21° BAFICI

Parte 6

Por Emiliano Fernández

The Karate Kid (1984), de John G. Avildsen:

RESCATES

Qué mal estará el cine familiar contemporáneo a escala internacional que ya no genera productos con la entereza dramática de The Karate Kid (1984), una película que a pesar de estar impulsada por clichés del mainstream más remanido se traza un objetivo ambicioso y sale airosa con una gracia hoy francamente casi impensable. El film de John G. Avildsen, realizador desparejo aunque con trabajos muy recordables como Joe (1970), Rocky (1976), La Fórmula (The Formula, 1980), Los Vecinos (Neighbors, 1981) y Apóyate en Mí (Lean on Me, 1989), juega en simultáneo con los relatos de iniciación en la vida adulta, las fábulas del maestro y el alumno, los devaneos románticos en la adolescencia y/ o la fase escolar, las mini epopeyas de mudanza o adaptación a un nuevo contexto, las parábolas de diferencias generacionales padres/ hijos, el devenir de autosuperación individual y -como si todo lo anterior fuese poco- el clásico descubrimiento de una cultura novedosa a través de las enseñanzas de un “outsider” que todos los que lo rodean subestiman al punto de después tener que comerse sus palabras de menosprecio. Precisamente, la premisa de este hitazo absoluto de los 80 se condice con el traslado del joven amante del karate Daniel LaRusso (buen desempeño de Ralph Macchio) junto a su madre Lucille (Randee Heller) desde Newark, New Jersey a Los Ángeles, California, situación que obedece a un nuevo puesto laboral de ella y representa un cambio muy grande para el adolescente que lo deja a merced de los abusones del barrio y el colegio, unos muchachos encabezados por el violento y bien arrogante Johnny Lawrence (William Zabka), quien estudia/ practica en el dojo Cobra Kai y lo martiriza con amenazas, humillaciones y palizas infernales al paso fundamentalmente porque Daniel anda detrás de la ex novia de Johnny, la bella Ali Mills (Elisabeth Shue, un gran talento actoral a futuro). El primer acto de la película finaliza con una de las escenas más legendarias de aquel período bobalicón y -hasta cierto punto- disfrutable/ entretenido de Hollywood, léase cuando ese petiso de Okinawa que trabaja como empleado de mantenimiento en el complejo de departamentos donde viven los LaRusso, el Señor Miyagi (un glorioso Noriyuki “Pat” Morita), se revela como un experto en artes marciales defendiendo al protagonista de lo que bien podría haber sido la zurra de su vida a manos -y pies- de Lawrence y los suyos. Cuando Miyagi pretenda arreglar el asunto definitivamente yendo a Cobra Kai, entenderá que el máximo responsable del comportamiento impiadoso de los chicos no es otro que el sensei del lugar, John Kreese (el gran Martin Kove), un veterano hiper fascista de la Guerra de Vietnam, al cual el japonés le plantea la opción de una competencia en términos equitativos para que dejen de aporrear a Daniel en grupo, lo que deriva en un acuerdo en el que los estudiantes de Kreese se enfrentarán a LaRusso en un torneo oficial de artes marciales y mientras tanto -por dos meses- todas las palizas se detendrán. De inmediato Miyagi, quien heredó las dos pasiones de su padre, la pesca y el karate, se transforma en el profesor improvisado de su ahora pupilo con el doble objetivo de que pueda defenderse y comprenda que la violencia y el odio que enseña Kreese nada tienen que ver con la filosofía de base oriental detrás del despliegue de puños y patadas, un ideario vinculado a evitar los conflictos en vez de a provocarlos continuamente ya que lo que siempre debe primar es la mente y el corazón y no el revoltijo manipulable de las entrañas. El guión de Robert Mark Kamen, quien luego reincidiría -a la par de Avildsen- en las dos inferiores aunque más o menos dignas secuelas de 1986 y 1989 y se borraría por completo en la olvidable cuarta parte de 1994 y la horrenda remake del 2010, sabe balancear todos los ingredientes de la pócima retórica con sutileza, astucia y sencillez, logrando la proeza de maquillar el hecho de que estamos frente a un típico ejemplo de esa apropiación cultural hollywoodense -hoy con el acervo japonés como principal víctima- que tiende a banalizar o simplificar recorridos históricos de larga data que casi nunca son examinados en su justa medida o riqueza intrínseca por el enclave mainstream yanqui (para colmo aquí aparecen detalles bien fantásticos o algo ridículos relacionados con la fuerza y destreza sobrehumanas del personaje de Morita, el carácter medio caricaturesco de su “estilo” pedagógico -aquella memorable andanada de autos lavados, pisos pulidos y cercas y paredes pintadas- y el desenlace en su conjunto con la pierna destrozada de Daniel en el torneo y todo resolviéndose milagrosamente con la postura/ “técnica de la grulla”, cortesía una vez más del Señor Miyagi). El mayor logro de la propuesta, y lo que más se extraña en el séptimo arte de nuestros días, se reduce a la capacidad de convertir cada uno de estos estereotipos y situaciones delirantes -si se las saca de su coyuntura o se las sopesa desde la ortodoxia formal- en fortalezas dentro de una historia que edifica con paciencia y esmero personajes entrañables de por sí: Daniel es algo así como el modelo por antonomasia de todos los infantes y adolescentes hollywoodenses histéricos posteriores (su ciclotimia sin freno sería extremadamente influyente en los años venideros); en Miyagi se combinan un sustrato hosco y semi freak con el respeto por el diferente, la sabiduría del silencio y hasta un pasado trágico como combatiente estadounidense inmigrante en la Segunda Guerra Mundial con esposa e hijo falleciendo -paradoja mediante, al dar a luz la mujer- en el campo de concentración yanqui de Manzanar; Mills por su parte es un personaje femenino insólitamente bien desarrollado a partir del antagonismo de clase para con LaRusso (ella es una burguesa adinerada y él y su madre pertenecen a una suerte de clase media que trata de trepar en la pirámide social vía el trabajo californiano de Lucille en la naciente industria de las computadoras hogareñas); y hasta los villanos púberes y el propio Lawrence terminan demostrando su curiosa amplitud al reconocer el sustrato psicópata de Kreese cuando en los segundos finales del metraje le piden perdón y/ o felicitan a Daniel en función de su aguante frente a la orden del veterano de guerra de inutilizarle la pierna al ya baqueteado muchacho. Como decíamos anteriormente, a la película hay que leerla dentro del berretín de una industria de alcance global como la hollywoodense que gusta de condimentar ciertos engranajes narrativos paradigmáticos todo terreno con marcos culturales foráneos a los que adapta desde una licuadora poliforme y contradictoria que a veces puede resultar más o menos inofensiva -como en este caso- y en otras ocasiones puede molestar y mucho. Sin ser una maravilla, The Karate Kid sigue soportando múltiples visiones en su condición de “fetiche pop” gracias a su muy ajustada construcción dramática y la presencia de adalides a mitad de camino entre lo mundano naturalista y un enigma anímico compartido que se condice con el fluir desde adentro hacia afuera del karate y su quimera del equilibrio vital.

 

Ray Davies: Imaginary Man (2010), de Julien Temple:

FOCO BRITANNIA LADO B- JULIEN TEMPLE

The Kinks es la agrupación de culto por antonomasia, una de las bandas más originales e influyentes que hayan surgido dentro de la llamada “British Invasion” de la década del 60, un conglomerado variopinto de grupos del naciente movimiento rockero inglés moderno que tomó por asalto a Estados Unidos y luego a prácticamente todo el planeta, movida que asimismo dejó entrever el descubrimiento -por parte del capitalismo cultural- de la juventud como suculento nicho de mercado y que fue encabezada por The Beatles, The Rolling Stones, The Who y The Animals, entre muchos otros. A diferencia de dichos colectivos musicales, los cuales sin duda tenían un fuerte aroma local aunque siempre tendían a privilegiar las influencias norteamericanas vía su amor por el rockabilly, el blues, el soul, el doo wop, el gospel, el rhythm and blues, el boogie-woogie y el folk, The Kinks pasaron de hacerse conocidos con el riff furioso de You Really Got Me a desconcertar a todos primero de la mano de canciones poperas más clásicas y luego volcándose sin medias tintas a los retratos irónicos de la idiosincrasia británica y la misma contracultura de aquellos 60, decisión que su líder natural, compositor y guitarrista Ray Davies tomó en especial por sentirse “encerrado” en su país y sin poder girar por los gigantescos Estados Unidos -donde realmente podían hacerse famosos, en sintonía con sus colegas ingleses de la época- a raíz de una insólita prohibición de la Federación Americana de Músicos que se extendió entre 1965 y 1969 debido -aparentemente- a alguna que otra pelea entre los muchachos y/ o con algún vejete de la conservadora e hipócrita industria cultural de entonces. A posteriori de tres álbumes iniciales dignos, los anglosajones entregaron una ristra de discos legendarios que incluyó a Face to Face (1966), Something Else (1967), The Village Green Preservation Society (1968), Arthur (Or the Decline and Fall of the British Empire) (1969), Lola Versus Powerman and the Moneygoround, Part One (1970) y Muswell Hillbillies (1971), con estos dos últimos más volcados al country y riéndose del “sentido común” del país que los vetó para luego abrazarlos de manera tardía y un tanto tibia, a decir verdad. Sin nunca llegar al nivel de celebridad internacional de los Beatles o los Stones, los señores apuntaron durante los 70 a una serie de placas conceptuales cercanas al music hall y el vaudeville y durante los 80 a un rock de estadios que tampoco derivó en joyas de estudio a nivel general, con las gratas excepciones de Sleepwalker (1977), Misfits (1978) y Low Budget (1979), suerte de regreso al formato de “canción tradicional” antes de desvanecerse por completo y separarse a mediados de los 90. Gran parte de la fase inicial de la banda, la década de trayectoria que va desde 1962 a 1972, es la que cubre Ray Davies: Imaginary Man (2010), un excelente episodio -dirigido por Julien Temple- de Imagine, ciclo televisivo de documentales de la BBC que comenzó en 2003 y que se centra en las múltiples aristas de la producción artística: tomando por excusa la grabación y el lanzamiento de See My Friends (2010), aquel disco de autohomenaje de Ray en el que volvió a registrar muchos de los clásicos de los Kinks ayudado por colegas de diversas extracciones musicales, Temple filma al genial compositor y frontman mientras recorre todos los puntos cruciales de Londres en los que surgió -o que inspiraron- su repertorio, a lo que se suman charlas encantadoras y sardónicas sobre el pasado, tarareos al paso de obras maestras varias y un montón de anécdotas e impresiones conceptuales en torno a canciones extraordinarias como Tired of Waiting for You, Come Dancing, Autumn Almanac, Do You Remember Walter?, Last of the Steam-Powered Trains, David Watts, You Really Got Me, All Day and All of the Night, See My Friends, Till the End of the Day, A Well Respected Man, Dedicated Follower of Fashion, Dandy, Acute Schizophrenia Paranoia Blues, I’m Not Like Everybody Else, Sunny Afternoon, Dead End Street, A House in the Country, Waterloo Sunset, Days, The Village Green Preservation Society, Starstruck, Village Green, She’s Bought a Hat Like Princess Marina, Low Budget, Lola, Apeman y la misma Imaginary Man, perteneciente al álbum solista Working Man’s Café (2007). Sinceramente el documental no abre terreno nuevo porque ese período seminal de los Kinks ha sido analizado con minuciosidad a lo largo de los años y de por sí todos los fans históricos conocemos de sobra las circunstancias que rodearon o desencadenaron cada tema, no obstante el atractivo del opus de Temple es mucho más sencillo ya que pasa por ver al siempre escurridizo Ray hablar con desenfado -y algo de comprensible melancolía- acerca de sus primeros shows, su importantísimo contexto familiar/ barrial de clase obrera, sus composiciones iniciales, el éxito fulgurante apenas comenzada la carrera, sus estrategias a la hora de delinear los temas, la separación de la parentela durante los tours y la tristeza y depresión subsiguientes, la condición de “oveja negra” de The Kinks con respecto a las otras bandas de la British Invasion porque su imagen y canciones no cuadraban en ningún molde simbólico prefijado del momento, la relación con su hermano menor -y guitarrista principal de los Kinks- Dave, la repentina y totalmente injusta prohibición yanqui, la reconversión hacia la música típicamente inglesa hermanada al humor negro y el sarcasmo, las críticas nada solapadas al fariseísmo del Swinging London y el Flower Power, su lucha contra las compañías discográficas y los managers, el cansancio laboral y el estrés de aquellos años, la relevancia de The Village Green Preservation Society como punto sublime en el que cristaliza su crítica tanto hacia la vanguardia sesentosa de barricada como hacia las manifestaciones culturales vetustas y semi desaparecidas, la tentación de retirarse tempranamente, su compromiso político/ comunal de siempre vía la denuncia de la pauperización capitalista metropolitana, su apego a Londres en tanto ejemplo de las contradicciones humanas modernas, y finalmente el carácter imperecedero de su obra, una sutil vigencia que traspasa coyunturas y generaciones debido a que la lucidez, el poder retórico, la variedad y la riqueza del catálogo del señor resultan en verdad inconmensurables, de una vastedad casi nunca igualada en el rock y el pop globales. Condimentado además por la agradable presencia de Mick Avory, baterista de The Kinks, quien con certeza afirma que el londinense es “el William Shakespeare de la escritura de canciones”, Ray Davies: Imaginary Man es un retrato hermoso y cautivador de un artista mítico que por una vez nos permite conocer su presente, sus luchas y sus muy interesantes impresiones -acerca de lo vivido cuando joven- desde esta maravillosa adultez.

 

Dave Davies: Kinkdom Come (2011), de Julien Temple:

FOCO BRITANNIA LADO B- JULIEN TEMPLE

Dave Davies es la prueba viviente de que incluso en una banda por demás anómala como The Kinks, el gran “bicho raro” de aquella British Invasion de la década del 60 que asaltó los sentidos de gran parte del planeta con una furia inédita para su época, se puede llegar a ser la oveja negra de la oveja negra: el señor, guitarrista principal de la genial agrupación, nunca se llevó precisamente bien con su hermano mayor, Ray Davies, nada menos que el cantante, compositor excluyente y encargado de la guitarra rítmica de los Kinks, lo que generó en términos prácticos una carrera de más de tres décadas plagada de encontronazos de diversa índole entre los susodichos, una rivalidad que en esencia se condice con los temperamentos opuestos de los hermanos (Dave siempre fue extrovertido y se llevó la vida por delante, jamás ocultando su apetito por las mujeres, el alcohol, las fiestas y las drogas, y Ray por su parte prefirió el repliegue sobre sí mismo, una relativa tranquilidad y períodos de ciclotimia que podían derivar en depresión y estallidos de cólera) y con la catarata subsiguiente de reproches y agresiones varias que se fueron acumulando con el correr de los años, debido al estar obligados a compartir momentos en estudios de grabación, giras y hasta en la coyuntura familiar del numeroso clan Davies (sin lugar a dudas los dardos por antonomasia giraban alrededor de la acusación de Dave hacia Ray de no darle el merecido crédito -o la aprobación suficiente- en materia de las composiciones de la banda a sabiendas de que muchas de ellas fueron craneadas a dúo pero registradas sólo a nombre del hermano mayor, empezando por la legendaria You Really Got Me, detalle que tenía su contrapeso en la recriminación de Ray hacia Dave de dejarlo en la más pura soledad cuando estaba con la presión -o la angustia, para ser más precisos- de ser el frontman de The Kinks, con el muchacho despreocupado yéndose de parranda mientras Ray padecía el acecho de la fama, sus demonios personales y la traición de managers, productores, compañías discográficas y demás agentes del capitalismo cultural de talante explotador y cleptómano). Dave Davies: Kinkdom Come (2011) no maquilla para nada su condición de “lado B” de Ray Davies: Imaginary Man (2010), ya que ambos son documentales dirigidos por Julien Temple para la BBC que se complementan de manera recíproca tanto como las dos mitades de los Kinks conforman ese monstruo sagrado del rock irónico social inglés, un sustrato temático compartido en el que el devenir seminal de la agrupación durante los 60 va surgiendo mientras se entrelazan los recuerdos personales/ familiares/ barriales/ profesionales, las canciones que conforman el repertorio de turno, la naturaleza intempestiva de la propia vida en el ojo público y las reflexiones que desde esta adultez el londinense puede formular acerca de la inocencia de aquellos primeros pasos en el universo musical rockero. Así las cosas, aquí de a poco se examinan tópicos como el fluir de la vida hogareña de los Davies, el contexto familiar de clase obrera, el temprano amor de Dave por el rock y el blues, su falta de instrucción formal en el arte de tocar la guitarra, la formación de The Kinks y los shows en pubs, el rol central del bajista original Pete Quaife en tanto mediador entre Dave y Ray, su expulsión del colegio a los 15 años cuando lo encontraron teniendo sexo con una novia de entonces, su primer trabajo en una tienda especializada en reparar instrumentos musicales, su gustito inconformista por escandalizar a los mayores con su apariencia, su presencia entre el público en uno de los primeros recitales de The Rolling Stones en un club de Londres, la firma del contrato con Pye Records, la “cocina” y el éxito monumental de You Really Got Me, la recurrente discriminación que sufrieron por su origen humilde, su actitud confrontativa anti moldes prefijados y por no ser unos carilindos bobos del ámbito del pop lavado de aquel tiempo, la hilarante fama de mujeriego de Dave, el surgimiento del revolucionario sonido símil sitar de See My Friends a partir de una guitarra desafinada, la hiper arbitraria prohibición entre 1965 y 1969 de tocar en Estados Unidos (según la versión de Dave, porque el trasfondo sexual del grupo -más agresivo con respecto a The Beatles, por ejemplo- no cayó bien tanto entre el público como entre las autoridades de la industria cultural del país), la reconversión resultante desde el rock de riffs a canciones más típicamente inglesas plagadas de sarcasmo comunal y apuntes paródicos, la costumbre de Ray de escribir letras sobre miembros de la familia o amigos o conocidos del barrio, el mítico intento fallido de editar un disco en solitario en plena cúspide creativa de los Kinks, el colapso progresivo vía sus excesos sin cesar, la relación abusiva que padeció a manos de Ray y su aceptación/ perdón actual porque todo el asunto lo llevó a un presente alejado del bullicio metropolitano y vinculado a la paz mental, el regreso a Norteamérica y la consolidación de una base fiel de fans, los elogios que Dave recibió de Jimi Hendrix por You Really Got Me, sus problemas psiquiátricos de los 70 por las drogas, el cansancio y el estrés (escuchar voces de la nada e inclinación hacia el suicidio de por medio), su creencia de que la música de los Kinks es sobre “esperanza, humor y realidad”, y finalmente los proyectos artísticos que está encarando con sus hijos bajo la idea de celebrar la posibilidad de la imaginación de crear y reformular para bien la vida cotidiana de los sujetos. La impronta colaborativa del grupo aparece remarcada por Dave en varias oportunidades, con Ray apareciendo siempre con alguna idea, trabajándola con su hermano y luego puliéndola solo, a lo que se agrega la presencia en el metraje de canciones propias como Love Me Till the Sun Shines, Susannah’s Still Alive, la exquisita Death of a Clown y la siempre épica Strangers, obra maestra del Lola Versus Powerman and the Moneygoround, Part One (1970). Temple utiliza imágenes del protagonista recorriendo los páramos costeros de Inglaterra como símbolo poético de su renacimiento espiritual -ese que le permitió seguir viviendo, por cierto- cuando abandonó las drogas y el circo del capitalismo del rock para volcarse al yoga, la meditación, la astrología y un constante cuidado por la vida interior equilibrada, concepción que le permite continuar con su carrera musical aunque por suerte sin los arrebatos autodestructivos de antaño. Dave Davies: Kinkdom Come nos reserva para el desenlace un último detalle maravilloso en la escena en la que el realizador le comenta a Dave que una vez leyó que cuando le preguntaron a Ray qué cambiaría del derrotero de los Kinks, el señor respondió que lo modificaría todo, circunstancia que desde ya desemboca en Dave aclarando que él por su parte no cambiaría absolutamente nada de semejante viaje.