De a poco empiezan a aparecer indicios de que Hollywood por fin está entendiendo que el ámbito narrativo propicio para determinados productos es la animación y no el ya cansador live action que en realidad es precisamente pura animación, CGI en concreto, por ello la chatarra de Estados Unidos para adolescentes y adultos retrasados mentales del Siglo XXI que gustan del cine de acción estrambótico, el melodrama castrado contemporáneo y la fantasía menos exigente a nivel intelectual calza mucho mejor en la libertad absoluta de los dibujos/ gráficos 3D que en el engendro tontuelo de -por ejemplo- las aventuras mitológicas del último Peter Jackson o las mismas fantochadas intercambiables de la factoría Marvel, donde los actores efectivamente parecen oligofrénicos hablando al vacío y la animación fotorealista alrededor de acrobacias delirantes termina engullendo cualquier desarrollo de personajes y hasta a la trama en su conjunto, siempre la misma en este tipo de productos multimillonarios que giran en torno al “camino del héroe”, el crecimiento identitario, la posibilidad del reencuentro con el ser querido, la lucha contra un déspota de mierda y/ o la autovalidación del tipo que sea digna de un manual de autoayuda o la psicología barata de la posmodernidad o los jurados/ competencias de un reality show o cualquier otra estafa new age cuyo ABC se remonta al chamanismo y a sus diferentes colecciones de placebos.
Ubicada en términos temporales entre otras reconversiones desde el live action hacia una franquicia animada, pensemos en el díptico de Spider-Man: Un Nuevo Universo (Spider-Man: Into the Spider-Verse, 2018), de Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman, y Spider-Man: A través del Spider-Verso (Spider-Man: Across the Spider-Verse, 2023), de Joaquim Dos Santos, Kemp Powers y Justin K. Thompson, y en Tomb Raider: La Leyenda de Lara Croft (Tomb Raider: The Legend of Lara Croft, 2024), serie de Joey Soloway para Netflix de próximo estreno, Transformers Uno (Transformers One, 2024), dirigida por Josh Cooley, es una precuela de las dos precuelas anteriores, también mediocres y rutinarias aunque mejores que la pentalogía original de Michael Bay, hablamos de Bumblebee (2018), epopeya de Travis Knight, y de su continuación Transformers: El Despertar de las Bestias (Transformers: Rise of the Beasts, 2023), de Steven Caple Jr., como decíamos antes una especie de salto al pasado con respecto a Transformers (2007), Transformers: La Venganza de los Caídos (Transformers: Revenge of the Fallen, 2009), Transformers: El Lado Oscuro de la Luna (Transformers: Dark of the Moon, 2011), Transformers: La Era de la Extinción (Transformers: Age of Extinction, 2014) y la inmunda Transformers: El Último Caballero (Transformers: The Last Knight, 2017), toda una seguidilla de basura maloliente de Bay.
Transformers Uno no cuenta con personajes humanos porque transcurre en el planeta de los robots creados por las empresas de juguetes Hasbro y Takara Tomy, Cybertron, pero opta por trasladar el histrionismo y la afectación idiota de este tipo de productos masivos de yanquilandia hacia los autómatas, ahora en esencia dos, Orion Pax (Chris Hemsworth) y D-16 (Brian Tyree Henry), que hacen las veces respectivamente de las versiones primigenias de los antiguos contrincantes de la saga del bando de los buenos, Autobots, y de los malos, Decepticons, nos referimos por supuesto a Optimus Prime y Megatron. Cybertron, creación de un megarobot endiosado que responde al nombre de Primus, está gobernado por Sentinel Prime (Jon Hamm), un evidente farsante que hace trabajar a la mayoría de los robots del planeta en las minas de energon, la fuente de energía de los personajes, porque el otrora abundante recurso dejó de fluir de manera natural cuando se perdió la Matriz del Liderazgo -una mixtura de batería, corazón colectivo y rúbrica institucional de gobierno con tufillo religioso- en un enfrentamiento entre los primeros y heroicos Transformers, los Primes, y una raza alienígena invasora, los Quintessons, por ello Orion Pax y D-16, unos mineros, tienen de ídolo a Sentinel Prime sin saber que el señor castra a los proletarios subterráneos al “nacer” privándolos de la destreza de mutar al sacarles el Engranaje de Transformación.
La historia de origen es hiper rudimentaria, en esta oportunidad basada en un Orion Pax siendo el más osado/ aventurero y un D-16 el conservador/ adepto a los protocolos de explotación y sumisión de Sentinel Prime, contra el cual eventualmente se rebelan cuando descubren que traicionó a los Primes sellando su muerte y entregándole el planeta a los Quintessons, raza para la cual el villano extrae el energon como si se tratase de pagos de deuda dirigidos al FMI o el Club de París, lo que genera un trasfondo político interesante que se cae paulatinamente a pedazos por resonancias patéticas adicionales, muy de influjo místico/ religioso/ seudo filosófico, y por la revolución reduccionista e inflada típica de Hollywood, aquí amparada en una fuerza conjunta contra Sentinel Prime de obreros con conciencia tardía de clase y unos autómatas renegados conocidos como la Guardia de Élite, de hecho los futuros Decepticons. A pesar de que una vez más nos topamos con los rasgos de siempre del mainstream yanqui de las últimas décadas, léase chistes bobos, diálogos sobreexplicativos y repetitivos, escenas de acción a puro gigantismo histérico y un diseño de monstruos muy poco original, hoy esos soldados Quintessons que son una copia de los Garthims de El Cristal Encantado (The Dark Crystal, 1982), de Jim Henson y Frank Oz, unas criaturas gigantes con apariencia de cangrejo, la animación resulta simpática porque mejora lo hecho por el ahora productor Bay en sus cinco bazofias de antaño, trabajos en los que la oscuridad, la torpeza y la falta de definición de los personajes hacían estragos en relación a las queridas sencillez y luminosidad de la serie animada original, Transformers (1984-1987), y su célebre acepción cinematográfica, Transformers: La Película (The Transformers: The Movie, 1986), de Nelson Shin. En este sentido se podría aseverar que Transformers Uno, como toda la franquicia un producto netamente masculino, está más orientada a púberes que a los adultos imbéciles de los opus en live action y los niños de la serie animada televisiva de los años 80, algo que se vincula con el latiguillo conceptual de vivir una mentira y oficiar de lacayo/ “esclavo feliz” para que la oligarquía se autolegitime ad infinitum símil padres o alta burguesía capitalista o quizás energúmenos de la derecha neofascista del Siglo XXI, sin embargo el film en ciertos pasajes aburre -y mucho- debido a su contexto distópico de plástico, a su exceso de comedia pueril redundante y a ese cinismo autoparódico del Hollywood actual, un emporio capaz de caer en la pavada involuntaria de reducir la metamorfosis del ingenuo D-16 en el maquiavélico Megatron al simple hecho de sentirse defraudado/ decepcionado por su tótem y espejo sádico a futuro, Sentinel Prime…
Transformers Uno (Transformers One, Estados Unidos, 2024)
Dirección: Josh Cooley. Guión: Eric Pearson, Andrew Barrer y Gabriel Ferrari. Elenco: Chris Hemsworth, Brian Tyree Henry, Jon Hamm, Scarlett Johansson, Keegan-Michael Key, Steve Buscemi, Laurence Fishburne, Vanessa Liguori, Jon Bailey, James Remar. Producción: Michael Bay, Aaron Dem, Tom DeSanto, Lorenzo di Bonaventura, Don Murphy y Mark Vahradian. Duración: 104 minutos.