French Connection, 1971), de William Friedkin, que de la pata testimonial de Sérpico (1973), de Lumet, o la hiper autoral de El Asesinato de un Corredor de Apuestas Chino (The Killing of a Chinese Bookie, 1976), opus de John Cassavetes, llama poderosamente la atención el buen nivel actoral del propio Baron, en esta oportunidad en el único papel protagónico de su trayectoria ya que sólo cuenta con otro trabajo más como intérprete, en un rol bastante secundario de El Ataque de las Rebeldes (Cuban Rebel Girls, 1959), bizarreada absoluta de Barry Mahon -y última realización de Errol Flynn- que fue rodada en 1958 en Cuba con la cooperación de Fidel Castro durante la etapa final de los combates con las fuerzas del dictador Fulgencio Batista, generando en última instancia el ascenso al poder en la isla por parte del movimiento revolucionario. Explosión de Silencio, título que hace referencia tanto a los traumas psicológicos/ mudos/ ignotos de Frank como a su fetiche con los silenciadores a lo perfil bajo que garantiza la supervivencia en el gremio de los sicarios, incluso se mete con dos tabúes del momento, la violación y la masculinidad sensible o histérica, mientras humaniza en sus vulnerabilidades y estupidez a los personajes principales, pensemos en este sentido que Lori se muestra muy cariñosa con Bono, a pesar de tener novio (Don Saroyan) y de los evidentes problemas mentales del varón, y que éste, a su vez, entra en crisis luego de tener que matar al obeso de manera improvisada y de que el homicidio apareciese en los periódicos, llegando a llamar por teléfono a sus contactos del sindicato delictivo para cancelar el contrato de asesinato en una jugada que significará su propia muerte en el desenlace, cuando después de haberse cargado a Troiano -un supuesto padre de familia- en su nidito de amor clandestino, blanco al que esperaba agazapado en la oscuridad, sus empleadores optan por acorralarlo en un muelle y balearlo sin piedad alguna.
Baron, hoy por hoy entregando su ópera prima y un señor que a posteriori dirigiría cuatro películas más, las prácticamente desaparecidas Terror en la Ciudad (Terror in the City, 1964), De Afuera hacia Dentro (Outside In, 1972), la televisiva El Barco de los Líos (The San Pedro Bums, 1977), piloto para una serie de la ABC de muy corta duración de aquel mismo año, y Siempre Habrá otro Momento (Foxfire Light, 1983), en su debut logra la proeza de aunar Clase B con policial negro y faena dramática solipsista en la que el exterior es visto como una constante amenaza no sólo porque escapa al dominio del protagonista, imprevisibilidad peligrosa de por medio, sino debido a que tiende a acercarlo a los seres humanos tradicionales y a todas sus inconsistencias, paradojas y banalidades, situación que aparece bajo el ropaje formal de la amistad tontuela pero entusiasta de Petey y de la caridad femenina bienintencionada de una Lori que en un principio coquetea con Frankie y después comienza a replegarse cuando descubre -un poco mucho tarde, por cierto- que el susodicho de hecho es inestable a escala anímica y su ciclotimia de fondo puede volverse claramente abrumadora. La banda sonora jazzera de Meyer Kupferman, al igual que la mencionada fotografía de Brody y esas geniales locuciones de Stander, enfatizan el choque discursivo permanente entre el consumismo farsesco navideño, basado en escaparates brillantes y pobres diablos disfrazados de Santa Claus, y ese cinismo amargo y siempre despiadado de Bono, quien termina cayendo no por la hembra, gran cliché del film noir, sino por su propia torpeza profesional al dejarse llevar por sus emociones y reventar a Ralph, un secundario en verdad memorable con un dejo afeminado que pasa a ocupar el lugar -desde el grotesco y la ironía- de la femme fatale traicionera. La película consigue equilibrar con maestría el rigor truculento de las escenas de los homicidios del gordinflón, Troiano y el mismo Bono con el dejo patético de un intento de violación animal y el cuasi surrealismo de la secuencia en el club nocturno, parte del descenso gradual de una jactancia en camino hacia la inmolación…
Explosión de Silencio (Blast of Silence, Estados Unidos, 1961)
Dirección: Allen Baron. Guión: Allen Baron y Waldo Salt. Elenco: Allen Baron, Molly McCarthy, Larry Tucker, Peter Clune, Danny Meehan, Howard Mann, Charles Creasap, Bill DePrato, Milda Memenas, Don Saroyan. Producción: Merrill S. Brody. Duración: 77 minutos.