El debut del realizador y guionista británico Neil Marshall, Dog Soldiers (2002), fue un trabajo interesante centrado en una batalla exacerbada entre licántropos y un escuadrón de la milicia inglesa que iba de menor a mayor en cuanto a la tensión narrativa desde una envidiable disposición inconformista, sin embargo nada nos podía haber preparado para lo que vendría, El Descenso (The Descent, 2005), una de las mejores películas de terror de lo que va del Siglo XXI y un ejemplo perfecto de cómo recuperar ideas foráneas y utilizarlas de base para algo totalmente nuevo: si bien a simple vista la película puede englobarse en términos temáticos dentro del enclave de las obras de género más eficaces de su época porque comparte obsesiones como la claustrofobia, las cacerías truculentas y una lucha explícita por sobrevivir cueste lo que cueste, un grupo que por cierto incluye a propuestas en la línea de Jeepers Creepers (2001), Camino Hacia el Terror (Wrong Turn, 2003), Creep (2004), El Cazador de Wolf Creek (Wolf Creek, 2005) y Eden Lake (2008), entre otras, a decir verdad sus intereses se remontan más atrás porque está muy preocupada por construir un suspenso que se sostiene tanto en esa típica amenaza del exterior como en los “demonios” que uno trae consigo, ya sea en la forma de traumas o de esos supuestos amigos de confianza que deberían ayudarnos en situaciones límites, planteo que asimismo retoma el periplo vacacional exótico convertido en pesadilla de Deliverance (1972), de John Boorman, el encuentro con un clan de caníbales a lo La Masacre de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974), de Tobe Hooper, y un declive psicológico hacia las fauces de la locura propio de El Resplandor (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick. Dicho de otro modo, aquí la construcción escalonada del nerviosismo y una sensación de desamparo emocional prima por sobre los embates insistentes de un otro similar aunque distinto que simboliza la posibilidad de una degradación tanto física como moral/ comunal/ vincular.
Como en casi todas las obras citadas, el disparador hoy está relacionado con la pretensión de huir de la rutina y “perderse” en una odisea que ofrezca algo de novedad a sabiendas de que una aventura verdadera vale mucho más que el oro: perteneciente a un grupo de amigas británicas que gustan del rafting y que se completa con Juno (Natalie Mendoza) y Beth (Alex Reid), Sarah (Shauna Macdonald) termina quedándose sin su marido Paul (Oliver Milburn) y su pequeña hija Jessica (Molly Kayll) cuando ambos mueren en un accidente automovilístico espantoso en el que el hombre se descuida por un segundo y choca contra otro vehículo de frente que transportaba tubos en su techo, provocando que estos atraviesen el parabrisas y se claven en la familia de la mujer; corte de por medio avanzamos un año y ahora la visiblemente culpable Juno trata de disimular el affaire que tuvo con Paul justo antes del infortunio -y el hecho de haberse borrado luego de su muerte- invitando a Sarah a explorar un laberinto de cuevas en la Cordillera de los Apalaches, en Estados Unidos, una mini epopeya a la que se suman Beth, las amigas de las anteriores Sam (MyAnna Buring) y Rebecca (Saskia Mulder) y una joven relativamente nueva dentro del colectivo femenino, la impulsiva Holly (Nora-Jane Noone). Juno no les dice a sus amigas que en vez de ingresar a una formación rocosa explorada y mapeada, como pautaron a priori, las está conduciendo a una cueva que supuestamente nunca fue pisada por el hombre, circunstancia que genera que luego de un derrumbe en uno de los túneles las posibilidades de rescate sean iguales a cero y la única forma de salir pase por penetrar aún más en el sistema con el objetivo de dar con una vía de escape siguiendo las brisas/ corrientes de aire. La idea de Juno de homenajear a Sarah dándole su nombre al lugar pronto deriva en horror porque descubren que ya hubo exploradores allí abajo, cortesía del hallazgo de unos pernos antiquísimos, y porque Holly se rompe una pierna al confundir fósforo lumínico con luz solar y caer en un tétrico pozo.
La sorpresa que les tiene reservada la naturaleza a las protagonistas no tiene que ver con el aislamiento en sí y la colección de padecimientos que puede provocar a corto o mediano plazo, como por ejemplo la deshidratación, los ataques de pánico, la desorientación, la paranoia, el deterioro visual y auditivo, las alucinaciones o ese mismo “descenso” del título que funciona de metáfora tanto del viaje a través de la cueva como de la crisis psicológica cercana a la locura de Sarah y las demás, ya que el verdadero peligro resulta mucho más urgente y adquiere el semblante de una comunidad de humanoides ciegos, blancos y hambrientos perfectamente adaptados a la oscuridad y a la cacería meticulosa por sonidos cual murciélagos, unas criaturas casi por completo calvas -sólo las hembras tienen algo de cabello- que empiezan a acechar a las mujeres y a matarlas para alimentarse en un caos caracterizado por la separación eventual y el egoísmo solapado de las féminas. Entre una pintura rupestre que indica la existencia de otra salida, despertando algo de esperanza, y ese equipo de rápel que bien podría ser testimonio de los antepasados de los humanoides o de alguna comida de ocasión, la historia termina de retratar a la paradójica Juno cuando la mujer le clava un pico en el cuello a Beth de manera accidental y se marcha sin socorrerla, a la par de una Sarah que descubre el asuntillo (incluida la infidelidad de antaño de Paul con la traicionera Juno), que debe matar a su amiga agonizante con un golpe de roca en la cabeza y que se hace fuerte enfrentándose al abismo y asesinando a una familia de criaturas dispuestas a engullirla entre piletones de aguas servidas. Como en Deliverance, hoy la inocencia tontuela de la burguesía, su autoconfianza, el desconocimiento del terreno y ese orgullo sexual maltrecho constituyen factores centrales en la dinámica de los personajes y sus decisiones ante la debacle, colocando el acento en el hecho de que la animosidad y las diferencias en el seno del grupo pueden llegar a ser tan mortales como los ataques externos.
El mayor mérito de Marshall, cineasta que después encararía propuestas variopintas dignas pero inferiores como Doomsday (2008), Centurión (2010) y Hellboy (2019), pasa por una potencia retórica realmente compleja en la que la empatía que despiertan las mujeres es proporcional al intenso trance que deben sobrellevar, algo que se desprende no porque sean “cancheras” o tiren frasecitas huecas de pretensión cómica como sus homólogas/os norteamericanas/os sino debido a que son contradictoriamente humanas y capaces de un gesto positivo y luego de otro extremadamente negativo, algo que queda reflejado tanto en la inefable Juno (desea con desesperación recuperar la amistad con Sarah pero no puede ocultar su núcleo pusilánime bajo la coraza/ apariencia de vitalidad y sabiduría pragmática, dimensiones que la llevan a prometer en vano una y otra vez que solucionará semejante catástrofe subterránea) como también en la propia Sarah (la mujer pasa de víctima a pelear de igual a igual con los depredadores de turno y hasta a hacer “justicia” prosaica con Juno en el final, cuando le clava un pico en una pierna y la deja como manjar para las voraces criaturas, por momentos funcionando en conjunto como una representación de los deseos de venganza del personaje de Macdonald y del costado más psicótico de la idiosincrasia de los bípedos, por supuesto dando a entender que bajo la cáscara de la abulia por una tragedia suelen nacer sentimientos muy heterogéneos que no se prestan al típico reduccionismo del Hollywood promedio y sus estupideces de reconversión identitaria automática desde la nada misma). Durante la primera hora del metraje el director y guionista mantiene el riesgo a la distancia, especialmente mediante sonidos y presencias efímeras, para a posteriori sumergirse sin culpa en un esplendoroso festival de impronta gore en donde las sombras jamás nos impiden ver lo que ocurre y así permiten la unión -con sensatez e inteligencia- de la fotografía de Sam McCurdy, la música de David Julyan y la edición de Jon Harris, quien luego se convertiría en el director de la floja y olvidable secuela del 2009. Igualando en su ferocidad a humanos y monstruos reptantes gracias al gran desempeño adicional del elenco y del equipo técnico encargado del maquillaje y las prótesis, el británico redondea una obra maestra del terror de encierro que hasta se permite citar a puro nihilismo en el desenlace a Un Suceso en el Puente de Owl Creek (An Occurrence at Owl Creek Bridge, 1890), el famoso cuento de Ambrose Bierce, con una Sarah que se imagina escapando para terminar reencontrándose en un sueño agridulce con Jessica con motivo del cumpleaños de la niña…
El Descenso (The Descent, Reino Unido, 2005)
Dirección y Guión: Neil Marshall. Elenco: Shauna Macdonald, Natalie Mendoza, Alex Reid, Saskia Mulder, MyAnna Buring, Nora-Jane Noone, Oliver Milburn, Molly Kayll, Craig Conway, Leslie Simpson. Producción: Christian Colson. Duración: 100 minutos.