De películas malas está lleno el ecosistema cinematográfico porque la cultura masiva tiende a la mediocridad como un mecanismo de emparejamiento cualitativo para abarcar el mayor número posible de espectadores, exigencias comerciales de por medio que reiteradamente desembocan en productos sin demasiada personalidad o quizás intercambiables al extremo del tedio, sin embargo existen algunos realizadores que hicieron del asunto una suerte de especialización consciente que tiene mucho que ver con el doble hecho de primero cubrir el nicho de mercado del entretenimiento más brutal y menos exigente, léase el trash que no pide disculpas por serlo y adora sacarle todo el jugo posible al morbo social en relación a esto o aquello, y segundo alejarse de esas propuestas fallidas involuntarias o con grandes pretensiones que quedan en la nada debido a la propensión industrial señalada al bodrio redundante, la estupidez más trillada o la simple medianía que cansa en el mediano y largo plazo, muy a su pesar y por más que hayan millones y millones de dólares involucrados. El director, guionista y productor español Juan Piquer Simón, precisamente, consagró toda su carrera a la realización de mamarrachos sin medias tintas que transformaron a sus pocos recursos, sus tramas absurdas y su nula ambición discursiva en una bandera artística que puede gustar o no pero no deja a nadie indiferente porque los productos resultantes son muy entretenidos en general y funcionan a conciencia en una dimensión paralela con respecto a la pomposidad retórica y/ o presupuestaria del acervo mainstream, desde ya copiándole las fórmulas narrativas aunque asimismo introduciendo una visceralidad, una extravagancia y una desfachatez demencial que jamás podríamos encontrar en el Hollywood más inflado ni tampoco en el cine europeo de género de productoras medianas o grandes, un detalle que suma a la experiencia sensorial y nos acerca a la antigua y querida categoría de la “película malísima que termina siendo buena” por exacerbar su sustrato bien cutre hasta la hipérbole.
El señor, nacido en Valencia en 1935 y fallecido en esa misma metrópoli en 2011 a la edad de 75 años, en esencia dedicó su trayectoria a rodar obras de una impronta furiosamente Clase B destinadas al mercado anglosajón y por ello el esquema abarcó desde su trilogía de adaptaciones de textos de Julio Verne, Viaje al Centro de la Tierra (1977), Misterio en la Isla de los Monstruos (1981) y Los Diablos del Mar (1982), en la segunda incluso contando con Terence Stamp y Peter Cushing en el elenco, hasta una mínima catarata de rip-offs de diversa envergadura como Escalofrío (1978), una relectura demasiado tardía y en clave sexploitation -codirigida junto a Carlos Puerto- de El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968), de Roman Polanski, Supersonic Man (1979), copia de muy bajo presupuesto de Superman (1978), gigantesco éxito de Richard Donner, Los Nuevos Extraterrestres (1983), película espejo de E.T., el Extra-Terrestre (E.T., the Extra-Terrestrial, 1982), de Steven Spielberg, con pinceladas esquizofrénicas de Alien (1979), de Ridley Scott, y La Grieta (The Rift, 1990), aquella reinterpretación freak sobre todo de El Abismo (The Abyss, 1989), de James Cameron, y Leviatán (Leviathan, 1989), opus de George P. Cosmatos financiado por el mismo productor de La Grieta, Dino De Laurentiis. Si dejamos de lado sus dos últimos productos que sufrieron de una distribución pésima y no fueron vistos por nadie, el díptico aventurero hiper anacrónico de La Isla del Diablo (1995) y Manoa, la Ciudad de Oro (1999), sólo restan sus recordadas incursiones en cuatro subgéneros/ rubros variopintos de cada momento histórico, hablamos del slasher de Mil Gritos Tiene la Noche (1982), la euro war o el macaroni combat de Guerra Sucia (1984), el ecoterror de animales asesinos o más bien bichos inmundos de Slugs, Muerte Viscosa (1988) y las traslaciones del universo literario de H.P. Lovecraft de La Mansión de los Cthulhu (1992), todos trabajos desastrosos aunque cargados de unas osadía e intensidad loables casi nunca presentes en el mainstream.
Si bien en el nuevo milenio también es tenida muy en cuenta Slugs, Muerte Viscosa, su hilarante odisea sobre babosas homicidas, en realidad la propuesta más famosa de Piquer Simón es Mil Gritos Tiene la Noche, faena también conocida por su título en inglés, Pieces/ Piezas, que se centra en un tal Timmy Reston (Alejandro Hernández de niño y Edmund Purdom de mayor), asesino con una motosierra que se dedica a “rearmar” simbólicamente el cuerpo de su madre fallecida 40 años atrás (May Heatherly), a la que mató con un hacha y decapitó con un serrucho a posteriori de que lo regañase por jugar con un rompecabezas erótico, a partir de las extremidades y la anatomía en general de unas lindas señoritas que pululan en una universidad de Boston. Los cadáveres se apilan generosamente e incluyen a una estudiante recostada en el césped, Virginia Palmer (Roxana Nieto), a una ninfa que nadaba en una piscina, Jenny (Cristina Cottrelli), a otra que practicaba aerobics y es atacada sin piedad en un ascensor, Mary (Silvia Gambino), a una reportera muy curiosa a la que el chiflado prefiere acuchillar, Sylvia Costa (Isabel Luque), y a una deliciosa tenista a la que acecha en el cambiador/ vestuario y lleva a orinarse encima, Suzie (Leticia Marfil). Los esbirros del aparato represivo a los que les toca la reglamentaria investigación, el Teniente Bracken (Christopher George) y el Sargento Holden (Frank Braña), insólitamente reclutan a un testigo y alumno del lugar, el mujeriego Kendall James (Ian Serra), para que los ayude a infiltrar a una oficial encubierta que supuestamente es una tenista profesional, Mary Riggs (Lynda Day George), y a atrapar al psicópata a pesar de que James forma parte del grupito de los sospechosos junto con un profesor homosexual que siempre recibe burlas, Arthur Brown (Jack Taylor), un jardinero de pocas pulgas, Willard (Paul L. Smith con look de Bud Spencer y poniendo caras siniestras), el decano universitario en la piel de Purdom, de hecho aquel Timmy tenebroso de antaño, y la secretaria anodina del anterior, Grace (Hilda Fuchs).
Entre el giallo de Dario Argento y el primer Lucio Fulci y aquel trash de Jesús Franco y Herschell Gordon Lewis, Mil Gritos Tiene la Noche nos propone a un asesino heterogéneo o para todos los gustos porque combina la motosierra de La Masacre de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974), de Tobe Hooper, una apariencia misteriosa a lo El Fantasma de la Ópera (Le Fantôme de l’Opéra, 1909-1910), la célebre novela de Gastón Leroux, y el fetiche con los cuchillos de estereotipos del slasher de entonces como Halloween (1978), de John Carpenter, y Martes 13 (Friday the 13th, 1980), de Sean S. Cunningham, amén de las tomas subjetivas desde el punto de vista del loquito de Mario Bava y Brian De Palma y cierta idea a escala macro de unificar los desnudos y el gore a toda pompa del exploitation de la época con la pretensión de seriedad del mainstream, por un lado, y el dejo estrafalario, picaresco o definitivamente esperpéntico del cine latinoamericano y español de consumo masivo de aquellos años, por el otro lado. La propuesta cuenta con un muy buen leitmotiv cortesía del compositor Librado Pastor, por cierto sólo presente en la versión en castellano del film, y desparrama una valentía formal estrambótica que está sostenida en las excelentes puestas en escena de los crímenes, algunos efectos especiales artesanales interesantes y el buen nivel de la carne femenina y masculina desplegada en pantalla, además de un final tan ridículo como memorable -con una cámara lenta berreta por partida doble, zombificación frankensteineana y emasculación repentina desquiciada de por medio- que no tiene nada que envidiarle a Fulci, Sergio Martino o la influencia más evidente, Aristide Massaccesi alias Joe D’Amato; no obstante la película también puede leerse como un gracioso catálogo de fallos que van desde una edición torpe, un guión hiper redundante y malas actuaciones y doblaje hasta cadáveres que se siguen moviendo y una retahíla de escenas delirantes como la del escuálido partido de tenis, la “entrevista” posterior de Sylvia al decano, aquel cameo de un imitador de Bruce Lee que ataca a Mary, Chao (Bruce Le, un taiwanés que trabajó con el productor y coguionista Dick Randall dentro del bruceploitation), y la de Bracken reclamando por teléfono la ayuda de Kendall ante Holden. El opus de Piquer Simón es una de las mejores malas películas de los años 80 y un simpático alegato misógino que piensa al sexo opuesto como un ideal inalcanzable en pleno proceso de eterna reconstrucción, como si se tratase de una conjunción entre un caso de Complejo de Edipo mal curado y una de esas exploraciones del body horror en torno a la naturaleza caprichosa de los cuerpos en la posmodernidad en su condición de organismos efímeros atravesados por las estupideces del mercado, la violencia de la comunidad y las propias frustraciones psicológicas del sujeto…
Mil Gritos Tiene la Noche (España/ Estados Unidos, 1982)
Dirección: Juan Piquer Simón. Guión: Juan Piquer Simón, Dick Randall y Roberto Loyola. Elenco: Leticia Marfil, Christopher George, Lynda Day George, Frank Braña, Edmund Purdom, Ian Serra, Paul L. Smith, Jack Taylor, May Heatherly, Roxana Nieto. Producción: Dick Randall y Stephen Minasian. Duración: 87 minutos.