El cine iraní en Occidente suele ser relegado a su presencia en festivales internacionales o a las anécdotas de arresto ocasional de directores a instancias del régimen central, rubro en el que se destacan enemigos del gobierno como Hossein Rajabian, Mohammad Rasoulof y el más conocido y martirizado de todos, Jafar Panahi, no obstante la naturaleza del séptimo arte de Irán es bastante contradictoria porque sigue los lineamientos del carácter híbrido de la administración que surgió con la Revolución Iraní de 1979, una república teocrática y antioccidental controlada por el Ayatolá Ruhollah Jomeini que reemplazó a la monarquía brutal amiga de Estados Unidos y el Reino Unido del Sha Mohammad Reza Pahleví, en este sentido pensemos que por un lado tenemos un cine comercial que es celebrado por los jerarcas autoritarios actualmente en el poder, consagrado a los dramas románticos, las comedias y las faenas familiares o bélicas, y por otro lado encontramos la reacción arty del denominado Nuevo Cine Iraní, un rótulo demasiado heterogéneo que en esencia abarca tres movimientos distintos que fueron en parte saboteados por el régimen y por ello no tuvieron una salida comercial importante en Irán pero sí permisos para su participación en festivales vernáculos y del exterior: el primero se ubica desde fines de los 60 hasta la revolución y ofrece una crítica de la pobreza y las supersticiones en los tiempos del sha influenciada por el cine europeo y las “nuevas olas” de entonces del resto del planeta, esquema que abarca a pioneros de la talla de Dariush Mehrjui, Masoud Kimiai y Nasser Taghvai, el segundo movimiento es ya posterior a la revolución, en general se consagra al minimalismo para escapar de la censura, la persecución o el desfinanciamiento del Estado y cubre las últimas dos décadas del Siglo XX, aquí con realizadores emblemáticos como Abbas Kiarostami, Mohsen Makhmalbaf, Majid Majidi y Amir Naderi, y la tercera ola es la correspondiente al nuevo milenio y propone una mixtura entre el cine comercial tradicional y esa faceta arty meditabunda que caracterizó a las dos generaciones previas de cineastas disruptivos, ahora con directores y guionistas como Panahi, Maziar Miri, Hossein Shahabi, el querido Asghar Farhadi, Mani Haghighi y Bahman Ghobadi, entre tantos otros de una vitalidad suprema.
Fue Ghobadi, precisamente, quien fundó el hasta ese momento inexistente “cine kurdo”, pueblo con un idioma e identidad cultural muy propios que vive en una región de Anatolia o Asia Menor, Kurdistán, que hoy está gobernada por Turquía, Irak, Irán y Siria debido a la traición de las potencias occidentales con motivo del Tratado de Lausana de 1923, el cual decretó la partición del Imperio Otomano luego de la Primera Guerra Mundial negando la independencia de los kurdos y la conformación de una nación autónoma según el Tratado de Sèvres de 1920, nunca convalidado del todo por sucesivos desacuerdos territoriales, la toma del poder por parte del Movimiento Nacional Turco de Mustafá Kemal Atatürk y el surgimiento en 1923 de la poderosa República de Turquía. En concreto siempre analizando las tribulaciones de los kurdos iraníes, Ghobadi se hizo conocido en el ámbito internacional con una trilogía de índole bélica -tácita o explícita- centrada en la opresión que padecen los kurdos, su carácter forzado nómada, la picardía que deben enarbolar para sobrevivir y la eterna lucha por evitar el genocidio o disfrutar de un mínimo margen de libertad de acción, Un Tiempo para Caballos Borrachos (Zamani Barayé Masti Asbha, 2000), Abandonado en Irak (Gomgashtei dar Aragh, 2002) y Las Tortugas También Vuelan (Lakposhtha Parvaz Mikonand, 2004). Luego el cineasta trató de abrir su registro artístico con resultados muy desparejos que se condicen con la pobre distribución mundial de sus dos opus musicales, Media Luna (Niwemang, 2006) y Nadie Sabe Nada de Gatos Persas (Kasi az Gorbehaye Irani Khabar Nadareh, 2009), y de su intentona en el terreno del triángulo amoroso con pinceladas de thriller, Temporada de Rinocerontes (Fasle Kargadan, 2012), en suma un tríptico que a su vez dejó todo servido para un cuasi olvido sintetizado en la oscuridad en la que cayeron el documental Una Bandera sin País (A Flag Without a Country, 2015) y la propuesta ficcional Las Cuatro Paredes (Dört Duvar, 2021), amén de Palabras de Dioses (Words with Gods, 2014), convite de marco antológico centrado en la religión y codirigido junto a un popurrí de realizadores que incluyó a Héctor Babenco, Guillermo Arriaga, Emir Kusturica, Álex de la Iglesia, Amos Gitai, Hideo Nakata, Mira Nair y Warwick Thornton.
Las Tortugas También Vuelan no sólo es la película más popular de Ghobadi, detalle que tiene que ver con el hecho de que combina dos esquemas narrativos que los occidentales conocen de sobra, el relato de aprendizaje o bildungsroman y el drama cuasi neorrealista de penurias en tiempos de conflagración, sino que además constituye su mejor film por lejos ya que sintetiza sus preocupaciones de siempre, como la marginalidad y todos los anhelos deshechos de los kurdos, y logra darles un cauce artístico brillante que pone de manifiesto la idiosincrasia esquizofrénica de la tercera generación del Nuevo Cine Iraní o Nueva Ola Iraní, en esta oportunidad con una primera mitad de comedia costumbrista tenebrosa y una segunda parte de drama bélico más “clásico” en lo referido al cine persa arty de la segunda mitad del Siglo XX. El guión del director se sitúa en un campo de refugiados kurdos en la frontera entre Irak y Turquía, justo del lado iraquí, y transcurre durante las vísperas de la invasión estadounidense de Irak del 2003 bajo los pretextos de llevar la democracia al país, eliminar las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein y cortar los lazos del régimen con Al Qaeda en la etapa posterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001, patrañas patéticas que escondían el saqueo de los yacimientos de petróleo de Irak y el negocio de la reconstrucción del país, dos rubros en los que George W. Bush y su círculo de oligarcas del aparato militar yanqui tenían amplios intereses. El protagonista es un adolescente, Során alias Satélite (Során Ebrahim), que se encarga de la instalación de antenas para ver las noticias sobre la inminente invasión, las cuales después se reproducen por el altavoz de la mezquita, y que lidera a los mocosos del lugar porque suele organizarlos para las dos únicas actividades remuneradas, bajar casquillos de proyectiles desde camiones y desactivar minas antipersonas norteamericanas sin ninguna protección, por ello muchos de los purretes son tullidos. Acompañado por dos laderos que ofician de asistentes, el rengo Pasheo (Saddam Hossein Feysal) y el pequeño Sherko (Ajil Zibari), Satélite instala una parabólica en el campo y se enamora de una púber llamada Agrin (Avaz Latif), quien fue violada en grupo por las milicias baazistas de Irak y parió a un nene ciego, Riga (Abdol Rahman Karim).
Más allá de la imposibilidad del vínculo entre Satélite, típico caudillo paradójico del Tercer Mundo que hace lo que puede con sus escasos recursos y suele vender las minas a un kurdo que a su vez se las vende a las Naciones Unidas, y la huérfana Agrin, siempre obsesionada con marcharse y abandonar a su hijo porque le recuerda el horror padecido o con matarlo y luego suicidarse prendiéndose fuego con gasolina o tirándose desde un peñasco, sin duda el costado más interesante del film de Ghobadi pasa por la rara relación entre el verborrágico Satélite y el hermano adusto de la ninfa, Hengov (Hiresh Feysal Rahman), un adolescente que perdió ambos brazos desactivando minas y que en un principio cuestiona la legitimidad del personaje del genial Ebrahim para después entregarse a una actitud de indiferencia que despierta la curiosidad y devoción de Során, un creyente del Islam como la mayoría de los kurdos que ve en la figura del manco un profeta porque experimenta diversas visiones que anticipan la realidad, algo que abarca desde la ubicación exacta de un terreno minado y la llegada de helicópteros militares norteamericanos con propaganda hasta el despliegue de efectivos por tierra y el asesinato de Riga por parte de su madre antes de matarse desde el mentado precipicio, con el niño ahogándose en un lago luego de ser atado a una roca que termina en las aguas. Siempre moviéndose entre la ficción y el documental o entre la mitología y la praxis desnuda, el cineasta suele apelar al lirismo humanista y contrasta a las mentiras rutinarias del mundo occidental, simbolizadas en la parabólica, en el pobre inglés de Satélite y en su entusiasmo inicial ante la llegada de las tropas yanquis, con la verdad y el sufrimiento de unos kurdos que asimismo pueden ser homologados a esos palestinos de la Franja de Gaza que mueren por obra de la basura sionista y filofascista de Israel, en pantalla este Hengov que desde la precariedad de sus visiones desparrama muchísima más sabiduría que toda la industria cultural estadounidense junta y su promesa de entregar datos chatarra de primera mano que permitan algún tipo de protección contra la debacle. Como si se tratase de un antihéroe neorrealista vintage en proceso de maduración o más “avispado” en términos de la supervivencia social que en lo que atañe al ámbito privado o romántico, el arco retórico e idiosincrásico de Satélite constituye la columna vertebral de la estupenda película, desde la euforia por la mentirosa “liberación” en puerta, éxtasis que no le escapa al alquiler de un par de ametralladoras PK rusas y al privilegio de tener una bicicleta e incluso una carrocería de tanque que utiliza de hogar, hasta el cruel desencanto para con unos norteamericanos a los que finalmente les da la espalda por la muerte reciente de Agrin y su vástago y por un pie izquierdo destrozado a raíz de una de las minas yanquis mientras trataba de rescatar a Riga, cuando la chica lo ata a un árbol y el mocoso se escapa y vaga por el páramo. Las Tortugas También Vuelan, título que hace referencia a las dos mascotas de Riga y a lo parecido que para los bípedos resulta nadar y surcar los aires, se abre camino como una fábula tragicómica sobre la dificultad de sobrevivir entre la miseria, el ninguneo y las masacres cíclicas, pero también acerca de la solidaridad grotesca que existe entre los oprimidos por los imperialistas y sus cómplices mierdosos locales de ayer, hoy y mañana…
Las Tortugas También Vuelan (Lakposhtha Parvaz Mikonand, Irán/ Francia/ Irak, 2004)
Dirección y Guión: Bahman Ghobadi. Elenco: Során Ebrahim, Avaz Latif, Saddam Hossein Feysal, Hiresh Feysal Rahman, Abdol Rahman Karim, Ajil Zibari, Marmar Alhilali, Dijvar Elban, Emre Tetikel. Producción: Bahman Ghobadi, Hamid Ghavami, Hamid Karim Batin Ghobadi y Babak Amini. Duración: 97 minutos.