No se puede minimizar el rol determinante de Brian Epstein (1934-1967) en el lanzamiento y éxito comercial internacional de la carrera de The Beatles, no sólo porque los descubrió en 1961 y de inmediato decidió ser su manager autodidacta, luego de presenciar uno de sus shows en The Cavern Club, en Liverpool, sino también porque moldeó por completo su imagen inicial, haciendo que abandonasen los jeans y las camperas de cuero símil Marlon Brando en El Salvaje (The Wild One, 1953), recordado film de Laslo Benedek, para adoptar definitivamente los trajes, el corte de pelo característico y los saludos coreografiados a la audiencia. El asunto fue incluso mucho más allá ya que por contactos de Epstein el grupo llega hasta su productor histórico, George Martin, y efectivamente consigue un contrato discográfico con Parlophone, una empresa subsidiaria de EMI, después de ser rechazados sistemáticamente por una pluralidad de compañías entre las que se destaca aquella Decca que más adelante compensaría el error fichando a The Rolling Stones, periplo en el que tampoco debemos olvidar el papel fundamental de Brian a la hora de reemplazar al primer baterista, Pete Best, por Richard Starkey alias Ringo Starr, bajo la insistencia de Martin, el cual lo juzgaba un músico limitado y le pasó la responsabilidad de la expulsión a Epstein, efectivamente el encargado de la tarea porque el resto de la banda también desistió de ello.
Como tantas historias colaterales alrededor de The Beatles, el derrotero del primer manager y “padre postizo” espiritual de los muchachos constituía caldo de cultivo evidente para una narración cinematográfica marcada tanto por la gigantesca popularidad del cuarteto como por la tragedia que se venía cocinando a fuego lento, esa que terminó de estallar cuando Epstein falleció aparentemente de manera accidental a sus 32 años por un cóctel de pastillas y alcohol, su dos “aficiones” principales en materia de su vida privada tardía junto con la depresión o sensación de inutilidad a raíz del retiro en 1966 de la banda de las actuaciones en vivo, por un lado, y una homosexualidad que estaba prohibida en el Reino Unido y que seguiría así hasta el mismo año de la muerte del manager, cuando la despenalización parcial de 1967 por fin permitió el sexo gay consentido, entre personas mayores de edad y en el ámbito privado, por el otro lado. Distintos proyectos de biopic se fueron acumulando con el transcurso de los años pero el único que logró avanzar fue uno encabezado por el cineasta sueco Jonas Åkerlund, señor que eventualmente sería sustituido primero por la galesa Sara Sugarman y después por el británico Joe Stephenson, todo en un trayecto de unos largos cuatro años que nos dejan con la bastante mediocre Midas Man (2024), prueba de que las esperas generosas no siempre desembocan en resultados satisfactorios o quizás meditados.
El guión en cuestión de Jonathan Wakeham, aquel de la intrascendente To Catch a Killer aka Misanthrope (2023), cocoliche sin pies ni cabeza del argentino Damián Szifron, se basa en una trama original concebida por Brigit Grant y gira alrededor de constantes soliloquios/ interpelaciones a cámara del propio Brian (Jacob Fortune-Lloyd), quien nos pasea por todos los estereotipos de su existencia, desde sus inicios en la mueblería familiar en Liverpool, a la que reconvierte en exitosa disquería, pasando por el descubrimiento del cuarteto y aquel año y pico en el que lucha por conseguirle un contrato de grabación hasta dar con George Martin (Charley Palmer Rothwell), para finalmente alcanzar la gloria masiva en Estados Unidos y todo el mundo a posteriori de la serie de presentaciones en el programa televisivo de Ed Sullivan (Jay Leno), amén de la reglamentaria angustia por el acoso de la prensa, un ritmo de trabajo frenético, el fin de los recitales y una relación tormentosa con un actor norteamericano y bisexual ficticio, John “Tex” Ellington (Ed Speleers). El film condimenta el asunto con la relación tirante entre Brian y su padre Harry (Eddie Marsan), contrapeso censurador y frío de su cariñosa madre Queenie (Emily Watson), y la tensión amistosa con John Lennon (Jonah Lees), más rebelde que Paul McCartney (Blake Richardson), George Harrison (Leo Harvey-Elledge) y Ringo (Campbell Wallace), sus compañeros de correrías.
La película está bien llevada por Fortune-Lloyd, sobre todo un actor teatral y televisivo inglés, se las arregla para mantener bajo el presupuesto evitando canciones originales de The Beatles y centrándose en covers de la primera época, como por ejemplo Some Other Guy, Please Mr. Postman, Bésame Mucho y Money, y se entretiene con astucia durante buena parte del metraje analizando los padecimientos de clóset de Epstein y la ridícula persecución social de turno, esa que convertía a los homosexuales en carne de cañón para los ladrones, los sádicos, los extorsionadores y la mierdosa policía como quedó muy bien registrado en Víctima (Victim, 1961), aquel clásico de Basil Dearden sobre el tópico, sin embargo la propuesta de Stephenson y compañía asimismo resulta muy esquemática y difusa a escala discursiva, histórica y narrativa, abusa un poco demasiado del quiebre de la cuarta pared/ alocuciones al espectador, reduce el grueso de la vida privada de Brian a la cantinela de lo “gay mortificante” -su cuantioso dinero, en realidad, resolvía en parte el problema- y no consigue más que un desempeño rutinario de los actores que componen a The Beatles, quienes por cierto no se parecen en nada a sus homólogos reales pero por lo menos Lees, como un insólito Lennon petiso, está bastante bien. Midas Man no pasa de su condición de curiosidad olvidable o retrato cuasi fallido de una génesis comercial mítica…
Midas Man (Reino Unido, 2024)
Dirección: Joe Stephenson. Guión: Jonathan Wakeham. Elenco: Jacob Fortune-Lloyd, Eddie Marsan, Emily Watson, Jonah Lees, Blake Richardson, Charley Palmer Rothwell, Leo Harvey-Elledge, Campbell Wallace, Ed Speleers, Jay Leno. Producción: Perry Trevers, Richard Holmes, Billy Dietrich, Tom Reeve, Jeremy Chatterton y Trevor Beattie. Duración: 113 minutos.