Obertura
Donde la Madre exhorta a la Niña a practicar juegos infantiles pero ésta manifiesta su preferencia cadaverina, a la vez que sugiere asociaciones entre la muerte y la actividad agrícola ganadera.
Mi niña, para dormirse,
Quiere ovejitas contar.
Que no cuento ovejas, madre,
Sino muertos, que son más.
Cierro los ojos y miro
A los muertos del corral.
“Un, dos, tres” yo no he contado
Que otros tres muertos ya hay.
¡Ay, cuánto muerto estaqueado!
¡Ay, cuánto muerto podrido!
¡Ay, cuánto muerto quemado!
¡Ay, cuánto muerto de frío!
¡Ay, niña, que por amores,
Debes flores deshojar!
No hurgo en las flores, madre,
Hurgo en los muertos, que hay más.
Ábreme, madre, el cerrojo
Que al jardín quiero pasar
¡Cómo está de florecido!
¡Cuánto muerto fue a brotar!
¡Ay, tanto muerto enraizado!
¡Ay, tanto muerto caído!
¡Ay, tanto muerto reseco!
¡Ay, tanto muerto sombrío!
Hay tanto muerto en el aire,
Hay tanto muerto en el río.
Abel
Yo, Abel, primero entre los muertos
Inauguro mi estirpe
Siembra soy de mi hermano
Toda la tierra es mía
Por mí ruge
Por mí se abre
De mí se impregna
Por mí toda la tierra es una llaga
No hay hermano que me guarde
(Mi hermano
Ninguna tierra es suya)
Brote de mí
Mi sangre
Surco de mí
Mi herida
Estigma de los mansos
Que me corona
Yo, Abel, pastor vuelto simiente
Fecundo el primero la tierra de sombra.
Alyona Ivanovna
El cerrojo
El cerrojo, Lizabieta
Que me matan
¿Por qué te demoras?
Son más de las siete
Debemos guardarnos
El cerrojo, apura
Son más de las siete
¿No oyes la campana del reloj que repica?
¿No ves la puerta abierta, el baúl rapiñado?
¿Por qué te demoras?
¿Qué te entretiene?
¿Las luces?
¿Las tiendas?
¿Las gentes?
¿El río?
Me matan, Lizabieta
Debemos guardarnos
Eres simple, no sabes
Son taimadas las gentes
Pérfido el río
Es la noche en las calles aunque el cielo esté blanco
¿A qué salir?
¿A qué abrir la puerta?
Me muero, Lizabieta,
Conviene guardarnos
¿No oyes, necia,
Que el reloj se calla?
¿No ves el cajón revuelto,
El baúl despojado?
¿Y ahora, simple,
A qué vienes?
Son más de las siete
¿No ves?
Me han matado.
Los suicidados de la comisaría
Como un trofeo de una turbia cacería
Baila en la celda que da al sur un Pierrot raro
Henchido y rancio por el paso de los días
Sujeto el cuello a una soga, sujeta a un clavo
Boca ladeada, lengua y ojos saltarines
Piernas torcidas, pantalones enchastrados
Dirige a estos, sus airosos bailarines
Los detenidos que a declarar no llegamos
¡Giren y giren!
¡Den cabriolas en el aire!
Quedensé quietos
Que ahí asoma el comisario
Que no se pierda
Esta espasmódica cadencia
Como se pierde
El expediente en el juzgado.
Bala el cordero muerto por Abel
Pastor que del corral me arrebataste
Causando en mi rebaño una gran pena,
Vuélvase mi balido tu condena
Pues sangra aún el surco que labraste.
Cuando en el ara el filo me clavaste
Repetías: “El cielo me lo ordena”,
Mas no te hace piadoso tu faena,
Sino esbirro del Dios que te inventaste.
¡Hipócrita pastor, mi igual, mi hermano!
Ahora que te han matado con falsía
No finjas un candor que yo sé vano.
Si heriste con feroz alevosía,
No te asombre el azote de la mano
De aquel que más guardarte debería.
Los cinco poemas pertenecen al nuevo libro de Emilia Carabajal, El Coro Desmembrado (2023), disponible en el siguiente link con la posibilidad de que los lectores realicen una contribución a voluntad: https://ninardosnicaracolas.blogspot.com/2023/02/el-coro-desmembrado.html