La Momia (The Mummy)

No profanéis las tumbas de Egipto

Por Emiliano Fernández

Por supuesto que La Momia (The Mummy, 1959) no llega al mismo nivel de calidad de otros clásicos de horror dirigidos por Terence Fisher y producidos por la Hammer Film Productions durante la década del 50, en sintonía con La Maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, 1957), relectura de la novela de 1818 de Mary Shelley y de la dupla de adaptaciones cinematográficas de James Whale con Boris Karloff, Frankenstein (1931) y La Novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein, 1935), y Drácula (1958), traslación de la novela original de 1897 del irlandés Bram Stoker que también retomaba elementos de la película de 1931 de Tod Browning con Bela Lugosi como el conde, sin embargo la tercera intentona del equipo británico en pos de reflotar/ aggiornar/ modernizar a los monstruos clásicos de la Universal Pictures es de lo más loable porque a la magistral faceta técnica de la Hammer del período, aquí sustentada en especial en el suntuoso diseño de producción de Bernard Robinson, el maquillaje muy detallista de Roy Ashton y esa hermosa fotografía de Jack Asher en Technicolor, se suma además el extraordinario guión de Jimmy Sangster, libretista precisamente de La Maldición de Frankenstein y Drácula y él mismo a posteriori reconvertido en realizador al servicio de la Hammer en ocasión de tres propuestas varias de principios de los años 70, El Horror de Frankenstein (The Horror of Frankenstein, 1970), quinta secuela del film original de Fisher, Lujuria para un Vampiro (Lust for a Vampire, 1971), parte constituyente de la denominada Trilogía Karnstein junto a Las Amantes del Vampiro (The Vampire Lovers, 1970), de Roy Ward Baker, y Las Hijas de Drácula (Twins of Evil, 1971), de John Hough, y finalmente Miedo en la Noche (Fear in the Night, 1972), mixtura no particularmente memorable entre el acecho paranoico de El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968), de Roman Polanski, y aquel suspenso de las dos colaboraciones del propio Sangster con el malogrado Seth Holt, el cual moriría de un infarto en el set de La Sangre de la Tumba de la Momia (Blood from the Mummy’s Tomb, 1971), hablamos de las muy atractivas El Sabor del Miedo (Taste of Fear, 1961) y La Niñera (The Nanny, 1965).

 

Si bien, como decíamos con anterioridad, La Momia cae en la misma bolsa de otros films un tanto secundarios del infatigable Fisher que retomaron algún monstruo clásico del cine, la literatura o las leyendas populares de yanquilandia o Europa, en línea con Las Dos Caras del Dr. Jekyll (The Two Faces of Dr. Jekyll, 1960), reinterpretación de la novela de 1886 de Robert Louis Stevenson que se alejaba bastante de aquellas versiones de 1931 de Rouben Mamoulian con Fredric March y 1941 de Victor Fleming con el querido Spencer Tracy, La Maldición del Hombre Lobo (The Curse of the Werewolf, 1961), relectura a la distancia del trabajo de 1941 de George Waggner estelarizado por Lon Chaney Jr., El Fantasma de la Ópera (The Phantom of the Opera, 1962), adaptación del libro de 1910 de Gastón Leroux y el film de 1925 de Rupert Julian con Lon Chaney, e incluso El Castillo de la Gorgona (The Gorgon, 1954), una rareza dentro del acervo habitual de la Hammer que pretendió refritar sin demasiado éxito el mito griego de la gorgona que petrificaba a los mortales con sólo mirarlos, especialidad de hecho de la archiconocida Medusa, la propuesta que nos ocupa se destaca sobre todo por la inteligencia de una trama que mete en una coctelera los recursos más interesantes y bizarros de la saga inicial de Universal Pictures alrededor del personaje, esa que empezó con el clásico homónimo de 1932 de Karl Freund con Karloff y siguió en los 40 mediante La Mano de la Momia (The Mummy’s Hand, 1940), de Christy Cabanne, La Tumba de la Momia (The Mummy’s Tomb, 1942), de Harold Young, El Espectro de la Momia (The Mummy’s Ghost, 1944), de Reginald Le Borg, y La Maldición de la Momia (The Mummy’s Curse, 1944), de Leslie Goodwins, siendo La Mano de la Momia y sus dos primeros corolarios el caldo de cultivo central para la acepción gótica e hiper recargada de Fisher, a su vez catalizadora de una franquicia que incluye las inferiores La Maldición de la Momia (The Curse of the Mummy’s Tomb, 1964), de Michael Carreras, El Sudario de la Momia (The Mummy’s Shroud, 1967), de John Gilling, y la citada La Sangre de la Tumba de la Momia, por cierto completada por Carreras luego del repentino fallecimiento de Holt.

 

Respetando en líneas generales el ABC de las maldiciones que padecen los egiptólogos por andar saqueando civilizaciones antiguas, la epopeya arranca en 1895 en alguna parte de Egipto donde un grupo de exploradores, liderado por los arqueólogos John Banning (Peter Cushing), su padre Stephen (Felix Aylmer) y su tío Joseph Whemple (Raymond Huntley), busca la tumba de la princesa Ananka (Yvonne Furneaux), suma sacerdotisa de la divinidad Karnak. El sepulcro eventualmente aparece en una cueva recóndita y como John tiene una pierna rota son su progenitor y tío quienes ingresan y descubren el sarcófago de la deliciosa soberana, sin embargo en un momento de soledad Stephen halla el denominado Pergamino de la Vida, lo lee y así revive a una segunda momia, la de Kharis (Christopher Lee), sumo sacerdote y amante en su momento de Ananka, relación prohibida porque la hembra estaba prometida a Karnak y ningún mortal debería haberla tocado, lo que no impidió que Kharis cometiese el máximo sacrilegio leyendo el Pergamino de la Vida -supuestamente escrito por el propio Karnak- para intentar resucitar a su compañera clandestina, movida que deriva en fracaso cuando es descubierto y sentenciado a ser enterrado vivo con Ananka después de que le cortasen la lengua para que sus gritos no perturben la paz de los Dioses. Desde ya que Stephen termina loquito luego de ver los restos caminantes de Kharis y pasa tres años encerrado en un manicomio de Engerfield, ya en el Reino Unido, así en 1898 comienza la venganza reglamentaria contra los profanadores que vaciaron la tumba, la dinamitaron y para colmo entregaron el sarcófago al Museo Británico, justicia que viene de la mano de uno de los guardianes egipcios del sepulcro y fiel adorador de Karnak, Mehemet Bey alias Atkil (George Pastell), el cual contrata a dos carreteros borrachos, Pat (Harold Goodwin) y Mike (Denis Shaw), para que le lleven el cuerpo cubierto de vendas de Kharis a su hogar de turista, lo que provoca los homicidios de Stephen y Joseph y la investigación del escéptico Inspector Mulrooney (Eddie Byrne), quien no cree en los dichos de John y su esposa, Isobel (Furneaux de nuevo), en relación al hecho de que anda suelta por ahí una momia psicópata.

 

Dos de las características cruciales del cine de Fisher y sobre todo de su fase profesional al servicio de la Hammer, el apego a las fábulas morales y la unificación entre la religión y la ciencia/ el racionalismo/ la razón instrumental, aparecen de manera clara en La Momia, una realización que deja mayormente de lado el grotesco de La Maldición de Frankenstein y la sexualidad rebosante de Drácula: en primera instancia basta con recordar aquella escena en la que Banning visita la casa alquilada por Mehemet en Engerfield para provocar al egipcio y exponer su participación en las muertes, secuencia en la que se produce un duelo retórico entre el fundamentalismo piadoso de Bey, orientado a llevar el desquite contra los impíos hasta sus últimas consecuencias en nombre del todopoderoso Karnak, y un John bien falaz en pose eurocéntrica soberbia que adora deslegitimar al culto de turno como si se tratase de una cruzada autocontenida en la que sólo pueden quedar en pie los cínicos y/ o intolerantes que no aceptan otras ideas que no sean las suyas, esquema que se revela como el barniz de una modernidad siempre superficial que nunca entiende las formaciones culturales pasadas o residuales, del mismo modo es el personaje del maravilloso Cushing -aquí brillando en toda su sabiduría actoral, sin ser opacado al 100% por un Lee hilarante como Kharis y su funesta encarnación post mortem- quien sintetiza la fusión entre Dios y el raciocinio porque se aleja tanto de la ortodoxia religiosa de Mehemet como de su homóloga cientificista del Inspector Mulrooney, algo fundamental para en el desenlace derrotar a la momia en esa sublime lluvia de disparos en el pantano cortesía de la policía y de los energúmenos de la campiña inglesa. El tándem de Sangster y Fisher asimismo recupera un motivo narrativo ampliamente testeado del acervo frankensteineano y draculino, el de la criatura encantadora del averno enamorándose de la pareja de turno de su némesis, en este caso una Isobel que es el espejo exacto de la princesa Ananka, una pincelada discursiva muy bienvenida porque apuntala el semblante de antihéroe trágico del monstruo titular, no sólo un vengador contra la fatuidad occidental sino un defensor de su amada, por quien de hecho mata al egipcio…

 

La Momia (The Mummy, Reino Unido, 1959)

Dirección: Terence Fisher. Guión: Jimmy Sangster. Elenco: Christopher Lee, Peter Cushing, Yvonne Furneaux, Eddie Byrne, Felix Aylmer, Raymond Huntley, George Pastell, Harold Goodwin, Denis Shaw, Michael Ripper. Producción: Michael Carreras. Duración: 88 minutos.

Puntaje: 9