Buffalo '66

Que el amor se precipite

Por Emiliano Fernández

Vincent Gallo, un músico y actor por demás excéntrico que eventualmente se transformaría en realizador y guionista, dirigió una serie de cortos de índole experimental y apenas tres largometrajes, Buffalo ’66 (1998), un neoclásico del cine independiente norteamericano, The Brown Bunny (2003), una de las obras más odiadas y/ o atacadas del nuevo milenio, y Promises Written in Water (2010), trabajo que no encontró distribución y jamás pudo salir del circuito internacional de festivales luego de exhibirse en Venecia y Toronto. Todo el éxito en críticas y hasta la mínima ganancia en taquilla de su ópera prima terminó un poco mucho opacado debido a la tendencia del señor a pelearse con todos sus colaboradores detrás y delante de cámaras y si bien Buffalo ’66 está repleta de estrellas del mainstream y el indie hollywoodenses, cuando Gallo quiso repetir la movida en ocasión de The Brown Bunny ya se había corrido el más que confirmado rumor en torno a su carácter intempestivo y vehemente, por ello de hecho mientras que su debut es tierno, agitado y cargado de humor negro su segunda película, en cambio, es meditabunda, muy aletargada y profundamente visceral, algo que queda en evidencia en aquel mítico/ polémico final cuando el personaje interpretado por Gallo, el motociclista de carreras atravesado por la culpa a raíz de sucesos del pasado reciente Bud Clay, recibe algo de sexo oral explícito por parte del origen de sus conflictos, su otrora pareja Daisy (Chloë Sevigny). Así como el nihilismo existencial de The Brown Bunny puede vincularse al dejo documentalista del opus y a la condición de autoexiliado de su responsable máximo dentro de Hollywood vía una ultra independencia creativa, amén de su evidente amor por la Trilogía de las Road Movies de Wim Wenders, Alicia en las Ciudades (Alice in den Städten, 1974), Falso Movimiento (Falsche Bewegung, 1975) y En el Curso del Tiempo (Im Lauf der Zeit, 1976), sin duda el humanismo freak y melancólico de la extraordinaria Buffalo ’66 está hermanado al devenir de leyendas de la autonomía artística como John Cassavetes y Robert Altman, aunque también a las primeras propuestas de cineastas posteriores como Wes Anderson y los hermanos Joel y Ethan Coen.

 

El título hace referencia al protagonista, Billy Brown (Gallo), nacido el 26 de diciembre de 1966 en Buffalo, Nueva York, un señor que sale de prisión luego de una sentencia de cinco largos años por un crimen que no cometió y del que tuvo que hacerse cargo so pena de ser asesinado por un corredor de apuestas misterioso y bastante tétrico (Mickey Rourke), quien lo obligó a pasar tiempo encerrado como reemplazo de un colega criminal que sí había cometido un delito debido a que Brown no tenía esos 10.000 dólares para pagarle que había apostado al triunfo de los Buffalo Bills en el Super Bowl frente a los New York Giants, movida a todas vistas delirante dentro de la cultura deportiva yanqui y que se explica por el hecho de que la progenitora de Billy, Jan (Anjelica Huston), es una fanática enferma de los Buffalo Bills al punto de descuidar a su hijo a lo largo de toda su infancia y adolescencia. El señor, a pesar de la desidia permanente y la falta completa de interés por parte de sus padres, continúa obsesionado con ganar su amor o con impresionarlos con correos falsos y por ello apenas sale de la cárcel se decide a secuestrar a la primera chica que tiene a mano, Layla (Christina Ricci), una hermosa y voluptuosa petisa de 28 años bailarina de claqué/ tap, con el objetivo de hacerla pasar por su esposa en una visita a la casa familiar, situación que deriva hacia el ridículo porque la muchacha les dice a Jan y a su marido, el muy tacaño Jimmy (Ben Gazzara), el padre de Billy, que el ex presidiario es un agente importante de la CIA y que está esperando un bebé de él, sin embargo pronto queda claro que nada cambió porque Jan no puede dejar de ver partidos antiguos de los Buffalo Bills ni por un segundo (ni siquiera recuerda que su vástago es alérgico al chocolate, lo que casi lo mata de niño) y porque los únicos hobbies de Jimmy son comer y sumergirse en la nostalgia de sus años de crooner a lo Frank Sinatra (para colmo se muestra muy “toquetón” con Layla simulando alegría o hasta afecto, a quien Billy rebautiza para la pantomima en cuestión como Wendy Balsam, detalle que asimismo reenvía a otra circunstancia de lo más patética porque son el nombre y el apellido de una mujer que lo ninguneó de joven y de la que sigue enamorado).

 

Resulta difícil describir el encanto de una epopeya tragicómica como Buffalo ’66 porque éste recae en simultáneo en los deliciosos personajes, en una angustia cassavetiana símil el Derek Cianfrance de Blue Valentine (2010) -pero sin tanta debacle- y en los engranajes narrativos que Gallo elige para retomar el viejo formato del “tímido obstinado que sale de su caparazón” aunque desde un relato que parece narrado a través de una cercanía insólita, casi extraterrestre: el director y guionista, ayudado en este último rubro por Alison Bagnall, se encargó de la fotografía él solito después de disputas varias con Dick Pope y Lance Acord, los dos que pasaron por el rol de turno, y así optó por un 35 milímetros de imágenes descoloridas y un 16 milímetros para los hilarantes flashbacks cuadrados que le salen de la cabeza a Brown, como ese en el que Jimmy le mata a su perrito Bingo o aquel otro de Jan provocándole una fuerte hinchazón en el rostro al Billy purrete (John Sansone) al darle chocolate, mujer que para colmo anhela explícitamente no haberlo parido porque el día de su nacimiento se perdió el partido -sólo ese en tres décadas- con el que los Buffalo Bills ganaron el campeonato de 1966, precisamente el único en el que se coronaron vencedores. Gallo trabaja muy bien la relación de amor/ odio de Brown con sus padres a través de la metáfora deportiva, una que además se extiende hacia la “solución mágica” de impronta suicida que el protagonista considera el fin de sus problemas, léase asesinar al jugador por el que el equipo familiar perdió ese Super Bowl que llevó a Billy a prisión, Scott Woods (Bob Wahl), quien erró un lanzamiento e hizo perder a los Buffalo Bills, un payaso que tiene un club de strippers al que pretende matar de un disparo para luego quitarse la vida con un tiro en la cabeza. Kevin Corrigan compone a Goon, el amigo retrasado mental que prefiere que lo llamen Rocky, Jan-Michael Vincent a Sonny, gerente de un bowling que Billy solía frecuentar como jugador experto, y nada menos que Rosanna Arquette a la Wendy Balsam real, una asquerosa que se burla del protagonista cuando con Layla se la encuentran de casualidad en un restaurant junto a su pareja, Don Shanks (John Rummel).

 

Amparada incluso en chispazos de esplendoroso surrealismo musical, como el instante en el que Jimmy le canta a Layla Fools Rush In (Where Angels Fear to Tread), de Johnny Mercer y Rube Bloom y en la voz del padre del director, Vincent Gallo Sr., y el mágico momento de la rutina de claqué de ella en el bowling con Moonchild, de King Crimson, de fondo, Buffalo ’66 es en términos concretos una de las últimas realizaciones valiosas del período de gloria del cine independiente posmoderno estadounidense, las décadas del 80 y 90, una obra maestra minúscula y muy anómala que en parte retoma aquella crudeza del Nuevo Hollywood de los 70 pero para metamorfosearla hacia los estudios psicológicos y comunales más amigables, bizarros y/ o pícaros de los años venideros, ya que aquí lo en verdad importante es la metamorfosis paulatina del Brown inicial, ese deseoso de contentar a padres que no lo quieren y de poner en un altar a seudo noviecitas que jamás lo tuvieron en cuenta, en la persona amada por Layla del último acto de la historia, cuando reconoce su virginidad y va renunciando a su idiosincrasia agresiva y paranoica en pos de él también querer a la muchacha, planteo retórico que por supuesto enfatiza eso de que el amor puede surgir en cualquier circunstancia e incluso en medio de este Síndrome de Estocolmo light entre dos almas solitarias y en pena. El minimalismo, el cuidado y la paciencia de cada puesta en escena se complementan de manera perfecta con la certera música de Gallo y la refulgente imaginación detrás de un esquema narrativo que fácilmente podría caer en el costumbrismo más anodino o en estereotipos en materia de las parentelas disfuncionales, algo que se evita mediante esta denuncia de fondo acerca de la inutilidad de los simulacros hogareños cuando el clan de por sí está muerto, por un lado, y a través de la retahíla de actores maravillosos que desfilan delante de cámara, por el otro lado, elenco irrepetible en el que se destacan Huston, Gazzara, Rourke, Arquette, Vincent, Corrigan, el propio Gallo y una Ricci suprema que combina lo sexy -ese vestidito es pura lujuria- y lo mundano lúdico baladí para construir a una Layla memorable y fascinante, a la que vamos conociendo como espectadores a medida que “se acomoda” a uno de los secuestros más absurdos y adorables de la historia del séptimo arte. Gallo como cineasta rápidamente perdería la brújula con motivo de The Brown Bunny al extremo de la autodestrucción modelo indie fatalista, por lo que constituye toda una paradoja el hecho de que Buffalo ’66, un film mucho más prolijo/ estandarizado/ profesional según los parámetros habituales del enclave mainstream, se haya transformado en su magnum opus como director, odisea de rojos y blancos furiosos -sobre fondos metropolitanos apagados casi por completo- y de mucha frustración y de mucha crueldad -solapadas con sarcasmo- que por suerte consiguen la forma de mutar en un amor que se precipita sobre la amargura del protagonista y la afabilidad de su rubia, muy rubia compañera de periplo, a su vez una pareja a priori impensable que sólo puede surgir cuando desaparece la desconfianza y cuando en la distancia lunática crece la mutua comprensión…

 

Buffalo ’66 (Estados Unidos/ Canadá, 1998)

Dirección: Vincent Gallo. Guión: Vincent Gallo y Alison Bagnall. Elenco: Vincent Gallo, Christina Ricci, Ben Gazzara, Anjelica Huston, Mickey Rourke, Rosanna Arquette, Jan-Michael Vincent, Kevin Corrigan, John Sansone, Bob Wahl. Producción: Vincent Gallo y Chris Hanley. Duración: 110 minutos.

Puntaje: 10