A mitad de camino entre el ecosistema criminal tracción a humor negro de los hermanos Joel y Ethan Coen y el trash terrorista/ contracultural de John Waters, Freeway (1996), la ópera prima de Matthew Bright y sin duda su mejor película a la fecha, es una de esas joyitas bizarras y poderosas que casi nadie conoce porque el grueso de los espectadores es profundamente conservador y tiende a olvidarse que para bucear en la historia del cine sólo hace falta curiosidad (ya ni tiempo adicional de rastreo es necesario porque la información está al alcance de la mano en la web). A pesar de que el look y el desarrollo general de la propuesta se condicen en un cien por ciento con el indie norteamericano de las décadas del 80 y 90, sobre todo en materia de una fotografía áspera y una progresión impiadosa de acontecimientos que esquivan la corrección política del mainstream, lo cierto es que el núcleo conceptual es bastante más atemporal porque nos reenvía a esa sátira gloriosamente misántropa que se puede hallar en prácticamente cualquier comarca cultural marginal del planeta, circunstancia que asimismo es reforzada por el pivote excluyente de la historia, nada menos que Caperucita Roja, cuento de hadas de impronta universal -tanto en su faceta oral como en su también múltiple vertiente escrita- que ya fuera llevado al cine en una versión muy freudiana por Neil Jordan, entre tantas otras. Precisamente, a diferencia de En Compañía de Lobos (The Company of Wolves, 1984), aquí tenemos una lectura mucho más mundana y sutilmente sardónica porque por un lado el sustrato erótico burgués pasa a estar homologado a abusos sexuales y por el otro la prosperidad utópica de la protagonista y su parentela se invierten para dejarnos con un retrato de la pobreza y la exclusión social en medio de un “sueño americano” que pasó muy de largo para los personajes y sus anhelos.
El astuto guión del propio Bright sigue los lineamientos de Caperucita Roja, ahora llamada Vanessa Lutz (una jovencísima y excelente Reese Witherspoon), adolescente analfabeta menor de edad y con un prontuario que incluye robo, incendios y prostitución: cuando su hogar de Los Ángeles se viene abajo debido a que su madre Ramona (Amanda Plummer) es arrestada por la policía por posesión de drogas y prostitución y la pareja de la anterior, Larry (Michael T. Weiss), también cae preso por violar su libertad condicional y un abuso sexual reiterado contra Vanessa, la chica termina en manos de una trabajadora social, la Señora Sheets (Conchata Ferrell), quien es esposada de un tobillo a una cama de la derruida residencia por una Lutz que se fuga para pedirle a su abuela paterna -la de su verdadero padre, un marino mercante que fue apuñalado por un pakistaní y murió- que le brinde un lugar donde establecerse, mujer que vive en Stockton y que no conoce a Vanessa porque Ramona le tiró ácido en una acalorada discusión antes de que la joven naciera. El viaje resulta accidentado desde el vamos ya que el coche familiar se funde en la autopista y allí es recogida por un tal Bob Wolverton (el genial Kiefer Sutherland), consejero en una escuela para niños con problemas emocionales que comienza tratándola con delicadeza para ganarse su confianza y lograr que confiese con detalles el abuso que sufrió a manos de Larry, lo que pronto deriva en el descubrimiento de que Wolverton es un homicida en serie necrófilo que mató y luego violó a dos muchachas en una carretera de la zona, otro burgués fascista más que se escuda en una mentirosa cruzada ética contra alcohólicos, meretrices, drogadictos y pobres en general para llevar a cabo masacres varias y dar rienda suelta a su depravación sexual desde una superioridad moral que sólo existe en su cabeza de psicópata.
Luego de amenazarla con una navaja de afeitar y de usarla de saco de boxeo un rato, la señorita logra sacar una pistola que le dio su prometido Chopper (Bokeem Woodbine), un gangster que por cierto justo luego de entregarle el arma -para que la venda a su llegada a Stockton- fue asesinado por una pandilla rival, y así decide pegarle un tiro en el cuello a su potencial verdugo para que deje definitivamente de matar, liquidándolo a posteriori con dos disparos en la espalda y uno en la cabeza. Lutz le pide de inmediato una suerte de “perdón conceptual” a Dios por sus acciones y termina siendo apresada en un restaurant por la policía y después acusada por los detectives Garnet Wallace (Dan Hedaya) y Mike Breer (Wolfgang Bodison) de intento de asesinato ya que el indestructible Bob consiguió salir con vida de la andanada en cuestión aunque con el rostro severamente desfigurado, labio abierto babeante incluido, y sin unos intestinos que debieron ser extraídos por los médicos, detalle que lo obliga a llevar de manera permanente una bolsa con sus heces para la alegría burlona de la muchacha, que no muestra ningún remordimiento real. En el correccional para menores de turno, encabezado por la Señora Cullins (Susan Barnes), Vanessa se hace amiga de una grotesca lesbiana adicta a la heroína llamada Rhonda (Brittany Murphy) y eventualmente se escapa junto a una gangster hiper violenta que responde al nombre de Mesquita (Alanna Ubach), todo gracias a una técnica que le enseñó Larry para convertir los cepillos de dientes en cuchillos, construyendo uno bien filoso que la chica esconde en su vagina durante un traslado. A sabiendas de que nadie le cree por su prontuario y la risible apariencia de respetabilidad de un Bob que se autovictimiza, la joven continúa su camino hacia la casa de su abuelita y allí se encontrará con un Wolverton sediento de venganza.
Bright se cuida de que todo el asunto no se transforme en la clásica idiotez feminista manipuladora posmoderna, como si las mujeres fuesen de por sí unos angelitos celestiales y no estuviesen en la misma posición de sadismo/ corrupción decadente de los hombres, y en función de ello incorpora una amplia gama de secundarios femeninos cómplices en el martirio que atraviesa Lutz a lo largo del relato: en primera instancia debemos pensar en la oficial de policía del inicio (Annette Helde), la principal responsable de dejar a Vanessa sin su familia, un clan muy atribulado aunque también lo más cerca que conoció a un “esquema hogareño estable” entre diversas parentelas adoptivas y algún que otro intento de violación por parte de un anciano, o las mismas Sheets y Cullins, otras dos mujeres que la van de “simpáticas” pero que colaboran con entusiasmo en eso de enterrar a la protagonista en su círculo vicioso de abandono y criminalidad; en segundo lugar viene la propia Ramona, que parece no saber -o no importarle demasiado, por su adicción a una heroína que trata de dejar con metadona- acerca de los abusos que padece la chica desde los 11 años cortesía de Larry, a quien de todos modos ella algo estima (cuando habla con Dios lo incluye entre las bendiciones, por ejemplo); y finalmente está la esposa de Wolverton, Mimi (buen trabajo de Brooke Shields), una burguesa adinerada que -como de costumbre- no sabe que su marido es un depredador sexual/ mortal con un gusto irrefrenable por las nenitas prostitutas que levanta en las autopistas de Los Ángeles. Un factor adicional que convierte a Freeway en una anomalía, tanto en términos de su tiempo como sopesándola desde nuestro presente, es que cuenta con el metraje justo y no existe ni un bache narrativo porque cada escena responde a las necesidades intrínsecas de la trama sin rellenos vacuos/ lelos en el horizonte.
Aquí explícitamente la ideología de la película está homologada al credo nihilista de Vanessa, una protagonista en simultáneo marginal y aguerrida que en vez de colocarse en una situación de indefensión, decide dar batalla dentro de una concepción paradójica -y por ende, muy realista, del realismo sucio cotidiano- en la que la resignación con respecto a una coyuntura y una sociedad salvajes va de la mano con la certeza de que los policías son unos cerdos impresentables, lo que más se necesita en la vida para mantenerse a flote es la voluntad individual y que en general todos los bípedos con alguna posición de poder no pasan de ser unos perversos que abusan de su estatus/ privilegios/ responsabilidad para explotar o degradar o herir a terceros de manera sistemática, gozando sin vergüenza alguna en el trajín. El apego del director y guionista hacia los seres con alguna clase de maltrato psicológico o físico a cuestas, las sutiles tomas vaginales que pululan en el convite y una hilarante -y muy bienvenida- ausencia de verdadero sentimiento de culpa por parte de la protagonista constituyen ingredientes estupendos que se acoplan de manera natural con un trasfondo esplendorosamente impiadoso y/ o paródico para con la alta burguesía, los uniformados y las horrendas figuras de autoridad que van apareciendo con el correr de los minutos, algo que además queda enfatizado en el desenlace cuando Vanessa -frente a Wallace y Breer- reproduce las palabras de Ramona -aquellas que pronunció al momento de ser arrestada- pidiéndoles un cigarrillo y dando a entender que a futuro se convertirá de lleno en su madre y que todo el episodio de la amenaza ocasional de Wolverton no es más que eso, un evento aislado que de por sí no tuerce para nada la trayectoria social precedente de miseria, atropellos, negligencia y olvido. En suma, Freeway es uno de los thrillers más sorprendentes y menos vistos de la década del 90, una reinterpretación tan subversiva como valiente de Caperucita Roja en la que el retrato de la prostitución infantil y los “lobos feroces” pederastas sustituye a la advertencia del cuento de hadas original, por parte de la hipócrita comunidad tradicional biempensante, en lo que atañe a no andar erotizándose con extraños o entregarse a ellos desde una inocencia que hoy ya no existe, fagocitada por las penurias más urgentes del capitalismo inmundo de siempre y sus secuaces institucionales…
Freeway (Estados Unidos/ Francia, 1996)
Dirección y Guión: Matthew Bright. Elenco: Reese Witherspoon, Kiefer Sutherland, Amanda Plummer, Michael T. Weiss, Brooke Shields, Dan Hedaya, Wolfgang Bodison, Brittany Murphy, Alanna Ubach, Bokeem Woodbine. Producción: Chris Hanley y Brad Wyman. Duración: 104 minutos.