Friedrich Nietzsche y el nihilismo positivo

Para leer Así Habló Zarathustra

Por Emiliano Fernández
  1. Introducción.

 

En el presente ensayo se explicitarán de manera muy sucinta algunas consideraciones previas a la lectura de Así Habló Zarathustra de Friedrich Nietzsche, con el fin de facilitar la compresión y el análisis de un trabajo sumamente enigmático y oscuro. Primero se dará cuenta del nivel conceptual del libro, analizando el contenido a grandes rasgos, para luego pasar a los géneros y subgéneros literarios implicados en el trabajo, ingresando en el nivel formal. Mientras que el primer nivel abarca lo qué dice el texto, el segundo nivel delimita el cómo se construye lo dicho. Tanto contenido como forma son dimensiones fundamentales para una correcta aproximación analítica, en busca de despejar la opacidad que recubre a esta influyente obra maestra de la filosofía y la literatura occidental.

 

  1. El contenido.

 

Se ha trabajado muchas veces en el pasado sobre las conclusiones lógicas que se pueden extraer de esta obra de Nietzsche. Si en algo se ha llegado a concordar es en los grandes ejes alrededor de los cuales circula y se mueve el texto a lo largo de toda su extensión; estos son: 1) el nihilismo positivo y el negativo, 2) el ser humano en tanto poseedor de una constante e irrefrenable voluntad de poder, 3) la progresiva desaparición de la influencia del pensamiento mítico y las divinidades en Occidente, 4) el concepto del “superhombre”, y 5) la noción del “eterno retorno” de lo viviente. Pasemos a considerar cada uno de estos ejes brevemente.

 

El nihilismo posee en Nietzsche dos vertientes, la positiva y la negativa, en ambas se postula una crisis del pensamiento y de la cultura occidental, asumiendo a su vez un complejo pesimismo absoluto. Las diferencias entre ambas dimensiones se centran en su oposición a nivel esencial. En la sociedad occidental domina el nihilismo negativo, centrado en la formula “todo esta vacío, todo da igual, todo ha caducado” (Nota 1), es una postura paralizante que busca destruir lo viviente. El quietismo del nihilismo negativo genera parálisis en los patrones de conducta de los seres humanos, deteniendo la progresión de la vida, definida ésta ultima como un constante movimiento en choque contradictorio y ambiguo con el mundo. Debido a esta perdida de la sensibilidad vital y creadora, el nihilismo negativo es pura decadencia contraproducente y neutralizante, matando lo viviente al impedirle el movimiento. El nihilismo positivo, por el contrario, es lucha desde lo viviente, es progresión de lo vital infinito: es la posición que abraza Nietzsche. El nihilismo positivo es la lógica superación del nihilismo negativo porque mientras que este último es mármol frío y muerto, el primero es crítica constructiva en busca de garantizar el libre flujo de conductas y sensaciones de y entre los seres. El nihilismo positivo tiene como centro esencial a la libertad y la igualdad, entendidas dentro de un contexto de transformación y movimiento continuo. La vida es vista como un constante trazar caminos por nuestros pies, los caminos ya existentes son limitaciones del andar: los humanos no tienen que sentirse obligados a recorrerlos. El nihilismo positivo abraza la construcción de caminos propios y sendas vitales personales, en función del caminante singular. Las opciones simplistas, seguras y previsibles que presentan las concepciones culturales, míticas y morales servidas en bandeja por la civilización occidental a los seres humanos son limitacionistas y merman la libertad de elección y movimiento de los individuos. La vida posee un adverso, la muerte, la cual es vista como la ausencia de movimiento. El quietismo irreflexivo e imberbe que propone el nihilismo negativo genera solo la destrucción infantil que se consume en sí misma al no poseer ningún objetivo; es la destrucción por la destrucción en sí. La progresión reflexiva y madura que propone el nihilismo positivo construye un andamiaje conceptual que busca la superación del actual estado de decadentismo patético de la sociedad occidental. La creación vital es su seno y la voluntad de poder es su estrategia de lucha.

 

La voluntad de poder es un mandar y un obedecer que se dan en el interior de los individuos. El mandar implica el trazar un camino propio acorde con su ser vital, el obedecer implica el recorrer ese camino singular. La voluntad de poder es la propia de los seres humanos, es el constante desarrollo, la superación, el progreso, el “querer más” al que aspiran. Si en el nihilismo negativo actual encontramos a la voluntad de poder adormecida y relativamente paralizada, en el nihilismo positivo la voluntad de poder constituye la fuerza fundamental que pretende ser llevada hasta sus últimas consecuencias. El ansia de liberación e igualdad entre todo lo viviente que guía a la voluntad de poder genera constantes choques entre los seres, provocando muchas veces la represión de la matriz del movimiento vital (genial contradicción de la voluntad de poder). Nietzsche propone la plena asunción de dicha voluntad en busca de concretizar una libre, abarcadora y compleja autodeterminación de los individuos, garantizando el dialogo enriquecedor entre todo lo viviente. Quizás la única consecuencia valiosa que tuvo el nihilismo negativo fue la progresiva desaparición de la influencia del pensamiento mítico y las divinidades.

 

Fruto del carácter destructor del nihilismo negativo, el pensamiento mítico, generalmente de orden teológico/ religioso, fue una de las victimas más visibles dentro de lo que fue el andamiaje fundamental donde se asentaba la vida en los periodos históricos anteriores del ser humano. Comparando la influencia en la estructuración vital que poseían las religiones en el pasado, sobre todo durante la Edad Media, con la que poseen en la actualidad, es clara la disminución y casi desaparición en lo que respecta a la cultura, el arte, la política, la economía, etc. Antes el pensamiento mítico definía el andar, el caminar de los individuos, tanto por afirmación (siguiendo y respetando preceptos puntuales en la praxis cotidiana) como por negación (haciendo exactamente lo contrario, como en los carnavales, tachados de heréticos por las autoridades eclesiásticas). En la Edad Media la estructura de poder estaba constituida por los señores feudales, la nobleza y el clero, en ese orden; este complejo de dominación se asentaba en la tierra como valor económico máximo y en el campesinado en tanto sector productivo sobre el que se asentaba el sistema económico feudal. El ideario mítico no solo se encajaba en esta estructura en la forma de basamento de la corporación eclesiástica (a través de impuestos y distintas retensiones que, como la nobleza y los señores feudales, la Iglesia cobraba a sus súbditos), también aportaba todos los rituales oficiales que garantizaban la neutralización de cualquier inquietud revolucionaria o contestataria por parte del pueblo. Al avanzar el nihilismo negativo, tan caro a la modernidad, la vida basada en los textos constructores de mitos fue progresivamente dejada de lado hasta desaparecer por completo, quedando solo residuos en forma de rituales, pero ya sin la capacidad de torcer la conducta o trazar caminos ineludibles para los individuos, como lo hacían en el pasado. Esta destrucción del ideal de vida ascético que proponían las religiones fundamentalmente monoteístas es resumida por Nietzsche bajo la formula abstracta de la muerte de dios (Nota 2). El nihilismo positivo viene a superar al nihilismo negativo; no solo confirmando la destrucción del ideal de vida ascético de índole mítica, sino también celebrando dicha muerte, haciendo que el movimiento vital se regocije mientras el superhombre baila sobra la tumba de todas las divinidades y sus concepciones míticas.

 

Nietzsche define al hombre como el puente, la “cuerda tendida” (Nota 3), entre el animal y el superhombre. Éste último es la asunción completa y compleja de la voluntad de poder, exacerbada hasta sus últimas consecuencias. El superhombre es el progreso último al que puede aspirar la humanidad toda, en donde los caminos autotrazados conducen hacia la realización individual, entendida como una expansión de las posibilidades vitales en términos de libertad e igualdad. Los individuos asumen para sí todos los rasgos que anteriormente expulsaban hacia seres sobrenaturales, sean estos del orden de las divinidades o del orden de la naturaleza. Los rasgos de las ilusiones y entidades míticas o metafísicas son ahora traspasados al hombre, metamorfoseado en superhombre: la personalidad creadora, la ambición, el orgullo, la voluptuosidad, el riesgo y el amor por lo lejano, por lo que está por venir, por la construcción de la propia vida, ya sin ningún sometimiento o dominación. Los valores morales que están centrados en el amor al prójimo, al cercano, como por ejemplo la compasión, resultan contraproducentes porque vuelven a neutralizar al individuo particular al paralizar la voluntad de poder, el ansia misma del vivir particular, ya que vuelven a trasladar el eje vital hacia el exterior, facilitando el sometimiento y el abuso por parte de los otros individuos sobre la voluntad individual. En general la moral misma, con su dualismo simplista y reduccionista “bien/ mal”, también funciona, al igual que el pensamiento mítico, como un limitante de la voluntad de poder; por eso debe ser desechada. El constante enriquecimiento cualitativo y cuantitativo que constituye la construcción progresiva del superhombre destruye las limitaciones en lo referente al intelecto, los comportamientos y las sensaciones de los vivientes. Para que algo nazca, algo debe morir; para que algo muera, algo debe nacer: como la vida es movimiento y transformación, la muerte es su opuesto exacto. Si el hombre ya ha superado al animal, es el momento oportuno, nos dice Nietzsche, de superarse a sí mismo a través de la constitución del superhombre. Este último es incuestionablemente hedonista, la satisfacción que genera su concreción es contemporánea a su aparición: el placer que persigue el superhombre es el del hoy, nada en él es una “obligación” de tipo ética ni nada en él es un “medio para otro fin” de tipo pragmático. El “querer más” que implica la voluntad de poder es la misma esencia del superhombre, es el placer inmediato sin ningún intermediario ni ninguna remisión al pasado o al futuro. La contemporaneidad que plasma el superhombre es libre e igualitaria para todos los hombres porque pone en sus manos el libre albedrío para construir los caminos que les plazcan, modificarlos cuando lo consideren oportuno o destruirlos si con eso piensan que satisfacen su propio “egoísmo”. Este concepto, en Nietzsche, tiene una connotación positiva; da cuenta de la facultad general que poseen los hombres de actuar de una manera o de otra, sin ninguna ley limitante externa. La única ley que marca el techo es la voluntad de poder, constituida en causa y consecuencia del obrar humano. En este contexto hay que entender las consideraciones aristocráticas que recurrentemente Nietzsche pone en el tapete o los duros ataques a la plebe, a la “chusma” (Nota 4). Con respecto a las primeras, estas no se refieren a una casta, a una clase o a un sector; siempre que se habla de “nobles” u “hombres superiores” (Nota 5), Nietzsche se refiere solo a sí mismo, asumiendo a pleno su voluntad de poder. En cuanto a las divertidas burlas referidas a la incomprensión, ignorancia o indiferencia del pueblo ganado por el nihilismo negativo, Nietzsche se refiere a la humanidad toda. Ambas estrategias enunciativas son bravuconadas muy inteligentes abiertas a la polémica, dirigidas a revulsionar el quietismo irreflexivo del lector. Si la destrucción decadente y sin objetivo que caracteriza al nihilismo negativo apunta más a la muerte que a la vida sin la más mínima reflexión sobre su ser, sobre sus condiciones de existencia; el nihilismo positivo tiene por objetivo la concreción de un estado superior del hombre, en donde su propia voluntad se realice sin cárceles intelectuales ni limitaciones infantiloides. Al develar los funcionamientos básicos del sistema vital, Nietzsche abrió las puertas a la plena asunción de dicha voluntad de poder con el fin de dar vida a una libre, abarcadora y compleja autodeterminación de los individuos, garantizando el dialogo enriquecedor entre todo lo viviente. Ahora es necesario aclarar que ese viviente siempre retorna.

 

Donde más se ve el carácter porfiado y beligerante del nihilismo positivo es en la noción del “eterno retorno” (Nota 6) de lo viviente. Esta se basa en las características cíclicas del tiempo, en como cada instante ya tuvo, tiene y tendrá que ser vivido a través de la eternidad en un constante retorno de la vida a su esencia primordial: la voluntad de poder. Sin embargo, este sistema cerrado de índole temporal genera identidad no dentro de distintas vidas, sino en la misma vida singular: lo que eternamente vuelve es la vida misma. Recordemos que la vida es un constante movimiento en choque contradictorio y ambiguo con el mundo; ese constante movimiento es un eterno retorno de la vida en sí, un volver que no merma sus posibilidades superadoras porque aquí no se repiten los caminos individuales, ni el placer hedonista que estos generan, sino el ansia de vivir. Los caminos autoconstruidos permanecen abiertos a la modificación, por eso es viable y necesaria la transmutación del hombre en superhombre. La eternidad abarca el pasado, el presente y el futuro, al estar incrustados en tanto vivientes en dicha perpetuidad, en ese sinfín, se generan posibilidades infinitas dentro de esa estructura que abarca lo ya ocurrido, lo que ocurre y lo que ocurrirá.  De lo que habla el eterno retorno es de la insistencia de la vida, de su porfiar, de su reproducción a pesar de todo, de sus posibilidades abiertas a la modificación y a la contradicción. Si lo que se repite es lo viviente, su actuar permanece indeterminado, libre, abierto a determinaciones concretas construidas en el hoy; dentro de las cuales la creación del superhombre, en tanto asunción de la voluntad de poder llevada hasta sus últimas consecuencias, representa el máximo ideal a alcanzar por los seres humanos. Si la igualdad y la libertad que genera la concreción del superhombre libera las fuerzas creativas y las posibilidades intelectuales, tanto del orden racional (conclusiones lógicas) como del orden irracional (sensaciones), si se asume un nihilismo constructor y crítico, abandonando el decadentismo actual, la meta máxima a la que pueden aspirar los hombres será alcanzada: la exacerbación de la voluntad de poder. Lo incontrolable e indestructible es la vida en su eterno retorno; lo maleable y presto a ser construido es el camino, los senderos que el ser se traza a sí mismo. Si la vida es lo indispensable, sobre lo que se construye, el individuo, dándose a sí mismo un mandato destinado a ser obedecido en función de sus necesidades vitales, alcanza su cúspide en la construcción de un camino, el suyo, el propio, que expresa su voluntad de poder particular y singular.

 

  1. La forma.

 

Así Habló Zarathustra también puede ser pensado a nivel formal, teniendo en cuenta una pequeña sistematización de los géneros y subgéneros literarios contrastantes que lo componen, todos articulados de manera superpuesta y complementaria. De ahí que sea muy difícil identificar cuál prevalece en tal sección del libro. Conviene considerar al trabajo en su conjunto como una superposición asistemática y libre de géneros, dentro de una escritura que se escapa a toda clasificación fácil y apresurada. Precisamente por esta miscelánea de elementos constitutivos que es el texto, su interpretación y reinterpretación han sido tan ricas con el pasar de las décadas, conservando aún hoy su oscuridad, su opacidad para la lectura. A modo general, se podría decir que los géneros utilizados por Nietzsche en Así Habló Zarathustra son los siguientes: 1) novela ficcional, 2) poesía épica, 3) autobiografía, 4) ensayo filosófico, 5) evangelio apócrifo, 6) parodia, 7) discurso polemizante. Por supuesto que es posible encontrar más géneros o subgéneros implicados en el texto; este es apenas un muestrario de la riqueza literaria de la obra, la cual está abierta a la polémica, el debate y la reinterpretación. A continuación se describirá brevemente en qué consiste la intervención de los géneros arriba citados en la obra que nos ocupa.

 

Lo característico de la novela ficcional es la sucesión de acontecimientos relatados dentro de una estructura temporal que puede ser lineal o no; en Así Habló Zarathustra encontramos la linealidad temporal clásica garantizando la progresión de la narración. En cuanto a la poesía épica, la encontramos no solo en los segmentos concretos en forma de versos y resaltados por sobre los escritos en prosa (Nota 7), sino también en casi la totalidad del texto, de profunda cadencia lírica. También hay numerosas referencias a acontecimientos de la vida personal de Nietzsche, apareciendo en forma directa y/ o indirecta. Es necesario aclarar que todo el trabajo funciona en primera instancia a nivel de ensayo filosófico, desarrollando las principales fundamentaciones y posibilidades del conocimiento y la esencia de lo viviente. Los demás géneros, que aquí se están explicitando, vienen a superponerse a posteriori de la estructuración en forma de ensayo filosófico, lo que ante todo es Así Habló Zarathustra. A Nietzsche también le gusta jugar con la idea de evangelio apócrifo, un evangelio no reconocido, negado por las instituciones oficiales. Ejemplo de esto son los pasajes invertidos y/ o corregidos de la Biblia que se incluyen con intenciones revulsivas (Nota 8). El representante de la parodia por excelencia en Así Habló Zarathustra es el capítulo intitulado La cena, incluido en la Cuarta y Ultima Parte, en donde se imita desde la burla la última cena cristiana. Finalmente, el discurso polemizante lo podemos encontrar a lo largo de todo el texto, sobre todo en los dardos que recibe Richard Wagner, antiguo amigo de Nietzsche, y Arthur Schopenhauer, antiguo maestro del autor (Nota 9).

 

  1. Conclusión.

 

Lo que propone Nietzsche en Así Habló Zarathustra es la superación del hombre a partir de su propio esfuerzo, construyendo sus propias herramientas y concretando sus propios objetivos. Si gracias al nihilismo negativo el ser humano dejó en el pasado las concepciones míticas limitacionistas, ahora es tiempo de abandonar los valores morales que cercenan la libertad y las posibilidades de una construcción igualitaria entre todo lo viviente. Abrazar el ideal del superhombre implica tener en cuenta el eterno retorno de la esencia vital: la voluntad de poder, expresión constituyente de la propia vida, entendida esta como un camino a trazar abierto a la inmanente facultad del hacer o no hacer, presente en cada hombre. Lo reprimido siempre va a explotar desde el interior garantizando la perpetua victoria de la vida por sobre su adverso, la muerte. La filosofía de Nietzsche construye esta victoria del movimiento eterno vital por sobre el quietismo mortuorio siempre idéntico a sí mismo; la elección en ultima instancia siempre es nuestra, nos guste o no, la asumamos o no. La disyuntiva está abierta: podemos celebrar la vida o, por el contrario, acercarnos un poco más hacia la muerte, de una forma totalmente gratuita e insensata. Ya conocemos el camino que Nietzsche construyó para sí mismo, el nihilismo positivo y vitalista.

 

Notas:
1- Nietzsche, Friedrich; Así Habló Zarathustra; Editorial Planeta; 2001; página 144.
2- Nietzsche, Friedrich; Así Habló Zarathustra; Editorial Planeta; 2001; página 309.
3- Nietzsche, Friedrich; Así Habló Zarathustra; Editorial Planeta; 2001; página 10.
4- Nietzsche, Friedrich; Así Habló Zarathustra; Editorial Planeta; 2001; página 101.
5- Nietzsche, Friedrich; Así Habló Zarathustra; Editorial Planeta; 2001; página 308.
6- Nietzsche, Friedrich; Así Habló Zarathustra; Editorial Planeta; 2001; páginas 168, 169 y 240.
7- Ejemplos de segmentos estructurados en versos son los presentes en las páginas 272 y 321.
8- Un fragmento que cumple esta función es el último párrafo de la página 83, en el que Zarathustra afirma que volverá “solamente cuando hayáis renegado todos de mí”, en clara inversión de los textos evangélicos oficiales.
9- Ejemplo de crítica a Wagner es el último párrafo de la página 118. Ejemplo de crítica a Schopenhauer es la que se desarrolla en las páginas 122 y 123.