Kafka

Preocupaciones mórbidas

Por Emiliano Fernández

Kafka (1991), el segundo y magistral largometraje de Steven Soderbergh a posteriori de su revolucionaria ópera prima, Sexo, Mentiras y Video (Sex, Lies and Videotape, 1989), una de las películas centrales en el desarrollo del cine independiente de la década del 90 del siglo pasado, es una propuesta inclasificable que ocupa un lugar bastante extraño dentro de la vasta filmografía del realizador porque unifica o mejor dicho anticipa elementos diversos de las cinco vertientes fundamentales de la trayectoria del señor, hablamos de las comedias cínicas e iconoclastas a lo Schizopolis (1996), El Desinformante (The Informant!, 2009), Magic Mike (2012), Déjalos Hablar (Let Them All Talk, 2020) y la secuela Magic Mike: El Último Baile (Magic Mike’s Last Dance, 2023), las propuestas netamente experimentales en aquella tradición de Todo al Descubierto (Full Frontal, 2002), Bubble (2005), Perturbada (Unsane, 2018) y High Flying Bird (2019), los dramas melancólicos como El Rey de la Colina (King of the Hill, 1993), Solaris (2002), Confesiones de una Prostituta de Lujo (The Girlfriend Experience, 2009) y Eros (2004), antología codirigida junto a nada menos que Michelangelo Antonioni y Wong Kar-wai, las faenas de idiosincrasia testimonial cercanas a Erin Brockovich (2000), Traffic (2000), Detrás del Candelabro (Behind the Candelabra, 2013), La Lavandería (The Laundromat, 2019) y el díptico de Che: El Argentino (2008) y Che: Guerrilla (2008), una épica biográfica excepcional en torno al mítico Ernesto “Che” Guevara, y por supuesto todos los thrillers criminales polirubro y también anticapitalistas símil Pasiones Latentes (The Underneath, 1995), Un Romance Peligroso (Out of Sight, 1998), Vengar la Sangre (The Limey, 1999), Intriga en Berlín (The Good German, 2006), Contagio (Contagion, 2011), La Traición (Haywire, 2011), la genial Efectos Colaterales (Side Effects, 2013), La Estafa de los Logan (Logan Lucky, 2017), Ni un Paso en Falso (No Sudden Move, 2021), Kimi (2022) y esa archiconocida La Gran Estafa (Ocean’s Eleven, 2001) más sus continuaciones del 2004 y el 2007, amén de los dos trabajos alrededor del inefable Spalding Gray, el concert film La Anatomía de Gray (Gray’s Anatomy, 1996) y el documental Y Todo va Bien (And Everything Is Going Fine, 2010), propuestas fascinantes que supieron combinar el registro estrambótico con los recordados monólogos del actor.

 

El impecable guión de Lem Dobbs, responsable de las tramas de Ciudad en Tinieblas (Dark City, 1998), de Alex Proyas, Cuenta Final (The Score, 2001), de Frank Oz, y Causas y Consecuencias (The Company You Keep, 2012), de Robert Redford, y socio reincidente de Soderbergh como Scott Z. Burns porque también colaboró con él en Vengar la Sangre y La Traición, juega en simultáneo con la idea de una biopic sobre Franz Kafka (1883-1924), el gran artífice de la literatura existencialista asfixiante moderna, y con la adaptación en sí de El Proceso (Der Process, 1925) y El Castillo (Das Schloss, 1926), sus dos textos más conocidos junto con otros trabajos asimismo citados en pantalla -aunque de manera menos rigurosa o al pasar- como por ejemplo La Metamorfosis (Die Verwandlung, 1915), En la Colonia Penitenciaria (In der Strafkolonie, 1919), América (Amerika, 1927) y la famosa Carta al Padre (Brief an den Vater, 1952), durísimo examen de la figura de autoridad por antonomasia que en la obra del escritor checo en lengua alemana mutaría en su desprecio hacia todo lo que subyuga el alma de los hombres o los obliga a tratar de complacer a un sistema estatal/ social/ institucional abusivo que promete justicia, bienestar u orden y sólo entrega una maraña de procedimientos estandarizados que ahogan la autonomía y la sutil creatividad humana en el día a día. Aquí Kafka (Jeremy Irons) trabaja en la Praga de 1919 en una compañía de seguros escribiendo informes siempre anodinos, mantiene una relación epistolar con una fémina que de repente llega de visita sin despertar libido alguna, Anna (Maria Miles), se hace amigo de un sepulturero bastante afable al que conoce en un bar, Bizzlebek (Jeroen Krabbé), está obsesionado con el triste ninguneo de su progenitor, quien detesta su “preocupación mórbida” por las cosas insignificantes, y se siente atraído hacia una bella compañera de trabajo, Gabriela Rossman (Theresa Russell en cuasi modalidad femme fatale), la cual a su vez puede ayudarlo a hallar a otro colega con el que se llevaba bien y que ha desaparecido, Eduard Raban (Vladimír Gut), el cual en realidad fue asesinado por un vagabundo enloquecido, risueño, drogadicto y con look de leproso (David Jensen) que oficia de sicario del Doctor Murnau (Ian Holm) y su misterioso secuaz (Brian Glover), parte de una camarilla secreta que controla la sociedad y reside en un gigantesco castillo.

 

Con un marco de relato coral que sin embargo jamás se aparta del todo del núcleo principal, precisamente el protagonista del título y su periplo de atracción y repulsa con respecto a los arcanos que los diferentes funcionarios del atolladero administrativo guardan con recelo, la película explora una confabulación directa o indirecta que abarca tanto a la policía, con ese lacónico Inspector Grubach (Armin Mueller-Stahl) a la cabeza a pesar de ser el encargado de resolver el homicidio de Raban, como a la fauna variopinta que conforma la empresa de seguros, desde su jefe inmediato, un tal Burgel (Joel Grey) fanático de la pornografía e interesado en Gabriela, pasando por el mandamás de la firma (el querido Alec Guinness, ya de 77 años), un veterano tendiente a reprocharle su soledad o ensimismamiento laboral, hasta un par de mellizos que el anterior le asigna como asistentes al ascenderlo, Ludwig (Keith Allen) y Oscar (Simon McBurney), supuestos pasantes atolondrados que esconden su condición de espías y/ o esbirros de los jerarcas del castillo, éstos los enemigos mortales de una organización anarquista que suele poner bombas a lo largo y ancho de la ciudad y de la que formó parte el finado, a su vez en pareja con una Rossman que también milita en la clandestinidad contra la policía y la tecnocracia de los archiveros y el mentado Murnau, un lector de lo poco publicado por Kafka en vida que se inspiró en sus escritos para intentar doblegar el espíritu humano mediante drogas experimentales y cirugías cerebrales del espanto y en última instancia eliminar esa capacidad de crítica del intelecto que diferencia a un individuo del otro y lo aleja de la muchedumbre más amorfa, lo que implica martirizar o lobotomizar a vagabundos, opositores políticos y gente sumisa en general. El film cuenta con una esplendorosa fotografía en blanco y negro de Walt Lloyd que muta en color para el segmento final de la esperada confrontación entre el taciturno Franz y el doctor adepto a las atrocidades filonazis del castillo, así la narración de Dobbs recupera detalles verídicos del trágico derrotero del literato, fallecido de tuberculosis a los 40 años de edad, en línea con su trabajo en una compañía de seguros, la angustia que padeció, aquel odio/ temor hacia el padre, su interés por la pornografía, sus problemas con las mujeres e incluso el pedido a su amigo Max Brod de destruir todos sus textos, una solicitud en pantalla dirigida a Bizzlebek.

 

Muy en sintonía con el sustrato laberíntico y aquellas conspiraciones totalitarias de El Beso Mortal (Kiss Me Deadly, 1955), de Robert Aldrich, El Proceso (Le Procès, 1962), de Orson Welles, Invasión (1969), de Hugo Santiago, y Brazil (1985), de Terry Gilliam, el opus de Soderbergh está vinculado a otros dos experimentos cinematográficos del mismo año, nos referimos a Sombras y Niebla (Shadows and Fog, 1991), obra de Woody Allen que también recurría al blanco y negro para ponderar al checo y al expresionismo alemán de los años 20, y Almuerzo Desnudo (Naked Lunch, 1991), un convite de David Cronenberg que asimismo mezclaba ficción y realidad al unificar la novela de 1959 de William S. Burroughs y la vida de su autor. Beneficiándose de la sublime música de Cliff Martínez, el compositor fetiche de Nicolas Winding Refn, las locaciones lúgubres de Praga, algo posible por la caída del comunismo entre 1989 y 1991, y el estupendo desempeño de todo el elenco y en especial Jeremy Irons, ya acumulando colaboraciones con Karel Reisz, Jerzy Skolimowski, Volker Schlöndorff, David Hugh Jones, Roland Joffé, Barbet Schroeder y Cronenberg, Kafka es definitivamente el mejor homenaje posible al escritor ya que opera como una coctelera imprevisible que aglutina latiguillos del film noir, el teatro del absurdo, el surrealismo, el suspenso de Henri-Georges Clouzot y Alfred Hitchcock, la odisea existencial, la Hammer, el espionaje de la Guerra Fría, la fábula sardónica para adultos, los monstruos clásicos de Universal Pictures y hasta un steampunk que se cuela en el desenlace a color, más allá del expresionismo explícito de las alusiones a F.W. Murnau, al Conde Orlok (Max Schreck) de Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, 1922) y a Las Manos de Orlac (Orlacs Hände, 1924), de Robert Wiene, estas últimas citas vía una fábrica cómplice del castillo, precisamente de nombre Orlac. La película por un lado retrata la manipulación física y psicológica contemporánea en pos de una eficacia capitalista utópica que niega lo simbólico inaprehensible humano y por el otro lado piensa con astucia los límites de la verdad, el anonimato, la frustración, la desconfianza, el atavismo, la ansiedad, la cruel burocracia, la rebeldía, el conformismo, la rutina, la ética, la mediocridad, el cientificismo, la locura, el sometimiento, el acoso, la impotencia, la brutalidad y la alienación de los sujetos sociales…

 

Kafka (Estados Unidos/ Francia, 1991)

Dirección: Steven Soderbergh. Guión: Lem Dobbs. Elenco: Jeremy Irons, Theresa Russell, Joel Grey, Ian Holm, Jeroen Krabbé, Armin Mueller-Stahl, Alec Guinness, Brian Glover, Keith Allen, Simon McBurney. Producción: Harry Benn y Stuart Cornfeld. Duración: 98 minutos.

Puntaje: 10