Trilogía de Paul Bartel

Psicópatas morales y la sátira del sexo

Por Emiliano Fernández

En innumerables ocasiones la memoria popular y los cánones del arte resultan un tanto impiadosos para con determinados apellidos y/ o gemas del cine, poniendo de manifiesto que el olvido más injusto aún es compatible con la sociedad multiplataforma de nuestros días. Así como la pluralidad informativa de los medios digitales no suele ir de la mano de una riqueza en cuanto a una oferta cultural verdaderamente vasta, reduciendo esas infinitas posibilidades a la repetición de los mismos estereotipos de siempre en función de los dictados de un mainstream que conserva su hegemonía; una y otra vez nos vemos en la modesta labor de intentar algún “rescate emotivo” de grandes autores y realizaciones que ya casi nadie recuerda. Hoy haremos lo propio con el genial Paul Bartel, un satirista de la misma generación de Paul Mazursky, Woody Allen, Peter Bogdanovich y Robert Altman.

 

A diferencia del estilo más o menos pomposo de los susodichos, Bartel siempre encaró sus pocas películas como director desde un enfoque más simple y humilde, aunque no por ello menos interesante, en especial si consideramos la mano maestra del neoyorquino en lo que hace a la producción de un tipo concreto de parodia que prácticamente ha desaparecido: nos referimos a la que se mantiene firme en la línea divisoria entre el ridículo más desbocado y un esquema naturalista deudor de los engranajes narrativos más tradicionales. Si bien podríamos nombrar trabajos vinculados a la industria hollywoodense “clase B”, como los clásicos trash Death Race 2000 (1975) y Lust in the Dust (1985), sin duda las obras más personales de este actor reconvertido en realizador son Private Parts (1972), Eating Raoul (1982) y Scenes from the Class Struggle in Beverly Hills (1989), todos opus muy cáusticos.

 

Su ópera prima, la exquisita Private Parts, es una comedia de terror que funciona como una inversión mordaz de Psicosis (Psycho, 1960) de Alfred Hitchcock. Todo comienza cuando Cheryl Stratton (Ayn Ruymen), una jovencita con propensión hacia el voyerismo, se pelea con su compañera de cuarto y decide pedir alojamiento en el hotel de su Tía Martha (Lucille Benson), un lugar de lo más curioso repleto de freaks de distinta naturaleza (desde el típico borracho que duerme en el piso, pasando por la anciana autista que grita por los pasillos, hasta un supuesto reverendo fanático del sadomasoquismo gay). El apego a la “necrofilia mística” de Martha no es nada comparado con los placeres de George (John Ventantonio), un vecino obsesionado con transformar a Cheryl en un reemplazo de su muñeca de agua, a la que gusta fotografiar e inyectarle su propia sangre en la zona genital.

 

El tono sarcástico se profundiza en Eating Raoul, un film extraordinario centrado en una pareja puritana compuesta por el sommelier Paul Bland (Bartel) y su esposa enfermera Mary (Mary Woronov), un dúo que desaprueba el sexo y sueña con abrir un restaurant pese a sus dificultades financieras. El catalizador de la trama será un intento de violación a Mary por parte de uno de los asistentes a las fiestas swingers de su edificio, episodio que deriva en asesinato cuando Paul ajusticia al atacante golpeándolo con una sartén. Al descubrir unos cientos de dólares en la billetera del finado, pronto ambos montan una pyme basada en el lucrativo negocio de atraer a “clientes” deseosos de cumplir sus fantasías para después matarlos y robarles. El asunto se complica con el arribo de un tercero, el fogoso cerrajero Raoul Mendoza (Robert Beltran), primero testigo y luego un socio más en las tribulaciones.

 

Finalmente, Scenes from the Class Struggle in Beverly Hills es una relectura corrosiva de La Regla del Juego (La Règle du Jeu, 1939) de Jean Renoir, presentándonos la hipocresía del establishment artístico. El relato gira alrededor de la convivencia de las familias de Lisabeth Hepburn-Saravian (Woronov) y su amiga Clare Lipkin (Jacqueline Bisset), dos clanes que coinciden en el hogar de esta última debido a que la casa de la primera está siendo fumigada. Lisabeth, recientemente divorciada de Howard (Wallace Shawn), se traslada con su hermano guionista Peter (Ed Begley Jr.) y su flamante esposa, la actriz porno To-Bel (Arnetia Walker), quien a su vez viene de un amorío con Howard. Mientras tanto, los dos empleados principales de las señoras, Frank (Ray Sharkey) y Juan (Beltran), juegan una apuesta bizarra en torno a quién llevará primero a la cama a la “jefa” del otro.

 

Por supuesto que hablamos de una suerte de trilogía del costado menos luminoso de Los Ángeles (las tres transcurren en la mítica ciudad de California, cuna de la industria cultural de Estados Unidos), escenario de una lucha contextual por sobrevivir o cumplimentar los sueños, sean del tenor que sean. Aquí interviene un retrato grotesco del sexo y se hace hincapié en su doble faceta, en primera instancia como herramienta de manipulación y a posteriori en tanto ejercicio desesperado en busca de satisfacer una carencia pulsional. La sobreactuación de los intérpretes y el sustrato caricaturesco constituyen los complementos perfectos para un pantallazo muy hilarante por sobre los delirios, la pantomima y los puntos muertos de las clases altas y su espejo transfigurado, esos sectores subalternos que las envidian a más no poder, legitimándolas en el trajín y negando la posibilidad de una crítica.

 

Ya sea que pensemos en los pobres tontos que osan entrar al hotel de la Tía Martha, el departamento de los Bland o la mansión de Clare Lipkin, siempre hallaremos personajes maravillosamente desarrollados que combinan inocencia y desparpajo desde una militancia retórica que va más allá de la burla, en pos de comprender el catálogo de represiones que se esconden detrás del accionar de estos psicópatas morales y su estrategia autodestructiva de sublimación. Quizás la cara más interesante del cine de Bartel sea este vínculo indisoluble entre los insultos y las simpáticas perversiones por un lado, y el naturalismo con el que se mueven los protagonistas en sus faenas diarias por el otro: a diferencia de gran parte del cine contemporáneo, donde el agravio se agota en un acto pasatista y pueril, aquí la esencia irónica del material ve la belleza malsana detrás de cada pequeño ultraje al bien común…

 

Private Parts (Estados Unidos, 1972)

Dirección: Paul Bartel. Guión: Philip Kearney y Les Rendelstein. Elenco: Ayn Ruymen, Lucille Benson, John Ventantonio, Laurie Main, Stanley Livingston, Charles Woolf, Ann Gibbs, Len Travis, Dorothy Neumann, Gene Simms. Producción: Gene Corman. Duración: 87 minutos.

Eating Raoul (Estados Unidos, 1982)

Dirección: Paul Bartel. Guión: Paul Bartel y Richard Blackburn. Elenco: Paul Bartel, Mary Woronov, Robert Beltran, Susan Saiger, Lynn Hobart, Richard Paul, Mark Woods, John Shearin, Darcy Pulliam, Ben Haller. Producción: Anne Kimmel. Duración: 90 minutos.

Scenes from the Class Struggle in Beverly Hills (Estados Unidos, 1989)

Dirección: Paul Bartel. Guión: Bruce Wagner. Elenco: Jacqueline Bisset, Ray Sharkey, Mary Woronov, Robert Beltran, Ed Begley Jr., Wallace Shawn, Arnetia Walker, Paul Bartel, Paul Mazursky, Edith Diaz. Producción: James C. Katz. Duración: 103 minutos.