Que el árbol dé fuego y dé sangre
Los oleajes del aire
Den tres liebres de espuma
Y hagan tallo en mi piel
Ya se inflama el cuenco del sonido
Ya revienta
Sus esquirlas que horadan los espejos
Me inundan de soles y alaridos
Sombra mía
Ya soy eco de mi estrépito
Resonancia acuosa del diluvio
Flanco mío
Ya soy sin clave
Y yazgo sin cifras ni designios
Infierno mío
Ya soy la edad previa
Me desprendo de todos mis nombres como pieles
Y habito un cielo colmado de estampidas
Que se tensa al filo del estruendo
Ya explotas, tiempo incandescente
¿Dónde caerás?
Es tu carruaje un laberinto en llamas
Que fulgura en el trueno de la savia
En la vertiginosa combustión de los vendavales
En la voluptuosidad de los derrumbes
En la delicia atroz de las tormentas
En el colapso majestuoso de las constelaciones
Ya acudes a enterrar tu lengua
Y el labio besa las dunas de la sed
Traspasa el tímpano la estepa del silencio
Las manos se hunden en el espesor de los lodazales
Se precipita el ojo al espacio y al abismo
Y el cuerpo cae al pozo hirviente de los días
¿Qué ha de ser ahora que mi sueño vuelca su gemido en tu canto irrevocable,
Ahora que mi insomnio se agita cada vez que me dices?
Ya estás ardiendo, tiempo impetuoso
¿Dónde caeré?
Tu caballo es una hoguera indómita
Que perfora mi corteza
Y me abre a tu delirio,
A tu rito atávico de quemar
La carne
Los días
La piel
La luz
El pelo
Los nombres
Las raíces
Hasta alumbrar mis despojos