The Beatles: Get Back

Neurastenia de Liverpool

Por Emiliano Fernández

La separación de The Beatles, en términos prácticos el divorcio profesional más famoso de la segunda mitad del Siglo XX en adelante, se produjo de facto y siguiendo el modelo displicente que había marcado la convivencia y el proceso de toma de decisiones a escala general durante toda la etapa final de la carrera del grupo, léase la posterior a la inesperada muerte en 1967 de su manager Brian Epstein por combinación de barbitúricos y alcohol, lo que en sí implicaba que cada uno hizo lo que quiso por fuera de la asociación musical en cuestión y así se editaron Plastic Ono Band (1970), de John Lennon, McCartney (1970), de Paul McCartney, All Things Must Pass (1970), de George Harrison, y Sentimental Journey (1970), de Ringo Starr. Epstein era muy apreciado como figura paterna por la banda pero ya había empezado a hacer desastres a comienzos de los 60 cuando cedió por una mísera participación en TV los derechos de las canciones de The Beatles a Northern Songs, una empresa controlada por un tal Dick James que en 1969 vendería el valioso acervo cultural a la Associated Television (ATV) de Lew Grade, pasando por encima las ofertas del nuevo manager del grupo, Allen Klein, y provocando que los compositores jamás gocen del todo del control de sus temas ya que ATV luego fue adquirida en 1985 por Michael Jackson, supuesto amigo de McCartney que una década después fusionó el catálogo de The Beatles con Sony Corporation of America para formar Sony/ ATV Music Publishing y terminar de disolver Northern Songs. Todo este laberinto resulta crucial para entender el mal humor eterno de los ingleses durante la fase final de su trayectoria en conjunto y cómo cayeron en manos de Klein, un personaje muy contradictorio que había colaborado -y mucho- en la popularidad de The Rolling Stones mediante una estructura de negocios muy agresiva y basada en la estafa en la que su propia compañía, ABKCO Records, mediaba entre los artistas y las grandes empresas discográficas, ahora reducidas a distribuidoras de álbumes y debiendo contentarse con lanzar discos armados por un Allen que se comía casi todas las ganancias de las composiciones, como en el caso de Hot Rocks 1964–1971 (1971), el doble compilatorio más exitoso de los Stones, quienes perdieron el control de sus temas previos a 1971, año en el que se independizan con Sticky Fingers. Klein trató de hacer lo mismo con The Beatles aunque no pudo comprarle Northern Songs a James y debió resignarse a ser manager del grupo, a editar los legendarios 1962–1966 (1973) o Álbum Rojo y 1967–1970 (1973) o Álbum Azul, dos de los compilados más vendidos de todo el derrotero de la música grabada, y a encabezar Apple Corps, la compañía fundada en 1968 por los cuatro señores, antes de ser echado en 1973 por su manejo espurio del Concierto para Bangladesh de 1971, lo que originó que el fisco norteamericano retuviera buena parte del dinero generado por el evento de beneficencia en favor de los refugiados de Pakistán Oriental mediante UNICEF.

 

Después de ese primer período de usufructo caótico del legado de The Beatles, que arranca en los 70 en consonancia con musicales, películas, recitales y diversos discos que utilizaron la música de la banda sin autorización previa, lote del que se destaca The Beatles at the Hollywood Bowl (1977), primer trabajo en vivo del cuarteto a partir de shows fechados en 1964 y 1965, el asunto se tranquiliza con un acuerdo en 1987 entre EMI y Apple Corps que permite la edición de todo el catálogo de la agrupación en CD mediante la estandarización de los doce discos originales británicos y de la versión norteamericana en LP del Magical Mystery Tour (1967), esquema que se completa con el puntapié inicial y sin duda el mayor aporte de la maquinaría melancólica posmoderna que explotaría con todo durante la década del 90, hablamos de los Past Masters (1988), dos placas que recopilan todas las canciones que no fueron incluidas en el catálogo oficial de estudio en lo que respecta a los discos de larga duración, en general lados A y B de los singles independientes, algún que otro EP y rarezas en alemán o para mercados específicos más un track extraído de una propuesta de caridad para la organización no gubernamental Fondo Mundial para la Naturaleza, No One’s Gonna Change Our World (1969), aquella versión Wildlife de Across the Universe. Si bien Lennon moriría asesinado en 1980 por Mark David Chapman, Harrison fallecería en 2001 por cáncer de pulmón y los integrantes jamás recibirían las regalías al cien por ciento ni controlarían del todo sus temas en una situación que se extiende hasta nuestro presente, el emporio beatle mundial continuaría exprimiendo la suculenta nostalgia con el transcurso de los años y así nos toparíamos con cosas como el excelente Live at the BBC (1994), disco recopilatorio en vivo que tendría una secuela mucho menos interesante, On Air: Live at the BBC Volume 2 (2013), The Beatles Anthology (1995 y 1996), un libro, tres CDs dobles y una serie documental y de videos para el mercado hogareño que cubrían toda la trayectoria ofreciendo muchas joyas inéditas por descubrir que sólo habían aparecido en discos piratas/ bootlegs, Yellow Submarine Songtrack (1999), colección en torno al querido film animado de 1968 de George Dunning que sirvió de complemento de la banda sonora homónima de 1969 porque reemplazó a las orquestaciones de George Martin con canciones aparecidas en la película y anteriormente no incluidas en el LP de la época, 1 (2000), un grandes éxitos que aglutina 27 números uno de la banda en múltiples charts, Let It Be… Naked (2003), un capricho pueril de un McCartney muy hipócrita que siempre despotricó contra los arreglos orquestales de Phil Spector, pretendiendo sacarlos, para el disco Let It Be (1970) mientras los reproducía en vivo siempre que podía durante los shows de las décadas siguientes, y finalmente Love (2006), un remix album a cargo de George Martin de diversas canciones del grupo que ofició de soundtrack del espectáculo del mismo título del Cirque du Soleil.

 

Tantas reediciones y/ o explotación de material hasta ese momento no editado o publicado con anterioridad pero bajo otros formatos terminó de generar un cansancio evidente entre un ecosistema de melómanos internacionales que en esencia lo que realmente querían eran colecciones abarcativas del catálogo oficial en buena calidad o unas simples ediciones en CD remasterizadas de los discos ingleses originales porque aquella primera tanda de los 80, placas que estuvieron disponibles sin modificaciones durante dos largas décadas, dejaba bastante que desear a nivel sonoro ya que había sido realizada por ingenieros de tradición analógica y sin demasiada idea del por entonces novedoso bastión digital, pedido que se satisface primero mediante The Capitol Albums, Volume 1 (2004) y The Capitol Albums, Volume 2 (2006), box sets que cubren los discos estadounidenses del grupo, y después a través de las remasterizaciones masivas del 2009 y las cajas, lanzadas asimismo ese año, de The Beatles (The Original Studio Recordings) y The Beatles in Mono, la primera en estéreo y con mini documentales en cada disco y ambas incluyendo todos los LPs de estudio y los Past Masters en simpáticas réplicas de los vinilos originales. Era más que patente que The Beatles: Eight Days a Week- The Touring Years (2016), excelente documental de Ron Howard que analiza el período de giras desde 1962 a 1966, abría una etapa de revisión del legado audiovisual del cuarteto de Liverpool y por ello hoy nos topamos con The Beatles: Get Back (2021), miniserie de Peter Jackson para Disney+, la pata de video on-demand vía streaming de The Walt Disney Company, dividida en tres partes que en total llegan a las casi ocho horas de duración, trabajo algo mucho bizarro por parte del director neozelandés que fue definido como “un documental sobre un documental” porque en esencia retrata los pormenores del proyecto Get Back de enero de 1969 que luego derivaría en la grabación y edición del Abbey Road (1969), el estreno de Let It Be (1970), film documental de Michael Lindsay-Hogg acerca de la accidentada faena, y el lanzamiento del disco de 1970, como se suele decir grabado antes del Abbey Road pero editado después porque el grupo no estaba conforme con el material y así, en medio de las tensiones internas, Lennon y Harrison le entregan lo registrado a Spector para que lo edite y lo produzca para redondear la placa que todos conocemos. Después de la muerte de Epstein y del fiasco del viaje a la India para conocer al gurú Maharishi Mahesh Yogi, experiencia que sólo resultaría importante a nivel identitario para Harrison, el grupo grabó The Beatles (1968) o Álbum Blanco, un doble que era un disco de separación encubierto y magistral debido a que recopilaba tracks solistas con poco contacto entre los integrantes vía sesiones separadas, por ello surge la noción de recuperar el ímpetu de “banda furiosa” y se pretende a Get Back como los ensayos para un recital que se convertirá en disco en vivo con material nuevo y en un especial de televisión.

 

Nada sale como se esperaba a priori porque el lugar elegido, Twickenham Film Studios, era demasiado grande y contaba con una acústica en verdad pésima y además para esta altura los músicos prácticamente se detestaban los unos a los otros por varias razones: McCartney se había vuelto un dictador que para colmo se quejaba a pura compulsión de todo porque adoptó naturalmente el rol de líder luego del fallecimiento de Epstein e incluso se la pasaba negando los arreglos propuestos por Harrison, tercero que venía acumulando de a poco un volumen muy importante de canciones que eran ninguneadas por Paul y John al extremo de que con el tiempo constituirían el material central del triple All Things Must Pass, Starr por su parte siempre fue un adorable cero a la izquierda y seguía -para evitar cualquier ataque y conflictos mayores- el sentir de la mayoría que en este caso eran Lennon y Harrison contra McCartney, éste un compositor mucho más prolífico que sus compañeros y por cierto para esta etapa muy poco predispuesto a colaborar en la toma de decisiones a raíz del desinterés de Lennon, su otrora compinche, hacia el proyecto en general y la presencia de una Yoko Ono, artista conceptual japonesa pareja del anterior, que por momentos parecía un florero decorativo aunque invasivo porque siempre estaba al lado de John mientras que los otros allegados -hombres y mujeres por igual- permanecían en un segundo plano, especie de demostración de poder tácita que implicaba la influencia de la mujer en la esfera privada, quien anteriormente había perseguido a su presa durante meses y meses para conquistarlo y transformarse en su pareja oficial, algo que a su vez tenía su contrapeso en Linda Eastman, la novia de McCartney y su futura esposa a partir de marzo de 1969, fotógrafa que incluso se aparecía en los ensayos y sesiones de grabación con su hija pequeña de un matrimonio previo, Heather, en tiempos en los que Ono padecía una sucesión de abortos espontáneos por la adicción a la heroína de ella y de John. Durante una jornada en Twickenham George termina explotando y abandona la banda, lo que provoca especulaciones de un reemplazo descabellado en guitarra vía Eric Clapton, amigo íntimo de Harrison que luego se casaría con su esposa de entonces, Pattie Boyd, y por ello comienzan las raudas negociaciones para reincorporarlo a condición de que Paul deje de hacerse el jefe y de que muden el asunto a la sede de Apple Corps y específicamente a un estudio que aún se estaba construyendo, donde se suma el genial Billy Preston, un tecladista yanqui al que conocían por habérselo topado en Alemania durante los años en los que tocaba en la banda de Little Richard, señor que le agrega un nuevo color a las grabaciones porque disciplina a los ingleses y limita mucho las peleas al punto de que consiguen registrar numerosas canciones que constituirían las bases de Abbey Road, Let It Be y discos solistas como All Things Must Pass, Imagine (1971), de Lennon, y Ram (1971) y McCartney, aquellas dos primeras epopeyas de Paul en soledad.

 

Para este punto el proyecto seguía y seguía sin cesar y necesitaba de un cierre simbólico y bien práctico porque Ringo debía empezar el rodaje de la demencial aunque olvidable El Cristiano Mágico (The Magic Christian, 1969), película dirigida por Joseph McGrath a partir de un guión suyo con Terry Southern, y por ello a Lindsay-Hogg y Glyn Johns, el ingeniero de grabación del momento, se les ocurre realizar un mini show sorpresa en la terraza del edificio de Apple con vistas a grabar el material más rockero y complementarlo con los números musicales más tranquilos dentro del estudio, convirtiendo a Get Back de un especial de TV y un disco en directo con aires nostálgicos en una película y un álbum amorfo que de paso completaría/ resolvería el contrato firmado por la banda con United Artists, el estudio con el que habían realizado Anochecer de un Día Agitado (A Hard Day’s Night, 1964) y ¡Socorro! (Help!, 1965), ambas de Richard Lester, y que ahora los obligaba a entregar un film más para un estreno tradicional en salas. Mientras Lennon y Harrison hacían lobby por la movida de aceptar a Klein como el nuevo manager de The Beatles, McCartney los contradecía tanto por deporte como porque desconfiaba y pretendía meter a la familia de Linda, sobre todo Lee y John Eastman, el padre y el hermano de la fémina, como los nuevos abogados y representantes, topándose rápidamente con la negativa del resto de la banda y así se arriba a un crucial punto muerto que se traduce en las carreras por separado de todos luego de las sesiones del Abbey Road y la entrega de los masters de Get Back, eventualmente rebautizado Let It Be, a un Spector que hace un trabajo maravilloso y recibe la rúbrica de Harrison, a quien le produce All Things Must Pass y The Concert for Bangladesh (1971), y de Lennon, colaborando con él en Plastic Ono Band, Imagine, Some Time in New York City (1972) y Rock ‘n’ Roll (1975), recordemos en este sentido cuánto crecen en potencia dramática -gracias a las cuerdas, los vientos y/ o los coros- canciones sublimes como I Me Mine, The Long and Winding Road, Across the Universe y Let It Be. The Beatles: Get Back, a decir verdad, no aporta nada particularmente novedoso a lo ya visto en ocasión del documental de 1970 de Lindsay-Hogg, uno que está descatalogado desde hace mucho tiempo porque ofrece una estampa de conflictos indisimulables entre los integrantes de la agrupación, por ello el presente opus de Jackson puede leerse como una maximización exponencial del retrato original que incluye la limpieza de las 60 horas de filmación y 150 horas de audio de Get Back con las que trabajó el neozelandés a partir de la extraordinaria tecnología de restauración empleada en Jamás Llegarán a Viejos (They Shall Not Grow Old, 2018), film de archivo sobre la Primera Guerra Mundial que lo reposicionó como un cineasta valioso luego de bodrios como King Kong (2005), Desde mi Cielo (The Lovely Bones, 2009) y la trilogía de El Hobbit (The Hobbit), una aventura peor que la otra.

 

Desde su pretendido enfoque de tomas y escenas descartadas, siempre prefiriendo utilizar planos alternativos con respecto a aquellos seleccionados por Lindsay-Hogg para justificar la existencia de The Beatles: Get Back como una obra independiente en relación a Let It Be, Jackson lamentablemente cae en algunos vicios de la edición contemporánea de tesoros históricos y joyas semejantes, montaje aquí a cargo de un equipo conformado por Graham Gilding, Peter Hollywood, Tony Lenny y Jabez Olssen, como por ejemplo un exceso de cortes hiperquinéticos que suelen descontextualizar la acción o los comentarios y que en este caso mutilan las canciones u ofrecen incesantes interpretaciones fugaces de los mismos temas que podrían haberse abandonado en pos de una perspectiva retórica menos interesada en la dinámica de los reality shows del nuevo milenio y más preocupada por concentrarse primero en los momentos más atractivos del metraje desde el punto de vista musical, en sintonía con las zapadas, los covers, el proto noise gritón de Ono y los diversos demos de las flamantes canciones de los futuros Abbey Road y Let It Be, y segundo en la catarata de parodias y chistes surrealistas prodigiosos de The Beatles, ellos mismos unos melómanos muy cultos y unos satiristas de primer orden en una época que todavía no había perdido el sentido del humor ni la capacidad para la ironía y la autocrítica, en clara contraposición con respecto a nuestra paupérrima actualidad, planteo ideológico de los británicos en el que se unificaba el cinismo, la retromanía, el gusto por tocar, la necesidad de la risa y por supuesto una clara neurastenia que se venía arrastrando desde hacía tiempo por el volumen de trabajo de la banda, el cansancio recíproco y el choque de las personalidades del caso, todos aún muy jóvenes aunque también con la madurez suficiente para notar los serios problemas para ponerse de acuerdo o volverse a entusiasmar por la colaboración en el estudio. Si por un lado el director privilegia cierta óptica sensacionalista a la hora de editar que se enfoca en el puterío de las batallas prosaicas y en un quid videoclipero banal que boicotea las canciones e improvisaciones durante buena parte del metraje, por ello mismo finaliza el primer capítulo con la partida temporaria de George y el segundo con una fecha límite de tiempo de cuatro días para el mentado concierto en la azotea, por el otro lado compensa estas más que polémicas decisiones incluyendo en la tercera parte en su totalidad -todos sus 42 minutos- el show del 30 de enero de 1969 en la terraza de Apple Corps en el edificio londinense de Savile Row número 3, evento que como en el documental de Lindsay-Hogg se combina con imágenes en cámara oculta del ingreso de policías para tratar de detener la presentación por quejas de vecinos hiper sordos que no apreciaban futuros clásicos como Don’t Let Me Down, I’ve Got a Feeling, One After 909, Dig a Pony y Get Back, la cual tuvo tres tomas mientras que Don’t Let Me Down y I’ve Got a Feeling acumularon dos cada una.

 

Dejando de lado por completo la adicción a la heroína de John, a instancias de Yoko, y el basureo continuo hacia la nipona por parte de McCartney y el resto del grupo, a instancias de Paul, Ringo y la viuda de Harrison, Olivia, The Beatles: Get Back expande aquella dinámica de la banda en crisis poniendo en primer plano la complejidad del período final de los ingleses como entidad colectiva, en las sesiones del caso dependiendo más del rol de productor implícito de Johns que de la producción concreta de un Martin desdibujado que mucho no tenía para opinar porque las grabaciones eran todas en vivo y en medio de una constante anarquía ya que los instantes de coordinación eran escasos y muy breves, casi siempre cayéndose de repente por aburrimiento, las extenuantes jornadas de filmación, la presencia intimidante de las parejas de cada uno, la falta de respeto al prójimo, la indecisión sobre el horizonte del proyecto como tal y sobre todo las ganas de tocar canciones de otros músicos, de allí la andanada de covers de clásicos del rockabilly de los 50 y 60 y la misma presencia de un Preston que enfatizaba las raíces negras del formato popero, experimental y proto punk de The Beatles, una marca registrada basada tanto en la colaboración como en los chispazos de individualidad indeclinable de cada uno, desde el Lennon bien rockero y el McCartney baladista hasta el Harrison místico y el Starr símil borrachín eterno. A pesar de que hay momentos memorables, como la visita de Peter Sellers en la fase de Twickenham, donde se rodaría El Cristiano Mágico, o aquel retiro exasperado de Harrison, instante no incluido en la Let It Be de 1970, o hasta las muchas referencias a Bob Dylan, Elvis Presley, Keith Moon de The Who y The Rolling Stones Rock and Roll Circus (1968), otro trabajo de Lindsay-Hogg que terminaría cajoneado -hasta 1996- en este caso porque a Mick Jagger le pareció que la actuación de los Stones en la concert movie fue opacada por The Who, la verdad es que el documental del neozelandés funciona como un compilado fascinante pero muy errático del lento desmoronamiento de una asociación creativa que corrió en paralelo con respecto a la eclosión de cuatro personalidades con un talento inmenso y perdurable del que brotaban temas y temas que a posteriori mutarían en himnos para todos los melómanos inconformistas amantes del rock, por ello al Lennon de izquierda más politizado le parecía una pavada el romanticismo de un Paul al que a su vez aún le costaba mucho tomarse en serio al Harrison compositor, amén de un Ringo que parecía orbitar alrededor del sector más democrático y abierto al cambio y la tolerancia de la agrupación, el de John y George. Jackson identifica los momentos exactos que Spector tomó para los chascarrillos de Lennon en el álbum y rescata las imágenes que acompañan a canciones que también pasaron por Anthology y Let It Be… Naked, un pantallazo que abarca mucho material y sobre todo una humanidad repleta de paradojas, vacilación, fatiga y miedo disimulado bajo las sonrisas…

 

The Beatles: Get Back (Reino Unido/ Nueva Zelanda/ Estados Unidos, 2021)

Dirección y Guión: Peter Jackson y Michael Lindsay-Hogg. Elenco: John Lennon, Paul McCartney, George Harrison, Ringo Starr, Michael Lindsay-Hogg, Yoko Ono, Linda McCartney, Billy Preston, George Martin, Glyn Johns. Producción: Peter Jackson, Paul McCartney, Ringo Starr, Yoko Ono, Olivia Harrison, Jonathan Clyde, Neil Aspinall y Clare Olssen. Duración: 468 minutos.