En Compañía de Lobos (The Company of Wolves)

Para comerte mejor

Por Emiliano Fernández

Película freudiana por excelencia, En Compañía de Lobos (The Company of Wolves, 1984), el segundo opus del irlandés Neil Jordan luego de la también encomiable Ángel (1982), constituye la primera verdadera exploración del director y guionista en un formato narrativo que siempre lo fascinaría de una forma u otra, el de los cuentos de hadas para adultos, los relatos semi folklóricos y/ o las fábulas fantásticas o terroríficas, rubro al que regresaría más adelante en obras como Entrevista con el Vampiro (Interview with the Vampire, 1994), El Niño Carnicero (The Butcher Boy, 1997), Amor sin Límites (Ondine, 2009) y Byzantium (2012), faenas que asimismo le permitirían explorar temáticas adicionales como el amor insólito, la vida de los excluidos, las represiones sexuales, la niñez y la adolescencia en tanto etapas de conflicto identitario, la fascinación con la muerte y finalmente los temores que caracterizan a las distintas sociedades y los mecanismos que éstas construyen para lidiar con ellos. Sirviéndose de un guión escrito por él mismo junto a Angela Carter, autora del cuento corto homónimo publicado en la antología La Cámara Sangrienta (The Bloody Chamber, 1979), Jordan aquí por un lado retoma la iconografía por demás atávica de los hombres lobos y la estructura en general y el marco de referencias de Caperucita Roja (Le Petit Chaperon Rouge y Rotkäppchen), un mítico cuento de hadas de lejana transmisión oral primero recopilado y adaptado por Charles Perrault en Cuentos de Mamá Ganso (Les Contes de ma Mère l’Oye, 1697) y luego por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm en Cuentos de la Infancia y del Hogar (Kinder und Hausmärchen, 1812 y 1815), y por el otro lado indaga en los dos tópicos principales de esa retahíla a la que aludíamos anteriormente, en concreto la sexualidad femenina y la dialéctica de los marginados, permitiéndose a su vez una colección de representaciones abstractas y diversas alegorías en torno a unos licántropos cual minoría perseguida cruelmente por el vulgo y alrededor de los cambios, la apariencia, la vulnerabilidad, el ideario, las “estrategias de defensa”, las romantizaciones y el sustrato salvajón que anidan en las féminas de distintas edades y vertientes comunales.

 

El derrotero respeta una suerte de arquitectura en mosaico con historias dentro de historias a lo mamushkas/ matrioshkas rusas, empezando por una familia burguesa que vive en una generosa casa de campo en aquel presente de 1984 compuesta por unos padres de mediana edad (David Warner y Tusse Silberg), un ovejero alemán y las dos hijas adolescentes de turno, la mayorcita Alice (Georgia Slowe) y una chica un poco más joven, Rosaleen (Sarah Patterson). Los progenitores llegan a la residencia con su auto luego de hacer unas compras y le preguntan a Alice sobre su hermana, quien está durmiendo en su habitación con dolor de estómago y rodeada de juguetes y muñecos, así cuando la mandan a despertarla la tarea resulta imposible y aprovecha la situación para recriminarle que por ser la menor es una consentida y una caprichosa insoportable. A partir de este punto el film toma la forma de un largo sueño/ pesadilla de una Rosaleen que en su subconsciente imagina -precisamente- la muerte de Alice a manos de una manada de lobos que la devoran, no obstante el entorno actual muta en una aldea campesina de un bosque del Siglo XVIII en donde de repente se transforma en la única hija de la familia, una chica que es cortejada por un muchacho rubio algo infantil (Shane Johnstone) y que suele visitar a su abuela (Angela Lansbury), una mujer muy supersticiosa y paranoica que le advierte que nunca debe apartarse del sendero que une a la aldea con el hogar de la anciana, jamás debe comer una manzana caída en el suelo -sólo las que aún cuelgan del árbol- y nunca debe confiar en un varón con las cejas juntas porque de seguro es un hombre lobo, gremio dividido entre aquellos que son peludos por fuera, léase los más comunes ya que se pasan gran parte de la vida caminando en cuatro patas, y esos otros que llevan el pelaje por dentro, los expertos en el arte del disfraz y la manipulación porque seducen a las jovencitas ingenuas -y a muchas veteranas también, a decir verdad- para que se entreguen y luego sacan a relucir su naturaleza siniestra. Desde ya que la protagonista se topa con un licántropo buenmozo de esta envergadura, un supuesto cazador (Micha Bergese) que se come a la abuelita y planea hacer lo mismo con Rosaleen.

 

Los ataques de lobos que al morir o al ser mutilados se transforman en seres humanos, al igual que el temor histérico de los pajueranos ante tales criaturas al punto de dispararles sin que les hagan nada y con la única condición de toparse con ellos, son una constante a lo largo del relato y especialmente en materia de las cuatro subhistorias que aparecen en el fluir retórico general: el primer cuento es uno que la abuela le narra a Rosaleen y trata sobre una pareja de recién casados (Stephen Rea y Kathryn Pogson) que se deshace cuando el novio desaparece de golpe una noche de Luna Llena, así la mujer se casa con otro macho (Jim Carter) y tiene tres hijos con él, hombre que eventualmente mata al personaje de Rea cuando un día éste regresa y se convierte furioso en lobo, el segundo cuento sale también de la boca de la abuelita y está dedicado a su nieta, ahora sobre el hijo bastardo de un sacerdote (Vincent McClaren) que se encuentra en el bosque con el Diablo (nada menos que el prodigioso Terence Stamp), el cual llega en un hilarante Rolls-Royce para entregarle una pócima que el joven se frota en el pecho para que le crezca el vello, no obstante unas enredaderas salen de la nada y lo arrastran hacia el bosque, el tercer cuento es narrado por Rosaleen a su madre y versa sobre una joven bruja (Dawn Archibald) que maldice a un aristócrata petulante que la dejó embarazada (Richard Morant) justo en el momento de su boda para que él, su novia ricachona y todos los nobles de la concurrencia se conviertan en lobos y aúllen cada noche cual serenata para su bebé, y el cuarto y último cuento es el de la chica dedicado a ese cazador del final que la seduce y le apuesta que llegará antes que ella a la casa de la nona de la genial Lansbury, en esta ocasión acerca de una mujer lobo (Danielle Dax) que sube desde el inframundo a través del pozo de la aldea sin pretender hacer daño alguno, sin embargo recibe un disparo de un campesino y termina curándose al amparo de un anciano sacerdote (Graham Crowden), luego de lo cual regresa a las profundidades para nunca más volver al reino de los humanos. Hoy muchos animales pueblan la pantalla, como palomas, sapos, cuervos, erizos, conejos, vacas, serpientes, hurones, pavos reales, etcétera.

 

Como suele ser en el caso del cine de Jordan, las metáforas son muchas y caóticas y nos hablan de un film con una riqueza discursiva insólita que abarca las convenciones sociales en cuanto a la feminidad y su curiosidad suprimida (el no desviarse del camino canónico trazado por la aldea/ comunidad), el carácter ambivalente de la seducción (el cazador genera peligro e inquietud pero también una enorme atracción en la hembra), la necesidad de comparar entre los distintos modelos de macho (el personaje de Johnstone es simpático, bienintencionado y ofrece estabilidad pero su homólogo de Bergese consigue excitar de verdad a la protagonista adolescente), las diversas opiniones sobre lo masculino según la edad de la mujer (su madre le dice que la bestia que siempre esconde el varón encuentra su espejo en la fémina con la que tiene sexo, su abuela menopáusica demoniza a los hombres porque ya está “jubilada” en dichos menesteres y Rosaleen por su parte deambula entre ambas vertientes aunque inclinándose cada vez más hacia la posición de su madre al verse ella misma capaz de dejarse llevar por sus instintos primarios), el carácter represivo de las sociedades de ayer y hoy (no sólo en materia del sexo negado o el conservadurismo cultural sino además en cuanto a la relación parasitaria con la naturaleza y las minorías de las que hablábamos antes, con los lobos representando tanto lo natural profanado y atacado por el hombre como los inmigrantes o menesterosos o colectivos ninguneados, perseguidos y/ o explotados bajo el manto del ventajismo capitalista y la incomprensión hacia el diferente), los cambios corporales de las hembras (el rojo recurrente nos habla de la menstruación de Rosaleen y la presencia amenazante del varón en general también tiene mucho que ver con la posibilidad catastrófica de quedar embarazada, con el terror complementario de que el macho de un momento a otro desaparezca o niegue al vástago), la mediocridad hogareña de la “familia modelo” (el primer cuento intra relato analiza la estrategia conformista de renunciar a la felicidad verdadera con quien se ama para respetar mandatos de reproducción comunal promedio), la soberbia e impunidad de clase (el tercer cuento ironiza sobre la sensación de superioridad de los burgueses y las venganzas que pueden caerles encima gracias a su narcisismo e intolerancia), el necesario ostracismo para alcanzar la paz (esta lección viene con el cuarto cuento y el a veces espantoso paso por la sociedad de parte de personas que desconocen la paranoia y el odio ciego consuetudinarios) y finalmente la maduración paulatina de los adolescentes (el segundo cuento ofrece una versión masculina del asunto, con el muchacho queriendo madurar y siendo fagocitado de improviso por una sociedad/ bosque que borra su individualidad, y el final en sí explora la acepción femenina, cuando ella le dispara en un hombro al cazador, éste deviene en un lobo y eventualmente desencadena la piedad de la chica y la necesidad de ella misma convertirse en un licántropo que marcha a vivir con esos otros animales que la despiertan en la realidad, destrozan su cuarto infantil y la llevan a dejar atrás sus concepciones pueriles y su dependencia paternal de antaño, ya debiendo hacer frente al mundo de los varones que se abalanza contra ella). Las advertencias de la abuela recuerdan a aquellas de Rachel Cooper (Lillian Gish) de La Noche del Cazador (The Night of the Hunter, 1955), la obra maestra de Charles Laughton, sobre todo en eso de considerar a las mujeres de corta edad en esencia unas estúpidas banales y unas putas en potencia siempre proclives a dejarse matar por los machos, quienes en el fondo no pueden dejar de comportarse como depredadores así como las hembras no pueden abandonar su sustrato de presa por más que simulen valentía o ímpetu defensivo, planteo que por supuesto calza perfecto con la animalización de los sexos que propone En Compañía de Lobos y la ausencia de soluciones taxativas, definitivas o políticamente correctas, una y otra vez reforzando la idea de que detrás de los rituales bobos de apareo se esconde un placer primitivo, hedonista y lujurioso que aflora sólo en el ámbito privado y al que le importa un comino las reglas reproductivas y los diferentes formatos de familia que imponen las sociedades desde siempre. Entre todo este entramado de pasiones sublimadas y miedos entre celosos y posesivos, Jordan asimismo deja espacio para unos excelentes diseño de producción de Anton Furst y dirección de arte de Stuart Rose, ambos trabajando con un presupuesto acotado y creando una estupenda artificialidad onírica/ surrealista/ algo demencial en los legendarios Shepperton Studios, sede también de las metamorfosis más recordadas del film, hablamos de la del personaje de Rea -actor fetiche del irlandés, aquí arrancándose la piel con brutalidad- y las de los aristócratas de la boda del tercer cuento, amén de aquella del desenlace en la que el lobo “sale” desde debajo de la piel del cazador vía un glorioso trabajo en practical effects que no tiene nada que envidiarle a las secuencias equivalentes de Aullidos (The Howling, 1981), de Joe Dante, Un Hombre Lobo Americano en Londres (An American Werewolf in London, 1981), de John Landis, Wolfen (1981), de Michael Wadleigh, y Los Chacales de la Luna (Silver Bullet, 1985), de Daniel Attias, los otros clásicos del rubro de los licántropos de la primera mitad de los 80. El texto original y la moraleja de Perrault, esos que Jordan y Carter recuperan en los segundos finales para subrayar la conveniente desconfianza hacia los extraños, el menester de empardar belleza y sagacidad y la sentencia de que “cuánto más dulce la lengua, más afilado el diente”, se amalgaman con unas apariencias que engañan tanto para lo positivo como para lo negativo, basta con considerar las injustificadas arremetidas contra los cuadrúpedos por parte de los humanos, quienes nunca se molestan en comprender a la criatura que caza para alimentarse, y cómo éstos suelen caer presos de los encantos de seres limítrofes y ambiguos que pueden matar a ancianas o amar en serio a señoritas que hasta cierto punto desean ser devoradas…

 

En Compañía de Lobos (The Company of Wolves, Reino Unido, 1984)

Dirección: Neil Jordan. Guión: Neil Jordan y Angela Carter. Elenco: Sarah Patterson, Angela Lansbury, David Warner, Tusse Silberg, Micha Bergese, Shane Johnstone, Stephen Rea, Kathryn Pogson, Dawn Archibald, Terence Stamp. Producción: Chris Brown y Stephen Woolley. Duración: 95 minutos.

Puntaje: 9